tag:blogger.com,1999:blog-13497809921215646912024-03-24T19:32:30.786-07:00CUADERNOS PARA LA REFLEXIONpacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.comBlogger87125tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-261622940173990492023-10-03T11:33:00.016-07:002024-02-04T17:01:04.492-08:00EL GUARDIÁN HOSPICIANO<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhE3QUNgH6tcSUPUQC91b5RzHUydxIz9PlhK6qb5-VzLJTWhj7ifiCFl97-TUwY_982Go8b6lAmsz16UzGaN21SJFig56hacvq2tNeehJkMhIYFrfJNsos89Yof9qOuB7N58MRQv4wvPp4mO_lH5MwQVJv-b515qmWLqn80NjNffwZYmt4ZYcmg-D9f/s1773/ni%C3%B1os%20del%20orfanato%20con%20sor%20maria%20bego%C3%B1a.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1182" data-original-width="1773" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhE3QUNgH6tcSUPUQC91b5RzHUydxIz9PlhK6qb5-VzLJTWhj7ifiCFl97-TUwY_982Go8b6lAmsz16UzGaN21SJFig56hacvq2tNeehJkMhIYFrfJNsos89Yof9qOuB7N58MRQv4wvPp4mO_lH5MwQVJv-b515qmWLqn80NjNffwZYmt4ZYcmg-D9f/w640-h426/ni%C3%B1os%20del%20orfanato%20con%20sor%20maria%20bego%C3%B1a.jpg" width="640" /></a></div><br /><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial;">Fulgencio Sánchez, fila de abajo segundo por la derecha, en los tiempos en los que todavía no era el guardián de las monjas, aunque ya en su cara mostraba gestos del animal-hiena que llevaba dentro. En el extremo de esa misma fila, primero por la izquierda el autor del blog.</span></div><p></p><p><span style="font-family: arial;"><br /></span></p><p><span style="font-family: arial;"><br /></span></p><p><span style="font-family: arial;"> </span></p><p><span style="font-family: arial;"><span></span></span></p><a name='more'></a><span style="font-family: arial;"><span><!--more--></span></span><div style="text-align: left;"><i style="font-family: arial;"><span style="font-size: medium;">¡De rodillas!, dice el guardián, </span></i></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>¡de rodillas!, repiten los secuaces.</i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>¡Qué porte!, ¡qué garbo!, ¡qué chulería!,</i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>el guardián se pavonea entre las filas.</i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>Sonrisa de hiena, en tez pajiza, </i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>y en la mano una vara india.</i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>¡Los brazos en cruz!, dice el guardián</i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>¡los brazos en cruz!, repiten los secuaces.</i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>¡Qué gallardo!, el tirano en su valentía,</i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>pobres niños; y de las monjas sin noticia.</i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>Silva el aire entra las filas,</i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>y en la mano una vara india.</i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>¡Ay niño! de manos enrojecidas.</i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i>¡ay niño!, de rodillas entumecidas.</i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i><br /></i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i><br /></i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i><br /></i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i><br /></i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i><br /></i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i><br /></i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i><br /></i></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">I. El valiente guardián.</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">(el inicio, un día cualquiera)</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><i><br /></i></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">El niño rubio se acuclilla sobre el sendero de hormigas cerca del hormiguero. Ligeramente echado hacia delante domina visualmente el ajetreo del ir y venir de los insectos en su lucha por abrirse camino entre ellos frotándose sus diminutas antenas. No siente la tensión de sus tersos y suaves muslos pues a su corta edad sus músculos son tan elásticos que parecen de goma, por lo que se sumerge de lleno, con atención de todos sus sentidos, en aquel inquietante microcosmos, olvidándose de los otros chicos que pululan por el patio de tierra, permaneciendo largamente en esa postura sin cansarse.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Molesta con un pequeño palo, poniéndolo delante, a la hormiga que arrastra un resto, ya seco, de avispa. Entre la maraña de puntos negros móviles ha avistado rápidamente el amarillo del abdomen de ésta. El insecto lo lleva sujeto en alto con sus mandíbulas que sobresalen poderosas de la ancha cabeza relucientemente negra. Gira evitando el obstáculo y prosigue su marcha hacia el hormiguero. Ciega; con la pieza de caza, el doble de grande que ella, delante de sus antenas es empujada por las otras hormigas que le van marcando el camino, por lo que no se sale de su senda. Desatendiendo a la hormiga cazadora, ahora el niño rubio fija su atención en los bordes del sendero; especialmente en esas otras hormigas que empujan hacia dentro a las que torpemente escapan hacia fuera; como guardianas del resto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Pero no hay sólo una..., son varias...; comprueba que muchas, manteniendo constante aquel camino de subsistencia que avista alargándose hasta perderse al otro extremo del patio, entre los peligrosos pisotones en los juegos de sus compañeros de internado de orfanato. Azuza con el palo a una de ellas, más grande que las otras, que se defiende mordiendo el extremo de éste, alzándola hasta la altura de sus ojos comprobando la fiereza de su mordedura que la mantiene asida, colgando firmemente, en la punta de la corta rama seca de morera; seguidamente la aprieta con saña contra la tierra despedazándola, para yacer sólo un segundo en el borde de la maraña, siendo inmediatamente pasto de alimento de sus congéneres que se la llevan arrastrándola al hormiguero: Una guardiana menos, se dijo para adentro en el mismo instante en el que se le acercó el niño cojito, despertándole de su ensimismamiento en su importante misión de libertador de la colonia de insectos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">El niño cojito se agacha cerca de él con la torpeza en la flexión de su pierna derecha; arranca una espiguilla de hierba silvestre que orilla el sendero de hormigas, y hostiga aquella procesión de vainas, granos, insectos muertos, restos de hojas... con el extremo de los finos y flexibles pelillos de la espiguilla como si fuera una escoba, barriendo el camino que reluce al sol más claro y liso que el terreno que le circunda. Mientras tanto el niño rubio continúa en su lucha contra el opresor-hormiga. En un receso de su particular cruzada, dejando el palo en la tierra, se queda observando el provisional caos que, en el instinto de supervivencia de los insectos, estaba ocasionando el hostigamiento de su compañero de fatigas hacia las hormigas. Observa detenidamente y con cierta compasión la atrofia de la pierna derecha de su amigo extendida en el suelo para lograr el equilibrio en la postura; se lo piensa un segundo, y luego lo suelta de sopetón: Tengo la lista, le dice mirándole a los ojos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Alzados los dos sobre el terreno el sendero de hormigas se vislumbra como un estrecho cauce donde fluyera un líquido negro; briznas de alquitrán recalentadas al sol. El Rubio hace aspavientos en gestos forzados de la cara para llegar con la mano hasta el pequeño papel que guarda celosamente en el fondo del bolsillo derecho del pantalón. Sortea al tacto todo un muestrario de útiles de supervivencia: puntillas oxidadas, trozo de alambre doblados, pedazos de cuerda enrollada, taquitos de madera, alguna chapita metálica... hasta dar con la nota, la que extrae procurando que no se le caiga ninguno de aquellos variados objetos que guarda previsoramente para alguna emergencia, los que hacen que siempre muestre unos abultados bolsillos, por los que recibía constantes reprimendas de las monjas, conminándole a desprenderse de toda aquella basura. Le mostró la nota manuscrita con un listado de nombres: Me la encontré ayer en el suelo, cerca de los jardines de delante, es una lista de castigo y estamos apuntados los dos, ves, </span><span style="font-family: arial; font-size: medium;">mira, aquí estoy yo Rubio, y seguidamente tú Cojito, te acuerdas ayer en el comedor como se nos quedó mirando --se refería a un secuaz del guardián; recio y con actitud bravucona--..: Sí creo que esta es la lista de ayer; se le habrá perdido; hay que romperla y enterrar el resto sin decirle nada a nadie, dijo el Cojito: Era lo prudente</span><span style="font-family: arial; font-size: large;">.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Al tiempo, en un rincón del sótano, a resguardo de las miradas de los internos tiene lugar una cita secreta: los secuaces dan cuenta de las listas de castigo con los nombres al guardián de las monjas Fulgencio --el de cuentas--, al que aquellas habían elegido como vigilante auxiliar por ser el más alto de todos los chicos para así poder dominar en altura al resto de internos; y, sobre todo, por mostrar cierta actitud servil: cobarde con las monjas y despiadado con sus compañeros; rasgos que ya le caracterizaban antes de su ingreso en el orfanato y que ahora mostraba sin ningún rubor sus espigados doce años, apuntando un precoz rastrero de matón de placeta de un barrio marginal de ciudad. Cuando le llegó el turno, al secuaz bravucón no le tembló el pulso al entregarle a Fulgencio un repuesto de la lista que había perdido, pues se sabía de memoria los nombres delatados, consiguiendo con ello evitar las represalias violentas que por la pérdida le hubiera infligido el guardián hospiciano.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Se hacían listas por todo: por no cubrirse bien en las filas; por hablar en el comedor, en cualquier recinto del orfanato; por fobias, envidias, inquinas...; de ahí que Fulgencio hubiera tejido en el pabellón de chicos menores una perversa red de siniestros adoradores que para salvar el pellejo no reparaban en el sufrimiento de los demás niños; les era indiferente el dolor de sus compañeros. Era una trama organizada desde el miedo. El poder que las monjas delegaron en Fulgencio era omnímodo: hacía y deshacía a su antojo sin que le reconvinieran las hermanas. Les bastaba que mantuviera el orden y la disciplina, sin reparar en los métodos que empleaba ni en los castigos que infligía en su nombre y delegación, y de los que las hermanas religiosas no querían saber nada aunque tenían noticias de las maldades que aplicaba a los que infringían sus normas, a los que quebraban sus obsesiones; la más recurrente: mantener aquel amplio recinto como si fuera un monasterio cartujo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">II. La caza. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">(el día antes)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">La pequeña campana de vulgar acero que colgaba en un rincón del quiebro de los dos módulos del pabellón, donde un gran ventanal abría luz natural al oscuro y largo pasillo, sonó como siempre: con desordenado ritmo y bronco sonido metálico, en ausencia del bronce. Al Rubio se le alegró la cara mirando con regocijo y complicidad a su compañero de banca, al que apodaban Cateto; la que devolvió éste, gozosa y con exagerado estrabismo de ojos, totalmente escorada hacia el rincón de la clase. Y no era para menos: aquellos toscos sonidos anunciaban el final de las clases de la mañana, y con ello el fin momentáneo del oprobio: la letra con sangre entra. Era el momento del ingreso de los internos al comedor, donde se invertía la prueba de la culpa: si en las clases les castigaban por no contestar sobre la lección del día, ahora los chicos no debían hablar, ni contestar al compañero de mesa, estaba prohibido entablar cualquier conversación; ahora tenían que mantener riguroso silencio: ¡Silencio!, ¡silencio!..., repetían las monjas como una idea obsesiva; ¡silencio!, ¡silencio!..., gritaba el guardián..., ¡silencio!, ¡silencio!, vociferaban los secuaces del guardián, los que vigilaban de cerca a sus propios compañeros repartidos entre las mesas, tomando notas con los nombres de los que hablaban durante la comida, apuntándolos en las infames listas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">La monja tira del carro de la comida. Se para delante de la mesa e introduce con cierta inconsciencia y desdén el cazo en la enorme paila que rebosa un brebaje semilíquido y lo escancia con prisas en el plato del niño rubio, al que casi salpica. Después repite el mismo gesto con idénticas pautas y mohines en el plato del niño cojito..., y así de la misma forma llena casi más de un centenar de platos y aún le ha sobrado brebaje. El Rubio desvía con mueca de asco la cara hacia el lado del Cojito para no percibir el bofetón de fuerte olor a ajo. Aquella sopa le produce siempre arcadas. Insiste en el giro y se queda mirando al Cojito, suplicante, pidiéndole con los ojos que le libere de comerse aquella bazofia. Sigue insistiendo con lastimera mirada hasta que percibe la sonrisa de aceptación de aquél, el que le arquea la ceja avisando sobre el lugar donde vigila el secuaz más próximo. Sólo se podían comunicar con la mímica de los gestos de la cara: mirada de súplica, sonrisa de aprobación, arquear de cejas, muecas de asco u otras señas previniendo la inminente llegada de un objeto contundente en forma de cuchara, cuchillo o tenedor que amenazara con impactar en la cara de alguno de ellos; aunque no era suficiente tener cuidado y precaución en no hablar pues cualquiera de estas señas podían ser interpretadas como conversación. Entonces fue cuando se tensó la cara del Rubio, percibiendo en aquel momento lo peligroso de su brusco e insistente giro de cabeza y el cambio del plato. Demasiado tarde pues ya ambos aparecían relacionados en la lista del secuaz bravucón, que les fulminó con la mirada.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">A continuación era el silencio del miedo el que hacía perfectamente audible en los oídos del Rubio otros sonidos del comedor: el de la cuchara al rasgar el Cojito el fondo de su plato de aluminio apurando la sopa; el del gaznate del Cateto al deglutir ruidosamente la comida; los del agua al ser escanciada en los vasos; los que hacía la monja con el trajinar de la enorme bandeja en el reparto del segundo plato; el metálico de los cubiertos cayendo al suelo; los del zumbido de las moscas revoloteando alrededor de las mesas; los insistentes zumbidos en los oídos del Rubio en el convencimiento de un futuro severo castigo; </span><span style="font-family: arial; font-size: medium;">la angustia de él, la de su amigo Cojito, y la de más de un centenar de niños, los que no eran conscientes de las causas por las que en aquel lugar y en aquel tiempo se había llegado a aquella sofisticación en la represión --nunca se hacían preguntas--, pues incomunicados, como en perpetua celda de aislamiento, sin conocer ni tratar más niños de su edad que sus compañeros ni más mayores que las monjas y empleados, las cosas eran lo que eran y devenían en lo que irremediablemente tenía que ser; no conocían otra realidad; su realidad. Para ellos aquel estado de cosas, aquella violencia formaba parte de sus existencias. Por eso no era de extrañar que prosperasen los tipos de postulantes a guardianes sin escrúpulos --era como un proceso natural--, pues siempre los había habido, aunque no con la maldad y la sangre fría de aquél último.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">III. El festín </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">(el día después)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">A la salida del comedor, fuera de la vista de las monjas, Fulgencio ajustaba cuentas con los internos porque la formación de filas no había sido la esperada, o el silencio en el comedor no era el deseado, o porque le venía en gana como escarmiento de no se sabe qué anómalo comportamiento; es igual: todo valía; castigando a todos en el aislado sótano, un nivel de suelo debajo del mismo comedor. Espacio semienterrado al que bajaban los penados con el terror reflejado en sus rostros un día tras otro durante el tiempo del tirano guardián. Los más antiguos recordaban la época en la que se habían acabado las obras de ampliación del orfanato --últimos años de la autarquía gobernante, con el subdesarrollo aún instalado en un país encorsetado en una férrea dictadura militar y el nacional-catolicismo--, las que propiciaron las primeras mejoras con la construcción de un cuerpo de edificación que unía los dos pabellones de chicos (menores y mayores), al que se adosaban como volúmenes independientes un gran salón de actos en el centro y dos alargadas estancias en los extremos para comedores, uno de los cuales --el de menores-- alojaba en sus entrañas aquel sótano, al principio un espacio de estancia y recreo en el invierno, y lugar de transición para llegar al patio de juegos cuando hacía buen tiempo; pero después...</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Ahora aquella construcción soterrada hacía tiempo que mostraba un solo lado --como el interior de un cofre cerrado--, el único lado posible que perciben los sentidos cuando se les encierran frecuentemente en el mismo sitio. Era como una envolvente continua que sitiaba la vida de los internos, los que llegaron a grabarla con todo tipo de detalles en sus jóvenes memorias; las que aún conservan, pasado el tiempo, la misma imagen con las medidas precisas de su rectángulo; las dimensiones exactas de los radios de los dos arcos en el muro que era soporte del cerramiento que se alzaba hasta la torre, y que habilitaba un recogido espacio, el único recoveco en el que poder guarecerse del intenso frío de la sierra que, en el invierno durante el recreo, se filtraba a través de los cristales rotos de la desajustada carpintería de madera de los ventanucos; la exagerada anchura de los pesados pilares que dividían en dos partes el alargado espacio de castigo --más infame el de la izquierda, mirando hacia los arcos--; la extraña conversión a una sola dimensión de los gruesos muros que cercaban la tierra, conteniéndola, aprisionando la vida de los chicos. Cuánto más los palpaban menos los entendían, pues éstos habían perdido su volumen --no tenían grosor-- a favor de una continua superficie de textura rígida, áspera y fría como la del suelo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Al sótano se llegaba por la angosta escalera que lo unía a la torre, traspasando la pequeña puerta que se cerraba con una pesada barra de hierro. El golpe metálico de la barra que trababa la puerta, cuando desde atrás la cerraba el lacayo del guardián, al atravesarla el último niño, sonaba como aldabonazo de salida a los peores presagios; y el otrora ámbito de ocio se volvía siniestro, un ámbito de sufrimiento, un ámbito que en aquellos instantes participaba de los poderes subterráneos: de la certidumbre trágica de lo conocido; de la irracionalidad de lo oculto, </span><span style="font-family: arial; font-size: medium;">de lo profundo del Averno: ¡¡¡Todos de rodillas con los brazos en cruz!!!, ¡¡vamos!!, ¡ya!</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Con la inocencia de la corta edad, al principio, los niños ignoraban que en aquel sitio enterrado pudieran existir soñadores de lo oculto que adoraban las tinieblas, y cuando al final descubrieron que entre las paredes del sótano reinaban seres abyectos ya era demasiado tarde. Para entonces la profundidad les fue mostrando, día tras día, aquel solo lado, el más perverso: la rígida piel de cemento que les aislaba del mundo, dimensión que percibían más claramente en el castigo colectivo, aunque aquel día fuera selectivo: sólo los apuntados en las listas, incluso en las que se perdían.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">No había piedad para nadie, ni siquiera para el Cojito, apreciando en sus carnes como sus rodillas se comprimían contra el duro suelo, sintiendo en ellas --especialmente en la derecha-- ese dolor lento y continuo propio del aplastamiento por la presión de su peso en esos dos puntos vulnerables, al poco rato enrojecidos por la inflamación; mientras, los brazos extendidos, rectos, aguantando el temblor de todo el cuerpo en tensión, pugnaban por mantener la horizontalidad, ignorando la ley de la gravedad en la amenaza de que la vara india que manejaba Fulgencio paseando entre las filas de niños arrodillados se grabara en sus manos al menor síntoma de desfallecimiento.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">A su vez, el Rubio se probaba a sí mismo en la resistencia que desarrolla un superviviente de edad temprana. ¿Qué esfuerzo sobrehumano, aparejado de insoportable dolor no se tiene que hacer para que un cuerpo impúber, sin la musculatura desarrollada, luche contra la ley general de la gravitación que empujaba indefectiblemente sus brazos hacia abajo, hasta caer vencidos por su propio peso hacia el centro de la tierra, sin que el sufrido Rubio declinara en esa desigual lucha, venciendo a las fuerzas electromagnéticas? Y en esta titánica batalla el joven cuerpo de éste se tensionó al máximo; se agudizaron sus sentidos; la mirada se le empezó a nublar en un torbellino de paredes blancas dando vueltas en su cabeza, a un soplo del desmayo, y en ese punto de confusión de los sentidos escuchó el cansancio y el dolor; olió el miedo; la saliva se le torno amarga; su piel enrojeció; y su mente enloqueció porque del lado de la tierra cavada los sueños se tornaban siempre pesadilla, y el drama era real.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Algunos como el Cojito fueron llegando primeros, inexorablemente, a ese temido momento de fatiga, al límite de su resistencia muscular, queriendo levantar los brazos más con la voluntad que con la razón que le dictaba su mente, y éstos fueron adquiriendo peligrosos ángulos que ya no enderezaban miedos, amenazas, ni incluso los golpes de la vara india en las indefensas manos pues el dolor de la q<span>uemazón en la carne por el impacto de la vara se difuminaba en el agotamiento general de huesos y músculos espoleados por el sufrimiento. Entonces a estos irredimibles se les apartaba al otro lado del sótano: a la derecha mirando a los arcos; a donde fue a parar arrastrando su pierna derecha el Cojito, a sufrir el siguiente castigo, pues la ignominia en la retorcida mente del guardián no tenía límites.</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Allí fue emparejado con el Rubio --a pesar de que éste había aguantado junto con algunos de otras parejas formadas-- por afinidad de amistad: los rendidos contra algún amigo, contra algún buen compañero...; y cuando ya Fulgencio juzgaba que había suficiente carne de espectáculo para escarmiento, les obligaba bajo violentas amenazas a que se abofetearan --pausadamente y por tandas-- individualmente entre ellos hasta el desfallecimiento de alguno o de ambos, rodeados del resto de internos a los que se les levantaba el penoso castigo con la obligación de animar y jalear tamaña violencia, concebida solo por una mente malvada. Aquellos forzados combates han sido una de las imágenes más perturbadoras con cuyos nefastos recuerdos han tenido que convivir durante toda su vida los chicos: momento cruel el de obligar con abuso de poder a alguien que no quiere ejercer fuerza contra otro que le une lazos de estimad, adquiriendo un grado más la perversidad que se ejercía en conjunto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Al Rubio y al Cojito pronto les llegó su turno después de observar con pavor la fiereza en el enfrentamiento obligado por Fulgencio en otras parejas, al igual que ahora ellos. El Cojito y el Rubio se miran frente a frente con dolor, pidiéndose perdón de antemano con sus miradas; repudian aquella perversa situación de la que no son responsables. Saben que la negación no es ni siquiera una opción, pues las consecuencias a su insumisión les reportaría a los dos los mismos o, quizás, mayores sufrimientos. Están muy separados y son violentamente acercados a empujones por los lacayos del guardián. Ninguno quiere comenzar, por lo que es el guardián el que incita primero al Rubio. Éste solo insinúa el golpe en la cara del Cojito, sin que su amigo se resintiera. El que sí se resintió fue el propio Rubio al recibir, sorpresivamente y sin solución de continuidad a su compasiva acción, una tremenda bofetada de Fulgencio: Esto para que sepas pegar..., empieza de nuevo, le dice. Ante tamaña amenaza el segundo golpe ha sonado fuerte en la mejilla izquierda del Cojito, que le lastima; aún así la respuesta de su compañero es de muy baja intensidad, por lo que casi sin darse cuenta da con su cuerpo en el suelo por efecto del descomunal puñetazo de Fulgencio: Lo mismo te digo a ti golpéale otra vez, le espeta. La cuarta bofetada le ha dolido al Rubio..., y la siguiente al Cojito..., y la de después al Rubio..., y las siguientes a los dos...; mientras en sus mentes y sus cuerpos, al compás de los bofetones, se desarrolla y acelera de forma instintiva una tremenda e imparable espiral de violencia; una vorágine de golpes al cual más irracional y más fuerte, espoleados por la rabia reflejada en los gestos desencajados de las caras de cada uno de ellos que ya ni la amistad puede parar, sin que ninguno de ellos pueda aventurar el final de la ignominia. Todo quedaba ya en manos del guardián hospiciano, que cual césar romano, después de una orgía de sinrazón cercada y jaleada por los atemorizados chicos, y tras observar abundante sangrado por la nariz del Cojito, les indultó; habían redimido sus culpas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">IV. La tarea-castigo</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">(cualquier día de intenso calor)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">El
cerrado espacio de castigo y tortura del sótano tenía un apéndice:
el patio contiguo al mismo. El sufrimiento de los internos iba y
venía en ambas direcciones. Eran los lugares ideales para todo tipo
de tropelías del guardián hospiciano, ya que ambos estaban
resguardados de miradas ajenas: de que trascendiera al exterior: los
gritos de impotencia de una injusta situación que nadie quería
remediar, las quejas hacia unas monjas desaparecidas frente a los
abusos de un tirano, el unánime clamor de que alguien parara todo
aquello..., sin respuesta; todo quedaba encerrado en el sótano,
también sellado dentro de un cofre en el patio, al que por tapa le
habían pintado un falso cielo, y de cuyos espacios nada trascendía:
acallados y silenciados nadie daría nunca cuenta de lo que allí
sucedía. Mientras en el sótano sus gruesos muros oprimían la
existencia de los internos, en el patio las tapias que lo cercaban
negaban esa existencia; invisibles, perdidos, desubicados andaban
errantes de un sitio a otro y vuelta de nuevo, desnortados sin
horizonte real pues se lo habían arrebatado sustituyéndolo por un
trampantojo de lienzo opaco de color indefinido en blanco sucio,
contra el que los penados estrellaban su torpe vuelo de iniciados, y
donde más tarde dejaron marcas visibles con la ira de sus fracasos:
su impotencia de poder revertir la libertad perdida y su indefensión
sin solución a </span><span face="Arial, sans-serif">semejante
execración. </span><span face="Arial, sans-serif">En ocasiones el castigo disfrazado de tarea se
trasladaba del sótano al patio de recreo --¡de recreo qué
ironía!-- al que se accedía desde el sótano a través de una
pequeña puerta al fondo, enfrente de los arcos. Y aquel día no fue
distinto a otros días de un verano de un tiempo infame: en
cualquier momento, sin atender a horarios de extremo calor, los
internos podían ser requeridos en formación para lo que a Fulgencio
le viniera en gana, sin razón ni causa justificada.</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">--Tienes
otra tabla para mí, le preguntaba el Cojito al Rubio con la misma
mirada suplicante con la que el Rubio sabía que el Cojito le
liberaba asiduamente de tener que comerse aquella bazofia de sopa, la
de ajos que nada más olerla le producía involuntarias arcadas
próximas al vómito. Los dos juntos, como siempre, erguidos sobre el
suelo terroso de un patio que reverberaba en las finas suelas de sus
sandalias de plástico el calor que había ido acumulando durante el
día bajo un sol ardiente, el mismo que ahora regía por encima de
sus cabezas, en una hora inusual para ninguna tarea, si acaso para
echar una reconfortante siesta de verano; hombro con hombro con los
demás chicos, alineados en una sola fila ocupando toda la anchura
del patio, y que el guardián hospiciano quería perfectamente recta,
sin que nadie se moviera hasta dar él la señal de comienzo pese al
aplastante sol que les picaba el cuero cabelludo; haciéndoles sudar,
además, como ríos desbordados, con todos los poros de sus pieles
alertas transpirando a marchas forzadas los líquidos y elementos
vitales –sobretodo agua y sales minerales-- de los que se
desprendían a raudales a fin de equilibrar la temperatura de sus
cuerpos; suplicantes todos de que aquello no se prolongara mucho,
ante el miedo a una posible deshidratación, sabedores de que
Fulgencio no iba a transigir en que se bebiera ni una gota de agua
hasta que no finalizara la tarea; y todo ello cuando aún no habían
comenzado lo que más que unos trabajos de limpieza era un penoso
castigo: limpiar el patio de tierra, liberándolo de piedras,
hierbajos resecos, cristales, palos, cartones, papeles, algunos muy
sucios, arrugados y con la tinta desgastada en las imágenes de los
héroes libertadores con nombres tan rimbombantes: Trueno, Jabato...,
y que habían devenido en desinterés, pisoteados y abandonados a la
vista de los sueños rotos de los chicos: no necesitaban héroes de
cómic, necesitaban los de carne y hueso que les liberasen de aquella
ignominia; en un ejercicio de rebanado total del suelo que pisaban,
hasta eliminar, incluso, los senderos de hormigas y todo los
insectos que lo poblaban; en fin cualquier resto que no fuera tierra,
dejando su superficie lisa sin que apenas se apreciaran las
irregularidades del suelo terroso. Para ello algunos chicos, los más
avispados, se habían aprovisionado de pequeñas
tablas a fin de auxiliarse en la limpieza arrastrando con ellas todo
lo que sobresalía de la tierra, y así no dejarse las uñas y la
piel de las manos en un suelo que no necesitaba ser barrido –extraña
operación de mantenimiento--, y a lo que indefectiblemente estaban
condenados el resto sin tablas, que no era ya el caso del Cojito pues
el Rubio le había cedido generosamente la suya sabedor de su
dificultad para cumplir con la tarea-castigo; ya tenía bastante con
poder mantenerse doblado largo tiempo.</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">La
solitaria fila formada en la parte más baja del patio, y a la señal
de comienzo, se fue moviendo hacia arriba, con ligero compás en el
inicio, intentando los próximos acompasarse en la acción sin dejar
bordes comprometedores entre ambos, moviéndose los chicos hacia
atrás, doblados sus cuerpos hacia delante sobrepasada la horizontal
del terreno --como segadores en un trigal--, permaneciendo obligados
en esa difícil postura todo el rato. Un terreno que en aquel momento
no les evocaba la diversión en los juegos de siempre, los únicos
juegos que se podían permitir en su condición de huérfanos y de
sus precarias condiciones, sabedores de que con la operación de
limpieza borrarían sus huellas: la del hoyo del juego de las canicas
que quedaría enterrado; desplazadas las dos piedras grandes en la
que apoyaban el palo pequeño del juego del boli, y las otras más
pequeñas desperdigadas por el suelo, testigos de las enconadas
batallas, a pedradas, en los juegos de guerra; ahora todas revueltas
en los montones de escombro que iban formando; y esas otras huellas
menos perceptibles, las de sus propias pisadas del corretear en el
último partido de fútbol, las de ahora moldeadas por el sufrimiento
que inmediatamente serían borradas, hasta confundirse todas ellas
entre los restos de la pequeña escombrera particular que
cada chico arrastraba muy pegados a sus pies sin descanso y que se
les iba acumulando delante de ellos al compás del ruido de arrastre;
sonido fuerte: ¡Rrrraaaassss!, ¡rrrraaaassss!, ¡rrrraaasssas!...
que marcaba el ritmo de la sufrida tarea en su progreso, ahora más
lento, y que apagaba el de las exclamaciones de
sufrimiento de los internos: ¡¡¡Uuuufff...!!!, como únicos
sonidos que ahora habitaban su mundo, como si éstos estuvieran
concentrados en aquellos metros cuadrados de patio, sin ninguna señal
del exterior, un imponente silencio que acrecentaba los propios de la
tarea y que acreditaba que en aquel universo estaban completamente
solos, desamparados bajo un sol agobiante; por eso en esos momentos
percibían el recinto como un patio de
suplicio, uno más de tantos: No importa podemos con esto y con todo
lo que nos echen, pensaba el Rubio, animando a sus compañeros, con
la cara casi irreconocible cubierta de un polvo fino que se adhería
molesto al sudor de su rostro llenándolo de churretes, y que tanta
gracia le hacía cuando, en aquella infernal postura, los señalaba
en la cara de color marrón del Cojito, el que solo esbozaba una
ligera sonrisa forzada sobrepuesta al cansancio, y como no en sus
burlas hacia los demás, reflejando en ellos su propia suciedad sin
que las manchas del castigo irracional minaran su ánimo a pesar de
las alarmantes voces: ¡¡Más deprisa!!, ¡¡más deprisa!!...,
gritaban los secuaces en tono tosco y bravucón, alineados delante de
los chicos, observando con atención cualquier gesto reprobable –
pararse, levantarse, desfallecer...--con el que recriminarles antes de
ser anotados sus nombres en las temidas listas.</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Polvareda
que dibujaba en el no paisaje una linea irrespirable en la que se
ahogaban los chicos por momentos con continuas toses, y que se movía,
cerca del ecuador del patio, con un ritmo más lento y dificultoso.
Mitad del recorrido. Peligrosa línea que marcaba un riguroso
control: ¡¡¡Aaaaltoooo!!!, se oyó clara y fuerte la voz del
guardián hospiciano que dirigía la operación sentado a la sombra
que proyectaba el edificio sobre la única zona ajardinada al
noreste, y por tanto más fresca: ¡Alto!, ¡alto!, ¡alto!..., se
oyeron repetidos los gritos de los secuaces, vociferando a aquellos
que por la inercia del trabajo seguían raspando el terreno: ¡¡¡Todos
en pié!! Circunstancia providencial que aprovecharon los chicos para
aliviar sus doloridos músculos, recomponer la figura en su dignidad,
sincronizar su mente con el: no nos doblaran a pesar de los continuos
intentos, a pesar de no llevarse a sus labios una sola gota de agua
por la que en aquellos instantes suspiraban deseosos: mojarse los
labios simplemente; para tomar fuerzas de donde no las había a fin
de afrontar con cierta aceptación --y no con la infame resignación--
el reto de la sinrazón y que sus mentes no se perdieran en una
espiral de locura mirando hacia atrás; comprobando visualmente la
distancia hasta el final del recorrido, congraciándose con ella en
su reserva de energías. Distancia que se duplicó en el caso del
Cojito y unos cuantos más que tras minuciosa inspección del
terreno por parte de los lacayos del guardián fueron obligados a
retroceder al punto de partida: Todos vosotros quedáis apuntados en
la lista de castigo. Amenaza que había que tomarla muy en serio,
cuyo ejecución quedaba al arbitrio de Fulgencio al que entregaron la
penosa lista. Ya decidiría más adelante. Se apenó mucho el Rubio
cuando en un giro del Cojito, éste le miró desde la distancia, como
excusándose.</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Cuando
se reanudaron los trabajos las manos del Rubio eran como las aspas de
una máquina: giraban veloces limpiando su parte y lo que podía del
hueco dejado por su amigo a fin de aliviarle en la limpieza de su
zona. Con aquel ímpetu removía más polvo, y ya no era sólo su
cara de barro que se había saturado de finas partículas de polvo y
ya no admitía más, ahora también su torso desnudo le iba a la zaga
en el color de su rostro, agradeciendo no estar al otro extremo de
su ubicación, a la vista del color negro –como carboneros-- que
presentaban los rostros de sus compañeros de fatigas tras raspar lo
que era una suave depresión del terreno que siempre, aunque no
sabían bien los motivos, la habían conocido del color del carbón.
Según contaban los más veteranos aquel suave hundimiento no muy
profundo pero extenso, y durante la construcción de la edificación
que se alzaba sobre el sótano, era el lugar donde los obreros hacían
las fogatas en invierno para calentarse con las maderas inservibles
de la obra, adquiriendo tal magnitud aquellos continuos fuegos que
quemaron la tierra en tal proporción que ni los barridos de las
aguas de lluvia, ni el desgaste de los poros superficiales del
terreno en los interminables juegos, ni el decapado al que ahora le
sometían los chicos conseguía que el sitio se desprendiera de su
pátina negra, pues debajo aparecía otra aún más oscura como lo
era el reflejo en las caras de los chaveas en aquellos instantes;
descubriendo en cada estrato que salía a la superficie restos de
alambres y puntillas quemadas pero aún servibles y que
indefectiblemente acababan engrosando el bolsillo del pantalón del
Rubio.</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Extraño
desnivel del suelo. Para los internos un accidente más de aquel
terreno cercado que, a fuerza de revivirlo y padecerlo a ras de
tierra durante un tiempo de supervivencia eterno, habían grabado en
la memoria, de forma inconsciente y con todo lujo de detalles, su
completa planimetría. Conocían cada rincón en el encuentro de las
tapias, sus huellas: los agujeros en el tapial que habían facilitado
mucho tiempo atrás la última escapada masiva de chicos que les
recordaba continuamente que después hubo severos castigos; cada
recoveco en las esquinas con sus característicos y particulares
sonidos: los del viento, producidos por torbellinos de aire y polvo
que barrían con remolinos hacia el exterior, de forma natural, el
terreno en las horas de la tarde sureña durante el estío; los
límites con los huertos –ahora abandonados-- adosados a las tapias
en la zona este; los lugares donde mejor protegerse del sol en el
verano que se proyectaba en un espeso jardín; y la óptima de
soleamiento en el invierno invadiendo y consolidando un par de
parterres de una raquítica zona verde donde ensancharon la acera en
un improvisado solario para disfrutar y agradecer el suave calor del
sol, a fin de aliviar algo el riguroso frío; el desnivel en diagonal
desde su parte más baja que en las lluvias torrenciales quedaba
inundada, y sitio de formación de la fila al principio, hasta grabar
mentalmente con solo un golpe de vista la longitud exacta, medida en
zancadas, que separaba la cota más baja de su parte más alta donde
se suponía acababa la tarea-castigo, en un profundo hoyo --otro de
los misterios sin destapar: al parecer, según contaban, hizo de
gravera para surtir de arena algunos trabajos de construcción de la
edificación-- que ahora era un extraño y hondo pedregal relleno de
muy variados tipos y tamaños de piedras sin llegar éstas a cubrir
el profundo agujero, donde al amparo de sus huecos habitaban un
universo de insectos y otras especies animales: ciempiés,
escarabajos, lagartijas..., depósito de munición para futuras
batallas, y escombrera que recogería todos los restos que en esos
momentos arrastraban penosamente los chiquillos y que se alargaba
adosado a un frente completo de tapia que discurría desde la entrada
a los vestuarios del salón de actos hasta el quiebro del tapial con
las huellas de la fallida aventura hacia la libertad.</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Aquel
frente de tapia del final del patio, en la zona sur, mostraba en su
piel salpicadas heridas, brechas dispersas que, casualmente,
coincidían en altura con las de los brazos de los internos, quedando
expuestas para la posteridad sus vísceras arenosas, su profundidad
de muro carcelario, su implacable cerco a existencias tan tiernas y
dóciles, por mor de la furia de los golpes con grandes piedras
contra el tapial en desahogo de los infantes por el desencanto de
una condena que no merecían, señalizando boquetes donde la pared
sangró abundante arena, y que los chicos confundieron en su delirio
emulado del pueblo oprimido de afamada película que habían visto;
jaleados y espoleados en exaltación por un falso profeta que,
creyéndose Moisés, les anuló la razón, haciéndoles ver en el
vulgar muro un sorprendente hallazgo, algo sublime: nada más ni nada
menos que los famosos graneros de Egipto, de los que hablara la
Biblia: ¡Golpear fuerte!, ¡no dejéis granero sin abrir! les
conminaba con virulencia al tiempo que brotaba abundante arenilla
sobre los elegidos por el falso profeta para juego tan peligroso,
mientras vociferaban al tiempo que continuaban golpeando con saña:
¡¡¡Es el grano!!!, ¡¡¡es el trigo!!!...; y para cuando se acabó
aquella locura de faraones y esclavos, lo que tal vez quedó
escenificado no era tanto el episodio de la historia sagrada en
cinemascope sino la necesidad vital de creer posible que podían
tirar una dura barrera que les ahogaba; y al final en el entreacto
de la vuelta a la razón obligada sólo quedó un lienzo de encalado
sucio, mutilado pero no derribado con las señales evidentes para
siempre de sus propias frustraciones, y los castigos que le
sucedieron aunque éstos ya habían quedado atrás; no así las
huellas de la indignación. Estela de cicatrices todavía abiertas y
que recorría longitudinalmente el socavón a medio rellenar –nunca
había piedras suficientes que lo cubriera-- hacia donde ahora
convergían los enconados esfuerzos de los chicos en el arrastre de
sus montones cada vez más pesados, de ahí que el ritmo de avance en
el final se hubiera ralentizado por la cantidad de escombro acumulada
a pesar de las voces y gritos en las amenazas de los lacayos del
guardián: ¡¡ El que se quede atrás ahora, quedará apuntado en la
lista de castigo, así que ojo!!</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Estaban
acostumbrados a que su limite de rotura no fuera el de cualquier
chaval de su edad, como si estuvieran hechos de un material muy duro,
por ello aunque el avance fuera ahora algo torpe estaban decididos a
conseguir el objetivo exigido. En un último esfuerzo sobrehumano se
plantaron al borde de la hondonada de piedras a donde desbordaron con
euforia contenida todo el material de arrastre acumulado, sin reparar
en las señales del muro al que daban la espalda: las llagas sin
curar de frustraciones ya lejanas, pues erguidos definitivamente se
preocupaban más de sus propias heridas algunas sangrantes,
examinándose detenidamente las manos a la altura de su ruidosa
respiración, prestando más atención a las rajaduras y cortes en
los dedos que al ritmo acelerado de sus resuellos en las necesarias
bocanadas de aire, imprescindibles para que los latidos desbocados de
sus corazones se fueran poco a poco, y liberados ya del ímprobo
esfuerzo, normalizando; en una tregua de extraña satisfacción,
cansados y aturdidos ante lo que contemplaban delante de sus ojos: un
terreno nuevo, renovado, como si el profundo desbrozado de su capa
superficial hubiera pasado página y anulado de un plumazo los
sucesos vividos desde la última jornada de limpieza, como si
despertaran de un mal sueño, en la esperanza de que las próximas
hojas a escribir sobre el nuevo suelo, los próximos acontecimientos
les trajeran mejores nuevas; aletargados por el cansancio muscular a
la espera de que el guardián hospiciano les perdonara como siempre
-- una vez más cual prócer romano-- la vida: ¡¡¡Rompan filas!!!,
grito cuartelario que provocó una carrera en estampida de los
internos: clamor de voces liberadoras, empujones, codazos,
zancadillas, caídas... en brutal competencia entre ellos para llegar
primero, en un largo recorrido, al pilarito de agua adosado a las
letrinas, junto al jardín, donde un hilillo de agua brotaba de un
delgado caño sin descanso, en un fluir eterno del liquido vital que
no entendía de horarios, ni de fechas, ni de tiempos, ni de
generaciones, y que al igual que surtía se iba con la misma
celeridad: Agua que no has de beber, déjala correr; bueno ésto
último siempre que la sed extrema, como era ahora el caso de los
chicos, no les apremiara a beber hasta la última gota sin derramar
que sus cuerpos abrasados les exigían: ¡¡Eh chupón, que ya has
bebido mucho!!, se recriminaban unos a otros, arremolinados en el
ángulo del rincón del pilar, como un altar al que habían acudido
en masa en busca de tan preciado elemento por el que peleaban
arduamente y al que ahora adoraban, su dios, sin atender ni
apercibirse que en la avidez de la sed estaban sorbiendo el polvo de
sus caras, sin preocuparles en la urgencia de la hidratación limpiar
las heridas como las que le descubrió con alarma el Cojito en los
dedos de su amigo Rubio, ante la pasividad de éste: Me habré
cortado con algún cristalito, le decía quitándole importancia a
las magulladuras en la piel de sus manos. El Rubio le había esperado
largo rato sin moverse de su sitio animándole a terminar la tarea,
aunque la consecución del propósito fuera para el Cojito un futuro
e incierto castigo que además de temida incertidumbre le producía
en su interior una inmensa rabia, resignada, porque allí y en aquel
tiempo la ira, el enojo y la cólera personal se manifestaba de
puertas para adentro nunca para afuera, preguntándose sin obtener
respuesta: porqué siempre le tocaba a él.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">V. La caza humana</p><div><span style="font-family: arial; font-size: medium;">(seis meses antes del final)</span></div><div><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div>Pero
no era siempre el Cojito o el Rubio, cualquiera del más de centenar
de niños –próximo a los doscientos-- podían ser objeto de las
tropelías de Fulgencio, de su cada vez más sofisticada maldad: de
la caza del pajarito a la caza humana. En el patio la tarde alargaba,
acercándose al punto álgido del verano, uno más de aquella época
de tiranía. La frondosa morera que presidía el jardín era un
imponente clamor de guacharros –crías de pajaritos-- de gorriones
reclamando el alimento a sus progenitores; no se les veía;
agazapados entre el denso follaje de las grandes hojas del árbol
sólo se les oía piar y piar con fuerza y sin descanso en sus nidos:
el botín de caza no se distinguía a simple vista pero se intuía su
localización; por el ruido debían de ser muchos pajaritos; no podía
fallar, alguno caería al disparo del gomero --tirachinas-- de
Fulgencio. El guardián hospiciano se vanagloriaba de tener la mejor
colección, si no la única, de gomeros aunque para ello tuviera que
requisar los más excelentes que elaboraran los internos: Este me lo
quedo yo, expropiado con resignación de su propietario el Pupas que
había fabricado el tirachinas más sofisticado, una verdadera arma
mortífera: perfecta horquilla de palo de rama de morera,
suficientemente dura, con grueso empuñamiento que afianzaba la
sujeción del instrumento a fin de no errar en el tiro, dos gomas
anchas y de gran elasticidad que imprimían en la tensión una gran
potencia y largo alcance de la piedra que servía de munición y que
se alojaba a la perfección en su disparadero de cuero; para ello los
secuaces del guardián las elegían con atención y detenimiento en
el pedregal, todas de la misma dimensión, redondas, sin cantos, y
que ahora Fulgencio lanzaba a ciegas, probando su mortal arma,
contra el majestuoso ejemplar de morera: Dame otra piedra, ¡venga
rápido!, les apremiaba el guardián hospiciano a sus secuaces. A
cada intento fallido, señalizado por la agitación de algunos de los
pájaros que escapaban remontando el vuelo, el inicial temple de
cazador se fue transmutando en furia de engreído, al comprobar como
sus lacayos, apostados debajo del árbol cual sabuesos, no conseguían
llevarle ninguna pieza del festín imaginado, haciéndose entre ellos
una competencia brutal en ser los primeros en agradar al déspota, a
fin de conseguir el favor de éste; aprendiendo maneras para
postularse, quizás, a sucederle algún día. Aunque esta vez eran
ellos los que sufrían las iras de su amado líder: Idiotas, ¡qué
mierda de piedras me estáis dando!, ¡vais a pagar esto!</div>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">En
aquel estado de furia desmedida, uno de los secuaces del guardián
intuyendo peligrar su privilegiado puesto llamó la atención de su
jefe, señalando a larga distancia de donde se ubicaban, junto a la
tapia de los huertos abandonados, otras posibles y más apetitosas
piezas de caza: tres chicos de carne y hueso --Alejandro, Emilio y
Habichuela--; posibles presas que para regocijo del guardián estaban
solos y además sin posibilidad de escape en vuelo a las alturas, lo
que espoleó inmediatamente su retorcida imaginación: ¿Qué hacen
esos allí, quienes son? preguntaba a sus sicarios mientras cargaba
su potente arma, y sin dar opción a que le contestaran disparó con
su super-gomero hacia los tres chicos alcanzando en el muslo a
Alejandro que tras el impacto de la piedra en su carne profirió un
alarido de dolor: ¡¡¡Aaaahhh!!! al tiempo que se palpaba la zona,
mientras oían alarmados el regocijo en los gritos a lo lejos de los
concentrados alrededor de Fulgencio ¡Le has dado!, ¡le has
dado!...¡callad y dadme otra piedra, rápido!. Los siguientes
disparos sonaron secos y broncos contra la tapia ante la alerta ya de
los tres chicos: ¿Qué es esto?, ¿quién nos está lanzando
piedras?, ¿y porqué? se preguntaban mentalmente mientras se
cobijaban en una espuerta de dura goma de grandes dimensiones con la
que momentos antes jugaban a fabricarse un refugio adosado a la
tapia, aprendiendo a probarse a ellos mismos: su resistencia a un sol
opresivo guarecidos dentro de aquel caparazón de goma, ahora
providencial ante el ataque con piedras ¿pero de quién?: Es
Fulgencio, dijo Emilio sacando un poco la cabeza del parapeto y
escondiéndola inmediatamente por prevención a recibir una pedrada,
al igual que los otros, en lo que parecía el caparazón de una
tortuga. Al principio creyeron que aquello era una bravuconada de
corta duración, o eso era lo que deseaban, pero inmediatamente
admitieron que tratándose de Fulgencio se equivocaban, que la hiena
reclamaría sus piezas de la cacería.</p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">El
primer disparo en la goma sonó muy fuerte y secó, desplazando hacia
sus cuerpos parte de la base de la espuerta, sintiendo muy próxima
la fuerza de la piedra y con ella el temor de que aquel escudo no
fuera lo suficientemente rígido. Dentro del provisional refugio,
apretados, empezaron a sentir el calor y la falta de aire en tan
reducido espacio, que les hacía sudar de manera muy visible sin
saber bien si por la inercia térmica que reverberaba ardiente en
toda la superficie de goma o por sus propios miedos hacia lo
desconocido, a no saber en que acabaría todo aquello, posiblemente
descalabrados sin que nadie les fuera a auxiliar, ni nadie lo
remediara. Al segundo disparo fuerte en la goma le acompañaron un
aluvión de impactos –al ataque se habían incorporado los sicarios
con más gomeros por orden del guardián-- con menos fuerza pero
igual de agresivos, que hicieron que la espuerta temblara toda ella,
contribuyendo a aumentar el desasosiego de los tres chicos, en
especial de Alejandro que empezaba a notar un intenso dolor
persistente por la quemazón del golpe en su muslo, agradeciendo
todos el escudo improvisado que repelía por rebote las piedras
lanzadas; que oportuno el haber tenido cerca la espuerta ¿cómo
había llegado allí aquel extraño objeto, en un recinto donde solo
había tierra, aire, piedras y algunas plantas?, ¿de dónde
procedía?, ¿porqué había sido desechada para el uso que ellos si
sabían?, cuestiones existenciales del objeto que a buen seguro ni
siquiera se les pasaba por la mente en situación tan comprometida,
sólo preocupados y atareados en la prioridad de fundirse con la piel
de goma, su única aliada. Difícil empeño a razón del aluvión de
piedras, las más duras del guardián hospiciano, las también
desequilibrantes de los lacayos del guardián e incluso las que por
contagio lanzaban con el brazo los demás chicos congregados por
temor al sátrapa, y a los que llegaba el sonido de su culpabilidad
que percibían como ruido de precipitada lluvia de pedrisco sobre una
bóveda de goma, y que amplificaba en el interior todo: el miedo, la
intranquilidad, la inquietud y aquel insoportable calor.</p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">Como
les faltaba el aire tuvieron que erguirse agarrando la espuerta con
firmeza, como si en ello les fuera la vida, por el único asa que
tenía; ¡ah!, quizás aquella anomalía fuera la razón del porqué
ahora disponían de un seguro refugio, lo suficientemente amplio para
protegerse los tres de cuerpo entero; sabían que sus dimensiones
obedecían a su uso: llevar toda la ropa sucia de los internos al
lavadero; ropa de más de un centenar de niños necesitaba un gran
contenedor, pero que quedaba inutilizado al faltarle un asa; única
sujeción a la que se aferraban apretándola fuertemente con las
manos Emilio y Habichuela –Alejandro doblado sobre la pierna solo
se cobijaba-- .Una vez erguidos ofrecían más fácil diana a los
perversos propósitos del guardián hospiciano, sus lacayos y demás
ralea. Pero no sólo eran una diana mayor y más visible sino que su
inmovilidad comprometía seriamente la integridad física de los
tres. Lo entendieron rápidamente con esa picardía adquirida
progresivamente en su difícil navegar diario asido a la eterna tabla
de supervivencia: tenían que moverse, empezar a caminar para a
continuación iniciar una marcha rápida hacía el lugar de donde
procedían las agresiones --que mentalmente tenían localizadas--
para acortar distancias de disparo y así neutralizarlos sin exponer
ninguna parte de su cuerpo a las pedradas; y así lo hicieron
guiándose protegidos y orientados con la vista continuamente en el
terreno que transitaban, el que conocían al dedillo, primero dejando
atrás la línea de los huertos abandonados, después adentrándose
en las zonas de los juegos, en aquellos peligrosos momentos tan
solitaria que solo jugaban ellos obligados a su propia cacería, y
entonces fue cuando la desigual batalla adquirió todo su fragor que
hizo peligrar el mantenerse los tres a cubierto dentro del
improvisado refugio.</p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">Ahora
era como si un batallón de tiradores les atacara por todos los
flancos excepto atrás: el muy abierto del frente y los más
escondidos de los laterales, afortunadamente cubiertos por la forma
curva de la espuerta, la que se agitaba, temblaba, convulsionaba en
todas direcciones, vibrando con ensordecedor ruido en cada uno de los
numerosos y repetidos impactos de las piedras mientras ellos se
movían lo más veloz posible –Alejandro les seguía cojeando
haciendo un esfuerzo supremo para no quedarse atrás-- hacia el muro
ciego del sótano donde el guardián hospiciano había montado la
logística de una guerra de la que, como otra más de las iniquidades
de Fulgencio, eran meros sufridores; en ese empeño de sobrevivir a
la lapidación, en su carrera al principio solo oían sus propios
sonidos: los jadeos de sus aceleradas respiraciones con el pulso
desbocado más por el miedo al descalabramiento que por el esfuerzo
físico, el ruido del roce de sus pisadas, el que percibían muy
fuerte, sobre el terreno familiar que visionaban con la seguridad de
estar cerca de su objetivo en cuanto alcanzaron la hondonada de
color oscuro, y fue en ese momento cuando el
Habichuela lanzó un grito de dolor soltando el asa de la espuerta
que ahora sujetaba solo Emilio: una piedra le había alcanzado de
pleno en la mano que asía firmemente el oportuno escudo, el que en
el estrépito de los disparos cortos, ya casi en el final, a punto de
juntarse con los agresores, se bamboleaba de un lado a otro con
claros bandazos como preocupantes señales de que en cualquier
momento les pudieran arrebatar su protección y se volvieran
trágicamente dianas humanas; había que aguantar como fuera
sobretodo ahora que el estruendo del chaparrón de impactos no era
suficiente para amortiguar los bramidos y algarabía de la barahúnda
de lacayos y demás que les acreditaba que estaban cerca, muy cerca
cuando abalanzaron sobre el grupo agresor el escudo que les había
protegido con un fuerte olor a requemado de goma que percibieron los
agresores a poca distancia de sus narices, neutralizando así toda
acción de lanzamiento de piedras, derrumbándose los tres, a renglón
seguido, sobre la acera apoyando las espaldas en el muro,
cansados, agotados y doloridos: Alejandro imponiendo su mano sobre
incipiente hematoma de su pierna por ver si le aliviaba, el
Habichuela lamiéndose la sangre de la herida de la mano, y Emilio
desfallecido por el esfuerzo como si hubiera estado con los brazos en
cruz toda una jornada de castigo, y todo ello ante la desafiante
mirada de Fulgencio que gomero en mano lo tensaba en la amenaza de
rematarlos con la piedra del descabello, con la ira del fracaso
reflejada en su mirada y en su rostro, la que, para bálsamo de los
tres, en un giro inesperado con un cambio de actitud proyectaba ahora
contra los lacayos, culpabilizándoles de su propio fracaso: A
vosotros si que os voy a lisiar de una pedrada, tensando tanto el
instrumento amenazante que rompió una de las gomas la que en su
efecto de recuperación le infirió una punzante sacudida en la mano
de la que se quejó de dolor y que aumentó su enojo: Vaya mierda de
tirachinas, ¡¡vais a pagar esto!!, arrojando el gomero al suelo y
ordenando formación a pleno sol, incluidos los lacayos, para
resarcirse en su represalia. Durante el inexplicable castigo y a su
antojo fue liberando uno a uno a los internos dejando al final bajo
el implacable sol a los tres chicos de la espuerta y al grupo de
sicarios, los primeros por ser lo contrario de lo que él
representaba: eran valientes, imaginativos, resistentes y en todo
punto grandes supervivientes y los otros por que en su paranoia de
los días finales de su gobierno, y en cada acción de estos que le
contrariaba, imaginaba ciertas tretas para socavar su poder, un poder
que había ido in crescendo con el paso del tiempo, habiendo llegado
a un punto malsano de goce que anheló y deseó fervientemente desde
el primer momento: la perversa satisfacción de llegar a dominar, a
humillar, a sentir el miedo de los demás en la súplica por el
perdón de unos castigos que no merecían, como era ahora aquél. Los
tuvo formados hasta que sintió en sus gestos la incomodidad que les
producía un sol crudo sobre sus cabezas, desistiendo de seguir con
el castigo cuando estimó que sus seseras se habían reblandecido lo
suficiente, estando ya próximos a la insolación. Ya eran libres hasta la próxima vez que nunca tardaba en llegar, sin descanso, con pocas jornadas de diferencia en los días de todos los meses de los infames años de la tiranía del guardián. Sólo un atisbo de esperanza en el tiempo: el día en que Fulgencio por edad, debiera de pasar obligatoriamente al pabellón de mayores. Y aquella deseada fecha llegó.</p></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">VI. El cobarde guardián</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">(el final, dos años y medio después)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><span face="Arial, sans-serif">En
los tiempos de mudanza al guardián hospiciano se le notaba nervioso y muy
preocupado. Hizo de manera inmediata dejación de sus funciones de vigilante y carcelero, sin extrañeza de las propias monjas. Sabían éstas que
en pocos días aquél ingresaría en el pabellón de mayores y ahora
su baza para mantener el orden pasaba por la invisibilidad de
Fulgencio --lo daban ya por amortizado--, en la urgencia de buscar un
nuevo guardián servil y abyecto. Le habían abandonado las monjas y sus propios secuaces. Es lo que le suele suceder a los sátrapas cuando le despojan del poder. Debido a estas circunstancias el
todavía guardián fue poseído de gran nerviosismo afectándole a su
sistema digestivo, apoderándose de él Eolo, dios
griego de los vientos, pero no de los conocidos como climatológicos,
sino esos otros más ocultos: los escatológicos, con continuos
accesos de flatos, eruptos y apestosas ventosidades, que empezó a no
poder controlar cada vez que imaginaba su inminente nueva situación:
pronto se vería de lleno, en un ambiente hostil y desprovisto de
cualquier protección de las monjas, con los hermanos mayores, y los amigos y compañeros de éstos, de los chicos a los que había violentado con
saña repetidamente, </span><span>durante tanto tiempo.</span><span> </span><span face="Arial, sans-serif"> Sabía que se la tenían juramentada desde aquel
día cuando varios de ellos, de paso por el
sótano para acceder, por el patio, a los vestuarios del salón de
actos, hicieron de improviso dos escabrosos descubrimientos: filas de
niños hincados de rodillas con los brazos en cruz y con signos de
sufrimiento, y quién era el culpable de castigo tan inhumano, el que
quedó sentenciado desde aquel momento: Ya ajustaremos cuentas cuando
pases a nuestro pabellón, decían mientras apremiaban a los chicos a
levantar tan inhumano castigo, a los que se les hizo eterno ese
tiempo de premonición, el que desgraciadamente hubo
que esperar y padecer hasta que llegó el gran día: el del ingreso
del guardián en el pabellón de chicos mayores, que los internos saludaron y festejaron con gran alegría, derribando el palo central y rasgando las viejas sábanas que hacían de incipiente carpa en su último despropósito: montar un circo en el centro del patio, una constante de todos los tiempos: la usual conducta megalómana de cualquier tirano, y Fulgencio era uno de ellos: trascender en el tiempo con una desmesurada obra de la que se hablaría en el futuro para perpetuar su memoria; </span></span><span style="font-family: arial; font-size: medium;">pero no nos desviemos de la euforia de los chicos echando por los suelos y pateando los despojos de la pesadilla con la que habían vivido tanto tiempo, y la que aún padecerían, sobrevenida en sueños, alguno más. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Y
cuando llegó ese día, y la buena nueva para tantos, a Fulgencio, ya en su novedoso destino, exacerbado su miedo,
se le agudizaron sus problemas gastrointestinales y de las cóleras
gaseosas de días anteriores pasó a las deposiciones urgentes de
heces líquidas, acompañadas de ácidas y agrias bilis, con un olor
nauseabundo, las que seguramente había ido acumulando en sus
entrañas durante todos aquellos años de ignominia de los chaveas,
abriéndosele definitivamente el esfínter anal, sin que la válvula
tuviera en un breve período de tiempo posibilidad de cerrarse, dando paso a
una continua y descomunal diarrea que le tenía en guardia junto a
los aseos del pabellón, donde era escarnio de sus
compañeros que lo tildaban de cagón, de tal suerte que le apodaron
el Diarreas, suceso que trascendió con gran alborozo a los
sufrientes niños menores. Debido a ello se le destinó en exclusiva
y por tiempo indefinido a la limpieza a fondo de los retretes, limpiando la mierda de todos, sufriendo el acoso constante en las amenazas repetidas del chico mayor encargado de la vigilancia de las tareas: Esto no está bien limpio, comienza de nuevo o vas a hacer toda la limpieza del pabellón. Sufría, asimismo, zancadillas y empujones en la formación de filas, sin que protestara ni respondiera a ellas, e incluso un puñetazo, en una ocasión, de uno de los hermanos mayores agraviados, cuando no respondió a su reto de enfrentarse a él en igualdad de medios, solamente con los puños, reto que cobardemente rehusó pero que no le evitó recibir el certero golpe en la cara acabando tirado en el suelo. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Circunstancias todas ellas que puso en conocimiento de su madre, en los siguientes domingos de visita de familiares que siguieron a su ingreso en el pabellón, de las que se encargó de transmitir al celador-encargado del pabellón, un antiguo militar chusquero, zafio y violento --andaba siempre con la ancha correa de gruesa piel a mano-- dispuesto a meter en vereda a aquellos levantiscos desheredados, el que ante las protestas de la madre, y sin querer dar ningún tipo de explicaciones, sentenció a voces: </span><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Es el más guarro de todo el pabellón, y se acabó, lo mejor es que lo saque usted de aquí, antes de que sus males se le agraven. No fue semejante consejo el que espoleara la decisión de la madre de Fulgencio de sacarlo del orfanato, sino las continuas súplicas ahogadas en llantos de su hijo para que lo sacara de allí ya que no conseguía conciliar el sueño muchas noches; a su vez las continuas tormentas intestinales le impedían comer con normalidad habiendo adelgazado bastante; agudizándose en su rostro su eterno color pajizo, adquiriendo su cara, ahora, un tono raro: entre verdoso-blancuzco, y que alarmó a su madre ante la reiteración de Fulgencio de que se lo llevara a la mayor brevedad de aquel lugar; lo que hizo la madre definitivamente para alegría de muchos por no verle más y cabreo de otros tantos por privarles de no seguir molestándole. Su estancia en el pabellón de mayores fue breve. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">El que se pavoneó de valiente guardián tanto tiempo no pudo aguantar una infinitésima parte de presión de sus propios compañeros: se acabó para siempre el castigo infame de rodillas con las manos extendidas a la espera del golpe con la vara india, el del perverso abofeteamiento entre amigos y compañeros; las sufridas y maratonianas jornadas a pleno sol, en una sola fila alineada limpiando de piedras con las manos el patio terroso; el servir de diana humana para satisfacer el siniestro capricho de tomar a los chicos, a discreción, como ave de presa para dispararles una piedra desde lejos con un tirachinas; y aquellos otros forzados a ser equilibristas, andando con las manos cabeza boca abajo para ser exhibidos en su megalómano proyecto de circo, porque el siguiente guardián que había sufrido los desmanes violentos de Fulgencio fue infinitamente más benevolente: se terminó esa obsesión por el silencio, ya no hubo redes de secuaces delatores, en las formaciones de filas se respiraba una sensación de alivio, se relajaron las estrictas normas... Los chicos no tuvieron más noticias del cesado guardián hospiciano salvo la de que ahora era el chivato del matón de placeta donde vivía en las casas baratas de un barrio periférico de la ciudad. El que n</span><span style="font-family: arial; font-size: medium;">ace cobarde, se mantiene cobarde toda su vida. Adiós por siempre Diarreas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">FranciscoMolinaGómez</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">(Y en aquellos rostros tensionados por el dolor me veo a mí y a muchos de mis compañeros: los que ocupamos en la foto las tres primeras filas por abajo y otros que se incorporaron más tarde. Cómo nos alegramos todos de que aquel individuo desapareciera de nuestras vidas, aunque no pudimos evitar que lo fuera de nuestros recuerdos. Él y otros como él creyeron que aquella infamia, con mayúsculas, que nunca traspasó los muros del sótano quedaría enterrada y olvidada con el paso del tiempo entre las tapias del recinto del orfanato. Obviamente no creían en la libertad del ser humano. Tampoco podían ni siquiera imaginar que algún día existiera esta espacio global de difusión casi ilimitado que es Internet.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;">Si bien no es humano estigmatizar de por vida a estas personas, si es conveniente y necesario desenmascararles --señalándoles en la foto-- y ponerlas en algún momento de su existencia frente a sus actos y decisiones, y que asuman la parte de su responsabilidad --otra parte la tuvieron las religiosas que lo consintieron y ampararon--, y por consiguiente de la culpabilidad derivada de sus perversos actos, de los que, a buen seguro, con el discurrir de los años, habrá habido momentos de reflexión que les haya traído a su ánimo un sincero arrepentimiento para congraciarse con sus semejantes a los que vejaron durante mucho tiempo, y sobre todo con ellos mismo a fin de obtener cierto sosiego y paz en sus vidas. Es lo que noblemente, y a pesar de lo sufrido, les deseo). </span><span style="font-family: arial; font-size: large;"> </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"> </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial; font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div>pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-74742482147682696352021-01-27T03:18:00.085-08:002021-03-07T17:38:28.529-08:00EL ANSIADO GOCE DEL CARIÑO<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU1CWTyVZ92WRVnv4fbYrjRjcu9xZdaIIsR5rad5mpgmF5K9H3JWzuUsV9rSF4i9cguM1i7i9RK7Tp6XmjL9FLcHDsem9DSul9UZgYFarCLY6ARCcoMXsBaJ4wMfz7KpCafG0iI2P8DCY/s2048/Foto1+%25281%2529.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU1CWTyVZ92WRVnv4fbYrjRjcu9xZdaIIsR5rad5mpgmF5K9H3JWzuUsV9rSF4i9cguM1i7i9RK7Tp6XmjL9FLcHDsem9DSul9UZgYFarCLY6ARCcoMXsBaJ4wMfz7KpCafG0iI2P8DCY/s2048/Foto1+%25281%2529.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU1CWTyVZ92WRVnv4fbYrjRjcu9xZdaIIsR5rad5mpgmF5K9H3JWzuUsV9rSF4i9cguM1i7i9RK7Tp6XmjL9FLcHDsem9DSul9UZgYFarCLY6ARCcoMXsBaJ4wMfz7KpCafG0iI2P8DCY/s2048/Foto1+%25281%2529.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU1CWTyVZ92WRVnv4fbYrjRjcu9xZdaIIsR5rad5mpgmF5K9H3JWzuUsV9rSF4i9cguM1i7i9RK7Tp6XmjL9FLcHDsem9DSul9UZgYFarCLY6ARCcoMXsBaJ4wMfz7KpCafG0iI2P8DCY/s2048/Foto1+%25281%2529.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU1CWTyVZ92WRVnv4fbYrjRjcu9xZdaIIsR5rad5mpgmF5K9H3JWzuUsV9rSF4i9cguM1i7i9RK7Tp6XmjL9FLcHDsem9DSul9UZgYFarCLY6ARCcoMXsBaJ4wMfz7KpCafG0iI2P8DCY/s2048/Foto1+%25281%2529.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU1CWTyVZ92WRVnv4fbYrjRjcu9xZdaIIsR5rad5mpgmF5K9H3JWzuUsV9rSF4i9cguM1i7i9RK7Tp6XmjL9FLcHDsem9DSul9UZgYFarCLY6ARCcoMXsBaJ4wMfz7KpCafG0iI2P8DCY/s2048/Foto1+%25281%2529.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU1CWTyVZ92WRVnv4fbYrjRjcu9xZdaIIsR5rad5mpgmF5K9H3JWzuUsV9rSF4i9cguM1i7i9RK7Tp6XmjL9FLcHDsem9DSul9UZgYFarCLY6ARCcoMXsBaJ4wMfz7KpCafG0iI2P8DCY/s2048/Foto1+%25281%2529.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU1CWTyVZ92WRVnv4fbYrjRjcu9xZdaIIsR5rad5mpgmF5K9H3JWzuUsV9rSF4i9cguM1i7i9RK7Tp6XmjL9FLcHDsem9DSul9UZgYFarCLY6ARCcoMXsBaJ4wMfz7KpCafG0iI2P8DCY/s2048/Foto1+%25281%2529.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU1CWTyVZ92WRVnv4fbYrjRjcu9xZdaIIsR5rad5mpgmF5K9H3JWzuUsV9rSF4i9cguM1i7i9RK7Tp6XmjL9FLcHDsem9DSul9UZgYFarCLY6ARCcoMXsBaJ4wMfz7KpCafG0iI2P8DCY/s2048/Foto1+%25281%2529.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU1CWTyVZ92WRVnv4fbYrjRjcu9xZdaIIsR5rad5mpgmF5K9H3JWzuUsV9rSF4i9cguM1i7i9RK7Tp6XmjL9FLcHDsem9DSul9UZgYFarCLY6ARCcoMXsBaJ4wMfz7KpCafG0iI2P8DCY/s2048/Foto1+%25281%2529.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1467" data-original-width="2048" height="458" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU1CWTyVZ92WRVnv4fbYrjRjcu9xZdaIIsR5rad5mpgmF5K9H3JWzuUsV9rSF4i9cguM1i7i9RK7Tp6XmjL9FLcHDsem9DSul9UZgYFarCLY6ARCcoMXsBaJ4wMfz7KpCafG0iI2P8DCY/w640-h458/Foto1+%25281%2529.jpg" width="640" /></a></div><br /> <p></p><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="font-size: small;"><span face="Arial, sans-serif"><i>Fotografía
de familia de Anita, un día festivo de alguno de aquellos años
cincuenta del pasado siglo, en el campo, en compañía de otras
familias. De izquierda a derecha Pepe, después de su salida del
orfanato, su abuela, sus primos Enrique el mayor con el pequeño del
que no recuerdo el nombre --¿Paquito?--, junto a su madre Eugenia
hermana de Anita, la que cierra el grupo familiar, de riguroso negro,
seria, circunspecta, todo lo contrario de lo que realmente era: una
de las mujeres más divertidas y cariñosas que haya conocido, para
mí como una segunda madre. </i></span></span>
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="font-size: small;"><span face="Arial, sans-serif"><i><br /></i></span></span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="font-size: small;"><span face="Arial, sans-serif"><i><br /></i></span></span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="font-size: small;"><span face="Arial, sans-serif"><i><br /></i></span></span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Prólogo</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="text-align: left;">No
entendía bien porqué aquellos niños, al contrario de compadecerle
en su tragedia, se mofaban de él imprecándole con el mote que le
pusieron nada más ingresar en el orfanato: ¡Camisa negra!, ¡camisa
negra!... Tampoco él era plenamente consciente de los trágicos
acontecimientos que de repente habían dado una vuelta vertiginosa a
su vida. Ni de aquella vorágine de lágrimas, y profundos y
entrecortados suspiros que se había instalado en su casa antes de su
ingreso en el orfanato, cuando ya le habían vestido del color del
carbón; del más negro carbón. Todo había sucedido tan rápido: la
agonía y fallecimiento de su padre, la pena de él y de sus dos
hermanos, de negro, inconsolables, estupefactos, desconsoladamente
perdidos en la espiral de dolor indisimulado de la madre, escondiéndolo, tragándose
sus propias lágrimas para no entristecer aún más a sus hijos,
envuelta de pies a cabeza en el rigor del color del duelo; agravándose
éste en la necesidad de tener que ingresar a su hijo Pepe, el
mediano de ellos, en el orfanato. Más dolor aún.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">De
la misma manera Pepe Camisa negra tampoco comprendía del todo porqué
aquél mayor --mi hermano Antonio-- le defendía de los chicos que le
afrentaban. ¿Porqué aquella protección? sin que hubiera mediado
trato alguno debido a su reciente ingreso. Quizás en el desamparo y
la tristeza que mostraba la cara del nuevo, reflejara mi hermano la
suya propia cuando ingresamos en el mismo lugar a la muerte de
nuestra madre. Tampoco supo el momento justo en el que el
agradecimiento por la defensa de su persona ante la burla --la que ya
intuyó Pepe que perduraría en el tiempo--, con la que ya sería
para sus compañeros y para siempre: Camisa negra, derivó en cierta
dependencia de mi hermano; ni cuando aquellos primeros lazos de
gratitud se escoraron hacia los afectivos, y de éstos a la amistad;
una profunda amistad que los hizo inseparables, y a la que me uní
cuando ya éramos más que amigos: como hermanos. Sentimientos de
cariño que se prolongaron, por contagio, de nosotros hacia su madre
y de él hacia nuestro padre viudo, como no podía ser de otra
manera.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">Casi
con toda seguridad yo no necesité, como Pepe, de ningún estado de
consciencia para intentar entender lo que, a su vez, me estaba
sucediendo a mí --era demasiado pequeño--, así que con la
simplicidad práctica de una criatura todavía muy tierna para
interpretar los asuntos de la vida, hice de una manera natural
abstracción de mi tragedia y acogí rápidamente a Anita --la madre
de Pepe-- como sustitutivo de madre, aunque solo fuera
esporádicamente en los días de visita de familiares: las tardes de
los domingos. Sólo tenía cuatro años y una necesidad inmensa,
supongo, de rellenar el vacío que de forma inconsciente sentía por
dentro debido a la ausencia de mi madre, de la que sólo quedaba una
imagen: yo me colaba muy pequeñito entre sus largos ropajes negros
como el tizón, al igual que los de Anita en el luto; el mismo color
del largo vestido que cubría sus piernas sobre las que ahora, en la
visita, ésta me sentaba para apretarme contra su cuerpo,
desbordante, risueña, bromista, desmesuradamente afectuosa
llenándome de besos ruidosos: ¡Ay, mi Emilillo!; que contrastaba
con los más discretos y exiguos de mi padre --muy comedido en los
afectos--, y menos suaves: recuerdo el picor que me producían en los
labios su barba rala sin afeitar en las ocasiones que le besaba;
aunque me sentía igualmente querido.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">En
aquellas tardes de domingo nuestro padre y Anita nos agrupaba a los
cinco –los tres hijos de Anita: Andrés, Pepe, Ani, y nosotros
dos-- en la intención de que fuéramos, aunque por unas pocas horas,
una sola familia, disfrutando del amor y el cariño que ambos nos
dispensaban, participando todos de los agasajos y dulces que
llevaban, de los que dábamos inmediata cuenta, ansiosamente golosos,
devorándolos como si fueran los últimos que comiéramos en la vida,
en agradable hermandad entre nosotros; mientras nuestro padre y Anita
seguían, todavía en el duelo de sus viudedades, consolándose las
penas que no conseguían superar, sobre todo en lo referente a la
separación de sus hijos. ¿Qué inmenso dolor en el alma de un padre
o de una madre no se ha de sentir, cuando son obligados a desgarrar
su ser del de sus hijos, con los que han convivido hasta ese momento?
Aquel ansiado goce de besos y caricias, envuelto de codiciados dulces, que traían consigo las visitas de domingo, se prolongó escasamente
hasta dos años, coincidiendo con la muerte de nuestro padre y la
determinación de Anita de llevarse a casa para siempre a su hijo
Pepe: más delgado que cuando ingresó, sin la camisa negra, y con
aquella imagen inconfundible de hospiciano por el corte de pelo al
rape para evitar el contagio de la tiña. El más inoportuno
desamparo hizo mella en mi ser, el que trasmutó a sentimiento de
abandono cuando tres años más tarde mi hermano Antonio emigró a
Barcelona desde el orfanato. En la vorágine de aquella absoluta
soledad siempre hubo un resquicio de esperanza, acordándome de Anita
que ya me quería como si fuese su hijo, aunque para entonces ella
tenía, además de una vida muy complicada tratando de sacar adelante
a su familia, muy difícil acceso a mi persona al no ser familiar
consanguíneo.</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="text-align: left;"><br /></span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="text-align: left;">I.
La llamada del cariño.</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="text-align: left;">Se
levantó con el cuerpo muy destemplado, algo más que de costumbre,
notando en toda su piel la punción helada del implacable cerco del
frío de la pasada noche. El mismo frío que había hecho sitio en
toda la casa. A horas tan tempranas, fuera del resguardo de las
mantas, aquella madrugada de invierno Anita tiritaba, mientras se
desperezaba ligera aún de ropa, lavándose la cara en una
palangana con agua que había dejado reservada en la pequeña cocina
el día anterior, ante la sospecha de que durante la noche se pudieran
helar las tuberías, como así pudo comprobar. Al enjuagarse el
rostro se le desvanecieron súbitamente los últimos desvelos de
sueño que aún le pesaban en los párpados a medio abrir; en un
espasmo de tiritona más fuerte y que le produjo castañetear de
dientes: ¡Demonios de frío!, exclamó por lo bajo. A pesar del frío
que se había aposentado en cada una de las moléculas del aire de la
habitación y de aquel agua tan necesaria, se tomó todo el tiempo
del mundo que le exigía el rito de su higiene personal, como lo
hacía siempre a falta de cuarto de baño, frotándose
ceremoniosamente y de forma meticulosa con una toalla mojada con agua
y jabón su desnudo cuerpo, hasta desprenderse de ese olor pegajoso a
cierta edad –la de final de la cuarentena--, comprobando las
aristas agudas de sus huesos en la presión de la prenda de limpieza
contra su piel, la que secó y perfumó a continuación. En el
improvisado espejo al que asomó su cara seguidamente, se reconoció
en la imagen un día más; convino que ese rictus de tristeza
infinita que reflectaba el cristal era exclusivo, suyo y de nadie
más; era la enseña de su viudedad que le sobrevino súbitamente y a
edad todavía joven; como lo era también el elaborado moño en el
que ahora atareada recogía con mucha destreza –la que da la
cotidianidad-- su suelto cabello blanco y gris. La otra divisa que
adoptó para siempre a la muerte de su marido en un trágico suceso
de repercusión en todo el país: la explosión de la fábrica de
pólvora del Fargue, era un color: el negro, que vestiría como
blasón y estandarte de respeto y recuerdo toda su vida. Para aquella
ocasión había reservado sus prendas oscuras más nuevas y
elegantes: saya, vestido de algodón hasta los pies, rebeca de lana,
y por encima de todo el abrigo de piel sintética que reflejaba
cierto lustre. Embutida en aquella defensa que la aislaba del propio
frío de la casa –que en nada se diferenciaba del frío exterior--,
se sentía especialmente contenta, ilusionada, sonriendo hacia
dentro, no en vano iba en busca de un trocito de su corazón que
estaba demasiado ausente en su vida, a su pesar, encerrado en un
orfanato de las afueras de la capital, en Armilla, a un muy largo
trayecto de su casita de las Espeñuelas en Haza Grande, a lo alto
del barrio del Albaicín.</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="text-align: left;">Procuraba
no hacer mucho ruido para no despertar a los hijos que vivían con
ella y que aún dormían. Del dormitorio de la chica, Ani, se oyó
una lejana y suave voz que preguntaba, todavía medio dormida: A
dónde vas tan temprano. Ani tenía siempre el sueño muy ligero. El
chico, Pepe, no daba señales de inmutarse, siempre dormía
profundamente, al igual que le sucedía al hermano mayor Andrés que
ahora ya no vivía con ellos: Voy a por Emilillo, le dijo al oído
con voz muy templada para no despertarla del todo, luego la besó y
ya fuera de la casa enfrentó con ilusión y contenta las primeras
trabas de aquel día que presumía especial y largo: la oscuridad le
mostró inmediatamente y sin ambages el intenso frío en el dibujo
del continuo vaho de su respiración, más forzada que nunca, aquella
adelantada madrugada, donde las últimas sombras de la noche
esbozaban un paisaje algo viscoso que no le dejaban ver con claridad las
siluetas de las otras casitas adosadas, en lo alto de la colina, a
excepción de la última, la del bar, iluminada por la única luz que
amarilleaba su incandescencia sobre la pared blanca. Le quedaba un
buen trecho de terreno virgen hasta alcanzar, bajando, las primeras
viviendas del Albaicín. A cada paso sentía en sus pies, a través
de la fina suela del zapato, la propia tierra helada de espumilla
blanca que había dejado la noche y que destacaba sobremanera en los
hierbajos resecos a los lados del pedregoso camino, el que atravesaba
como dardo el único hueco abierto torpemente en la antigua muralla
árabe, cuyos flancos laterales se le aparecieron como sombras
fantasmales que quisieran aprisionarla al alcanzarlos.</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Las
estrechas calles del Albaicín resguardaban aún los últimos
estertores de la noche en pugna con las luces de la calle, empañadas,
por efecto de su tenue claridad, en una neblina clara que presagiaba,
en la memoria selectiva de muchos inviernos madrugados por Anita, un
día frío pero soleado: Hoy va a ser un buen día, se decía para
adentro, agradeciendo al todopoderoso que mora en las alturas la
oportunidad de encajar, aunque fuera por unos días, el puzzle
afectivo que completaba su corazón. Los viejos y destartalados muros
de las casas bajas del antiguo barrio árabe, empaquetaban un
silencio sepulcral solo roto de cuando en cuando por un lejano
ladrido de perro, casi afónico, y al alcanzar la calle san Luis, en
su inicio, por el golpeo con su puño del cristal de la ventana de la
cocina, donde, aunque pobremente iluminada, había avistado a su
hermana atareada ya en recoger el excedente de los primeros
menesteres del nuevo día: del desayuno y de los restos de comida que
hacía un rato se llevó en una fiambrera su marido, camino del
trabajo: A dónde vas a estas horas, le preguntó la hermana toda
intrigada: Voy a por Emilillo al hospicio, le contestó rebozante de
alegría que contagió a su hermana, la que de inmediato se emocionó:
Angelico, te acuerdas la última vez que estuvo en casa, ¿qué edad
tendría, seis añicos o algo así?…, sólo quería seguir jugando
con las figuras de plástico de Enrique..., y como ya se tenía que
ir se las guardó en un bolsillo tan abultado que delataba su
inocencia de niño que nunca ha tenido nada..., pobrecillo..., no sé
porqué le obligasteis a devolverlas todas, si mi chico le quería
regalar algunas..., se puso tan triste el angelico que bien entrada
la noche se quedó dormido; seguía emocionada la hermana: Fue Ani la
que se enfadó mucho..., aquel fue el mismo día, te acuerdas –le
decía Anita-- que después para no despertarlo lo envolví en una
manta y lo llevé en brazos hasta Haza Grande, ¡cómo pesaba ya!...,
al día siguiente solo hacía preguntarme cómo había llegado
hasta allí por la noche pues no recordaba que hubiera caminado hasta
la casa..., yo le decía que la nuestra era una familia mágica que
podía hacer que nos trasladáramos por el aire de una casa a otra
sin darnos cuenta..., él me miraba con ojos muy abiertos de
incredulidad mientras esbozaba una sonrisa de complicidad que quería
competir, sin conseguirlo, con mi cara muy seria, la más seria que
tú puedas imaginar: Sííí, sííí..., volando; decía a
sabiendas de que era muy bromista, pero en el fondo confiando que
fuera cierto..., ¡cómo le quiero!..., ¡qué ganas de volver a
verlo!..., bueno a todo esto los niños me imagino que están
durmiendo; le seguía hablando Anita a su hermana: Sí, además se
levantarán tarde aprovechando que ya les han dado las vacaciones de
Navidad.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Las
primeras luces del día sorprendió a ambas hermanas sentadas en la
cocina ante unos humeantes cafés --de esos concentrados que
resucitan a un muerto, y que tanto gustaban a Anita-- que se fueron
enfriando en el transcurso de las confidencias, en una prolongada
conversación de lo que realmente les importaba: las alegrías y los
pesares de sus vidas y las de los suyos, para rematar la velada con
el acontecimiento del día en la familia: Oye Anita, ¿cómo vas a
sacar a Emilillo del hospicio si no eres su familiar?, no te lo van a
dejar. No le contestó, se miró el reloj y salió rápido de la
casa: ¡¡Uuufff!!, se me hace tarde, ¡hasta luego!, ya hablaremos.
La primera claridad del día empezaba a mostrar ya los detalles de la
vida cotidiana en el barrio, el que se iba despertando de manera
pausada, sin sobresaltos, sólo un murmullo: era el primer pálpito
de la urbe que ascendía, difuso, hasta ella. Sobre ese fondo
percibía nítidos los sonidos metálicos de las campanas de las
iglesias cercanas llamando a los tempranos oficios religiosos. Notas
de bronce que marcaban diariamente, y a intervalos, el latido de la
ciudad, y que aquella mañana se mezclaban con otros sonidos más
cercanos: los de la vida de unas gentes humildes resignadas a su
suerte de perdedores, a los que saludaba cuando se cruzaba con ellos:
Buenos días nos dé Dios...: Buenos días señora, le devolvía el
saludo... ¡el lechero!, ¡el lechero!; pregonando madrugador a lomos
de una mula su vital mercancía al ritmo del pausado sonido que hacía
la acémila que acarreaba las grandes lecheras metálicas, al intentar escalar
penosamente la cuesta de la calle, y que resonaba como golpes de metal sobre el suelo de piedra, acompasados por el ladrido de
los perros que garabateaban juguetones entre sus patas. Prosiguió
su descenso a pie, severa en su dignidad, muy contenta por dentro,
sin importarle la larga distancia a recorrer desde lo alto del
Albaicín hasta la parada del tranvía en el centro de Granada, que
le llevaría hasta Armilla, y desde allí, y después de otra larga
caminata, hasta el orfanato.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Aunque
se hubiese dejado ya atrás la posguerra, eran todavía tiempos de
difícil movilidad para las mercancías y las personas: ante la
incipiente adquisición de vehículos utilitarios eran muy
recurrentes, aún, los animales de carga, carros, motos con o sin sidecar, motocarros,
bicicletas, furgonetas, y sobre todo el coche de san fernando: ese de
un poquito a pie y otro caminando, medio de transporte personal de
los pobres, y como no de Anita, del que sólo se resentía por el
desgaste de las suelas de sus zapatos cada vez que el zapatero tenía
que ponerles unas sobresuelas, o comprarse, por no tener arreglo,
unos nuevos. Conforme se iba acercando al centro aceleró los pasos
en las bulliciosas calles que atravesaba, repletas de comercios en
donde ya relucían los adornos propios de las fiestas que se
avecinaban junto a los carteles con las buenas nuevas. En Puerta Real
tentó a la suerte y compró un cupón de la lotería de los ciegos,
e inmediatamente se dirigió a rezar a su protectora: la Virgen de
las Angustias, en su Basílica de la Carrera. Le rezó con fe pidiendo para los demás: por su marido y por sus padres que se
habían reunido ya con él; por el marido de su hermana, que pese a
estar enfermo tenía un penoso trabajo por el que cobraba un mísero
sueldo que apenas alcanzaba para ir sobreviviendo; por su hermana
Eugenia y sus hijos para que el día de mañana fueran hombres de
provecho; por sus hijos: por el trabajo de Andrés que ahora vivía
lejos, por Pepe para que la Virgen le iluminara y resolviera aquella
etapa algo rebelde que estaba pasando; por Ani agradeciendo que
hubiera encontrado trabajo en el cub juvenil de la parroquia de san
Nicolás; por el novio de ésta, Quique, para que continuara la buena
racha de trabajo como repartidor por su cuenta de bombonas de butano,
y así poder pagar el motocarro que, para esta actividad, se había
comprado a plazos; por ella para que su diabetes no fuera a peor y
así poder atender a su familia; por Antonio que no daba noticias
desde Barcelona; ¡ah!, y por Emilillo: Que me lo dejen sin que me
pongan pegas. Ella creyó siempre a pie juntillas que fue su Virgen
la que iluminó a la monja. Con la ayuda de sor Josefa, a la que
conocía bien de los tiempos de internamiento de su hijo Pepe,
consiguió sacar del orfanato a Emilillo, avalada por ésta en la
certificación de que era su tía carnal.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><br />
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="text-align: left;">II.
El goce del cariño</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Iba
colocando, muy concentrado, las figuritas del belén que estaba
montando, no sin cierta tiritona que le provocaba la baja temperatura
en el interior de aquel sótano. Podía más la ilusión y la
fascinación por la invención del ilusorio paisaje y la
escenificación de sus personajes, que el frío viento de sierra que
se filtraba por las carpinterías de los ventanucos, hasta olvidarse
de su punzante clavazón; autocomplaciéndose en su soledad, de tal
suerte que ignoraba –o más bien quería deliberadamente ignorar--
lo que seguramente ocurría arriba. En el salón de estar del
pabellón de menores del orfanato se sucedían las llamadas de los
chicos afortunados a pasar las fiestas con sus familiares que habían
ido a buscarlos. Emilillo, bueno Emilio para sus compañeros de
orfanato –aunque en realidad se llamaba Francisco; cosas que
pasan-- se abstraía de su entorno, del mundo, fascinado en esa creación, esperada y deseada especialmente en aquellos difíciles
momentos –los de la mañana del mismo día en el que alguien,
recorriendo un largo y frío trayecto, había llegado hasta el
orfanato--, a sabiendas de que nadie allende las tapias le
reclamaría, de que su existencia se había borrado hacía tiempo
de la memoria de los pocos familiares conocidos. Ocurría lo de cada
año por estas fechas: que ni padecía ni dejaba de padecer por ello.
Divagaba como terminar de colocar las figuras cuando un compañero le
avisó a gritos: ¡Emilio, Emilio, ha venido una señora mayor a
sacarte!, está con sor Josefa en el cuarto de la Radio.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Se
quedó quieto, de pie mirando al compañero con ademán de sorpresa;
después los gestos de su cara mutaron a incredulidad; para derivar
en ansiosa curiosidad con pregunta: ¿Quién será? Súbita
incertidumbre que puso en alerta su ya acreditado sistema de defensa
frente al afecto caducable, o en el peor de los casos al afecto
ausente; coraza adquirida en las lides de los innumerables domingos
sin visita de familiares, o en las suertes de las fiestas señaladas
del año de las que de antemano sabía que carecía de boleto para el
sorteo, en especial aquellas de la Navidad. La curiosidad hizo el
camino inverso hacia la gran sorpresa cuando Emilillo se encontró
con Anita que abalanzándose sobre él le abrazó de tal suerte que
sintió en su pecho sus acerados huesos, llenándole su cara de los
mismos besos ruidosos de cuando era pequeño, ante la complacencia
sonriente de sor Josefa: ¡Ay, Emilillo, qué grande estás!, y
contemplándole a corta distancia se congratulaba en su fortuna, la
de aquellos instantes: Pero si estás hecho todo un hombrecito le
decía muy sonriente. Al arrebujarle Anita de nuevo contra su pecho
notó en él cierto envaramiento, que comprendió no era rechazo sino
esa normal desconfianza que provoca la ausencia desacostumbrada de
unos padres, o en su caso de alguien que hiciera de ellos: ¿Pero
cuántos años tienes?, le preguntó Anita, ansiosa por saber la
edad: Tengo doce años; entonces ella cayó en la cuenta que hacía
seis años que no sabía nada de él: Es muy buen niño y además un
gran estudiante de bachiller, dijo sor Josefa toda orgullosa.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">El
cariño que Anita le fue dispensando, en dosis justas, camino a Haza
Grande fue debilitando las primeras resistencias de él: empezaba a
desear ser querido sólo unos días, aunque luego dejara de serlo el
resto de su difícil pubertad que ahora enfrentaba en su día a día,
y quizás también de su incierta futura adolescencia. Mientras
avanzaban de cara al frío viento de los Llanos de Armilla, para
tomar el tranvía a Granada capital, él fue retrocediendo en el
tiempo y el espacio de los recuerdos almacenados en el desván de su
vida hasta vislumbrar, a su manera, los posos que se habían
depositado en los fondos de su ser: ese grito callado de
desesperación de que nunca nadie supiera de sus ocultos
sentimientos, porque no tenía a nadie con quién compartirlos; la
frustración de sentir la imposibilidad, como ahora, de no poder
abrir la compuerta de las emociones porque el mecanismo de apertura
estaba oxidado; o la necesidad perentoria de haberse revestido de
una coraza y apretarla hasta cortarle la respiración sin que lo
notaran los demás; sintiendo siempre vergüenza de que los más
cercanos –sus compañeros con familia visitante-- se apercibieran
de sus carencias afectivas; y fue retrocediendo deliberadamente hasta
verse pequeñito en el regazo de Anita y complacerse en los besos y
arrumacos que ésta, en la remembranza, le prodigaba; divagaciones
que le acudían a la mente al tiempo que ella toda solícita
apercibida de los finos ropajes del orfanato, y para protegerle del
frío del llano, le ponía su rebeca de lana amorosamente sobre sus
hombros: Abrígate que ya está aquí el tranvía..., verás, cuando
levante el sol hará menos frío.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">El
cariño a dosis justas pero constante hizo que durante el viaje, y
poco a poco, Emilillo fuera aperturando el candado que apretaba su
coraza, agradeciendo que si no podía respirar bien ahora no era
porque el escudo imaginario le oprimieran los costados, sino porque
aquella opresión era ejercida por los pasajeros que de pie, como
sardinas en lata, saturaban la furgoneta –medio barato de transporte
pirata-- que les trasladaba desde el centro de la ciudad en donde les
había dejado el tranvía, a lo alto del Albaicín. Fuera del
vehículo, caminando hacia la casa por la pendiente de tierra,
Emilillo sentía cierto alivio, como el que ascendiendo por empinada
rampa empezara a soltar lastre para ir más ligero, y cuando por el
agujero abierto entre las dos masas de tapial de la muralla árabe visibilizó
la casa, que sorprendentemente reconoció de la última vez, respiró
profundamente tomando aire a raudales por donde notó que se colaba
el bálsamo del goce del cariño. Aperturó definitivamente su
blindaje y arrojó la odiosa llave del candado imaginario al
pedregoso camino. Miró a Anita, le sonrió abiertamente como lo
hubiera hecho a su madre, y se lanzó a correr hacia la casa desde
donde les saludaba Ani con los brazos en alto. El sol muy oblicuo
había alcanzado ya su punto más alto, y amortiguado en algo la baja
temperatura. Aquellos fueron todos días soleados. ¡Qué suerte!, o
es que tal vez aquella familia en realidad sí fuera mágica y
hubieran maniobrado en ese sentido. Quién sabe.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Anita,
Ani.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Los
abrazos de buenos días olían a fresca agua de colonia lavanda, la
preferida de Anita, a quién Emilillo se pegó como una lapa desde el
primer día: Emilillo ven a ayudarme a darle de comer a los conejos; y en tanto él le acercaba la hoja de lechuga al conejo que
fácilmente extrajo de la conejera y que ahora tenía en su regazo,
ella le contaba que aquella carne era muy buena para "su azúcar" --se refería así a su diabetes--,
aunque él no entendiera bien de aquella enfermedad de la que le
hablaba, ni su relación beneficiosa con la carne del animal,
simplemente gozaba con estar allí, a su lado, de sonreírle
escuchando muy atento los avatares de su vida, que ahora los había
hecho parte de la suya: Hoy vamos a comer arroz con conejo..., verás
que bueno está; y él le sonrió más abiertamente, relamiéndose ya
con el guiso imaginado pues sabía que Anita era una experimentada
cocinera, de esas de cocina casera de posguerra. Condición que había
heredado su hija Ani. La experiencia de tener una familia prometía
felicidad, al igual que el gusto de aquel arroz.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">--
Después de comer y antes que se vaya el sol, ¿quieres acompañarme
a los pinares a coger ramas y piñas para el brasero?; la propuesta
de Anita entusiasmó a Emilillo. Los pinares en suave laderas se
extendían muy vastos junto a la última casa, la del bar: De las
piñas coge las abiertas..., las que están apretadas pueden saltar
cuando las pongamos al fuego. Encendieron el brasero en el patio, con
parsimonia, respetando los tiempos necesarios para un buen brasero de
carbón de picón, el que añadieron a las brasas de la leña
recogida, dejando reposar la combustión un buen rato, el tiempo
justo para empezar a combatir el frío que a la caída del sol, al
final de la tarde, cercaba ya las casitas asaltando su interior.
Entonces la vida se hacía circular, cercana, apretada, más íntima
alrededor de la mesa camilla con el brasero, dónde el placer del
calor hacía más fluida la conversación de las novedades recibidas:
Hemos tenido carta de Andrés, dice que está bien de salud, y que
tiene mucho trabajo porque se están construyendo muchos pisos y
hoteles por allí, y necesitan fontaneros; contaba Anita: A lo mejor
me tendré que ir yo también a Málaga..., buen sitio..., a todo
esto si Conchi está de acuerdo; soltó Pepe sin mucho
convencimiento; y a renglón seguido una pregunta: Oye Emilillo tú
te acuerdas de mi hermano Andrés... :Claro que sí, me acuerdo mucho
de él, de la última navidad que estuve aquí con vosotros hace seis
años, lo recuerdo bien; suspiros y silencio prolongado con las
miradas algo perdidas por unos instantes –había pasado un ángel--,
pausa que aprovecharon para reavivar el fuego con la paleta, para a
continuación seguir dilucidando los asuntos de familia, los más
complicados: el de la medida de la falda y la hora de recogerse en
casa de Ani para aquellas fiestas: A las diez es muy temprano ten en
cuenta mamá que Quique necesita mucho tiempo para el reparto, y con
mi trabajo casi no nos podemos ver...: Bueno a las once pero tienes
que alargar la falda por debajo de las rodillas...: ¡Bah!, déjala
mamá si está muy guapa con la falda corta --le echaba un cable
Pepe ejerciendo ahora de hermano mayor--, así que hermanita a las once y media, y que la falda solo te
tape las rodillas..., ¿vale mamá? Él ya con dieciocho años, y además varón, no
tenía restricción de horario. Y para relajar la conversación y
rematar en armonía la tarde-noche antes de la cena: una sesión de
juegos reunidos, nunca mejor dicho: ¿Jugamos una partida al
parchís?...: Vale.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Emilillo
escuchaba complacido, mientras movía sus fichas, identificándose
con aquellas intimidades de la familia, interviniendo para compartir
las vivencias del día y cuando le preguntaban por su hermano
Antonio: Apenas tengo noticias de él; decía; y a continuación
Anita, al tiempo que se apuntaba un ¡doce!, soltó un buen
propósito: Alguna vez iremos todos a Barcelona a buscarlo..., ¡qué
ganas de verlo y abrazarlo!...: ¡Eh!, que te has contado cuatro de
más; protestó Ani. En cuanto te descuidabas la madre alargaba la
ficha varias casillas: ¡Ah!, me habré equivocado, se disculpaba en
la pillería Anita, guiñándole el ojo a Emilillo que le sonreía.
Algunas tardes la mesa camilla se completaba con la visita para
felicitar las fiestas de algún vecino y su familia: Felices fiestas
y próspero mil novecientos sesenta y cinco, brindaban todos en
vasitos pequeños con un anís tan fuerte que quitaba el hipo, al que
acompañaban con auténticos dulces de mantecado, polvorones, y
alfanjores que Anita extraía de un arcón donde celosamente guardaba
los licores y los dulces; y a falta de un aparato de televisión –era
inasequible para la economía de aquellas gentes, excepto para el
dueño del bar--, una distendida y amable tertulia con fondo de
música de la radio que reinaba sobre el aparador, en donde Adamo
ponía melancolía al nombre no pronunciado en las mismas notas tarareadas por
Pepe, pensando en el nombre que le ocupaba su mente: “Tu nombre para
mi es el emblema / el más bello poema...”; canción ligera que
empezaba a desplazar lentamente la otra música: flamenco, boleros,
copla, canción española... banda sonora de unos tiempos
difíciles pero de esperanzada y sincera solidaridad entre ellos: los
desheredados.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">Una
noche muy fría a Emilillo le dio tiritona incluso con las piernas
tapadas con las gruesas ropas de la mesa camilla, que resguardaba muy
bien el calor del brasero debajo de la mesa, ¿pero fuera?: Toma esta toquilla de
lana, te la echas por los hombros y luego te quitas los zapatos y los
calcetines, verás como entras rápidamente en calor. La sugerencia
de Anita fue bien hasta que Emilillo movió un pie descalzo hacia el
brasero introduciendo uno de los dedos entre la alambrera de
protección del calefactor. Un ¡ayyyyyyy! largo en la pronunciación
pero contenido en el dolor fue suficiente señal de alarma para que
Anita se apercibiera que se había quemado, y rápidamente le aplicó
el sabio remedio sobre el dedo del pie quemado: unas gotas de tinta
china, embadurnándole de negro todo el dedo. Sorprendentemente para
Emilillo la cosa funcionó: la quemadura no hizo ampolla, y al día
siguiente ya no había ni señal. Magia de aquella familia, o
simplemente remedio popular. Quién sabe. Él estaba entusiasmado
con toda aquella ¿magia? que estaba viviendo: el desvelo de los
demás hacia él, las atenciones, el ambiente de cariño, las miradas
amables, las sonrisas sinceras, los abrazos, los besos...; de tal
suerte una auténtica magia, sí, que hacía que cada día se
sintiera más vinculado con sus miembros, los que no le daban tregua
a que se aburriera aquellos especiales días. Toda una sucesión de
descubrimientos agradables.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">Uno
de esos días buscando a Anita, Emilillo descubrió su silueta que se
transparentaba entre la ropa que tendía en la parte más soleada del
patio, junto a las conejeras, y se quedó observándola en silencio,
sin que ella se apercibiera de su presencia, conteniendo la emoción
de percibir el amor de hogar que desprendían las prendas de ropa
colgadas de las cuerdas, todas juntas, exclusivas, sólo de ellos,
limpias, expuestas al tenue soleamiento, y deseó que por siempre su
ropa estuviera allí tendida; e inmediatamente dejó correr la riada
de emociones por lo que tenía de intimidad familiar la escena, y
queriendo sorprender en la broma a Anita se abalanzó sobre ella: Te
pillé!; Emilillo la abrazó envolviéndola entre las ropas, a lo que
ella se revolvió, liberándose entre risas y colocando sus frías
manos de rojo y amoratado por el agua fría del lavado, en las
mejillas de él, que peleaba por deshacerse de esas manos tan frías,
en un alboroto de tira y afloja al que se les unió con alborozo
juguetón el perrito que tenían. Entonces vio la pila de lavar de
piedra adosada a la casa, y comprendió lo de las manos de Anita, el
amor a su familia, su entereza frente a las adversidades, su alegría
a pesar de todo..., y el excelente colofón: una poesía intimista
escrita en unas cuerdas. Siempre le emocionaría la visión de las
ropas tendidas en los patios de luces, como estandartes de intimidad,
de pertenencia al mismo grupo afectivo. En aquel tiempo por no
faltarle sorpresas hasta descubrió una declaración de cariño
envuelta en un nuevo olor que rápidamente guardó en su memoria
olfativa de esos días: el olor particular a colmado antiguo que
fijaría de por vida, junto con aquel afecto constatado.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">Emilillo
había acompañado aquel día a media mañana a Anita a hacer la
compra en un colmado de chacinas, salazones y conservas del Albaicín
donde le fiaban la adquisición de los comestibles: exiguos, sólo
los imprescindibles para cocinar el plato contundente del día:
Buenos días, feliz Navidad; Anita saludaba sonriente a las mujeres
que esperaban la vez: Feliz Navidad Ana..., ¿y este niño?; le
preguntaba una de ellas; y mientras le ponía un poco al tanto de su
historia, con los oídos atentos de las otras, él iba fijando para
siempre en su percepción olfativa las esencias que colmataban el
ambiente de la alargada habitación, y que evocaba un olor singular,
desconocido pero agradable, como a pimentón, hierbas aromáticas,
especias, y adobos que provenían esencialmente de las conservas y de
los productos frescos de matanza colgados a lo largo de unos palos
por encima del mostrador, el que por su proximidad con las chacinas
había absorbido los mismos aromas que éstas desprendían; todo ello
sin dejar de escuchar las explicaciones de Anita a aquellas mujeres
que permanecían atentas, mirando con bondad a Emilillo entre
exclamaciones de compasión de ellas, hasta concluir: Emilillo es
como si fuera hijo mío, en el tiempo que ya era atendida por el
dueño del colmado, de mediana edad, con guardapolvos azul, y un
lápiz prendido en la oreja, como eficaz calculadora, con el que fue
anotando y sumando los gastos de la compra ante la atenta mirada de
Anita: Bueno esto me lo apuntas en mi libreta, ya te lo pagaré como
siempre, cuando cobre mi pensión; nunca se sabía exactamente el día
del pago de aquellas escasas pensiones de viudedad, fluctuaba en el tiempo: Mañana vamos a ir a la Casa la
Perra Gorda a preguntar..., ¿quieres venir?; le dijo Anita todavía
dentro de la tienda…: Vale, pero ¿qué es eso de la perra
gorda?...: Dónde pagan la pensión, no muy lejos de aquí, en la Gran Vía... Ya en la calle, Emilillo le
confesaba: Te has dado cuenta que el tendero huele igual que el
mostrador y que las tripas que tiene colgadas..., ¡ah!, que sepas
que para mi también eres como mi madre; le dijo de sopetón, y luego
se abrazaron y besaron. En todo ese tiempo las muestras de cariño se
prodigaron continuamente, pero faltaba una importante que venía con
sorpresa.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">No
esperó a Reyes. Anita despertó muy temprano a Emilillo. Ella había
madrugado antes para asearse y perfumarse, por lo que olía a lavanda
recién cortada. Para entonces ya había calentado agua en una olla
para que en el aseo el contacto de la toalla con su piel fuera
templado, restregándole el agua y jabón por pecho, espaldas, brazos
y piernas de su cuerpo casi desnudo, abandonándose Emilillo al
disfrute relajante de aquellas manos trabajadoras y delicadas a la
vez: Bueno ahí por debajo te das tú, eso también hay que lavarlo
¡eh!; lo dijo entre risas que le contagió; y mientras se frotaba
sus partes íntimas por debajo del calzoncillo se sorprendió de que
ese prurito de pudor, que hubiera mantenido con cualquier otra
persona, se había esfumado con ella. Era la prueba de aceptación y
complicidad que se tiene con una madre. Mientras él terminaba su
limpieza y se vestía, Anita le ponía un poco al tanto del plan por
el que le había hecho madrugar: Ahora, dentro de poco, vendrá
Quique a recogernos con el motocarro..., nos vamos de excursión al
centro..., desayunaremos..., veremos las luces y adornos de
Navidad..., la Catedral..., los Belenes..., después nos quedaremos
a comer..., y por la tarde al cine que ponen una de Raphael...: ¡Pero
eso cuesta mucho!, le espetó Emilillo, como rechazando el sacrificio
que para la economía de ella supondría aquel gasto: No te
preocupes..., verás..., los licores y dulces que tengo en el arcón es
gracias a Quique, que para las fiestas nos ha regalado quinientas
pesetas, ¡un capital!, y lo bueno es que todavía me ha sobrado
dinero para nuestra excursión. </span>
</p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Quique
los dejó en la Gran Vía de Colón, cuando ya los establecimientos,
bares y comercios llevaban un par de horas abiertos. La ciudad bullía
de actividad y de gentes deseándose paz y felicidad, en las fiestas
más importantes del año. Desayunar en la calle emblemática de
Granada fue todo un lujo y una gran novedad: Prueba las Maritoñis,
son unas tortas de bizcocho con relleno de cabello de ángel,
canela, y una pizca de malafollá, ja, ja, ja...: ¿Una pizca de
qué..., porqué te ríes?...: De malafondinga que es lo mismo; ¡vamos!, de la más pura esencia granaina, ya
la irás descubriendo, ya verás...: ¡Hummm! que rica, ¿puedo otra?
Si la sorpresa del desayuno fue deliciosa, la siguiente le colmó de
dicha: Pruébele esta rebeca de lana; le decía Anita a la
dependienta de la tienda de ropa donde habían entrado en la misma
calle, cuando aún el probado paladar de Emilillo mantenía el gusto del cabello
de ángel y la canela: ¿Te gusta ésta?; y tras una pausa de espejo
y aceptación: No hace falta que la envuelva se la lleva puesta. Al
regalo de la rebeca le siguieron los guantes, y a éstos una gruesa
bufanda y un gorro, todo de lana, entre los que se coló un capricho de pubertad: una corbata a rayas; prendas que Emilillo se llevó ajustadas ahora a su cuerpo: Si hay que abrigarse para que esperar; le decía sabiamente
Anita a la dependienta, luego pagó y le miró con mucha ternura:
Estos son los Reyes de este año para que no pases frío..., ¿te
gustan?; por contestación él la abrazó y la besó: Gracias, te
quiero mucho; le dijo al oído de ella.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">La
inolvidable jornada festiva que se prolongó hasta que terminó la
película que fueron a ver en el teatro-cine Isabel la Católica, ya
de noche, cursó con dos sorpresas no esperadas para ninguno de los
dos: una en la propia sala del cine cuando se encendieron las luces:
¿Qué haces aquí?; la que preguntaba a Emilillo sorprendida era su
hermana Carmencita –habían visto la misma película a escasos
metros-- que vivía con unos padrinos desde que falleciera la madre
de ambos; presentándosela a Anita, aprovechando el casual encuentro;
por fin conocía a la niña de la que tanto le hablara el padre de
Emilillo en los domingos de visita en el orfanato; y curiosa por
saber más después de la despedida: ¿Es mayor que tú?...: Sí,
tres años más...: Pero tienes alguna relación con ella...: Apenas,
no va nunca al orfanato...: Es muy guapa..., se parece a tí... La
otra sorpresa era que a la salida les esperaba Quique con su
motocarro aparcado enfrente de la puerta del cine: ¡Ah mira
Emilillo..., qué lujo!: tenemos chófer y coche particular. Quique
los dejó en la misma puerta de casa, donde recogió a Ani que tenía
día libre de trabajo: ¡Adiós!, que seáis buenos, a las once y
media en casa; les dijo la madre a ambos en advertencia amable;
ellos sabían bien a qué se refería. Emilillo también.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">Los
días que Ani trabajaba, que eran alternos, Anita y Emilillo iban a
recogerla por la noche al trabajo en el Albaicín, para acompañarla
después a casa: ¿Qué tal te ha ido hoy?; le preguntaba la
madre: ¡No sabes mamá!, ha sido muy divertido y muy movido, les he
puesto en el pickup todo rato el Tuí Sanchao (Twist And Shout), y
les ha encantado sin parar de bailar, ¡qué noche!...: ¿El qué le
has puesto?; le preguntaba Emilillo...: El Tuí Sanchao de los Bitel
(The Beatles); le contestaba Ani, tarareando la canción, moviendo la
cabeza como posesa de un lado a otro, cayéndole el flequillo de la
melena por los ojos: ¿Los conoces?; le preguntaba curiosa a
Emilillo, mientras se le iba disipando aquella energía corporal:
Bueno..., por uno de mi clase de bachiller, que es muy fans de los
Bitel..., es curioso mueve la cabeza como tú, pero ese canta otra,
algo así como Silaiú, Yé, Yé, Yé (She Loves You, Yeah, Yeah,
Yeah)...: ¡Ah!, esa también la ponemos a veces, tiene mucho ritmo;
Anita se reía a carcajadas, no entendiendo nada: ¿De qué demonios
habláis?...: De los Bitel mamá, los mejores..., verdad Emilillo; y
al echarle el brazo y atraerlo hacia ella, esparció hacia él su
esencia: un agradable olor a perfume Myrurgia, el que cuidaba como
oro en paño, sólo unas gotitas en los sitios estratégicos de la
cara, en el cuello, en las muñecas, y que se esfumó de golpe por el
penetrante olor a torrefacto, que les dio como un bofetón al entrar
en el bar que estaba junto al club juvenil donde trabajaba Ani --un
local dentro de la parroquia de san Nicolás--, y en el que siempre
hacían una parada para hablar y reponer fuerzas, antes de marchar
para casa.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif"> </span><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">El
olor del café exprés de la Cimbali, toda una novedad de máquina de importación
italiana para un bar de barrio; las luces de colores por las fiestas;
los adornos navideños de espumillones, estrellas, ángeles,
campanas; el ambiente festivo y cordial: ¡Hola, doña Ana!, lo
de siempre...: Sí, pero para Emilillo no pongas mucho café, casi
todo leche y uno de esos pastelillos que tú sabes; todo ello lo
recordará Emilillo para siempre como parte de la magia de la familia
y su entorno, del que ya iba marcando territorio: ¿Qué tal el
párroco?; le preguntaba la madre a Ani: Muy moderno, uno de los
nuestros, no tendrá más edad que Andrés, y se preocupa mucho por
la gente..., hoy sin ir más lejos me ha ayudado a recoger todo y a limpiar el
club..., toma esto es lo que me ha dado por esta noche, el hombre no
puede más: No está mal..., oye Ani el baile ese ¿como es?; le
seguía preguntando la madre: Un tuí, mamá..., baile suelto, aunque
el cura también nos anima al otro más agarrado, pero vigilado...:
¡Ah!; dijo Anita lacónica. Antes de irse, ésta dejó una moneda
de propina que sonó como un premio de lotería: ¡¡¡Bote!!!,
gritaba el camarero que les atendió lanzando la moneda a un tarro
metálico adornado de espumillón, mientras les despedía:
¡Adiós!..., oye Ani!, me han dicho que la noche de hoy ha sido para
recordar...: Y que lo digas. Los tres rieron a pierna suelta al
salir. Emilillo estaba encantado con su hermana yé-yé. A sus
dieciséis años todo un descubrimiento que le contagió de alegría
esos días.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">Pepe</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">Desprendía
un olor singular, mezcla de Varon Dandy y tabaco rubio que se
acentuaba en el olfato de Emilillo cuando éste se pasaba algunas
noches, desvelados ambos, a su cama. Cogían el sueño tarde ya que
ninguno tenía que madrugar al día siguiente. Él porque estaba de
vacaciones y Pepe..., bueno Pepe se había tomado su particular año
sabático en su trabajo de fontanero por cuenta propia pues tenía
una misión apremiante: dedicar el máximo de tiempo en cortejar a
Conchi, la hija del dueño del bar. Arrebujados cuerpo con cuerpo
combatían mejor el frío, que ya no era sólo el de la habitación
sino ese que a fuerza de tantos inviernos sin calor les había
invadido por dentro hasta fijarse definitivamente en el tuétano de
sus huesos. Los peores inviernos: los del orfanato: ¿Te acuerdas
Pepe cuando estábamos juntos en el pabellón de menores?, ¡¡qué
frío!!; y Pepe que había dejado aquel tiempo en algún recoveco
escondido de su memoria, recuperó las imágenes del aislado lugar
que les unió para siempre, rechazando rápidamente las que no les
gustaba --que eran casi todas--, quedándose solo con las de su
hermanamiento con él y su hermano Antonio: Me acuerdo mucho de tu
padre cuando junto con mi madre nos visitaban los domingos..., sabías
que se conocían desde jóvenes, al parecer vivían en pueblos
vecinos...: ¡Ah!, no lo sabía...: Yo tampoco, de eso me enteré
después de que mi madre me sacara de allí; Pepe se quedó un rato
en silencio sopesando contarle o no lo que estaba evocando ahora en
su cabeza, hasta que se lo confesó, tenía que saberlo: Eras muy
pequeño y había muchas cosas que no entendías o las entendías a
medias..., ¿recuerdas que era domingo cuando murió tu padre?...:
Bueno recuerdo a mi hermano llorando abrazándome cuando iba en fila
a misa, me dijo algo pero no me enteraba muy bien el qué y el porqué
de aquello...: Después de eso se fue al funeral y volvió a la tarde
muy apenado, tanto que no podía ni hablar. Como era domingo de
visita tu esperabas como siempre ver aparecer a tu padre y..., tuve
que ser yo el que te dijera que tu padre no iba a venir más --Pepe
se estaba emocionando en la evocación de la escena de su mente que
recordaba como si fuera ayer--..., que se había ido al cielo para
siempre...; ambos se abrazaron con los ojos llorosos: Bueno, vale ya
de penas, mañana nos vamos a ir a cazar pajarillos...: A cazar
¿qué?...: Bueno, mañana lo verás, vamos a dormir que es muy tarde.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">¿Esa
ropa para cazar pajarillos?; Emilillo no le hizo la pregunta pero sí
la pensó, sorprendido cuando lo vio aparecer en el salón donde
desayunaba sólo --Anita y Ani no estaban en la casa--, a la vista de
la fina vestimenta perfectamente acoplada a sus dieciocho años para diecinueve bien
plantados: camisa blanca, pantalones grises de finas rayas, botas
camperas de piel, chaleco y chaquetón de ante de color ocre y un
pañuelo en el cuello; todo repeinado de tal manera que su cara
despejada acentuaba su atractiva sonrisa: Termina de desayunar que
nos vamos...: ¿Nos llevamos el perro?...: No que nos espanta los
pajarillos con sus ladridos..., déjalo en el patio..., vamos a un
bosquecillo que hay cerca de los pinares; y allá marcharon, carabina
de aire comprimido al hombro de Pepe, no sin antes hacer una escala
que les pillaba de camino: la última casa, la del bar; bueno la
parada se llamaba más bien Conchi: Que guapo estás, si pareces el
Cordobés; le decía Conchi detrás de la barra, enfrente de él, a
corta distancia ambas caras. El sabía de su agraciado parecido con
el joven y famoso torero, y explotaba aquella coincidencia que tanto
gustaba a su ¿novia?, en una conversación casi de alientos,
aprovechando que no estaba el padre. En un momento de la íntima
conversación ambos miraron a Emilillo que se había sentado en unas
de las mesas a ver la televisión y le sonrieron, por lo que supuso
que hablaban de él, y no entendiendo mucho la razón de aquella
excesiva demora en el pavoneo de los dos, salió afuera a contemplar
desde la terraza del bar la extensión de pinos que empezaban a
reverdecer su oscuro color con los mañaneros rayos de sol,
rememorando las tardes de recogida de piñas.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Era
sorprendente como Pepe subía y bajaba los desniveles del terreno
cubiertos de hojas secas, sin descomponer su figura, repeinado, el
pañuelo del cuello sin desbaratar; enseñando a Emilillo como
manejarse por el terreno sin espantar a los gorriones, con la
carabina en punto de mira hacia las ramas de la arboleda, el perdigón
en la recámara, oído muy atento a cualquier sonido: ¡Chiiisssttt!,
mira hay ahí varios, decía a la vez del disparo: ¡Joder!, no les
he dado..., se han ido..., dame otro perdigón; le pedía a Emilillo,
y otro, y otro.., hasta acabar con la munición, después de
recorrer todo el bosquecillo arriba y abajo sin conseguir ninguna
presa, con un cansancio ya, que apremiaba la vuelta a casa, pero
antes: la misma parada, esta vez sentados en la terraza del bar,
atendidos por Conchi, con buscada exclusividad con respecto a los
otros clientes, en clave de complicidad entre los dos tortolitos en
pleno galanteo: miradas que lo decían todo, sonrisas que lo
confirmaban, palabras casi susurradas, en un extraño pero curioso
lenguaje de gestos y dobles intenciones que a su edad Emilillo ya
descifraba, aunque aún estaba en una etapa de transición: Para mi
Emilillo una Coca Cola, y para mí una cerveza...: ¿Para ti sólo
una cerveza?... :Bueno, te pediría algo mejor, pero no se puede
decir; ambos rieron ante la insinuación y la pícara mirada de reojo
de Emilillo, en momento existencial en cuanto se hubo marchado Conchi: ¡Cuánto tiempo y cuántas cosas nos han pasado!, ¿verdad Pepe?..., y
ahora ya con novia..., y dentro de poco con hijos...: Bueno, para el carro, nos estamos conociendo todavía. Estaba
claro que ambos se gustaban y se querían mucho.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Al
punto llegó Conchi con las bebidas y unas tapas de morcilla de
matanza reciente que quitaba el sentido nada más con olerlas: Para
mis chicos preferidos; dijo sonriente, y se marchó rápido ante la
mirada constante de Pepe que no le quitaba la vista, a la que se
sobreponía la del padre, siempre vigilante dándole órdenes
constantes. Conchi no daba abasto para atender a la parroquia
masculina que frecuentaba el bar: el aperitivo a la salida del
trabajo antes de comer era sagrado, y las tapas de morcilla pecado de
cardenal. Con Conchi desaparecida se abandonaron a los halos del
momento y del lugar, rechazando de plano por antinaturales otros
lugares y otros momentos menos gratos. El sol calentando sus cuerpos,
el olor de los pinos perfumando el aire que les llegaba desde el
bosque hasta la terraza, relajados en la conversación envuelta en
humo de tabaco rubio, el preferido de Pepe; era como si estuvieran en
la galería soleada de un sanatorio curándose de algo pendiente: de
los abrazos reprimidos, de las caricias deseadas pero prohibidas, de
los sentimientos anulados, de las emociones que insistentemente les
negaron, con obsesiva voluntad por considerarlas conductas
degeneradas y pecaminosas, quienes rigieron sus vidas en el orfanato.
A pesar de tanta iniquidad, no consiguieron su propósito, en todo
caso lo contrario: un cariño perpetuo entre ambos y el anhelado
cuerpo a cuerpo en las noches de confidencias. Y ahora, a falta de
referente, un hermano mayor con el que compartir sentimientos; y, como
no, también acontecimientos: los naturales de sus vidas durante
aquellos días.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">--Dame
esa llave..., esa no..., la otra más grande; le apremiaba Pepe en
una postura inverosímil debajo del fregadero a Emilillo, en la casa
de un vecino, a la que habían acudido una tarde a arreglarle las
cañerías que habían reventado con la helada de la noche. Aunque
sin mucho entusiasmo, y con permiso del padre de Conchi, publicitaba
en un anuncio sus servicios profesionales de fontanería en el bar:
Te has buscado un buen ayudante, va a aprender bien el oficio; le
decía el vecino a Pepe: No, éste está estudiando para hacer una carrera
cuando sea mayor..., va a hacer grandes cosas, ¿verdad Emilillo?; y
mirándole le regalaba una generosa sonrisa con doble mensaje: el del
cariño y el del deseo de que aquello se cumpliera. Era curioso que
Pepe se había vestido y arreglado para reparar la avería lo mismo
que lo hiciera para la seducción, e igual de sorprendente era que
pese a las forzadas posturas permanecía impoluto; como si el
esfuerzo del trabajo respetara su aspecto inmaculado; como si tuviera
muy claro que era simplemente un trabajo ocasional para ir tirando en
sus pequeños gastos; como si lo importante fuera vivir lo que le
estaba sucediendo, las otras cosas del mundo podían esperar. El
final del trabajo con el fuego del soplete sobre el plomo de las
nuevas tuberías era como la satisfacción de los fuegos artificiales
al final de la fiesta: ruidoso y espectacular; ahora a cobrar y a ver
a Conchi al bar. Se entendía su acicalado aspecto.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Aquella
noche cuando llegó ya muy tarde Anita respiró aliviada en el
butacón del salón dónde le esperaba despierta, hablando a
continuación con contundencia pero bajito para no despertar a Ani y a Emilillo: ¿¡Te has
dado cuenta de la hora que es!?...: Es que me he entretenido con
Conchi picando algo de cena en el bar...: Pero ¿sólos?...: No, el
padre andaba por allí de carabina...: ¡No habrás bebido mucho!...:
Bueno un poco..., ¡ah! mamá toma lo que he cobrado..., no está
todo, me he quedado con un poco...: ¡A ver si buscas un trabajo
estable, no puedes estar haciendo sólo chapuzas, ni perder todo el
tiempo en el bar!..., venga vamos a dormir que mañana tengo que
madrugar; le dijo la madre muy seria mientras besaba al hijo. En el
dormitorio acercó la cara a la de Emilillo, al que creía dormido, y
le deseó buenas noches entre emanaciones de un aliento en donde el
olor a tabaco y alcohol habían anulado el del Varón Dandy. Al
instante quedó profundamente dormido. Afuera en el patio Emilillo
oía el empuje del aire sobre la ventana, como queriendo entrar, y
recordó el ruido del viento presionando con furia los cristales de
los balcones de los dormitorios del orfanato en las noches de
desamparo. Siempre le desagradó esos sonidos. Estaba desvelado y
no conciliaba el sueño: en su mente hacía unos días se había
activado la espoleta de la cuenta atrás del final de aquella mágica
Navidad, un sueño feliz pero muy corto. En un par de días marcharía
al orfanato. ¿Y después?..., bueno, después Dios dirá; como decía
siempre Anita. ¿Y Dios qué dijo?</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Aunque
todos madrugaron, la mañana se iba demorando en los preparativos de
la vuelta, y en las despedidas, siempre difíciles: ¿Porqué cuesta tanto cortar las
ataduras que uno mismo ha apretado?; ¿porqué el sueño era tan
efímero y la penosa normalidad tan larga, casi eterna?; pero esta
vez podía ser distinto, ¿porqué iba a ser igual que siempre?; las
preguntas y reflexiones se agolpaban en su cerebro en una dicotomía
de pesar y esperanza a la vez, mientras besaba y abrazaba a Pepe y
Ani, apretados sus cuerpos, dilatando el adiós entre ojos llorosos
de todos. Incluso el perrito emitió unos apagados aullidos
lastimeros, que sorprendieron gratamente a Emilillo: ¡Qué
intuición, y qué capacidad de sentir!, pensó acariciando al animal
que agachado se le encaramaba a su pecho queriendo lamerle la cara.
Anita y Emilillo hacían ahora el camino inverso con el mismo frío
y el mismo sol atenuado del primer día. Bajando la rampa de tierra
Emilillo afinó los sentidos queriendo aprehender todo lo que éstos
pudieran fijar en su memoria, como los ¡clik! repetidos de una
cámara fotográfica imprimiendo la película: el bullicio de un
asentimiento gitano con quejíos de fondo; la vida en la colina con
sus tiras y aflojas diarios que siempre acababan en andanadas en el
bar; el sosiego del bosque de pinares, su olor que curaba las
enfermedades del alma, la brisa que desde allí ahora soplaba fría y
seca sobre su abrigado cuerpo de pertrechos de lana, limpiando el
aire ya limpio y elevando los sucesos vividos a la nube, la de su
memoria en donde pervivirían por siempre. Al llegar al hueco de la
muralla árabe volvieron sus miradas hacia la casa: ¡Adiós!,
¡adiós!...; se oía gritar desde la terraza a Pepe y Ani brazos en
alto, en compañía del perrito muy tieso con las orejas levantadas y
el rabo gacho, al que se le había borrado el ladrido.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">A
partir de ahí Emilillo sólo oía sus propios pasos en el descenso:
el ruido de rozamiento de sus zapatos sobre la arenosa tierra, el del
puntapié a alguna lata interpuesta en el camino...; que sonaban
exagerados, a su percepción, en el silencio que se había aposentado
entre Anita y él, caminando con las manos en los bolsillos del
pantalón, cabizbajo con su mirada pendiente solo de sus pies
avanzando sobre los hierbajos y las piedras de la rambla,
resistiéndose a encontrar la llave imaginaria –pero real-- que
allí arrojó el primer día. Ella entendía su pena y le dejó
tranquilo, mientras andaban callados, cada uno en sus divagaciones en
aquel silencio que hablaba por sí sólo, más elocuente que las
propias palabras, pero que si se dilata más de lo necesario hiere;
lo sabía bien Anita: Bueno, me dijo sor Josefa que eres un gran
estudiante..., si sigues aplicándote en los estudios ya verás como
te comes el mundo..., pero para poder terminarlos tienes que seguir
en el hospicio..., yo no puedo..., bueno a todo esto que vas a hacer
cuándo seas mayor...: Casas, quiero ser arquitecto... : ¿Y me vas a
hacer un cuarto de baño?; él la miró sonriéndole y ella entendió
el mensaje: sin ninguna duda le haría el baño que se merecía, no
iba a ser menos que nadie, ya no tendría que asearse con una toalla: ¡Prometido!; le dijo mientras se abalanzaba sobre ella en un abrazo
ansiado desde que salieron de la casa: Si yo pudiera, te traería
conmigo para siempre..., ¡ay!, si yo pudiera..., te quiero como a
cualquiera de mis hijos..., tu no te apenes y queda contento que sí
Dios me da salud y un poco de suerte te sacaré para Semana Santa.
Aquel consuelo en forma de promesa, aunque condicionada, fue
suficiente para devolverle la alegría y la esperanza a Emilillo: su
interior gritaba desesperadamente que no quería perderlos, que no
podía esperar otros seis años. </span>
</p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><br />
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="text-align: left;">III.
El ansiado goce del cariño</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">Inició
el ascenso a pie desde Plaza Nueva, inseguro de dar con la ruta que
le llevara a lo alto del barrio del Albaicín, que para alguien que
no se movía nunca por la ciudad tenía la dificultad de un complejo
laberinto, teniendo como orientación sólo unas imágenes en su
memoria, y cómo brújula una dirección con un sólo sentido: el de
avanzar siempre ascendiendo. Era muy fuerte su determinación de
encontrarlos y de querer saber qué había sucedido durante aquellos
cinco años transcurridos desde que se despidiera de Anita y sus
hijos: Seguro que había una explicación; se dijo para sí mismo en
el instante que acusaba un pinchazo en el bajo vientre, pensando que
tal vez les hubiera ocurrido algún percance: No tiene porqué...,
simplemente las propias dificultades de la vida..., que en su caso
siempre estaban ahí; pensaba aliviándose por su cuenta pero sin
dejar de seguir perturbándole tal pensamiento, al tiempo que al
subir la última empinada cuesta identificaba una de aquellas
construcciones de sus paseos con Anita por el barrio: Esto es un
aljibe, donde se almacenaba el agua ya en tiempo de los moros, éste
se llama...; aunque le había dicho el nombre de la curiosa
construcción no lo recordaba, pero si reconoció sus arcos de
ladrillo y el enrejado que cerraba el hueco: ¡Voy bien!; pronunció
casi audible, en la satisfacción de reconocer algunos vestigios
archivados en el recuerdo del complicado territorio: un entramado de
calles tortuosas y estrechas que se contraían hasta casi sentir la
opresión de sus destartaladas fachadas contra su persona, para
después aliviarla al ensancharse en pequeñas y recónditas
placetas: Señora por favor, ¿esta plaza cuál es?...: Es la del
Salvador, no ve la iglesia y el aljibe al lado...: ¡Ah! el aljibe,
es verdad, gracias. Después de evocar como reconocible la singular
construcción aboveda de ladrillo del depósito, Emilillo se sentó
en un borde del mismo, más para calmar su estado de excitación –que
se iba acelerando por momentos conforme creía estar llegando a la
cima--, que por descansar del esfuerzo físico: tenía dieciocho años
y unas poderosas piernas en un cuerpo atlético.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Después
de una rápida ojeada a la fachada de la iglesia, reconoció en su
construcción cierto estilo mudéjar, no en vano había comenzado
aquel año la carrera de arquitectura técnica, después de aplicarse
en aprobar todos los cursos de bachillerato como le había prometido
a Anita: Qué orgullosos se pondrán cuando se lo cuente a todos...,
qué ganas de verlos y abrazarlos; he intentó hacer una reflexión de lo
vivido durante todos aquellos complicados años en su ausencia, pues
tenía que ponerles al día; pero a renglón seguido desistió de la
idea en la constatación de que eran demasiados, y que todos les
llevaban a la misma pesadumbre: pudo constatar con fuerza que seguía
solo, y le invadió un estado de desolación al que asomaban lágrimas
en unos ojos rayano al llanto: la soledad es hiriente en las penas,
pero es más inhumana en las alegrías, es desolador no tener a nadie
que te abrace en el triunfo, después de un gran esfuerzo y mucho
sacrificio; era un sentimiento que había experimentado muy a menudo
durante esos años. Se enjugó las lágrimas y se calmó. Mejor sería
contarles poco a poco, aunque lo primero era encontrarles; fijó una
mirada perdida arriba, en el azul infinito de esa mañana de
primavera cercana ya la Semana Santa, con el sol más levantado que
la última vez, y el mismo aire limpio de entonces, y dejó volar la
imaginación en lo que le apremiaba: en la posible escena del
reencuentro, con el temor de la incertidumbre y la esperanza de la
suerte, luchando entre bastidores; inimaginable, no podía seguir
pensando en ello ante el nerviosismo que se le aposentó en el
estómago –como le sucedía siempre que tenía que afrontar una
situación complicada a su crónica timidez--, como un hormigueo que
persistía: A lo mejor es inoportuna mi búsqueda.., no sé...,
¿quien soy yo para...?; y fue pasando en segundos por una sucesión
de estados de ánimo, en una escala que fue desde la perturbación a
no encontrarles, a la emoción de verles de nuevo, en una ráfaga de preguntas: ¿Porqué era tan
difícil comunicarse entre personas?, ¿porqué no había recibido
ninguna carta de ellos?, ¿porqué la vida se les complicaba tanto a
los pobres?, ¿porqué todo era siempre cuesta arriba, como las
empinadas rampas que ahora subía, sin que le esperara nadie en los
rellanos?, ¿porqué tenía la sensación de que siempre le estaban
abandonando? Pudo más la llamada del cariño, esta vez a la inversa.</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Se
creía ya perdido en el zi-zag de los interminables escalones de
piedra y el de las calles, apretadas, todas iguales, sin prestar
atención a las gentes con las que se cruzaba, con la zozobra a flor
de piel hasta que vislumbró el último aljibe: Es inconfundible,
estoy cerca de la calle san Luis, tengo que localizarla; se planteó
mientras su corazón se aceleraba. Sabía que ascendiendo todo lo
larga que era sin abandonarla abocaría a la muralla árabe. Podía
ser que en breves momentos estuviera delante de alguno de ellos, y en
la deseada evocación: un escalofrío le recorrió el cuerpo;
todavía no se lo podía creer. Por fin alcanzó la brecha en la
muralla y su mente empezó a rebobinar aceleradamente emociones y
sentimientos que no se habían ido, estaban allí en la visión de la
casita que identificó sin ninguna duda. No había cambiado nada en
la hilera de casitas de la colina, todo seguía igual, confianza con
la que pretendía tranquilizar su corazón tan desbocado que quisiera
salirse de su pecho, consiguiéndolo sólo en parte mientras se
acercaba a la terraza, imaginando ya la cara de sorpresa y alegría
de cualquiera de ellos, daba igual. En la puerta se demoró en el
temor de no entender del todo aquella situación que le aturdía por
momentos. </span>
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Después
de varios minutos de vacilación, con frustrados intentos de
alejarse, se armó de valor. Golpeó la puerta, se abrió, y su
corazón pasó de la más veloz aceleración a la paralización
total, aturdido delante de una desconocida, quien le había abierto
la puerta: una señora más joven que Anita, con vestido en estampado
de colores: ¡Buenos días!, ¿desea algo?...: Por..., por favor,
¿Anita?; balbuceaba Emilillo, inseguro en su cortedad: ¿Anita?,
aquí no vive ninguna Anita, se habrá equivocado de casa...: Bueno a
lo mejor la conoce por Ana Fernández Unica..., vivía aquí hace
cinco años...: Lo siento no conozco a esa persona... pregunte por ahí...: Vale, gracias
y perdone; en la disculpa de él y en los siguientes instantes de
extrañeza mirándose ambos antes de que la mujer cerrara la puerta,
notó cierta persistente turbación, como si se les encendieran las
mejillas en su extrema timidez, sintiéndose culpable de no haber
intentado siquiera retenerla para seguir preguntándole algo más; al
contrario le arrebataba la vergüenza: ¿Qué habrá pensado esta
señora...?, y su propia frustración: ¿Porqué no se me ha ocurrido
hacer este viaje antes, cuando aún les hubiera encontrado? Aquella
incómoda turbación incubada en los años de orfanato, y que
afloraba involuntaria e inoportuna en cualquier situación no
controlada, le persiguió durante muchos años, incluso ya de adulto.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">En
estado de shock, trastornado por el impacto de la visión que no
esperaba en la puerta, con la mente bloqueada, paralizado sin saber
que hacer se abandonó a donde le llevaran sus piernas, que no fue
otro lugar que el que le podía amparar de aquel golpe: los pinares.
Pasó a propósito antes por el bar, sin atreverse a entrar,
escudriñando desde la puerta su interior como el que busca
desesperadamente algo, un referente: tal vez Conchi; alzó la mirada
entre los pocos clientes que ocupaban el local, apoyados en la barra
que atendía un hombre serio y con cara de pocos amigos, y quiso
reconocer en él al padre de Conchi: Estoy seguro que es él con el
pelo más blanco..., ¿y la hija?; se preguntaba mientras permanecía
allí , disimulando mirar el verde paisaje, por si en algún momento
aparecía. Ni señal de ella. El que si dio una señal fue el padre
que se le quedó observando. Le importunó aquella inquisitiva mirada, y se marchó
desistiendo de su último recurso: ¿Al final, se harían novios Pepe
y Conchi?, ¿se habrían casado..., ¿y Andrés y su novia de
Málaga?..., ¿y Ani y Quique?..., ¿será ya abuela Anita?..., ¿se le habrá
agravado su enfermedad?...; las preguntas le rondaban la mente mientras
iba recorriendo las veredas entre los pinos, pulsando el pálpito de
las huellas dejadas en los mágicos días: las mismas ramas y las
mismas piñas dispersas que veía por doquier; escuchando de nuevo el
sonido de sus pasos orillando los bordes de los terraplenes, sobre
dos líneas de pisadas que como una estela hubieran quedado
esculpidas en la tierra, y ahora las estuviera siguiendo; en un
reguero de sueños que flotaban, sin señal de arraigo, en aquel
inmenso ámbito verde, sin dueños ahora, perdidos posiblemente para
siempre como los ecos de sus voces. </span>
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Conforme
los recordaba, los iba echando ¡¡¡tanto!!! de menos; aguantando
como podía la emoción en cada paso; sabiendo que estallaría sin
posibilidad de que aquel frágil dique aguantara la presión de haber
perdido irremisiblemente el tan ansiado goce del cariño, y lo ansió
más que nunca, una vez, y otra, y otra..., entre sollozos en el
lamento de que se hacía irreversible algo muy importante en su
vida, hasta derrumbarse con la espalda apoyada sobre una de aquellas
laderas, y se acordó de los domingos de visita en el orfanato; de su
padre; de su madre transformada en Anita; de sus besos; de los días
mágicos en la casa; de las emotivas charlas de mesa camilla al calor
del brasero; de su foto de Primera Comunión en exclusiva, debajo del
cristal de la mesita de noche de Anita; del calor humano en las frías
noche envuelto en las confidencias pendientes; del suave tacto de la
toalla que olía a lavanda en la pequeña cocina; de la pila de lavar
adosada al habitáculo del excusado en el patio; de la ropa colgada
en las cuerdas; de las conejeras como salvación de la enfermedad de
Anita; y de un árbol, creía recordar un limonero; y el sol con su
luz y su calor oblicuo marcando las horas mágicas de aquellos
días...; y lloró amargamente con el mismo desconsuelo que había
sentido cuando su hermano Antonio se despidiera en el orfanato, sin
importarle que alguien oyera sus escandalosos gemidos; desahogando su
tristeza infinita: sabía inexorablemente que a partir de aquel
momento quedaba completamente sólo.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Se
fue calmando en la medida que pudo, a la vez que se sentía un
extraño, un advenedizo que ya no tuviera derecho a estar allí. De
vuelta al pasar junto al bar reconoció la música que sonaba en la
sinfonola del local; cantaba Raphael: Balada triste de trompeta / Por
un pasado que murió / Y que llora / Y que gime / ¡Cómo llora!...,
y se le erizó el vello del cuerpo. Al bajar giró la cabeza para
avistar la casa por última vez; ya no la sentía suya, se la había
arrebatado una señora extraña y poco amable, con un vestido de
estampado de colores; y no volvió nunca más. En la rampa de tierra
quedó olvidada la llave que en su día tiró; no hizo ademán de
buscarla; no la necesitaba, pues ahora ya tenía una nueva,
reciente, de esas de candado de doble vuelta. Giró sólo una vuelta
al percibir en su ánimo el último rayo de esperanza: si él ahora
no tenía referencias de Anita para poder localizarla, ella sí podía
buscarle en el mismo lugar en el que llevaba ya quince años interno,
y que conocía bien. Seguía resistiéndose: En cualquier momento irá
a verme, seguro...</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif"><br /></span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="text-align: left;">Epílogo</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Un
año después de mi incursión por las empinadas calles del Albaicín,
mi vida en el orfanato era la misma existencia lineal de siempre:
lenta, monótona, reprimida de afectos, y qué sé yo cuántas cosas
que no quiero recordar; la que transitaba acostumbrado a su severa
rigidez y exagerada disciplina; eran ya muchos años recluido y eso
formaba carácter, además ¿qué remedio tenía?: ninguno. El año
–mil novecientos setenta y uno-- se había estrenado con un final
de invierno y principio de primavera muy frío por una nevada nunca
vista por aquellos lares, que no me salvó de que el sábado de la
nevada me bañara con el agua más fría que nunca haya sentido, pero
resistí --al igual que los otros internos-- como jabato: había
--habíamos-- adquirido cierta inmunidad al frío; bueno al frío, a
los desafectos, a todo lo sufrible. Pero aquel destemplado invierno,
había dado paso a un final de primavera esplendoroso, con un sol
casi de verano. Era domingo y después del desayuno posterior a la
preceptiva misa, lo que procedía para combatir las tediosas horas de
la mañana se llamaba fútbol: hicimos de su juego más que un
deporte, una diversión, casi la única que nos permitía hermanarnos
con un objetivo de equipo, y además poder abrazarnos en la
celebración de los goles, sin que el apretón de los cuerpos fuera
sospechoso. En pleno juego alguien desde la banda del campo me hacía
señales de que me acercara, y cuando lo hice: Emilio, detrás del
pabellón hay una señora que quiere verte, parece que tiene prisa.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">Cuando
la vi resguardada a la sombra del pabellón de mayores, corrí como
no lo había hecho en el partido, y los dos nos fundimos en un
profundo abrazo, exageradamente apretado, de tal suerte que no es que
ahora notara sus huesos, sino su clavazón en mi cuerpo a través de
la fina y sudada camiseta; no me importaba la acerada sensación, ni
a ella mi sudor. Al besarla pude comprobar que su extrema delgadez le
había alcanzado ya la cara en los ángulos agudos de sus facciones,
presumiendo que se hubiera agravado de su enfermedad: Atiéndeme
Emilillo, siento no poder estar mucho tiempo contigo, ¡qué
pena!..., bueno primero ¿cómo estás?...: Yo bien, ¿y tú?...: Voy
tirando, con "mi azúcar" un poco peor, pero no te preocupes, está
controlado..., he venido a despedirme, mañana me voy con Ani
y Quique a Gerona..., no nos han ido bien las cosas y tenemos que
marcharnos allí a encontrar trabajo...: ¿Y Ani y Quique, no han
venido?...: No, han tenido que quedarse a preparar las maletas, por
eso tengo que marchar pronto para ayudarles, pero no quería irme sin
decirte adiós; en la conversación casi confidencial con mi cara
junto a la de Anita, como si fuera una sola, fundimos también
nuestras lágrimas en un sólo lloro.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">A
partir de aquí sólo tengo retazos de recuerdos, como una película
con cortes en las imágenes y en las voces, quizás por un trastorno
transitorio que padecí súbitamente y que duró, seguramente, el
tiempo de la visita: un lapso muy corto de tiempo de mostrar los
afectos, para un infinito silencio posterior. Cuánto no daría
porque alguien hubiera grabado el reencuentro, con sus imágenes y
conversaciones, y que yo pudiera después visualizar la película
cuándo y cuántas veces quisiera..., ¡qué no daría por vernos y
saber lo que hablamos!; aunque sí recuerdo lo último hablado,
quizás atenuada aquella perturbación por su inminente despedida: No
te preocupes seguiremos en contacto, cuando tengamos unas señas
fijas te mando una carta con la dirección, y a lo mejor un día
cuando salgas de aquí ya con tu trabajo, nos vemos …: Claro, aquí
me puedes mandar todas las cartas que quieras, yo no me puedo mover
de momento de este sitio, aunque no sé el tiempo que aguantaré
aquí, pues estoy preparando unas oposiciones para el Estado, y así
poder marcharme..., cuando lo haga sabiendo dónde vives, ten seguro
que te buscaré...: ¡Ojalá, sea así, Dios te bendiga Emilillo...,
recuerda siempre que te quiero como si fueras mi hijo, siempre te he
tenido en mi pensamiento y en mis oraciones...: Yo también, como si
fueras mi madre. La acompañé hasta las verjas de entrada y allí
nos dimos el último adiós entre lágrimas, últimas confesiones, y
promesas: Adiós, adiós, te buscaré, le decía mientras ella se
alejaba por el camino que tantas veces había transitado. Al año
siguiente, mil novecientos setenta y dos, con veinte años de edad y
dieciséis de orfanato, me despidieron de allí. Durante ese tiempo
no hube recibido ninguna carta de Anita ni de Ani --al día de hoy no sé nada de ellos--. Aún así no eché la
segunda vuelta a la llave del candado. Nunca me rendí.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">En
mil novecientos setenta y cinco estaba de paso por Granada. Venía de
Madrid donde había realizado un curso de prácticas al haber
aprobado por segunda vez unas oposiciones para el Estado, más
ventajosas que las primeras, y así poder retomar mis estudios de
arquitectura. Disfrutaba, por tanto, de unos días de asueto,
pendiente de incorporarme a mi destino: Barcelona: ¡qué lejos
está mi hermano! El último día paseaba por la comercial calle
Mesones, atestada de gente a esas horas de la mañana, cuando en la
dificultad de ir evitando a las personas para avanzar, casi chocamos
el uno con el otro, y a un segundo de habernos evitado nos
reconocimos de refilón, nos miramos para confirmarlo paralizados en
la sorpresa: ¡¡¡Emilillo!!!...: ¡¡¡Pepe!!!... ¡¡¡qué
alegría!!!...; nos fundimos en un abrazo percibiendo en su
intensidad el mismo que nos dimos Anita y yo en el último
reencuentro, el que se dilató un rato en medio de la acera, cerca ya
de Puerta Real, sin importarnos los transeúntes que nos esquivaban
con desagradables gestos, e intencionados roces contra nosotros para
que no estorbáramos. Estaba próximo el verano y la gente se había
lanzado en tropel a asaltar los comercios. Ante la incomodidad de
poder hablar con aquella avalancha nos refugiamos en el bar Granada,
de mucha solera en la capital, y que estaba a escasos metros.
Recuerdo que ocupamos uno de los veladores de mármol que aún
conservaba el establecimiento de sus tiempos ilustres.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">Él
pidió un tercio de cerveza a la vez que expulsaba el humo del
cigarrillo que empezó a fumar, yo una Coca Cola; bebidas que no
tardó en servirnos un camarero de los de mandil y pajarita negra, el
que desafortunadamente no tenia en su bandeja poder servirnos lo que
más deseábamos los dos en ese momento: que nuestra hermandad no se
quedara extraviada allí; que no perdiéramos aquel último tren que
la bendita casualidad, o lo que fuera, nos brindaba subir de nuevo;
que la vida no nos pusiera en la tesitura, otra vez, de estar
buscándonos unos a otros; pero el hombre propone y Dios dispone, y
las circunstancias de Pepe no eran las mejores, ni siquiera buenas,
fijándome en su poco agraciado aspecto: vistiendo una ropa que
quedaba muy lejos de aquellas de dandy que recordaba, y mostrando una
cara desmejorada para su edad –le calculé veintiocho años--,
pero en la que afortunadamente no se había borrado su familiar
sonrisa que me regaló sin descanso, como también fueron pródigos
sus gestos de cariño; estaba claro que los únicos cambios eran
físicos, los afectivos seguían intocables como los de hacía...?
¡diez años ya!, qué rápido me pareció el paso del tiempo, aunque
en realidad entre aquellas dos fechas nos habían ocurrido infinidad
de sucesos, de los que imagino –no recuerdo de la conversación
nada más que trazas-- comenzamos a hablar, sobre todo de los
últimos: Siento que mañana tenga que viajar a Barcelona sin más
remedio a tomar posesión de mi plaza de funcionario..., ¡qué
rabia!, no quedarme más tiempo..., nos podíamos haber citado
cualquier otro día que tuvieras libre, aquí mismo en este bar...;
el resto de la conversación es una nebulosa que no logro
desentrañar, me imagino que hablamos atropelladamente y sin guión
un poco de todo lo que se nos pasaba por la cabeza; lo único que me
quedó claro era la inoportunidad de la maldita coincidencia de que
los encuentros, buscados o al azar, eran previos a viajar uno de los
dos a un sitio muy lejos; todos anduvimos siempre de un lugar a otro:
primero fue Antonio, después Andrés, más tarde Anita y Ani; y
ahora yo.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">En
un momento de la conversación que se prolongó el resto de la mañana
al amparo de muchos cigarrillos, varias cervezas, y un par de
coca-colas más, me llegó el olor a tabaco y alcohol de aquel último
día; estaba claro que yo había quedado varado en la felicidad de
una navidad, pero él estaba ahora en su desventura presente; ni
siquiera recuerdo si contó algo de su madre y hermanos, ¿quizás
estuviera viviendo una vida bohemia, al margen de la familia?, por su
desaliño podía ser..., lo que sí dejó entrever es que estaba
sólo, que no tenía pareja; pero sus palabras han quedado en ese
lugar donde habita el olvido: ¿Porqué creemos que tenemos todo el
tiempo del mundo; que las situaciones difíciles son siempre
reversibles, y que se arreglaran por ellas mismas?, ¿porqué no nos
molestamos unos momentos, sólo unos momentos después de vivir algo
vital, en pasarlo al papel, para después leerlo y releerlo, y ayudar
así a la memoria cansada?; peno por ello en este momento por si en
aquella conversación quedaron perdidas las claves para localizar a
su madre y hermanos; no lo creo las hubiera guardado celosamente
hasta que hubiera podido dar con ellos. ¿Pero..., y él?, no tenía
que buscarlo, lo tenía delante de mí, le quería tanto que no
quería perderlo: Bueno Pepe tendrás alguna dirección, dámela y la
apunto y así nos podemos escribir : No tengo ninguna fija, voy de
una en otra pensión..., pero no te preocupes estoy peleando a ver si
me quedo fija en alguna...: Entonces te voy a dar la de mi hermano
Antonio en Hospitalet de Llobregat en Barcelona..., sabes que después
de diez años prácticamente sin noticias, me escribió invitándome
una Navidad a su casa, está casado y tiene dos hijos..., de hecho
ahora lo veré porqué pararé en su casa; le decía Emilillo a Pepe
mientras le escribía la dirección en un papel, el que dobló y
guardó Pepe en el bolsillo del pantalón: ¡Cómo me acuerdo de
Antonio!, os quiero mucho a los dos; lo decía emocionado, con la
premonición, tal vez, de que aquello era una despedida. Lo vi en su
mirada, aunque me tranquilizaba el que tuviera en su poder las señas
de la casa de mi hermano. Desde entonces no he tenido noticias de él; tampoco de Andrés,
aunque seguí persistiendo durante mucho tiempo sin echar la doble
vuelta de la llave del candado.</span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span face="Arial, sans-serif"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiY0M0FAX_ZZsr6-fuPCyUJYgqZnPA6KyZLu-5n_4yHF9mHzgLk5f0Xqclug8f8CJYiAID1e59DyFYnRCvSyKp_6K1kE5JXBoVrIAu5xXFuTDA4iinwoOw0bXtjyiNafEhAHe4YpVpsITw/s1916/Foto3+%25281%2529.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1916" data-original-width="1320" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiY0M0FAX_ZZsr6-fuPCyUJYgqZnPA6KyZLu-5n_4yHF9mHzgLk5f0Xqclug8f8CJYiAID1e59DyFYnRCvSyKp_6K1kE5JXBoVrIAu5xXFuTDA4iinwoOw0bXtjyiNafEhAHe4YpVpsITw/w440-h640/Foto3+%25281%2529.jpg" width="440" /></a></span></div><p></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: small;"><i>Foto
de los tres hermanos, a la izquierda Pepe, y en el centro Andrés y
Ani con otra chica, desconocida, a la derecha, en el día de la
Primera Comunión de Ani, con fondo de un pabellón del orfanato. En
día tan señalado, se juntaban los hermanos... mis hermanos ... </i></span></span>
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><br />
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="font-size: small;"><span face="Arial, sans-serif">Los
siguientes años, desaparecidos ellos, busqué desesperadamente, si
no lo mismo, lo más parecido a lo que había sentido con mi familia
de sentimiento --¡Ufffff, que listón más alto!--, volcándome con
ilusión en tener la mejor relación afectiva con mis dos hermanos,
ya casados y con hijos; retomar lo que la vida nos había negado,
empezando por el respeto y así poder recuperar el cariño, y más
tarde ya el amor de hermanos; todo un despropósito: tuve la
sensación de estar rodeado de gente que, más que empatía, sólo
buscaban competir conmigo en su desgracia: ¡La mía ha sido mucho
peor que la tuya!; ¿porqué?, si yo no quería competir con nadie,
sólo compartir. Vagué de nuevo sólo, en la resignación,
constatando mi acelerado retroceso hasta las casillas anteriores a
Anita y su familia, que hizo que echara la segunda vuelta de llave
del candado. Con veinticuatro años c</span><span style="color: black;"><span face="Arial, sans-serif">uando
conocí a Teresa, mi mujer, estaba inmerso en una profunda crisis
nerviosa, en un cuerpo que pedía a gritos ahogados en silencio que
le quisieran, embutido ahora, no en una coraza, sino en una armadura
completa; aunque seguía resistiéndome, deseaba fervientemente
intentarlo, no quería perderla; ésta vez no: la necesitaba como el
aire que respiraba, pero parapetado en aquellas defensas tenía mis
dudas: como iba a querer si casi no había sido querido; como iba a
amar, si casi no había sido amado; como iba a darlo todo, si casi
no había recibido nada; como iba a ser padre si apenas había sido
hijo. Gracias cariño. Lo siento, no he podido, o no he sabido
hacerlo mejor. Ahí estamos queriéndonos, juntos, después de
cuarenta y cuatro años. Sigue siendo muy difícil: cuando se ha
sentido mucho frío de pequeño, ya se tiene frío toda la vida.</span></span></span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="font-size: small;"><span style="color: black;"><span face="Arial, sans-serif"><br /></span></span></span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="font-size: small;"><span style="color: black;"><span face="Arial, sans-serif"><br /></span></span></span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">FranciscoMolinaGómez
(Emilio --”Emilillo”--)</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif">(Me
ha costado mucho escribir esta entrada al blog; confieso que todo ha
sido puro sentimiento. He intentado alejarme del relato sentimental
decimonónico del huérfanito. Todo en él es desde el corazón, sin
artificios, verídico, en la medida que es veraz un relato literario,
aunque haya equivocado seguramente algunos nombres y confundido algunas
situaciones: a veces a la memoria, después de tantos años de
archivar recuerdos, le cuesta recuperar los detalles de las
vivencias. De las importantes no me he olvidado: Anita, Andrés, Pepe
y Ani, allí donde estéis os sigo queriendo sin que mis sentimientos
hacia vosotros haya variado ni un ápice. Me siento muy afortunado de
haberos conocido y querido, sin vuestra asistencia en mi vida, yo
hubiera sido otra persona, con toda probabilidad con muchas más
carencias. Recibid este homenaje-recordatorio en la esperanza y
confianza de que alguien que visualice las fotos –vosotros mismos,
hijos o allegados-- las reconozca y me haga un comentario –lo
espero con ansiedad--, sería más que una lotería, mis mejores
Reyes de este 2021. ¿Quién sabe...? A tí Anita que por cuentas de
la edad, seguramente ya no estés entre nosotros, decirte que no es
verdad, que sigues en mí con tu legado de amor: Gracias por hacer de
madre, en la ausencia de madre tan pequeñito; por ser un trocito de
tu corazón, aunque demasiado ausente en tu vida; por llevarme en
volandas con la magia del amor; por no conocer obstáculo para llegar
a mí; por entender la desconfianza en la ausencia desacostumbrada
del cariño; por sacarme del agujero negro del abandono; por respetar
el silencio de la pena, sin alargarlo para que no hiera; por
regalarme hasta lo que no tenías; por ser una madre coraje; por
confiar en mis sueños cuando los demás no lo hacían; por tu
esforzada despedida a pesar de tu enfermedad; por tenerme
perennemente en tu mente aún en la ausencia; gracias por enseñarme
tantas cosas: a valorar que el tiempo más provechoso y feliz es el
que se comparte con la gente que quieres; a tener entereza frente a
las adversidades; a mostrar alegría pese a la tempestad; a comprobar
que la dignidad del pobre es más loable que la del pudiente; a ser
honrado; a vivir del esforzado trabajo; a que no es más rico el que
más tiene, sino el que menos necesita; a saber resignarme en lo que
más me duele: en la mala suerte de no poder haber compartido con
todos vosotros los logros de mi vida, que también eran los
vuestros...; ¡ah! se me olvidaba: gracias por regalarme esta
terapia, para seguir respirando sin que me aprieten muchos los
costados, a soltar lastre para ir más ligero y poder seguir
caminando, para ir aperturando poco a poco, y de nuevo, la llave del
candado de la coraza que guardaba por prevención..., para entenderme
yo mismo y que los que más quiero me comprendan un poco..., mil
gracias por todo, siempre vivirás en mí.</span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif" style="text-align: left;">Mientras
escribo afuera cae la nieve copiosamente --¡¡¡impresionante nevada en
Madrid!!!-- ; con los cascos de audición activados en You Tube,
canta Adamo: Cae la nieve / y esta tarde no vendrá / Cae la nieve /
y mi amor de luto está / Es como un cortejo / de lágrimas blancas /
y el pájaro canta / las penas del alma....)</span><span style="font-size: small;"><span style="color: black;"><span face="Arial, sans-serif"> </span></span></span>
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"> </span>
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><br />
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif"> </span>
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif"> </span>
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><br />
</p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><br />
</p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><br />
</p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><br /></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif"> </span>
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif"> </span>
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif"> </span>
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span face="Arial, sans-serif"> </span>
</p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="font-size: small;"><span face="Arial, sans-serif"><i><br /></i></span></span></p><p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><span style="font-size: small;"><span face="Arial, sans-serif"><i><br /></i></span></span></p>
<p align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;"><br />
</p></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div>pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-57747996159575668472020-05-11T12:32:00.000-07:002020-06-17T18:27:54.424-07:00DE LA SOLEDAD EN EL TIEMPO DEL CORONAVIRUS<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhAtJkSQr0JdSD3qZ8xGYUteuTcz8m4Iv-MpS-hhlNw65y5jBf3RZyOPiJbOh_fpz9xBAcfBRsHdJdm3Hfy87ZRacG_ady8gKz3SCyOgwEJOIzmTgQD-Ibx6IhmPxiS4NzSLf4rc9H8hZI/s1600/penumbra+bosque.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="167" data-original-width="250" height="424" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhAtJkSQr0JdSD3qZ8xGYUteuTcz8m4Iv-MpS-hhlNw65y5jBf3RZyOPiJbOh_fpz9xBAcfBRsHdJdm3Hfy87ZRacG_ady8gKz3SCyOgwEJOIzmTgQD-Ibx6IhmPxiS4NzSLf4rc9H8hZI/s640/penumbra+bosque.jpg" width="640" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
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<div align="JUSTIFY" style="font-style: normal; margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="font-style: normal; margin-bottom: 0cm;">
… <span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">y
se apagó la luz, y ya no hubo nombres, ni fechas, ni corazones
grabados en el bosque de los invisibles...</span></span></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;"><i>Se
mueren. Se está muriendo la generación heroica, la de la concordia,
la de aquí no sobra nadie, la de aquí cabemos todos, la que con
pocos estudios educó a sus hijos, la que con los recursos justos
les ayudó en las crisis. Se están muriendo los que más sufrieron,
los que trabajaron como bestias, los que han cotizado más que nadie.
Se mueren los que pasaron tanta necesidad, los que levantaron el
país, los que ahora tan sólo deseaban disfrutar su vejez. Se están
muriendo solos y asustados, apurando el último aliento sin la ayuda
de un mísero respirador. Se van sin molestar los que menos
molestaban, sin aspavientos y sin “postureo en la nube”. Se están
yendo sin ruido, por la puerta de atrás, sin que este país les haya
reconocido la gran deuda que había contraído con ellos. Se van
desorientados, sin tiempo a entender ¿porqué?, mientras sus ataúdes
anónimos se apilan en morgues de hielo sin banderas, ni medallas;
sin homenajes, ni duelo. Se van en soledad, sin un adiós, los que
menos merecen irse.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;"><i>Marzo
2020</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
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<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Era
como la imagen revivida de alguna de esas películas almibaradas de
sobremesa de domingo: familia de clase media alta, ella ama de casa
con asistenta y renta personal patrimonial, él empresario con varios
negocios en la capital e inversiones en bolsa, y dos hijos
adolescentes, casa unifamiliar adosada en una urbanización
residencial de un lugar privilegiado de la ciudad, la del final de la
hilera que liberaba mucho más jardín que las otras, setos recién
recortados, plantas de un verde lustroso sin hojas secas, parterres y
grandes macetones con flores, y un rincón sobre el césped que aún
olía a siega donde lucía con brillo tenue de sol de final de
primavera la vajilla de copas de cristal que esperaban puestas ya con
bastante antelación a unos invitados especiales, aunque nunca nos
habíamos visto. Una cita de futuros consuegros. Cuando la conocí me
llamó la atención su porte y elegancia, como si ambos fueran
innatos o se hubiese educado en ellos mucho tiempo atrás en la
niñez, los que fijaba mi curiosidad durante el recorrido desde la
casa hasta la mesita de jardín portando una bandeja de porcelana con
el primer agasajo sólido del convite: sus famosas croquetas caseras.
Se sentó en la silla enfrentada a la mía con la misma distinción
con la que la vi acercarse,y a renglón seguido desplegó sus dotes
innatas o aprendidas de una buena anfitriona, esparciendo cortesía y
afabilidad en las salutaciones de bienvenida, acentuando los gestos
de agrado y simpatía no exentos de cierta exageración en sus
ademanes: esa gentileza impostada que por precaución siempre
mostramos los humanos al principio de nuestras relaciones cuando nos
presentan a alguien, o eso pensé yo, aunque por poco tiempo cuando
los percibí sinceros al final de las primeras conversaciones,
instándonos ya sin demora entonces a que probáramos su
especialidad culinaria. En pocos segundos le glosaba la excelencia de
la crujiente textura y el intenso sabor de la tierna masa de las
croquetas, agradeciéndole el detalle de acogida, y se alegró por
ser la primera vez en su vida –sentenció ante mi sorpresa-- que
alguien le felicitaba por aquella delicatessen que le había ocupado
toda la mañana, empleando en la comparación cierta ironía que no
me pasó desapercibida iba dirigida como dardo hiriente a su familia,
en especial a su marido, el exitoso empresario. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Desde
aquel momento, mientras se nos ofrecían las bebidas en especial
cerveza muy fría y el resto de aperitivos, gestos de aceptación
mutuos hicieron que intimáramos rápido, monopolizando ella desde
ese instante mi exclusiva atención a su verborrea, no dando tregua a
que la distrajera en cualquier otro asunto que no fuera el derivado
del libreto memorizado de sus inagotables historias que brotaban de
su boca, con frases remarcando las palabras como lo hiciera un orador
en un ejercicio de convicción, vocalizando con una buena dicción
excepto cuando pronunciaba la erre fuerte, disonancia en el sonido de
la letra que lo acentuaba cuando de forma intermitente mencionaba su
país de origen: Puegto Gico, y aunque matizaba a renglón seguido
que sus ancestros fueron españoles, llevaba con más orgullo su
descendencia: lo de ser, además de española, norteamericana con
pasaporte, que su ascendencia. Entendí entonces toda la parafernalia
del encuentro: mezcla de herencia de costumbres barrocas de hidalga
burguesía criolla del caribe –los Quintero de toda la vida,
enfatizaba en tono rimbombante-- y ese otro aire extrovertido y
abierto que mostraba un halo de mujer independiente, muy a la
americana, para quién la velada del aperitivo y posterior comida
era una gran oportunidad de abrirse a gentes nuevas; de regurgitar
los guiones, argumentos, nudos y desenlaces de los avatares de su
vida a los que ya nadie, de su entorno más cercano –me dio la
impresión-- prestaba atención, quizás por repetitivos o por otras
razones que tenían que ver más con ese deterioro en las relaciones
cuando hace mella el tedio y el cansancio en el tiempo de la
convivencia afectiva, mientras consumía botellines de cerveza
compulsivamente, casi a la par que volatizaba cantidad de
cigarrillos, los que fumaba con cierta clase. Casi no probaba
alimento sólido, para, posiblemente, no perder el hilo de su
monólogo o por cualquier otra razón que desconocía.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">La
imposibilidad de distracción me llevó involuntariamente a
escudriñar su cara de rasgos duros a simple vista, con cierta
desproporción de sus facciones: nariz prominente y frente estrecha
y pequeña donde el nacimiento de un cabello abundante y recio
estaba muy próximo a la línea de los ojos achinados, pero toda ella
era armónica precisamente en eso: en la singularidad de la
desproporción de las medidas. Para cuando terminé el retrato mental
ella aún persistía en los recuerdos confundidos con remembranzas
actuales: que si los huracanes cuando vivía en Puegto Gico, que si
tenía familia en Miami, que tenía un grupo de amigas de su edad con
las que se reunía no recuerdo que día de la semana a jugar al
bridge, que si conocía a un hermano del alcalde, que si esto, que si
lo otro, sin dejar opción a que por lo menos le contestara para su
conocimiento que yo no jugaba al bridge, como mucho al juego de la
oca, y que tampoco conocía a ningún familiar del regidor del
ayuntamiento, pero que poniendo empeño podía lograrlo, pero no hubo
forma, ella se hacía las preguntas y se las contestaba a la vez, de
tal suerte que llegada a esta situación mis sentidos me pedían
internamente y con desesperación la declaración de una especie de
tregua o una bandera blanca de rendición. No hizo falta sacar la
enseña blanca pues en ese preciso momento de saturación de mi mente
ante la avalancha de vivencias ajenas, desde la casa se nos invitaba
a entrar en ella para degustar los placeres de la mesa en un almuerzo
de bienvenida y confraternización de unión de familias. Cuando se
giró ya de pie delante de mí le visualicé en la espalda una
acusada protuberancia que le obligaba a caminar con leve inclinación
de la cabeza y que minimizaba, en parte, una amplia camisa de lino
pulcramente blanca, que lucía con elegancia al igual que los
pantalones largos de paño en oro viejo con pinzas en la cintura que
alargaba su delgada figura, ya de por sí alta para su generación.
Aquel descubrimiento no era impedimento para que aligerando el paso
hacia la casa, le observara un andar erguido sin afectación
locomotora. El cuerpo aunque resentido aún le era benevolente en los
inicios de nuestra relación.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">En
un lado del salón una amplia mesa de diseño actual servía de
soporte a todo un mundo de refinamiento: mantel y servilletas
bordados a mano, vajilla de porcelana antigua, cubiertos de alpaca,
cristalería fina..., una composición a la manera de ella y que
obedecía a un rito instruido para las ocasiones especiales y
aquella era una de ellas. Tenía la puesta de mesa un aire vintage,
que repetía lo que era toda la decoración interior que conjugaba
muebles modernos con auténticas antigüedades: piezas de decoración
artesanas que se expandían en todo el salón con tallas en madera
noble, esculturas en bronce y cuadros al óleo originales; elementos
decorativos que denostaba cierto buen gusto. Comedida en el yantar,
de hecho siempre decía que había que dejar algo en el plato como
señal de buena educación, era todo lo contrario cuando en las
pausas de los bocados se empeñaba en proseguir explayándose con
sus relatos, ahora acompañados de lenguaje gestual, palabras que
sonaban a la par que tintineaban en los movimientos de las manos las
pulseras de oro que lucía, y que hacían complemento de los demás
abalorios: anillos y pendientes también de oro con que se adornaba.
Las más sorprendentes anécdotas, las más increíbles historias y
las más extrañas ficciones fueron febrilmente desempolvadas entre
plato y plato, de tal suerte que a los postres Meli Quintero estaba
repitiendo las mismas cosas, narrando otra vez los mismos momentos,
ahora adornado con algún detalle súbitamente recordado; proceso al
que había llegado, seguramente, por los efectos de la rotundez
alcohólica del sinfín de botellines de cerveza consumidos o por el
agotamiento del filón de las vivencias recordadas. Creo que por
ambos, o quizás por otros motivos que solo podía intuir entonces.
Posiblemente aquellas repeticiones, tachadas de batallitas e
historietas durante el transcurso de la velada por la gente que le
rodeaba a diario, su familia, no eran sino señales, avisos de
socorro: de estoy aquí, de nadie me oye..., que desesperadamente
lanzaba a quien quisiera escucharle en especial a los suyos para los
que, seguramente venía siendo invisible desde mucho tiempo atrás.
Ahora era ella la que les descubría a ellos, auténticos invisibles,
escrutando desde su posición contraria sus reprimidas emociones,
signos que pasaban inadvertidos a tenor de los prolongados silencios
de sus gentes. Estaba claro que su invisibilidad denotaba la primera
de su colección de recientes soledades. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Después
fuimos coincidiendo en esporádicas ocasiones, sin que fraguara una
relación más estrecha entre ambas familias, aún cuando no hubiera
en principio algún motivo que lo impidiera, ni siquiera el exceso de
locuacidad de ella, la que quedaba difuminada en sus constantes
gestos de amabilidad y cortesía: a aquellas primeras croquetas le
sucedieron otras en exclusivo agradecimiento, para satisfacción de
mi persona y enfado de los suyos. No era el escaso acercamiento
razón debida a la actitud de ella, pues de entre todos los
miembros de su familia era la que transmitía más empatía con los
demás, sino más bien de él, el exitoso empresario, que carecía
sobradamente de dicha empatía a la vez que de simpatía, manteniendo
siempre las distancias y no propiciando nunca una verdadera
comunicación, la que sí avivó Meli Quintero –de los Quintero de
toda la vida de la isla-- buscando siempre en nuestros encuentros una
cierta complicidad aparentando normalidad en el
discurrir de los acontecimientos que en un futuro no muy lejano
unirían a ambas familias, aunque fuera a costa de revivir en
aquellos primeros días ritos y costumbres en desuso con
reminiscencias de su juventud en su lejano Puegto Gico, cuando
propuso una fiesta que seguramente allí aún se celebraba: la de
pedida de mano, ¿una fiesta de qué?, una fiesta de pedida de mano:
No sabes la joya que se lleva tu hija con mi hijo, al que le tengo
reservado una gran sorpresa para su futuro que beneficiará a ambos y
entonces se explayó en contar que poseía un tesoro heredado en su
día, transmitido de generaciones, el que tenía escondido como oro
en paño y de cuyo paradero sólo conocía ella, haciéndome pensar
en alguna riqueza de tipo oro o plata guardados en arcón oculto en
alguna doble pared de la casa o enterrado en un hoyo del jardín, y
del que, dejándonos sin habla por lo insólito de la revelación,
nos confió el escondite: su memoria, resultaba que la herencia era
de tipo intelectual: las recetas de unas salsas picantes que harían
de su hijo un gran chef, de fama y dinero y que se las transmitiría
sólo a él cuando se casaran. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Estaba
ilusionada con los novios y los acontecimientos que se avecinaban.
Tiempos nuevos. Como si aquella oportuna encrucijada de ambas
familias le estuviera dando ocasión de retomar un camino
distinto al que cotidianamente transitaba en una asfixiante
monotonía. La razón de darles una nueva oportunidad, tanto a su
cuerpo que se mostraba algo más erguido que de costumbre, como a su
ánimo que adquirió nuevo vigor que le hizo rejuvenecer en la
querencia de la joven pareja. Tenía claro que se le estaba quedando
corto el tiempo del libro de su vida, habiéndose apercibido ahora,
aunque fuera tarde, que una vez que empiezan a correr las páginas
sabemos que el último capítulo llegará y no nos deparará nada más
cierto que un final y lo que hayamos querido hacer en medio. Decidió
no perder más tiempo, y fue encadenando vacaciones los veranos
siguientes con los prometidos y el resto de su familia en viajes
siempre deseados y siempre postergados: de Florencia contaba
maravillas de la cúpula de la catedral; de Venecia el elogio de
palacios, canales y puentes iba más allá de su propia verborrea...
hasta el último verano antes del enlace de los jóvenes cuando fue
subyugada por los jameos del agua en Lanzarote.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Pronto
llegaron las celebraciones familiares, advirtiendo ahora en ella,
aparte de su locuacidad, un desmedido afán de protagonismo, casi la
novia en la boda: que si había que ir haciendo ya las listas de
invitados; que para dar empaque al acto podrían invitar a un
familiar del marido, conocido presentador de televisión; que si
había que ir reservando la cena de invitación de la boda en un
conocido club exclusivo de cierta zona residencial; que si el menú
debía ser el más exquisito de la carta; que si las flores para la
decoración del local; que si el color de los manteles a juego con...
cascada de precipitadas propuestas, ideas y demás sugerencias a las
que puso final el exitoso empresario: Bueno todo esto lo pagaremos a
medias, ¡cómo no! para eso vamos a ser consuegros. Agradeciéndole
a renglón seguido me eximiera de pagarle la mitad de un jamón pata
negra gran reserva que iba a llevar en persona para todos los
invitados en el lunch previo a la cena, el que compraría a no sé
quién proveedor de confianza que se los traía de no sé qué sitio
que dio por supuesto que conocía. Después se fueron sucediendo
encuentros aún más esporádicos en bautizos, cumpleaños... Para
entonces volatilizada la euforia de un cambio en su vida, desandando
el ilusionante camino retornó a la encrucijada previa a los viajes
para escribir nuevos capítulos del libro de su vida que eran,
desafortunadamente, una mala copia de los anteriores. Prisionera
definitivamente de sus soledades y ahora de los dolores de espalda
que empezaba a sufrir, de momento de forma intermitente, se apoyó
para seguir caminando en un bastón extendiendo a tres sus
extremidades inferiores a fin de poder moverse en la casa unifamiliar
adosada con muchas escaleras, la que se había convertido en un
laberinto de obstáculos para su existencia. Fue en ese tiempo en el
que se mudó a vivir con su familia a un piso en una de las zonas de
alto standing de la ciudad, un bajo sin escaleras y con un pequeño
patio exterior donde aposentó las pocas plantas que se llevó. Se
deshizo de más de la mitad del vestuario que había ido almacenando
a lo largo del tiempo, incluso de las ropas más caras; redujo al
mínimo su colección de zapatos algunos sin estrenar; regaló
muebles, tallas, cuadros... con objeto de llevarse lo imprescindible
a la nueva casa; y lo que era más sorprendente se deshizo de la
mochila de recuerdos, anécdotas, e historias, a favor de su nueva
realidad: su interés no iba más allá de los sucesos que le pudiera
deparar el día siguiente.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">En
la nueva casa la visité en dos o tres ocasiones con la impresión de
que vagaba por toda ella más que la habitaba. Para entonces ya no
era la misma: cierta dejadez en su persona hacía impensable la Meli
Quintero elegante y distinguida del principio, aunque si eran iguales
las mismas mellas visibles iniciales en el desafecto de su familia:
Cría hijos para esto, repetía como queja a lo único que intentaba
agarrarse ahora, frente a la deriva de su relación de
pareja: el tedio y el cansancio habían dado paso a la indiferencia y
ésta a un sin fin de vacíos en las que los prolongados silencios de
las ausencias eran tan insoportables, o más, que las continuas pullas
en las pocas y esporádicas ocasiones de comunicación, con continuas
discusiones en público de ambos en el límite del respeto. Todo
aquello le sobrevenía cuando se le iba agudizando el ángulo de su
condena, la que se agravó con dolores más agudos y más frecuentes
que precisaron de continuos calmantes para su alivio. Ahora las
conversaciones eran monotema: que si padezco de esto y de lo otro, ¡qué me vas a contar tú! de tal o cual dolor, que no tienes ni idea
del cóctel de fármacos que tomo..., sin dejar opción a que los
demás también padeciéramos de algo aunque fuera esporádicamente.
Se le hacía ya complicado andar a pesar del bastón e intentó
mecanizar sus itinerarios dentro de la casa. Silla de ruedas
eléctrica que al final acabó varada en un rincón, siendo un
cacharro más, ante la dificultad de paso por entre el mobiliario y
la estrechez de las puertas. Ya no salía a la calle, recluyéndose
muchas horas en su habitación rumiando, seguramente, el muestrario
de vacíos que se le habían instalado en aquella tardía etapa de su
vida, de los que le hería más el vacío
interior, ese al que no te puedes asomar y que se puede prevenir en el
vértigo del precipicio, sino el que se instala en las
entrañas, que no lo puedes ver pero lo sientes, tiene peso, volumen;
lo palpas en la tristeza infinita de la densidad de la nada. Una más
de sus últimas soledades. De la casa sólo salía a urgencias del
hospital cuando los dolores eran insoportables o cuando se ahogaba en
la desesperación de los que se les niega el aire, volviendo a la
casa con la bombona de oxígeno como remedio temporal a sus
inflamados bronquios ya crónicamente congestionados, la que en los
períodos de mejoría fue a hacerle compañía en el mismo rincón
a la silla de ruedas. Así era Meli Quintero --de los Quintero de
abolengo de la isla--, ella en estado puro, independiente, con sus
pecados y sus virtudes, con sus fobias y sus miedos, sus prejuicios,
su obstinación en que a pesar de sus empecinados actos incompatibles
con la vida, sobreviviría. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Quería
seguir existiendo aún cuando ya le pesaba la vida en una espalda que
se iba doblando cada vez más hacia la paralela del suelo y ya no
soportaba ni el peso de su propio cuerpo, e hizo nido: ubicó para
siempre sus largos días de soledad en su habitación de la casa
donde se recluyó, como eremita, con sus preciados tesoros, los
únicos calmantes que le apaciguaban el dolor físico de unas
vértebras que se iban curvando sin piedad; los únicos alivios que
le anestesiaban el otro dolor: el del alma; los que adormecía en el
placer del amargor del alcohol de la cerveza y la embriagadora
sensación de plenitud de la nicotina. Solitaria habitación desde la
que en aquella última etapa veía, sin vivir, pasar los hechos ahora
ya intrascendentes de su vida, demorando los sorbos del tiempo, como
demoraba los tragos del líquido ámbar, y las caladas de los
cigarrillos que al final se consumían sin solución de continuidad
olvidados en el cenicero; eran su medida del tiempo, de un tiempo del
que ya no esperaba nada para ella misma, simplemente poder
reconocerse en su condición humana, poder regocijarse con sus
congéneres, y con suerte poder hablar con alguno de ellos;
infructuosa intención porque su vida era ya como el cigarro
consumiéndose en su boca con las pavesas desprendidas horadando en
agujeros la sempiterna bata llena de lamparones; enseña de su
abandono, sabiendo que de aquella última de sus recientes soledades
no iba a sobrevivir, porque una vez que todos te abandonan te duele
la vida. Aquel perceptible desaliño apuntado, se hizo más patente
en las dos últimas citas familiares –bautizo y primera comunión--
a donde acudió tarde y con aspecto como de andar por casa, sin
apenas arreglarse, al igual que el exitoso empresario, lo que me dio
pie a pensar que el descuido mutuo había hecho mella en la pareja,
de cada uno con el otro, de tal manera que en la última urgencia a
la que acudió desde su casa, y ante el estado desidioso que
presentaba Meli Quintero con deficiencias fisiológicas palpables el
médico aconsejó, ante la imposibilidad de poder ser atendida en su
casa, la de internarla en una residencia de ancianos, a donde se la
llevaron desde el hospital.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Meli
Quintero tuvo la mala fortuna de estar en el lugar equivocado
–residencia de ancianos-- en el tiempo equivocado –el del
coronavirus-. De la residencia al hospital y del hospital a la
residencia era su cotidianidad en los últimos días hasta el
agravamiento de su asfixia que la llevó por última vez al hospital. En los días del caos sanitario, con las urgencias colapsadas, las
visitas restringidas, tuvo sólo el
bálsamo de una cara, una voz, y una mirada conocida de un alma
caritativa --con la que tuvo la última conversación como una
premonición-- mientras se iba apagando lentamente, agonizando, el
mismo día que la bestia microscópica disfrutaba de un aquelarre sin
freno, de una orgía sin control pasando el virus de boca a boca
entre gritos, arengas, eslóganes, soflamas y mensajes; de mano a mano en
carteles, panfletos y pancartas de enconos y revoluciones; de beso a beso en un
baile de macabra alegría, con las gentes hombro con hombro en las
calles, en las plazas, en las terrazas, en los jardines…, jaleando
“a no sé qué lucha”, mientras ella luchaba desesperadamente por un poco
de aire que ya sus pulmones agotados no podían bombear. A la mañana
siguiente la soledad de la noche dio paso a la noche más larga en
soledad a la que ya nunca le sucedería el día, y su muerte pasó
desapercibida, sin cara, sin voz, sin luto, sin ser siquiera un
número en la estadística; era, siendo ser, nadie ni nada. Después
un oscuro y tupido velo sospechoso de complicidad de intereses
espurios la confinó en una cámara frigorífica sin velatorio ni
despedida de sus deudos, antes de su urgente cremación. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">FranciscoMolinaGómez</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">(In
Memóriam de Meli Quintero y todos aquellos que la siguieron en
aluvión los días siguientes, a los que sin ser ya nadie ni nada, o
tal vez por eso, les negaron incluso la luz del final del
túnel. La ausencia del último adiós quedará impresa de por vida
en algunas ¿conciencias? ) </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<br />
<br />pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-52388971252963355762019-12-30T12:30:00.000-08:002019-12-30T12:35:59.196-08:00DE LA MILI (VI): PRÓXIMO DESTINO, CEUTA <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWIBMX2G4xSP0D_NV_RLifsQP27hLWnFelg7VjISvbnmUsAX-7xVklq1_gJ-onKoE-jH46jCzw9RxwshJmZu4-YvTwntWph9VmTENH0pSG87KPAEAPkxcJK_UF23_295VATokJDCMPh7U/s1600/calafell_9_13+1422.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWIBMX2G4xSP0D_NV_RLifsQP27hLWnFelg7VjISvbnmUsAX-7xVklq1_gJ-onKoE-jH46jCzw9RxwshJmZu4-YvTwntWph9VmTENH0pSG87KPAEAPkxcJK_UF23_295VATokJDCMPh7U/s400/calafell_9_13+1422.jpg" width="400" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;">C<i>uatro
granadinos, ya soldados: De izquierda a derecha: el autor del blog,
el Lóa, un veterano a punto de licenciarse y el T´ópolla,
relajados, a la espera de la asignación de nuevos destinos. El mío
Ceuta, en tierras africanas.</i></span></div>
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Cuando
una semana después, miembros reconocidos ya de la familia militar,
todos los integrantes de la compañía nos volvimos a encontrar en el
centro de instrucción, después de las cortas y merecidas
vacaciones, a la espera de que nos asignaran destino como soldados,
exhibíamos la seguridad que nos daba la incipiente veteranía
--los novatos, los nuevos bichos, estaban a punto de llegar--;
patrimonio hasta entonces de los soldados destinados en el
campamento, los que ya no nos increpaban con aquel epíteto animal,
ahora nos restregaban por las narices las hojas del calendario con
los días cumplidos de mili marcados con una cruz, ya borrados de su
existencia: su tiempo de reclusión tenía pronta fecha de caducidad
y, en el caso de algunos de ellos, los días sin marca se podían
contar con los dedos de una mano. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">En
breve iban a licenciarse, ¡qué suerte!; un espejismo para nosotros
que aún teníamos que recorrer un largo y penoso trecho, ya en el
cuartel asignado, de nuevas y diarias sesiones de instrucción,
infinidad de servicios de armas, bastantes marchas nocturnas, incluso
algunas maniobras de guerrillas con fuego real; acontecimientos que
presentíamos cercanos pero que en aquellos precisos instantes no nos
perturbaban --intentando aprovechar al máximo aquellos días
rebajados de instrucción y de servicio---, al contrario, en nuestro
ánimo, exteriorizábamos la confianza que de un lugar ya conocido
se tiene, y la gratificante relación con los nuevos compañeros y
amigos; a ratos conversando relajados en las camaretas de la
compañía, apurando unos quintos de cerveza en la ruidosa cantina o
intercambiando confidencias reposando bajo la sombra de los
eucaliptos; como aquella tarde del inicio hacía ya tres meses.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">La
misma tarde que observé cómo --inquiriendo en la proximidad de los
gestos a las reacciones del relato de las experiencias vividas en la
trepidante semana de permiso militar lejos de aquel lugar--, el
T´ópolla había perdido ese desvalimiento del principio en favor de
cierta seguridad en complicidad con la felicidad que mostraba ahora
en el semblante, producto del apoteósico y desenfrenado --me confió
en secreto-- recibimiento de su novia en Barcelona para la que los
originales polvos por correspondencia --al primero le siguieron
otros-- le había disparado la libido en un desordenado apetito
sexual --acrecentado por el morbo de la distancia--, sólo apaciguado
en el febril desahogo de los intensivos siete días; recluidos,
demorando segundo a segundo la partida de aquel espécimen de macho
alfa en extinción; al que correspondí en la revelación a sensu
contrario con la misma sinceridad – confidencia por
confidencia-- del eficiente trabajo que en el cuerpo de Amelia --en
el que la estrechez mental era aún peor que la estrechez virginal--,
habían hecho las hijas de la caridad del orfanato, después
completado por la opresiva moral, todavía, en las costumbres de los
pueblos; una pena. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">La
desilusión ya había hecho acto de presencia en mi ánimo; al
principio, con sus exiguas cartas recibidas con mensajes fríos en
formato de telegrama; después, con su ausencia en la jura de bandera
y que no me supo explicar; y al final, con la represión interior de
la emotividad, y casi de la conversación cuando estuvimos juntos. Ni
que decir de los abrazos y de los besos, anulados en la casa por el
qué dirá de su abuela con la que vivía, y en la calle por evitar
las habladurías de la beatería pueblerina que siempre vigilaba tras
los postigos --a medio cerrar-- de las ventanas. El tiempo
transcurrió en prolongados silencios y las muestras de afecto
estuvieron restringidas a cogernos de la mano camino del castillo,
que se erigía del color de la tierra en la cima del pueblo
levitando sobre las abigarradas y encaladas casitas, subiendo por
empinadas calles empedradas, escoltados por la carabina: su hermano. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Ahora,
frente al T´ópolla, el que mostraba desvalimiento era yo. Aquella
relación aquejada de los mismos, o parecidos, males que la anterior
con Loli, y que era la consecuencia de haber tropezado por segunda
vez en la misma piedra, no duró más de tres meses desde aquel
encuentro. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Algunos
días después: el adiós. Me despedí de los compañeros soldados
con los que había convivido más cercanamente: el “T´ópolla”,
el “L´óa”…, compartiendo en la despedida la misma impresión
de futuro en la certidumbre de que no nos volveríamos a ver, como
así ha sucedido. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Era
la primera vez que viajaba en barco. No era el navío estupendo de
los folletos en colores ofertando viajes de crucero por el mar
Mediterráneo, ni yo era, en ese momento, un relajado pasajero
turista disfrutando de un cóctel refrescante tendido en la tumbona
de cubierta, más bien todo lo contrario: aquel bote con motor era
un anticuado barco-ferry que hacía la ruta Algeciras-Ceuta,
moviéndose como una lata a merced de las olas de la corriente del
estrecho de Gibraltar; y el grueso del pasaje, en continuo y
mareante vaivén, era la remesa de soldados --entre los que me
hallaba--, agrupados todos en el centro de la cubierta configurando
una mancha de un verde ocre --el color de los uniformes y petates--,
que habíamos sido destinados a varios acuartelamientos de Ceuta. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Comandados
por un oficial del campamento, auxiliado por la policía militar,
habíamos embarcado en el puerto de Algeciras en Cádiz, cumpliendo
todos los protocolos para este tipo de traslados: el continuo dictado
de los listados de los nombres en férrea formación, con el
preceptivo ¡presente! de cada uno sonando por encima del ruido de
la maquinaria portuaria y el impertinente: ”Contestad más fuerte
¡coño!”…; la interminable espera en la explanada de un dique
del puerto expuestos a la inclemente solana, aguantando impasibles,
enfundados en la ardiente coraza en la que se había convertido el
uniforme, a que llegara el ferry; el extremado orden --petate al
hombro--, subiendo la pasarela del barco con el paso adecuado para no
atropellar el de delante ni ser arremetido por el de detrás; la
revista de la tropa en formación en el centro del barco ante las
curiosas miradas del resto de los pasajeros; el desagrado del oficial
cuando cualquiera de nosotros mostraba signos de mareo, expuestos de
pie a las redundantes sacudidas del oleaje sin poder asirnos a ningún
elemento fijo; la retahíla de insultos a los que, no aguantando la
urgencia del vómito, soltaban la pota por la barandilla de cubierta.
Un viaje infernal que terminó cuando atracamos en el pequeño puerto
de Ceuta. Ya en tierra nos fueron separando según cada destino. Me
integré en mi formación: Grupo de Regulares de Infantería: Tetuán
número Uno. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">Conforme
ascendía desde la bocana del puerto hasta el cuartel sin perder la
alineación, iba rememorando la misma experiencia de hacía tres
meses: esa extraña desubicación en un tiempo que no controlaba,
obligado a hacer solo y exclusivamente lo que me ordenaban; y la de
un nuevo lugar --ahora en otro continente-- del que carecía de
referentes; ni siquiera la imagen de alguna postal; la misma ansiedad
frente a lo desconocido, al nuevo cuartel, a los nuevos mandos…;
sólo había cambiado --después de las vivencias del campamento--,
la firme intención de mantener alta la estima frente a los ataques
de los que, ya, nos estaban esperando en el cuartel para increparnos
con el nuevo epíteto: “¡¡Chinches!! Ahora habíamos pasado del
genérico al particular. Un gran paso: el primer escalón hacia la
libertad.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">El
resto es otra historia: mi encuentro con mi compañero Agustín en
aquel acuartelamiento militar de Ceuta, en tierras africanas, donde
también había sido destinado en su día, y cuyo relato es también
ya negro sobre blanco en las cuartillas de otro relato.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">FranciscoMolinaGómez</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: medium;">(El
destino va tejiendo vínculos que después desbarata para volver a
tejer otros nuevos también con final cierto en la despedida, en una
laboriosa y continuada actividad sin dar tiempo a que se consolide
una verdadera amistad. Yo desahuciado de amigos íntimos, conservo
sólo los vínculos, ahora ya eternos, que evoco en estas páginas.
¡¡Hasta siempre compañeros soldados!!)</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: small;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: small;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: small;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: small;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: small;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: small;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-66287885197104891052019-11-30T05:52:00.000-08:002020-06-17T18:35:47.839-07:00LA SOMBRA OBLICUA<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQh_mPsp5aVaPp2Aak4GPpYi0o12ILgraf47dkqUnRODD9Xy9-jYfYWElTQTWqcU7sTivmuSg7MXWJ08SaZSy2L4RXMr2iKK5PNr46MhX5x-3r5QjLfu0MQTqSUcCdZGVGNfTG_6y6vcU/s1600/100-0009_IMG.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQh_mPsp5aVaPp2Aak4GPpYi0o12ILgraf47dkqUnRODD9Xy9-jYfYWElTQTWqcU7sTivmuSg7MXWJ08SaZSy2L4RXMr2iKK5PNr46MhX5x-3r5QjLfu0MQTqSUcCdZGVGNfTG_6y6vcU/s400/100-0009_IMG.JPG" width="400" /></a></div>
<br />
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Junto
a las altas verjas de hierro de la portería los familiares
congregados en numerosos grupos soportaban estoicamente la implacable
solana que caía plana sobre la desprotegida explanada que daba
acceso al orfanato como final del polvoriento camino desde la parada
del tranvía, adonde iban llegando éstos acalorados, sudorosos pero
contentos, ansiosos por dar los primeros besos y abrazos a sus niños,
después de un tiempo que se les hacía eterno, como eterna era su
pobreza. Ni una leve protesta por el recibimiento a campo abierto,
sin sombra donde protegerse. Ni una queja, por aquello del castigo,
si el portero Pepe el Bolas les registraba –por orden del
administrador-- los bolsos y en ocasiones algunas partes
sospechosamente abultadas de sus cuerpos en donde éste suponía
escondían alimentos incompatibles en su conservación con aquellas
altas temperaturas. Todo se soportaba. Eran pueblo llano: la
resignación personificada como algo natural en sus vidas. No tenían
más opción que aquella impasibilidad para poder seguir avanzando
siempre con la esperanza de que todo mejoraría, si no para ellos al
menos para sus niños añorados con obsesión al no tenerlos a su
lado. Gentes corrientes que habían hecho de la resignación la clave
de su supervivencia: resignación cristina para aceptar todo lo que
la vida –especialmente sus contrariedades: sinsabores,
sufrimientos, congojas, penas, angustias, abatimientos, tribulaciones
o cualquier otro contratiempo-- les había deparado, decían los
curas y las monjas que así educaban –porque tenían poder para
ello-- cuerpo y espíritu; resignación en la férrea disciplina
decían los militares que controlaban cualquier incidencia de sus
existencias en cofre cerrado con dos vueltas de llave; resignación
“por cojones” decían los jerarcas del Régimen y sus secuaces
que gobernaban, como el abyecto administrador del orfanato que había
reducido las cuatro visitas de familiares al mes de antaño por una
sola: el primer domingo de mes. Lo que fue una medida provisional
como castigo a una leve intoxicación por alimento en mal estado
introducido por un familiar, se convirtió en dolorosa y duradera
norma con el apercibimiento de que en caso de reincidencia se
suprimiría durante meses la única visita. Con aquella medida se
impedía la comunicación periódica de los internos con el exterior,
quedando éstos en la mayoría de las ocasiones al albur de su
suerte. Incomunicación que completaba la construcción tiempo atrás
de altas tapias alrededor de todo el centro benéfico, y de las que
formaban parte las recias verjas de hierro que en aquellos momentos
impedían con su cierre el paso de los familiares al interior del
recinto. Treinta grados de ángulo de sombra, treinta y ocho de
temperatura a la sombra, al toque de campana se abrieron las verjas y
los familiares corrieron en tropel.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: -0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">La
sombra que proyectaba su cuerpo sobre el suelo era
desproporcionadamente corta reflejando de manera grotesca su brava
figura que a su par avanzaba como los tranvías balanceándose sobre
las ruedas metálicas, ella sobre dos altos tacones de punta fina,
sonando ambos sobre el enlosado como repetitivo martillete en yunque.
No quería demorarse en la cita por lo que aceleró la marcha con
pasos más cortos que aumentaron el continuo martilleo. Iba
maldiciendo su inoportunidad, la de aquella intempestiva hora de la
tarde, aunque el motivo: ver a su hijo al menos una vez al mes le
regocijaba; y recordándole atravesaba con impaciencia las mismas
calles de siempre, casi desiertas ahora en la placidez del final de
la siesta resguardada tras persianas al interior de las viviendas. En
el silencio por la forzosa huida de la insolación se agudizaba el
sonido del repiqueteo del metal sobre las baldosas de cemento.
Caminaba segura de sí misma, siendo ella en estado puro: la Conchi,
como se le conocía en el ambiente de sus compañeras de oficio de la
calle Darro y su abundante clientela masculina, desafiando con su
postura erguida y su ruidoso taconeo a las inclemencias del tiempo, a
las gentes de aquel orden impuesto, al mundo nacional-católico de
beatos y meapilas que la juzgaba tan injustamente, marcando
territorio con el contorneo de caderas y el gesto sensual de unos
pechos generosos todavía turgentes proyectados hacia afuera como
obuses donde amortiguaba los continuos golpes de abanico intentando
refrescar su cara, un semblante avejentado para su edad, escondiendo
tras el excesivo maquillaje su progresivo deterioro, el de unos
hermosos ojos que fueron jóvenes y que ahora lucían patéticos
enmarcados en dos gruesas líneas negras que coronaban ambas pestañas
postizas tan desproporcionadas que le hacían de parasol para la
vista aquella tarde, temiendo que el sudor destintara la
reconstrucción de la cara en donde destacaba sobremanera unos
carnosos labios de rojo carmín; composición que le había llevado
muchos minutos ante el espejo. La mano libre asía fuertemente las
asas del abultado bolso de charol que movía al compás de los pasos
esparciendo durante el recorrido destellos de ópalo brillante que la
ubicaba continuamente. Excesiva luz –como excesiva era ella--, casi
cegadora, radiación ardiente de agosto que confería a las fachadas
de los edificios una intensa luminosidad, por la que se hacían
perfectamente visibles los matices de texturas y colores en los
detalles de su ornamento <i>--</i>incluso las imperfecciones de sus
revocos, pensaba: Esa está peor que yo, necesita un arreglo<i>--</i>,
y, por el contrario, negaba sus volumetrías en la ausencia
perceptiva de planos de sombras; las que sólo proyectaban voladizos
y toldos extendidos en comercios cerrados y bares abiertos,
oscureciendo cristaleras e interiores. Intermitencias de penumbras
de un negro muy oscuro por contraste con la luz, y que buscaba con
avidez protegiéndose en ellas a fin de aliviar la radiación solar
directa y así quitarle algunas décimas de grado al mercurio;
calmando de forma intermitente el calor de la caminata para tomar el
tranvía que le llevaría hasta el orfanato de Armilla donde hacía
algunos años, sola, pobre y analfabeta, sin más porvenir que la
escasa economía que le proporcionaba el antiquísimo menester de
prostituta, había ingresado a su hijo Juan –el Lechuga para sus
compañeros--, percibiendo todavía después de todo ese tiempo, el
intenso dolor del principio, el mismo dolor de madre que se vio en le
imperiosa necesidad de desprenderse de parte de sí. En su afán por
llegar a tiempo, acelerando el paso todo lo que podía, sentía
correr por su cuello el sudor que desprendía su largo cabello
destintando de negro tizón hacia la espalda, lo que alivió
desabrochándose el ya escaso escote de un colorido vestido de
estampado tigresa: corto en su falda y pegado literalmente a sus
exuberantes carnes curvas, dejando a la vista de los menos pudorosos
dos puntos de morbosa atención y excitación: sus contorneadas
piernas y un profundo y venoso canal en el pecho entre los senos:
¡Jesús!, qué calor...</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">La
misma radiación solar que hacía que a esas horas de la tarde el alargado muro
de ladrillo del pabellón del orfanato comenzara a proyectar en el
rincón de la terraza y sobre la pared de la torre una sombra oblicua
que bien conocían los internos, la que iría avanzando conforme
transcurriría ésta hasta adquirir ese preciso ángulo de señal
inequívoca de alegría contenida, de ilusión ansiada durante
treinta largos días, de gozo para bastantes niños al poder
reencontrarse en breve con madres, padres, abuelos, hermanos, tíos,
primos... y otros familiares; pero no para todos: para un pequeño
grupo de internos, huérfanos de ambos padres, niños abandonados
desde su nacimiento, cuneros... aquella señal del inicio de las
visitas --que en su momento confirmarían unos toques de campana-- en
las tardes de los primeros domingos de mes era el principio de una
tortura, lo sabía muy bien el abandonado Manrrubia, alias Garbancito
que unas horas antes y consciente de la indiferencia manifiesta en
la patente y desbordada alegría de los compañeros más afortunados,
ignorado por estos se había escondido en lugar solitario donde
rumiar sus cuitas de desamor: ese desamor que hizo casi
imperceptible el latido en su estreno a la vida; el que después
alimentaron pechos ajenos que de ninguna manera apaciguaron ni sus
miedos ni sus lloros; desamor que hizo eterno su invierno; el mismo
que le llevó al hospicio y que le hizo un ser solitario; el que sin
remedio le fue creciendo con demasiados días inventando la vida, y
demasiadas noches imaginando los cuentos; ese que se preguntaba
continuamente: ¿porqué no tengo madre?, ¿porqué no tengo besos
los domingos primeros?; aquel que ahora le embargaba la sombra y le
detenía el tiempo. Sentado en la acera del jardín trasero del
pabellón donde se había refugiado, con las piernas recogidas entre
los brazos y la cabeza reclinada en ellos balanceaba repetidamente
todo su cuerpo... hacia delante, hacia atrás..., y cada balanceo era
un bálsamo que aliviaba en algo: su abandono que ya era crónico y
que le hizo de por vida tímido e introvertido...hacia delante, hacia
atrás... su decepción de hijo por haber nacido sin madre y que le
llevó al desencanto y a la desilusión... hacia delante, hacia
atrás... su frustración por no saber quién era y que prodigó la
burla de los otros hijos de hielo: ¡de entre todos el más
cunero!,... hacia delante, hacia atrás... su enfado de la vida...
hacia delante, hacia atrás... su disgusto del mundo... hacia
delante, hacia atrás... su enojo hacia los elegidos en el premio
sin saber porqué... hacia delante, hacia atrás... sus sofocos los
que hacían que despertara a medianoche incorporándose en la cama
sin aire... hacia delante, hacia atrás... su amargura por ser niño
sin besos que le llevó a una permanente agonía y a un continuo
pesar... hacia delante, hacia atrás... su penalidad por ser niño de
nadie.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">¡Lechuga,
tu madre!, se oyó decir en el pabellón donde estaba guarecido, al
igual que sus compañeros, del crudo sol sureño que a esa hora no
dejaba resquicio de sombra en el patio delantero. Tenía de la madre
sus ojos y los mismos carnosos labios hacia afuera, de ahí su apodo.
De su padre no sabía nada. Corrió como rayo hacia el cuadrante de
acacias enanas, a un lado del pabellón, que era un hervidero de
vida, de alegría; rumor alto de voces que ascendían hasta la torre
donde ahora se había parapetado a escuchar y observar –sin ser
visto-- el Manrrubia, pasado su ataque de ansiedad; bullicio de gente
de todas edades que despistó al principio al Lechuga a pesar de los
aspavientos con la mano, de su madre: ¡Aquí, aquí! Juanito..., al
lucir todos parecidas vestimentas de domingo, limpias y “decorosas”;
bueno a excepción de su madre algo distintas, dijéramos llamativas,
por lo que no tardó en localizarla ni en sentir la asfixia del
abrazo con la cara aplastada contra sus pechos percibiendo de
inmediato un olor ya familiar en la piel húmeda, mezcla de cuajo,
sudor y perfume barato que siempre aspiraba profundamente pues le
tranquilizaba dándole calidez y seguridad. Le llenó de besos la
cara haciéndole mil carantoñas mientras éste sólo tenía ojos
para el bolso negro de charol donde presumía estaban sus golosinas.
¡Nicasio, tu padre!, sin que éste reaccionara de inmediato a la voz
del que le daba la noticia que la tuvo que repetir: ¡Nicasio, tu
padre!,y a la que contestó sólo con unos leves golpes de tos. De
carácter apocado, todo él era un calco de su padre: alto para su
edad y excesivamente delgado, casi esquelético, con la tez mortecina
como si hubiera heredado las secuelas de la tuberculosis que había
curado mal su padre y que a éste se le había hecho crónica con
continuas recaídas, es lo que comprobaba la Conchi sentada con su
hijo junto a ambos en uno de los bancos de madera dispuestos entre
las pequeñas acacias al alivio de su exigua sombra. Había intimado
con él en la reunión de la portería justo después de que el
portero revestido de toda su autoridad luciendo el uniforme oficial
de verano, además de apercibirle de castigo, le hubiese incautado
una bandejita de pasteles ante la pasividad de los congregados –que
cada palo aguante su vela, pensaban-- a excepción de ella. Debajo de
la coraza de mujer racial que protestó en voz alta por aquel
atropello, había una mujer sentimental, emotiva, sensible y
compasiva; había una madre que se ponía en la piel de aquel padre:
Era lo único que le llevaba a mi hijo Nicasio, sólo me queda para
el tranvía de vuelta, le decía el padre en voz baja, triste y
desanimado, aguantando la embestida de los sentimientos que se le
agolpaban en los ojos acuosos a punto de estallar. Ahora el Lechuga
compartía a regañadientes las golosinas con el Nicasio, a
requerimiento de la madre: Hay que ser generosos y compartir los
dulces con tus amiguitos: ¡Hummmm!, si este no es mi amigo: Pues
desde hoy vais a serlo. El padre sin palabras agradecía con la
expresión amable de unos ojos abiertos y brillantes los gestos de
generosidad hacia su hijo por parte de aquella mujer que acababa de
conocer. A ratos éste dejaba la mirada perdida y la Conchi adivinaba
lo que pensaba porque eran, seguramente, sus mismos miedos, y que al
fin le confesó después de expeler una tos bronca e intermitente
por efecto del humo del cigarrillo que compulsivamente fumaba: El día
que falte, que no tardará mucho, esta criatura se quedará sola sin
madre y sin padre, ¡qué pena!… :Anda, no piense eso, le animaba
la madre, mientras fijaba su atención en dos seres iguales:
apagados, acomplejados, retraídos, inseguros, encogidos, mustios y
tristes: tan parecidos que cuando tosía el padre, a continuación lo
hacía el hijo. En el interior del pabellón se seguían sucediendo
las llamadas, ahora más intermitentes: ¡Alicortao, tú madre!;... ¡
Pupas, tus abuelos!...: ¡ Joseico, tu tía!...: ¡Hermanos Osorio,
han venido a veros; así hasta más de un centenar de niños. Otros
sabían de antemano que nunca estarían invitados a aquella fiesta:
se estrechaba el cerco para los desheredados. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">A
aquellas horas de la tarde, pasado el ecuador de la visita, la sombra
iba adquiriendo cierta tendencia hacia el ángulo obtuso, como obtusa
era la existencia del Manrrubia, amparada ahora por las recias
paredes de la torre, asomado de puntillas por su corta estatura –su
retraso fisiológico era parejo al afectivo: una constante en todos
los niños de nadie-- al alféizar de ladrillo de unas de las
aberturas en arco, y en atalaya tan privilegiada contemplaba enfrente
con envidia la suerte de su amigo Nicasio con el que coleccionaba
desdichas, sin entender que hacía al lado del Lechuga, además
compartiendo caramelos, a lo mejor él se pudiera agregar, si acaso
bajara...; tampoco entendía porqué estaba también el Alicortao ese
otro amigo que siempre se le quedaba mirando fijamente con cara de
pasmado, con los ojos muy abiertos como candelas, sin pestañear, con
una sonrisa bobalicona que dejaba ver unos dientes llenos de babas a
punto de desbordarse por la boca –la gente se une en las
desgracias, sin más-- mostrando toda su cara cierta expresión de
idiocia, la que si estaba diagnosticada en la madre, o al menos lo
era para los responsables sanitarios del Régimen: A
lo largo de muchos años la locura, la idiocia, el alcoholismo o
simplemente la extravagancia, justificaron el internamiento de
multitud de personas en el psiquiátrico de la ciudad, al que
llamaban hospital de la Virgen. Allí permanecía encerrada la madre
de Jesús el Loquillo y la del Alicortao; futuro destino también,
si Dios no lo remediaba, de sus hijos. Encierro que a la segunda no le
había hecho mella en la mente a la hora de reconocer a su hijo, lo
que facilitaba su permiso, en compañía de otras internas, para
visitarlo. Estaba allí, delante de la Conchi, de pie –se negaba a
sentarse-- simplemente contemplando a su hijo, como adorándolo, con
la misma expresión en la cara que la de él, dos imágenes
superpuestas en un mismo espejo, y así pasaba las horas de la
visita: Pero no le ha traído caramelos, se están comiendo los del
Lechuga, pensaba el Manrrubia, cuando oyó pasos en la escalera de
subida a la torre; era otro del grupo de los marginados: Jesús el
Loquillo o el Miracielos por su extraña postura que adquiría a
veces --cuando le hablaba-- de mirar hacia el cielo sonriendo, como
cachorrillo pidiendo una caricia. Observaban con curiosidad la
festiva novedad, el quebrantamiento de su cotidianidad más gris, que
en algo les alegraba aquellos sus eternos pesares cuando de repente
empezaron a oír gritos que ascendían con claridad hacia donde
estaban ellos: ¡¡Desgraciado!!, ¡¡chulo de mierda!!, ¡¡hijo
de la gran puta!!, ¡¡ven aquí cobarde que sólo te atreves a
pegar a los más pequeños!!...; el Manrrubia le señalaba al
Miracielos hacia donde la madre del Lechuga perseguía a la carrera y
zapatos en mano al Vílchez por el patio delantero, a pleno sol,
fuera del cobijo de las acacias; se reían con ganas señalando ahora
ambos con las manos ridiculizando la cobarde huida del Vílchez --no
en vano aquel niño mayor era el terror de los pequeños, siempre les
estaba pegando---; y en la irregular persecución pues la estrecha
falda le frenaba la carrera, le lanzó un primer zapato y a
continuación el segundo, esquivando el abusón ambos, los que en su
lanzamiento y ya en el aire refulgieron también de ópalo brillante
en la ardiente tarde, en un par de flashes de vistos y no vistos,
desapareciendo despavorido el Vilchez a pasos agigantados hasta
guarecerse dentro del pabellón y escapar así de la ira de la madre
del Lechuga –más tarde ya ajustaría cuentas con el hijo--,
mientras la Conchi desesperada le advertía en amenaza gritando hacia
el edificio, como posesa: ¡¡Como vuelvas a pegarle a mi hijo te
capo, te juro como me llamo María de la Purísima Concepción, que
te capo; palabra de la Conchi!! Menuda era la Conchi: una tigresa en
celo en defensa de sus crías. Ya se cuidó el Vílchez de no dejarle
nunca más marca alguna en la piel al Lechuga los primeros domingos
de mes.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Abajo,
a ras del suelo, sobre la tierra caliente la Conchi había
escandalizado al beaterio, dejado atónitos a buena parte de los
familiares congregados y hecho reír a gusto a los niños: Que mal
ejemplo para tu hijo, le recriminó sor Isaura, paradigma del
Régimen: cruz y espada, mitad monja, mitad soldado, ordenándole
abandonara inmediatamente el recinto, negándose aquella,
entablándose a continuación una fuerte discusión entre la
prostituta y la monja, en una insólita escena que era todo un
despropósito: a la imponente figura voluptuosa de la Conchi, alta
aún descalza, mostrando descaradamente a la religiosa todos los
atributos de seducción de mujer de mundo: larga melena negra suelta;
ojos grandes almendrados muy visibles al reclamo del continuo
parpadeo de unas enormes pestañas, como faros en neblina; labios
carnosos, sensuales; pechos generosos donde convergía la lascivia
reprimida de las mal disimuladas impúdicas miradas de alrededor, se
contraponía la de la monja, pequeña, de rostro impersonal del color
de la cera, enmarcado en un desbordado tocado que liberaba dos
extrañas alas blancas como remate de un envarado hábito, aséptico,
que le llegaba hasta los pies, cubriendo todo su cuerpo como
expresión de virtuosidad frente a las tentaciones de la carne y el
demonio que ahora se le manifestaba en forma de lujuria, pecado
capital retando su autoridad moral negándose la Conchi a dejar a su
hijo; las dos desafiándose con la mirada al final en un ambiente
tenso, sin palabras sólo gestos, con las caras próximas,
olfateándose ambas el olor con el que cada una marcaba su
territorio: intenso perfume Myrurgia que anulaba a un desleído jabón
neutro Lagarto. Ante el cariz bochornoso, cara a familiares y niños,
que estaba tomando la discusión tuvo que mediar sor Josefa, monja
mayor, y veterana en estas lides: Déjelo hermana, yo me ocupo, y
llevándose aparte a la Conchi que ya había recompuesto la figura,
erguida de nuevo sobre los finos estiletes, estirado hacia las
rodillas los exiguos límites de la falda, y ajustados los senos a
las costuras del escote, los que traslucían una respiración ahora
más tranquila y pausada, aunque ella se mostrara todavía algo
enfadada: Madre, no ha visto el moratón que tiene mi Juanito en la
espalda que le ha hecho el malage ese...: Sí, pero eso nos lo tienes
que decir a nosotras, prolongándose una conversación en la que la
afabilidad de la monja, su cordialidad y su comprensión, no en vano
pensaba que Jesús también perdonó a María Magdalena, consiguió
llevar a sus terrenos a la Conchi, y aprovechando aquella
circunstancia favorable hacer algo de apostolado: Ay que bien para ti
y tu hijo si dejaras ese oficio tan feo... : Necesidad, madre,
necesidad...: Además puedes coger cualquier enfermedad que os
perjudique a los dos...: ¿Hay peor enfermedad que esta interminable
pobreza por la que tengo que renunciar a mi Juanito?, le juro, madre,
que como me llamo María de la Purísima Concepción en cuanto ahorre
lo suficiente para llevarme a mi hijo conmigo, lo dejo. Aquella
forzada promesa en el tiempo satisfizo de momento el afán
evangelizante de la religiosa, zanjando el incidente a favor de su
permanencia con su hijo hasta el final de la visita, la que ahora
padecía con temor el Lechuga, deseando que ésta se prolongara
indefinidamente ante el pavor a las represalias del Vílchez que no
tardaron en llegar. Al fondo entre los bancos la Conchi visualizaba a
sor Isaura departiendo con algunos familiares que desde sus
posiciones la desafiaban abiertamente con miradas de reproche.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Decaía
la tarde hacia el final de la visita, y al tiempo que la sombra sobre
el muro de la torre iba perdiendo nitidez también se iba
desdibujando la fiesta. En lo alto cuatro esquinas remontando al
espacio, más arriba donde una niñez cautiva escapaba con los pájaros, y se
reconocía en aquel cuento con final feliz: tenía madre, tenía
besos, ¡qué maravilla!, ¡qué alegría!, ¡me voy de aquí!,
¡adiós!, y voló, y quiso remontar más alto, pasar por encima de
toda aquella gente, desandar lo andado hasta la entraña caliente y
nacer, naciendo de nuevo antes de que la fiesta se apagara del todo;
ilusión que no alzaba vuelo solo perdía altura y para cuando
aterrizó del sueño el Manrrubia se vio otra vez en el suelo de la
torre, solo, sin nadie, abandonado comprobando como Jesús Miracielos
estaba con la madre del Lechuga. En el alargado cuadrante de las
pequeñas acacias el grupo de los desheredados quedó marginado del
resto. El vacío en derredor a la Conchi hacía evidente el sentir
colectivo de familiares de que se podía ser pobre pero honrada
limpiando escaleras, sin embargo no se podía ser pobre y puta, aquel
no era un trabajo, ni era honrado, al contrario era vicio, fango,
suciedad, impureza; gesto general de superioridad de su mismo
paisanaje, que había pasado de la resignación del infortunio a la
indignación moral como último recurso para dotar de dignidad su
pobreza, y ahora éstos repetían los mismos viles esquemas de los
que les reprimían erigiéndose en censores de conductas humanas;
ellos que eran al igual que la Conchi supervivientes con todos sus
frentes abiertos, ni siquiera eran capaces de apreciar la valentía
en favor de los chicos protestando de los atropellos y persiguiendo a
los déspotas, y la humanidad de aquella mujer, a cuyo derredor iban
concurriendo más miradas tristes de otros desahuciados que se le
iban acercando implorando algo de caridad, el último un tal
Calelillo; y se agotaron las golosinas con el continuo cabreo del
Lechuga, y cuando más pesar sentía por no poder apaciguar del todo
aquel desconsuelo dibujado en los infantiles rostros descubrió no
lejos de donde se hallaba un hombre con un carrito de helados: Venid
niños, venid todos., y auxiliada por el padre del Nicasio en formar
una fila, les invitó a tan dulce y refrescante manjar; fila de niños
que sorprendentemente fue aumentando al reclamo de un equívoco: uno
de ellos creyó, no se sabe porqué, que el hombre que organizaba la
fila, el padre del Nicasio, era un conocido torero que los niños no
habían visto nunca pero de cuya generosidad habían oído hablar: Ha
venido El Cordobés y me ha comprado un helado, lo que corrió como
reguero de pólvora: ¡Ha venido El Cordobés!, ¡ha venido El
Cordobés!, ¡¡y está regalando helados!!; generosidad supuesta del
famoso torero que duró hasta que la Conchi consumió el dinero extra
que llevaba; valía la pena aquel dispendio ante el disfrute por las
caras de felicidad de los chaveas lamiendo con fruición la bola de
helado que sobresalía del cucurucho; felicidad que no le había
tocado en el reparto al Manrrubia pues una mezcla de eterna timidez y
de extraño orgullo de no implorar nunca nada le había impedido
bajar de la torre desde donde había visionado sin perder detalle el
festejo alrededor del carrito de helados, con cierto resentimiento
hacia sus compañeros e incluso hacia él mismo. Aguantaría allí
hasta mucho después del toque de campana.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">La
campana sonó cuando el sol aflojaba su poderoso envite y la sombra
se diluía en el final de la tarde. Era un toque rápido, bronco,
casi disonante para los familiares: notas de bronce sonando a
aguafiestas, a esto se ha acabado ya, márchense, no permanezcan ni
un minuto más, abandonen el recinto sin más dilación; maldito
sonido temido por todos que anunciaba el desgarramiento una vez más,
y que ahora les sobrevenía de sopetón cuando apenas habían
empezado a reconocerse en el cuerpo a cuerpo; la vuelta a la
dolorosa separación tantas veces repetida y no por ello
acostumbrada, al contrario alimentada con más fuerza del deseo de la
siguiente visita. Las monjas apremiaban a los familiares remolones,
fundidos en prolongados abrazos con sus retoños sin querer separarse
de ellos, como la Conchi para la que aquél último abrazo sonaba a
amargo final de fiesta con fuegos artificiales estallándole en sus
entrañas: ¡Vamos!, la visita se ha terminado, ¡venga!, ir
acabando. Por la verja estrecha de la portería y hacia la salida fue
desfilando la tropa de resignados a cuestas con su dolor doliente de
treinta días de vísperas por delante, toda una vida de espera,
mientras intentarán sobrevivir cada uno como pueda, aunque alguno ya
no aguante ni su propio cuerpo, yendo a tumbos por la vida del
hospital a la misera calle donde sólo un cigarrillo y un par de
vasos de vino peleón aliviará sus penas; otra esperará en la
estrecha calle el abordaje de cualquier desconocido que la violentará
doblemente: su libertad y su cuerpo por un precio, con plus de
vejación y posible contagio venéreo; esa otra que volverá a la
“normalidad” del pabellón de mujeres del psiquiátrico donde se
mezclará con enfermas mentales de extraños gestos, unas
inmovilizadas como queriendo taladrarle con su paranoica y fija
mirada –que ella inconscientemente imitaba-- mientras otras darán
continuamente vueltas entre los rincones de la amplia estancia que
olerá como siempre a deposición y orines; algunas, madres solteras,
se afanarán en dejar como patenas las casas ajenas doblando el
espinazo fregando suelos para un menguado jornal que apenas les dará
para alquilar una reducida vivienda, húmeda y con poca luz; los del
medio rural con trabajos temporales en la labranza de los campos,
siega de cereales y recogida de frutas; y los de ciudad con los
trabajos manuales más penosos en obras y fábricas; ellas en general
dedicadas a tareas domésticas, sumisas, dóciles, sin posibilidad de
liberación; pero todos con una obsesión en mente: no faltar a la
próxima cita con sus seres queridos, aunque para el padre del
Nicasio ya fuera demasiado tarde.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">La
sala de recreo del pabellón era ahora como un mercadillo después de
feria donde los afortunados mercadeaban con los restos de la fiesta:
se intercambiaban caramelos, frutos secos, peladillas; se alquilaban
para su lectura por módico precio los últimos ejemplares de tebeos
y cómics llevados por los familiares; se invitaba a los más
próximos a disfrutar del juego de los regalos recibidos, a los que
se autoinvitaban los chicos mayores abusando de su fuerza, la que no
tardó en descargar el Vílchez contra el Lechuga dándole un
guantazo y derribándole: La próxima vez que te chives a tu madre,
te parto la cara, quitándole ya en el suelo los caramelos que
guardaba en su bolsillo ante la pasividad de los demás; bienvenidos
de nuevo a la cotidianidad de sus vidas, la ley del más fuerte, era
contraproducente rebelarse, sólo observar y en la medida de lo
posible huir de las comprometidas situaciones, saber sobrevivir en
aquella selva. Por entre los grupos merodeaban también los
marginados implorando de sus compañeros las migajas del festín,
pues se sabían doblemente castigados: a la sinrazón natural de su
abandono se les unía la artificial del ruin administrador de
suspender esos días la cena: para evitar empachos, decía; añorando
éstos los tiempos en los que por lo menos les daban un huevo cocido
antes de irse a dormir. El Manrrubia bajó de la torre a acostarse
cuando ya se habían apagado las luces y de la fiesta solo quedaba el
resuello de las respiraciones de sus compañeros que cansados por el
intenso ajetreo de la tarde habían caído rendidos en las camas del
alargado dormitorio; y se sintió a gusto al amparo de las sombras de
la noche, protegido de miradas indiscretas su dolor: un prellanto que
humedecía pupilas y emborronaba sueños, y ya no pudo volar, ni
escapar porque se sabía sólo, abatido como pájaro con las alas
rotas atrapado entre barrotes, de esos que encierran infancias como la suya para la
que nunca habría primeros domingos de mes, y amparado en las sábanas
con las que se cubrió entero explotó en el llanto. Cuando al fin se
calmó, sólo quedó la esperanza.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">FranciscoMolinaGómez</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">(Fui
un Manrrubia más, salvando las distancias pues aunque huérfano de
ambos padres tenía algunos familiares fuera para los que,
seguramente, fui invisible o simplemente no existía. Durante ese
tiempo me hicieron sentir vergüenza por no tener a nadie que me
echara de menos afuera. ¡Qué vileza! Desde los cinco a los veinte
que dejé el orfanato: quince años de absoluto abandono que me
marcaron de por vida; heridas entonces, cicatrices ahora, de las que
siempre he hecho un alegato a la esperanza. Para todos los olvidados
de aquel lugar, los más parias entre los parias, mi recuerdo
especial en el relato que nos sobrevino sin haberlo pedido ni
deseado) </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<br />
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-34045732817555198082019-10-11T11:20:00.001-07:002019-10-21T07:20:05.760-07:00FORMA Y FUNCIÓN (A PROPÓSITO DE ARQUITECTURA. VI)<div style="text-align: justify;">
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<table cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: left; margin-right: 1em; text-align: left;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAgTCsilAML8z33cmmY4QJPEh8fnJKWhnPKqXoEGO3JgF7dk6mArZ4CheYl34e9OCvgRrt9E6w1l_OeZbwA3T-yoFfxTUSfn5_wNg0mjQZmYEmWHsbY6DNqEzfHF8qtD-1EbnGZm4V6Uw/s1600/calafell_9_13+1475.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; margin-bottom: 1em; margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAgTCsilAML8z33cmmY4QJPEh8fnJKWhnPKqXoEGO3JgF7dk6mArZ4CheYl34e9OCvgRrt9E6w1l_OeZbwA3T-yoFfxTUSfn5_wNg0mjQZmYEmWHsbY6DNqEzfHF8qtD-1EbnGZm4V6Uw/s640/calafell_9_13+1475.jpg" width="640" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: justify;"><span style="font-family: Arial, sans-serif; font-size: 13pt;">En
ocasiones los artistas gráficos se devanan los sesos intentando
conseguir la forma ideal de algo que se proponen diseñar para una
utilidad concreta, un reto a su capacidad creativa que difícilmente
logran, cuando el asunto es más fácil pues los modelos de los que
aprender los tenemos ante nuestros ojos: basta observar con paciencia
y con todos los sentidos lo que de forma pródiga nos oferta la
naturaleza: un nido sin ir más lejos.</span><br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>De
adolescente, entre los dieciséis y diecisiete años de edad un joven
y erudito profesor de filosofía, sin dar tiempo apenas a presentarse
y a que le hiciera una radiografía sobre su persona, me sumergió
ya desde muy temprano en el discernimiento metafísico de las “cosas
y sus causas” –en particular las causas primeras--, como el
“saber” que constituía fundamentalmente el conocimiento
filosófico.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<i style="font-family: Arial, sans-serif; font-size: 13pt;">Después
pasé períodos de mi vida dilucidando la razón primaria --el
embrión-- de conceptos que difícilmente se darían sin la
concurrencia de otros, sin que sepamos bien quién es el
complementario de quién, cual se erige en inicial y ordena su
suplemento, pues el primero no se podría explicar racionalmente sin
el concurso con el segundo, o con un tercero, o un cuarto... sin
excluirse entre ellos.</i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Más
tarde, d</i></span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;"><i>urante
un largo tiempo de una etapa de mi vida, la de interminables sesiones
de tablero de dibujo robándole horas al día, al ocio, y al sueño
me obsesionó una de esas cuestiones que oportunamente se me ofertó
a la reflexión como axioma para resolver los problemas prácticos
que como obstáculos se interponían en mi camino cuando trataba de
aprender a amasar el barro, a configurar la materia, a definir la
volumetría y la forma cada vez que me enfrentaba al novedoso y
complicado, para mí entonces, estudio de la proyectación
arquitectónica, por lo que implicaba de incertidumbre aquella
disyuntiva que ya a principio del siglo veinte polemizaran los
llamados funcionalistas frente a los otros denominados formalistas y
que permaneció vigente durante buena parte del mismo, el tiempo de
mi formación como arquitecto: ¿Es la forma la que sigue a la función, o es la función la que sigue a la forma?, ya que --pensaba--
tal vez en realidad no exista claramente una jerarquía de
dependencia de rango pues ambas podían ser cuestiones iniciales y
complementarias indistintamente, adaptando en mi caso la preferencia
de una sobre la otra según la conveniencia del discurso en cada uno
de mis ejercicios de proyecto de diseño. Aquello nunca me quedó
claro, quedando guardado en la carpeta de dudas que mi cerebro
archivó celosamente, dispuesto a abrirla en cualquier momento.
Siempre hay una ocasión cuando te empeñas en ser un empedernido
observador de lo que te rodea.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;">L</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;">a
forma sigue a la función, ¿o es al contrario?</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Aquel
invierno particularmente lluvioso iba perdiendo fuerza en la medida
en que los días comenzaban tímidamente a alargarse y la luz de la
mañana le iba restando, poco a poco, protagonismo a la bruma gris y
húmeda con la que había despertado durante muchos días de los
meses anteriores, los que permanecí parapetado entre las
confortables paredes de mi casa, a la que habían puesto cerco con
inclemencia y ánimo de asalto; tanto lluvia como viento, e incluso
nieve, pero sobre todo un hiriente frío que amenazaba suspenso en la
húmeda y espesa neblina que dejaba gravitando en el ambiente,
ocupando todo el espacio exterior, las intermitentes treguas que la
lluvia daba después de cada chaparrón; intentando penetrar en la
vivienda, colarse por entre las rendijas de los grandes ventanales,
obligándome a permanecer encerrado al calor de la calefacción –soy
muy friolero y suelo destemplarme fácilmente-- a resguardo del
gélido aliento exterior, con su veladura persistiendo parasitada en
los cristales del salón por su orientación norte que da al jardín;
predio al que mis sentidos habían abandonado ya a finales de otoño,
cuando éste empezaba a adquirir una visión decadente y deformada de
la exuberante imagen con la que se mostrara en los tiempos de las
estaciones verdes, especialmente bien entrada la primavera. En
aquellas adversas circunstancias no me interesaba lo que ocurría
más allá de los vidrios empañados.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Y
la borrosa bruma se fue retirando, cada día más desdibujada,
empujada por una poderosa luz que comenzó a perfilar de nuevo las
siluetas de las cosas: la protección de ladrillo visto de la
terraza; la bignonia con las nuevas hojas sobresaliendo por encima de
la pérgola de madera; los sauces llorones al fondo con sus primeras
lagrimillas de amarillo verdoso colgando, apuntando sus lloros al
césped que lucía un aterciopelado verde rutilante... una explosión
de vida que me impulsó a aperturar casi inconscientemente la puerta
de la terraza que da al jardín poniendo felizmente fin a mi
enclaustramiento de tantos meses; y de golpe los sentidos se me
avivaron, rememorando sensaciones ya conocidas pero ahora más
intensas: el olor fresco, dulce y suave de la fértil tierra aún
húmeda de la que brotaban los renovados árboles como caleidoscopio
de verdes con matices en todas sus gamas: desde el verde limón de
los sauces al verde esmeralda de los chopos, hasta el más oscuro
casi azulado de la arizónica, y a los que sobrevolaban las primeras
bandadas de pájaros en particular de uno de plumaje negro carbón y
pico de un vivo color amarillo naranja –el mirlo común, creo-- que
ha colonizado toda mi urbanización y la de los alrededores, pues ha
estableciendo su hábitat, al parecer, en toda la zona noroeste de
Madrid, anunciando su renovada presencia –si acaso alguna vez se
hubiera ido-- con un singular sonido aflautado, melodioso y grave que
cambia, en algunos momentos, a una cadencia rítmica inconfundible a
mis oídos por disonante: </span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>sriiiiii,
pouk-pouk-pouk, sriiiii</i></span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">...</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Una
nueva etapa. El renacimiento de la naturaleza: la primavera. Todo
comenzaba a mi alrededor otra vez después de que plantas e
instalaciones del jardín hubieran sobrevivido a los elementos
naturales, resistiendo sus agresivos efectos: el arriate de adelfas
mostraba ufano, de nuevo, su porte erecto de gran arbusto, uniendo en
sus extremos la pérgola de madera con la zona de representación
estatuaria donde luce blanca caliza una Venus de Milo, reproducción
doméstica de la encontrada en la isla egea de Melos, enterrada,
mutilada de brazos... a cuya extraña visión me he acostumbrado, no
así un familiar próximo cuando la vio por primera vez en la visita
al jardín, dirigiéndose a mi mujer: Oye Niña, acaso es que había
mucha diferencia de precio con otra igual, pero con brazos... sin
comentarios. La diosa del amor y la belleza mira eterna, impasible
sin inmutarse la fuente que rige poderosa en el centro del jardín, y
que es estanque, pilar y surtidor, a la vez, en los juegos
simultáneos de agua. Todo familiar, todo reconocible, salvo: ¡Eh!,
esto que es... parece un... sí es, no hay duda... qué perfección...</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Apoyado
sobre uno de los soportes de la pérgola, arrimado al sardinel de
ladrillo visto de protección de la terraza y al amparo del follaje
de la bignonia había descubierto con sorpresa por lo accesible a la
vista un nido de pájaros vacío recién construido. Círculo
perfecto, como si se hubiese trazado con una plantilla, para un
habitáculo de paredes y suelo de pajitas entrelazadas y rigidizadas
con barro, formando una concavidad ideal para la futura nidada. Pero
donde estaba la pareja de eficientes constructores. Quizás habían
abandonado el nido cuando se apercibieron de mi presencia, y ya
advertidos pensé que no volverían por aquellos lares. Estuve
tentado de trasladarlo a otro sitio del jardín de más privacidad a
resguardo de miradas directas que pudieran entorpecer el milagro de
la vida. Pero quién era yo para cambiar el devenir de los
acontecimientos que otros seres habían decidido: eligiendo aquel
lugar habían conseguido que su futuro cubil se asentara sobre base
firme y segura, además de obtener fácilmente del jardín todos los
materiales que necesitaban.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;">Ni
siquiera me atreví a levantarlo, acaso solo tocarlo para apreciar su
perfección de trazado y su curiosa textura. Viendo aquella forma
eficiente --redonda para conseguir el máximo de hábitat para los
futuros polluelos con el mínimo de materiales, sin rincones donde
pudiera quedar marginada cualquiera de las crías, aprovechando la
rigidez del círculo para las paredes que crecían al exterior en
espesura de paja, palitos y broza, aglutinados por el barro, haciendo
un contenedor indeformable y compacto-- rememoré el discurso que mi
mente había archivado en su día y que mi memoria traía a colación
ahora: ¡Ay carajo! pues va a ser que lo primero es indefectiblemente
la forma, dándole inicialmente la razón a los formalistas: concebir
primero el ingenio para la función deseada; en el símil sería como
el guante que espera su mano antes de que esta aparezca; ¿pero la
mano se adaptaría a la perfección al guante?; sería suficiente la
dimensión para el número de crías, se encontrarían seguras,
recogidas y protegidas en aquel reducido espacio desde su nacimiento
hasta su madurez cuando ya pudieran volar y valerse por ellas
mismas... No quise engañarme con aquellas primeras apreciaciones y
seguí esperando acontecimientos con impaciencia. Lo dejé allí, en
el mismo lugar, expectante, por lo que decidí interferir lo menos
posible en el desarrollo de la futura anidada, si es que esta se
llegaba a producir. Al principio cumplí con aquella intención, pero
más tarde mi curiosidad... era imposible no estar todos los días
pendiente de novedades. Y vaya que las hubo y no una:cuatro.</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh-3UKVFlS8USzPC8EdZF0Asu00KsGPIfV2r8lNxUCusD9LlTavBlcXdkzYNUEolDVuOvbrX5zOoGmh0cq-S2fVlMOB5RNrc1QW82HQigJ27NfKhEHevhpJUcSDYlsTDX8m_61wMKZLewE/s1600/calafell_9_13+1392.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh-3UKVFlS8USzPC8EdZF0Asu00KsGPIfV2r8lNxUCusD9LlTavBlcXdkzYNUEolDVuOvbrX5zOoGmh0cq-S2fVlMOB5RNrc1QW82HQigJ27NfKhEHevhpJUcSDYlsTDX8m_61wMKZLewE/s400/calafell_9_13+1392.jpg" width="400" /></a></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"> </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">No
sé que era más fuerte si mi sorpresa de aquella mañana cuando
irreprimiblemente me asomé al nido o la emoción de privilegiado
espectador. Tan cerca que los podía tocar. Qué maravilla. Allí
estaban, agrupados en el fondo del nido: cuatro huevos de color
verdoso azulado con moteados en ocre habían aparecido de la nada
como por arte de magia de un día para otro. Embriones de vida en
potencia, envasados en duras cáscaras ovoides que les protegían del
exterior, acoplándose al fondo semiesférico del suelo del nido para
un mejor reparto del calor en la incubación. Perfección de forma.
No tardé en comprobar su lisura pasándole suavemente la yema de
los dedos por uno de ellos; extrañándome aquel absoluto abandono,
aquella desasistencia de alguno de los progenitores en la tarea del
empollamiento. Quizás éstos se habían apartado del nido percatados
de mi salida a la terraza y seguramente me estuvieran observado a
corta distancia parapetados en la maleza del jardín. Posiblemente lo
habían hecho ya la vez que descubrí el nido. Ahora sabían que no
les haría el menor daño. Creo que desde entonces se estableció
entre la pareja y yo una relación de forzosa convivencia, aunque no
de confianza pues siempre me negaron su presencia.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">No
tenía ni idea de cual sería el tiempo necesario de incubación para
que las crías eclosionaran de su cascarón por lo que le impuse a mi
curiosidad un tiempo prudencial de tregua a fin de que la experiencia
de la vida llegara a buen puerto. Me abstuve de salir a la terraza
durante ese tiempo, aunque vigilaba escondido en el salón tras los
estores de las ventanas, momentos en los que observaba ansioso el
proceso de incubación, con un progenitor encima de los huevos con
medio cuerpo ocupando todo el nido, sin inmutarse, quieto como
extasiado sin apenas moverse para cambiar de postura. De cuando en
cuando se acercaba la pareja de un negro tizón con una lombriz o
insecto en su pico naranja: No hay duda se trata de una anidada de
mirlo común, los que después excretarán irrespetuosamente en
cualquier sitio del jardín: cerca, muretes, terraza, mobiliario,
plantas... con esas enormes cagadas que no hay manera de
limpiarlas... y si no al tiempo; espetaba por lo bajo mientras
observaba. Escatológico futuro asunto que quedó olvidado ante la
tierna visión de lo que contemplaba bastantes días después. Quién
no se enternece ante la pollada recién nacida: tan pequeños, tan
desvalidos, tan desnudos con apenas restos de fino plumón,
acurrucados unos contra otros dándose calor, ocupando ya seguramente
su sitio que empezarían a defender con sus garras y picos, aún muy
tiernos, de los empellones de sus hermanos durante su crianza,
haciendo prevalecer su presencia frente a los otros en las
reclamaciones de la comida, en la atención de los padres, en la
colonización de su espacio... en la supervivencia en fin para no ser
el más indefenso en la nueva experiencia que acababan de estrenar.
La competencia comenzó desde el primer día: uno de ellos estaba
literalmente enterrado en los cuerpos calientes y desnudos de los
demás, mientras otro aparecía expuesto en toda su vulnerabilidad al
ambiente... </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgLAFgzd_YgS1OzhfYHxcLcP_q-okmz0MGaWFJxm8_FyBXZYi69O5MNB_Nvg_Sd1_VOIOAONt7KNBd-FXI5bk0D3Vm8P_qNmefxDmhwKgJBlwR9__0YP3LaxTPh0rwgo0xyiMGR0v7NkN8/s1600/calafell_9_13+1398.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgLAFgzd_YgS1OzhfYHxcLcP_q-okmz0MGaWFJxm8_FyBXZYi69O5MNB_Nvg_Sd1_VOIOAONt7KNBd-FXI5bk0D3Vm8P_qNmefxDmhwKgJBlwR9__0YP3LaxTPh0rwgo0xyiMGR0v7NkN8/s400/calafell_9_13+1398.jpg" width="400" /></a></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Al
arrullo de la fina broza, adormilados como los bebés recién
nacidos, con los enormes ojos cerrados a cal y canto, sin visión, en
un sopor de sueño en el que sólo la agitada respiración mostraba
indicios de que estaban vivos, estrenaban hermanados los primeros
días de su existencia. Viéndolos así de tranquilos y confiados
reposando en la cama de paja parecía que la esperada mano se había
introducido con satisfacción en el guante. El celebrado contenedor
cumplía a la perfección su función, ¿pero sería así siempre?
pues aquí al contrario que en el símil la pollada iría creciendo
mientras el nido se mantendría invariable. Habría alguna relación
de forma instintiva entre el número de crías –cuatro-- con la
capacidad del nido, al igual que en el guante la dimensión de cada
dedo –todos distintos-- con su envolvente. Si fuera así, si el ave
concibió la forma en virtud de códigos ya inscritos en su instinto
animal según la pollada a criar –cavilaba--, aquella primera
premisa de la forma como causa primera de la función que apreciara
al principio se invertiría, pues el guante se había confeccionado
teniendo en cuenta el tamaño de la mano, y entonces tendría que
darle la razón a los funcionalistas. Qué lío: Estoy más confuso
que tiempos atrás. Tendré que seguir observando la evolución de
esta fascinante aventura de la vida en la que he puesto todas las
expectativas de biólogo aficionado y de paso dar alguna luz a la
disyuntiva que me interesó durante el tiempo de estudiante... bueno
y ahora. Es fascinante.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">¿Dónde
está la clave de esta última reflexión?, me preguntaba: Quizás en
algún dato que el devenir de los acontecimientos me mostrará
seguramente. Seguí como al principio: expectante, observando día a
día la evolución de la vida, cómo esta aprovechaba su oportunidad
en cualquier resquicio que se le ofreciera; cada vez más sorprendido
del instinto de supervivencia de los guacharros –así llamaba de
pequeño a las crías de pájaro-- con los picos abiertos como
enormes embudos naranjas, sin cansarse, sin cerrarlos, como reclamos,
tanteando a ciegas en el aire el pico de sus progenitores con la
ansiada carnaza de lombrices, gusanos e insectos; peleando por el
alimento, compitiendo desaforadamente entre ellos, cada uno
reclamando su atención con agudos sonidos guturales: Quién no llora
no mama, dice el refrán popular… y era cierto pues había uno que
siquiera protestaba, el que menos peleaba, al que alimentaban cuando
ya se saciaban los demás. Se le notaba por días un visible déficit
de crecimiento. Era ya, y sería para siempre, el más indefenso,
hacia el que mostraba cierto sentimiento de lástima y ternura, y al
que rescaté en cierta ocasión de la tierra del jardín adonde había
caído desde el nido.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiIW0kdPDBqoS6d6wOoPmI4krhP0-bWTNJw0Uz6AsKRFQhuys7S3j2bKDarC2UG5NsDzYnRe28LJRj4wOe1KcqvcxONMCm80BPiEx1BavZa5Uvb6bKOJU1NRPq_-YcfVQ58C1K0uSAekKA/s1600/calafell_9_13+1403.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiIW0kdPDBqoS6d6wOoPmI4krhP0-bWTNJw0Uz6AsKRFQhuys7S3j2bKDarC2UG5NsDzYnRe28LJRj4wOe1KcqvcxONMCm80BPiEx1BavZa5Uvb6bKOJU1NRPq_-YcfVQ58C1K0uSAekKA/s400/calafell_9_13+1403.jpg" width="400" /></a></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Sucedió
pasadas un par de semanas, cuando el cuerpo de las crías empezaba a
aparecer cubierto de un plumón negro y el tiempo del jardín había
hecho brotar en profusión flores blancas en las adelfas y
anaranjadas en la bignonia, éstas ya tan abiertas en sus pétalos
acampanados ofertando ser polinizadas como las bocas de las aves
reclamando su ración de sustento; a juego ambas en el color como si
cuatro de aquellas flores hubiesen caído casualmente al nido.
Transcurría el tiempo que seguía marcando una ya desaforada
curiosidad. Una mañana de tantas: ¡Anda!, falta uno... y eso...
dónde está... es imposible... si todavía no pueden volar, e
inmediatamente tuve una corazonada. Bajé al jardín y me apresuré
hacia la zona de debajo de la pérgola. Lo identifiqué enseguida. Su
cuerpo encogido, su retraso en el crecimiento de las alas, su
resignada postura sin protestar... era él, el más vulnerable, el
paria del nido. Ni siquiera en el suelo desposeído de su zona de
confort profería ningún sonido que denotara petición de socorro o
auxilio. Cuando lo ahuequé en la palma de la mano noté en mi piel
una sensación extraña de suavidad y calor a la vez. Le pasé la
otra mano acariciándole el dorso comprobando el plumaje de las
incipientes alas que le crecía más recio que el resto del cuerpo, a
cuyas muestras de afectividad no reaccionó. No se inmutó lo más
mínimo, permaneciendo callado y sumiso: Quizás se haya caído
accidentalmente del nido o expulsado de éste por sus compañeros más
fuertes ante una situación de </span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>overbooking
</i></span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">en
el confortable hogar. Si así fuera, si al final se demostrara que la
concepción de la forma del nido no era suficiente para satisfacer
las necesidades de las crías en su evolución hacia su estado
adulto, mi desconcierto sería mayúsculo pues aquello me indicaría
que la mano no entraría en la forma del guante al estrecharse éste
en el </span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;">acoplamiento
de los dedos impidiendo su correcto funcionamiento, haciendo inviable
el planteamiento de la disyuntiva que tiempo atrás me ocupara, iba
cavilando mientras subía de nuevo a la terraza. No fue así pues
cuando lo reintegré del nuevo al nido había espacio suficiente para
todos. Lo coloqué en el sitio al contrario del que ocupaba el que
parecía el más grande, el más adelantado, quizás el más astuto y
tramposo, o tal vez el mejor superviviente, que mostraba un lustroso
aspecto casi de adulto, sin que ninguna de las otras crías se
asustaran de mi presencia, ni les intimidara el roce de mi mano sobre
sus cuerpos. Estaba claro que, al contrario de sus progenitores,
habían aceptado mi presencia; o es lo que creí en aquel momento
cuando aún no tenían desarrollado el sentido de la vista apreciando
sólo sombras y manchas... después descubrí que siempre había sido
un intruso.</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><br /></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">El
dato que ansiaba conocer para resolver de una vez la disyuntiva llegó
desgraciadamente envuelto en un caos, en un dislate, en una
disparatada confusión tanto para la familia de pájaros que
entraron en estado de pánico y estrés con trágicas consecuencias,
como, especialmente, para mí que lo había provocado sin intención,
sobrepasándome los acontecimientos de lo que supuso el final brusco
de aquella experiencia natural: una espantada al grito de ¡sálvese
el que pueda!, incluso para mí. Habría pasado ya casi un mes desde
que nacieran las crías cuando en una de aquellas rondas en el nido,
que mi curiosidad le seguía imponiendo a mi voluntad, me apercibí
de que una de ellas, la más fornida, ejemplar casi adulto luciendo
ya un desarrollado plumaje, estaba fuera del nido y posada
tranquilamente debajo de éste en uno de los travesaños de madera de
la pérgola. Situación que mi mente procesó rápidamente como
anómala, y creyéndome otra vez en el salvador providencial de
aquella prole que para ello --pensaba-- me habían aceptado, ni corto
ni perezoso, no pensándomelo dos veces, la cogí confiado de su
docilidad para depositarlo a continuación en el nido abarcándole
por detrás con la mano todo el cuerpo del ave, la que ante mi
sorpresa empezó inmediatamente, como un resorte, a agitarse entre
mis dedos, percibiendo con estupefación a través de la mano la
angustia del animal al sentirse atrapado así como su continuo
forcejeo en los intentos desesperados de zafarse de la “zarpa”
que le oprimía, emitiendo agudos chirridos que alborotaron al resto
de sus hermanos organizándose un guirigay, una baraúnda de gorjeos
como gritos; un ruidoso jaleo con aspavientos de los componentes del
nido como si les atacara un depredador que puso en alerta a los
progenitores que, saliendo rápidamente de alguna parte del jardín,
donde estaban parapetados vigilantes, agravaron aquel inicial
desorden con una serie de chillidos precipitados, ruidosos y
amenazantes, aleteando sin parar delante de mi cara, desafiantes en
defensa de sus crías, produciéndome tal estupor que lo solté
antes de que me diera tiempo a reintegrarlo en el nido, saliendo
disparado en el aire como si de repente frente al peligro se </span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;">le
hubiera activado su instinto de volar. Momento culmen de la
espantada abandonando todos precipitadamente el nido, cada uno como
pudo, en una huida a medio andar y medio volar torpe por el jardín
siguiendo a los adultos hacia la amplia zona ajardinada comunitaria
parapetados en la escapada entre la maleza de las adelfas y la
arizónica del vecino, con gran alboroto y ruido de aleteos,
desvaneciéndose todo aquel alboroto por encima de la cabeza de la
Venus de Milo como efímero sueño de diosa. Después siguió un
extraño silencio. Parecía que el mundo se hubiera detenido; el
tiempo de unos segundos que me parecieron eternos. Miré el nido
vacío y aún no entendía lo que había sucedido, ni el porqué.</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><br /></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;">Bajé
al jardín intentando reconstruir el camino de la huida por si
hubiese quedado atrapado alguno entre el follaje y entonces hice el
penoso descubrimiento: en el estanque de la fuente, cabeza abajo y
con las alas abiertas a ambos lado yacía ahogada la cría que tiempo
atrás rescatara del suelo; una vez más la supervivencia se rompía
por el eslabón más débil; el pánico aumentado por su
desvalimiento le había impedido entender la ruta de salvación que
los padres habían marcado para todos ellos, tomando el itinerario
equivocado. Impresionado y algo trastornado, sintiéndome culpable
del trágico final la rescaté del agua y la deposité bien escondida
entre la espesura de una planta tapizante de flores aromáticas que
regía en el centro del jardín comunitario como última morada, en
desagravio a mi torpeza. Me sentí afectado un par de días, momentos
de reflexión sobre todo lo que había sucedido: sobre los
precipitados finales de recorrido cuando siquiera acabas de comenzar
a caminar; sobre la vida y las actitudes en la supervivencia muchas
veces condicionadas ya al enfrentarnos a ella: ¿porqué sucede a
menudo que si eres discreto, si no haces ruido, ni no armas jaleo, si
no montas pelea... desgraciadamente no prosperas?; sobre el miedo a
quedar atrapado en las garras que aprietan voluntades y que te
impiden ser libre, volar; sobre las encrucijadas con itinerarios
equivocados; sobre mi profesor de filosofía cuando era adolescente;
sobre las innumerables dudas que me dejó; sobre la metafísica;
sobre las causas de las cosas; sobre la causa formal: </span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Forma
est quo ens est id quod est, vel tale quale est (Forma es aquello por
lo que una cosa es lo que es o tal como es); </i></span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 12.8px;"><span style="font-size: 13pt;">sobre
los errores que cometemos sin quererlo en el transcurso de nuestra
existencia, como el haber interferido todos aquellos días en los
designios de la naturaleza creyéndome ingenuamente capacitado para
intervenir, modificar, desviar... el curso de los acontecimientos
naturales, de sus sabias leyes. Qué legitimidad me asistía en el
hecho de haber impedido bruscamente el discurrir natural y propio en
la evolución de la crianza del polluelo ya casi adulto que habiendo
abandonado voluntariamente el nido, estaba preparado, seguramente,
para iniciarse de manera progresiva y durante algunos días en la
extraordinaria experiencia del vuelo que le llevaría a su plenitud
como adulto y al que le </span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;">seguirían
los demás conforme iba quedando menos espacio en el nido --sabia decisión formal de la naturaleza--,
emancipándose de sus progenitores, los mismos que ya les habían
transmitido en sus genes cómo deberían construir su futuro nido en
razón de la prole a criar confluyendo forma y función al mismo
tiempo: forma primaria, círculo, integración, totalidad,
incubación, percepción, calor, confort, compañía, infinito, comodidad, desarrollo, vida, símbolo cósmico, libertad, volar... en
definitiva una forma ideal para un complejo programa de vida... lo
que hubiera sucedido de no haber concurrido allí una variable no
esperada: mi obstinada presencia. </span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><br /></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><br /></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><br /></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">FranciscoMolinaGómez</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">(Mi
único consuelo a aquel dislate fue el de rescatar de la carpeta de
dudas de mi cerebro la tan traída disyuntiva, bueno más bien darla
de baja pues de aquella experiencia llegué a la conclusión de que
las dos causas formales –mano y guante-- cohabitaban en el mismo acto y al
mismo tiempo, sin la prevalencia de una sobre la otra. Debate
arquitectónico en claro retroceso en los últimos tiempos, donde han
aparecido contenedores universales polivalentes que acogen cualquier
programa de edificación, y a la inversa. Nada nuevo en el cambio de
pensamiento propio de los ciclos históricos) </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"> </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"> </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
</td></tr>
</tbody></table>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"><br /></span>
</div>
pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-32110556409002929382018-05-12T09:48:00.000-07:002018-05-12T09:48:31.904-07:00DE LA MILI (V): JURA DE BANDERA <table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhSeIziFhBsRmCpid2OYCs3ZMa-0eaZupAvNBhnM-18PvfIGLn887xCAWcLYDKs6ui-9Htl_5KLbqF98tpMslRDobyTrMhT3-LS-gHAvqFQdhqnoWQxk3sae7JKtkewyO1tb1uv6VMcQMo/s1600/calafell_9_13+1442.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhSeIziFhBsRmCpid2OYCs3ZMa-0eaZupAvNBhnM-18PvfIGLn887xCAWcLYDKs6ui-9Htl_5KLbqF98tpMslRDobyTrMhT3-LS-gHAvqFQdhqnoWQxk3sae7JKtkewyO1tb1uv6VMcQMo/s400/calafell_9_13+1442.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">La compañía completa --justo en el borde a la derecha el autor del blog-- posamos encaramados en la tribuna del campo de instrucciñon donde tres meses después de nuestro ingreso en el campamento militar, escenificaríamos el trascendental acto de la jura de bandera </td></tr>
</tbody></table>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<br />
<br />
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Durante
mi estancia en el campamento militar de Camposoto, el mismo lugar por
el que tú, unos meses antes, habías pasado, me estuve acordando de
ti, querido Agustín –amigo y compañero de orfanato--. Posiblemente
tuvimos las mismas experiencias: la llegada entre improperios,
aquellos extraños primeros días, la penosa instrucción, los
socorridos descansos en camaradería con los compañeros reclutas
contemplando las marismas..., pero no sé si el día de la jura de
bandera, padeciste, al igual que yo, ese sentimiento de soledad,
olvidado por todos, que siempre nos había perseguido. </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<br />
<br />
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif; font-size: 13pt;">El
día de la jura de bandera desfilamos todas las compañías juntas,
con uniforme de paseo y guantes blancos, en el campo de
armas en donde vibraba la música en los altavoces distribuidos por
el perímetro del recinto, y vibraban vistosos y coloridos de domingo
de finales de septiembre: familiares, novias y amigos dándonos vivas
y saludándonos desde la tribuna y los alrededores del campo; y
vibramos también nosotros, con un grito unánime, al paso por la
tribuna desde donde erguido como un poste saludaba la autoridad
militar: ¡Atenta compañía!, saludo…, mientras el aire se
impregnaba de emotividad con los sones de las marchas militares a
flor de piel, erizándonos el vello, sacándonos por primera vez el
soldado escondido del que nos imbuyeron desde muy pequeños en un
país que era un inmenso cuartel --rememoración de los desfiles y
exhibiciones artísticas de tablas de gimnasia, ensayadas hasta el
hastío en nuestra pubertad del orfanato, como recordarás amigo
Agustín--- y para el que debíamos un servicio de armas.</span></div>
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Incomprensiblemente
nos habíamos contagiado de una irracional histeria
colectivo-patriótica. Nada se podía hacer contra aquella ofensiva
de himnos, de cánticos con proclamas hasta la saciedad del
honor, de la patria, del valor –todo ello sublimado por la
trascendencia de más de dos mil voces de hombres, perfectamente
sincronizadas como las notas de los instrumentos de una orquesta
musical--; del sacrificio hasta la muerte en el homenaje a los
caídos, ---rompiendo graves la emoción--, ahora las voces calladas
en un silencio sepulcral, en simultaneidad con los movimientos de las
marchas lentas de los que rendían honores, y los tiempos de la
música que nos cortó el aliento: el toque de oración. En aquel
instante aún no era consciente del compromiso de sacrificio de todo
aquel rito. Se nos pasaba inadvertido --en cualquier caso actitud
comprensible pues el haber llegado hasta aquel momento vital no era
un acto de libre decisión-- que allí se pudiera estar
escenificando nuestro propio funeral. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Después
de momento tan reflexivo y entre redobles de tambores y sonar de los
instrumentos de viento de la banda de música desfilamos para besar
la bandera nacional después del juramento de fidelidad y vuelta a la
formación para entonar el himno de infantería (nuestro himno de
arma de tierra), casi al final del acto con la sensibilidad aflorando
a todos los poros de la piel y arrebolados por el mensaje de su
letra que ya sabíamos de memoria: “ Ardor guerrero / vibra en
nuestras voces / y de amor patrio henchido el corazón / entonemos el
himno sacrosanto / del deber, de la patria y del honor /
¡honooooooor!,….”, aprendida por mor de la continuada repetición
en los días anteriores a la jura de bandera, sin detenerme en su
lectura hasta aquel momento en el que me di cuenta real de la
trascendencia del acto extraordinario del que, tanto yo como mis
compañeros de armas, habíamos sido los protagonistas; entonces
aquel arrebato inicial de euforia patriótica, en mi caso, fue
decayendo abrumado por la incierta futura penosidad conforme
desgranaba las letras de las estrofas del himno apercibiendo, ahora,
en su mensaje el supremo adeudo que habíamos firmado con la patria
en el instante del beso a la bandera, y del que al parecer eran
ajenos mis compañeros más próximos, pues apreciando el ¿fervor?
con el que cantaban: “… y por verte temida y honrada / contentos
tus hijos irán a la muerte / Si al caer en lucha fiera / ver flotar
victoriosa la bandera / ante esa visión postrera / orgullosos
morirán / Y la patria / a quién su vida le entregó / en la
frente dolorida / le devuelve agradecida / el beso que
recibió…”, no percibía que se dieran cuenta de la realidad:
que estaban –estábamos-- ofreciendo la vida en aras de salvar a
la nación de cualquier enemigo, y además teníamos que hacerlo no
sólo desinteresadamente sino con orgullo, superando el dolor en un
gesto de épica gloriosa y muriendo dulcemente, sin proferir siquiera
un leve ¡ay!, en el regazo consolador y el venturado beso de esa
otra madre: la patria. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Ya
no había escapatoria alguna, ¿pero quienes ¡diantre! --me
preguntaba-- habían escrito y puesto música a esto de banderas que
flotan mientras la estás palmando? Hay que joderse, con un par de
tiros en el vientre --me decía para mí-- ni ves bandera alguna
flotando, ni nadie viene a darte besitos en la frente dolorida. Con
las manos taponando la sangrante herida no está uno para
exaltaciones místicas, ¡pardiez!..., y así, terminada la canción
aún continué con mis reflexiones sobre la gravedad de aquel
compromiso para con mi país, hasta que en el ¡rompan filas! del
final del acto, tras la felicitación del general de turno al haber
alcanzado todos el grado de soldado, desperté de mi
preocupante ensoñamiento por el rugido, acompañado de gorras al
viento, de un grito ensordecedor de liberación: ¡¡¡Aire!!! A
lo hecho, pecho, me dije. Con las vivencias de la mili, al igual que
con el orfanato o con mi ciudad sigo manteniendo una extraña actitud
contradictoria de amor-odio. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Inmediatamente
el campo donde minutos antes se había escenificado el orden más
escrupuloso, era ahora un caos de efusividad de soldados y
familiares reencontrándose por primera vez después de tres meses;
un repertorio infinito de sonrisas dando la enhorabuena y de otras
recibiendo los parabienes; una retahíla interminable de
presentaciones a los compañeros: de aquellos padres que orgullosos
saludaban desde la tribuna; de sus novias de las que, seguramente,
habían compartido alguna confidencia; de los amigos del barrio de
los que conocían parte de sus aventuras; una inmensa fiesta
desbordada de risas, de abrazos, de besos de cariño, de besos de
amor…; era, en definitiva, aquel desorden, la felicidad de contar
en día tan señalado con la gente querida y de la que todos
participábamos…; o casi todos, pues aquellos agridulces momentos,
negándoseme la posibilidad de la felicitación de un amigo, del
abrazo de la escasa familia o del beso de mi novia --nadie acudió--,
me retrotrajeron a la misma soledad de todos los momentos importantes
que en mi vida hasta entonces habían sido. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">En
el comedor donde la inmensa mayoría de compañeros soldados,
disfrutaban en animadas conversaciones con sus familias del menú
especial de fiesta, el T´ópolla, también sólo, y yo nos
consolábamos excusando la ausencia de nuestras novias a algún
imponderable de último momento que les había impedido viajar y
deseando ya, al término de la comida, partir al reencuentro con
ellas en un viaje con preceptiva compañía: la del enorme muñeco
que le llevábamos de regalo y que adquirimos en la cantina donde en
la zona que era bazar estaban expuestos vistiendo el uniforme
completo de soldado y luciendo la banda distintiva con la leyenda del
campamento: Cir 16 Campo Soto. Nos quedamos a un paso de la
tecnología pues, al parecer según nos dijeron, la siguiente remesa
incorporaba en el muñeco un dispositivo de audición que al
accionarlo se oía, como si el monigote cantara, el himno del CIR;
aunque mejor así pues no me imaginaba a Amelia escuchando una y
otra vez el tema central, aquello de: “Cir Dieciséis / donde se
une España entera / en santo beso / que se posa en la bandera…”,
vamos, como que no. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">No
éramos los únicos marginados de la fiesta, había otros
soldados --no muchos-- desperdigados entre las mesas del amplio
comedor, con los que nos cruzábamos las esquivas miradas que me
retrotraían --salvando las distancias del tiempo y del lugar-- a la
de los huérfanos dando cuenta, sin entusiasmo por la fiesta, del
menú de nochebuena en el desangelado y frío comedor del orfanato
mientras la inmensa mayoría de internos se habían ido con sus
familias de vacaciones de navidad; tristes instantes, amigo Agustín,
que también tú recordarás y que sufrimos personalmente todos los
inviernos de nuestra infancia y parte de nuestra adolescencia. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">La
historia, en mi caso, se repetía; no sé en el tuyo en aquel mismo
lugar.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">FranciscoMolinaGómez</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>(continuará)</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<br />pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-36160547056221563642018-04-02T09:09:00.000-07:002019-10-16T12:43:37.295-07:00LA ABUELA QUE VIAJÓ MÁS ALLÁ DE LA LUNA<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEif2fOM_11Y-SN8Zj3q2qSVDhGpL1AcaBdskCuLGiyZuE3AhfOyYuao0lLJoYsUMU7P-NQpVHtA_CPizSvwemoRi31GQJBjMp6m8-2NZ51XWCw1l7fYfyeyGFe0PXSNGBQ0NktY1Iqqk8g/s1600/alunizaje+1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="194" data-original-width="259" height="299" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEif2fOM_11Y-SN8Zj3q2qSVDhGpL1AcaBdskCuLGiyZuE3AhfOyYuao0lLJoYsUMU7P-NQpVHtA_CPizSvwemoRi31GQJBjMp6m8-2NZ51XWCw1l7fYfyeyGFe0PXSNGBQ0NktY1Iqqk8g/s400/alunizaje+1.jpg" width="400" /></a></div>
<br />
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Verano
de 1969: </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Fue
aquél un verano expectante, lleno de acontecimientos. Vivía
complacido en el gozo de imborrables momentos de éxito por la
superación de los estudios de bachillerato que, pensaba, me iba a
cambiar favorablemente el futuro</i>, <i>cuando el mes de julio de
ese mismo verano fui unos más de los millones de telespectadores que
asistimos atónitos con las imágenes del final del viaje más
extraordinario que ser humano alguno hubiera hecho a lo largo de la
historia de la humanidad. Con su narración lenta retando con la
mirada y el gesto grave en una cara ligeramente girada a la cámara
que retransmite, el joven corresponsal de televisión española ha
ido desgranando día a día el discurrir de la epopeya que había
comenzado en Cabo Cañaveral, en los Estados Unidos, a las diez horas
y treinta y dos minutos del día dieciséis de julio, con el
lanzamiento de la nave espacial Apolo Once en dirección a la órbita
de nuestro satélite y con la misión de posar en su suelo el módulo
lunar Eagle con los astronautas norteamericanos Armstrong y Aldrin a
bordo, los que tras cinco días de vuelo y multitud de vicisitudes, a
las veinte horas y diecisiete minutos del día veinte de julio
mandan a la central de seguimiento un mensaje tranquilizador:
”Houston… aquí la base de la Tranquilidad, el Águila ha
alunizado”, mientras un tercer astronauta –Michael Collins--
orbita con el módulo de mando alrededor de la luna. Con la voz
impostada, podando el idioma, y la expresión pausada ralentizando el
relato, sin la grandilocuencia de otros locutores, el nuevo
corresponsal nos ha ido relatando con cada retransmisión y durante
estos días todos los detalles de la travesía, esos que por parecer
menores no dejan de ser importantes. </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Ahora
enfrentaba el instante más emocionante esperado por millones de
telespectadores; su reto más importante como periodista: contar en
tiempo real al país aquel hito de la humanidad que iba a suceder en
breves momentos. ¿Quién hubiera imaginado que el chaval con boina y
gabardina que algunos años atrás había llegado a Madrid desde su
Huelva natal a buscarse la vida, estaría ahora, en el día decisivo,
con un micrófono en Houston, aventurándonos lo que podía sentir un
hombre al alunizar por primera vez?: ”Buenas... noches...
España... para... televisión... española... les habla.... Jesús
Hermida… Estamos... a... la espera… hoy... ya... veintiuno...
de... julio... de... mil ...novecientos.... sesenta... y nueve…” </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Hablaba
cada palabra como forzando una conversación entrecortada por
intermitentes pautas, dando la impresión de que cada cosa que iba a
contar venía envuelta en misterio, dilatando las frases entre
silencios, cuando inesperadamente exclamó sin sobresaltarse: “Son...
las dos horas... y cincuenta... y seis minutos... y.... me...
comunican... que... ya... tenemos... señal”…, en el instante en
que en la pantalla del televisor; que regía en alto en el rincón
del salón del pabellón de mayores del orfanato y de la que
estábamos pendientes algunos pocos internos, dispensados de no estar
durmiendo a horas tan intempestivas, venciendo el sueño a una
plácida noche de verano; vimos aparecer una imagen rara y
desenfocada. </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Era
una escena cabeza abajo, cegadora por el contraste; después señales
de reajustes y movimientos en la imagen; una enorme nube negra que
acabó concretándose en la forma de un ser extraño que descendía
por la escala de lo que parecía una máquina; confusión de objetos;
vaga e informe visión del ser extraño con una tremenda giba en la
espalda; oímos una difusa y entrecortada señal de comunicaciones
con conversaciones en inglés sobre un sonido de fondo ensordecedor,
y de repente otra vez el ser extraño ahora erguido sobre una
superficie brillante: “La emoción... que... se... ha... vivido...
en ...esta... sala... de seguimiento... ha sido... indescriptible…
todo... el auditorio... ha ...prorrumpido... en... aplausos...
cuando... Neil Armstrong... ha... puesto... su... pie izquierdo...
sobre... el polvo lunar... al tiempo... que... pronunciaba... para...
la historia: Este... es... un... pequeño... paso... para... un
hombre ..., pero... una... zancada gigantesca... para... la
humanidad”. </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Continuaba
relatando el comunicador español, con la misma expresión de
sucesivas pausas en repetitivos silencios entre palabras y frases el
instante vivido, el del primer paso de un hombre en la luna, que,
ciertamente nunca vimos, pues las imágenes seguían siendo
maravillosamente abstractas, como las de esas ecografías en las que
hay que ir adivinando las formas, y que desciframos en la pantalla
del televisor como las de una futurista estructura con largas patas
metálicas que destacaban sobre un fondo gris algo brillante, un
paisaje desértico conformado con lo que parecían ser dunas de
arenas y el que identificamos como la superficie de la luna. Al poco
rato eran dos los seres extraños, enfundados en trajes hinchables
que remataban con aparatoso casco y que se movían a saltos, como
jugando, cerca del artefacto en unas imágenes aún muy borrosas:
¡Jóder!, eran ellos: ¡los astronautas!... ¿entonces?... ¡¡¡era
verdad que habíamos llegado a la luna!!!</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Ahora
cada noche mirábamos al astro esperando algo extraordinario, tal vez
algún cambio en nuestras vidas, no sé; lo cierto era que una semana
después del alunizaje --sábado-- la vida proseguía igual en el
orfanato, y, como no, en la rutina de los ensayos del grupo de
cantores del coro. Bueno no del todo igual. La noche apacible y
quieta tenía un brillo de luna como nunca lo habíamos percibido,
una luminosidad explosiva que diluía cualquier atisbo de sombra
--sentimiento de saturación de luz explicado, quizás, por la
insistencia en observar ahora el disco brillante con más interés--,
cuando para ir al ensayo abandonamos el pabellón de mayores en
dirección a la iglesia.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Al
llegar a la escalinata de piedra de acceso al templo por la puerta de
la comunidad de monjas, la intensa luz pintaba de un blanco pulido
las dos caras que nos recibían en lo alto de la gradería: sor
Josefa la Chica, encargada del coro, nos esperaba en el descanso de
la pronunciada escalera, mirando con descaro al satélite
aprovechando la altura de aquella atalaya; maravillada, proclamando
ininterrumpidas alabanzas hacia el creador de aquel fenómeno que nos
iluminaba como si fuera de día: Pues grande sólo es Dios; y al que
ahora, habían llegado los hombres, a los que refería, quizás, en
la letra de la canción de misa que canturreaba. </span></span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Dándonos el tono
cogimos los primeros compases, sin música, sentados en los
escalones: Cuando contemplo el cielo / obra de tus dedos / la luna y
las estrellas que has creado / ¿Qué es el hombre para que te
acuerdes de él? / el ser humano, para darle poder..., y a cuyos
sones no dejaba de reír aquella otra cara de cera, plagada de surcos
--como ríos de luna-- de la abuela Rafaela que sentaba su vejez de
muchos años como madre de crianza de niños cuneros, ajena a tan
importante acontecimiento, a la vera de la misma puerta en una silla
baja de anea, disfrutando oír cantar a sus niños.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Para
la abuela Rafaela las noches de verano era su momento de conexión
con el mundo exterior. Su único mundo conocido. Toda una vida entre
las cuatro paredes del pabellón de la Casa Cuna donde se criaban los
bebés y niños pequeñitos del orfanato. A ellos se dedicó en
cuerpo y alma desde sus inicios, muy joven, como ama de cría; sin
dar tregua al cansancio, al sueño, al agotamiento de noches en vela
en lucha contra la enfermedad, la fiebre, el malestar infantil...,
aliviando, en lo posible, con su cariño y delicado trato -- A la
nanita nana / nanita ¡ea! / mi niño tiene sueño / bendito
sea...--, las terribles consecuencias de las virulentas infecciones
víricas de fácil contagio en colectivo tan frágil y desprotegido,
expuestos continuamente a los estragos de enfermedades como la
poliomielitis, viruela, tuberculosis..., en una época con un índice
notable de mortalidad infantil que se prolongó hasta los últimos
años de posguerra, donde ya se dispuso de los socorridos
antibióticos y de las benditas vacunas. </span></span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Aquellos, a los que había
velado sus sueños sin cansarse; a los que en la desazón de sus
sollozos había apretado contra su cuerpo para darles tranquilidad y
seguridad; a los que en infinidad de ocasiones había calmado sus
llantos arrancándoles una sonrisa; a esos otros a los que a su pesar
no logró borrar su tristeza, o a los que no consiguió que con su
compañía se sintieran menos solos..., y que tan injustamente se
fueron para siempre o sufrieron graves secuelas como las de no poder
caminar de por vida, apenaron para siempre el corazón de la abuela
Rafaela. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Pero
siempre se sobrepuso. Había tanta necesidad de afecto en materia tan
delicada que esta grave carencia no le daba ocasión a que en su
corazón anidara la pena; sino, al contrario, aflorara la esperanza
de sacar adelante la crianza de sus niños, aunque siempre al final
de la crianza otra vez el desgarro cuando sus tesoros pasaban de la
Casa Cuna al pabellón del Destete, sin que tampoco se diera
oportunidad a la tristeza pues otros bracitos le esperaban reclamando
su atención. Todos eran sus hijos, queriendo abrazarlos a la vez,
sufriendo por no poder atenderlos en la inmediatez de sus reclamos.
Eran tantos. Los reconocía en sus gimoteos, en sus gemidos, en sus
lloriqueos... y como no en sus risas. </span></span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">No había renunciado a tener
hijos, sino al contrario quiso tener más que nadie, por hornadas,
sin dar ocasión al desaliento, contribuyendo a proyectos de vida
conformando materia tan delicada: la humana. No extrañó los suyos
propios pues nos consideró siempre como si en realidad hubiéramos
salido de sus entrañas. Era tanto su cariño que, al parecer, había
dado sus apellidos a varios bebes sin padres reconocidos. Su calidad
humana hizo que los regidores del centro, comprobada la importancia
de su labor en la mejora de la salud afectiva de los chiquillos, la
hicieran empleada fija de la Casa Cuna, y referente del trato amable
y paciente para las otras amas de cría, cuidando del orden entre
ellas. Nunca se marchó. Muchos años de dura pero congratulante
siembra que había dado su cosecha: el cariño y reconocimiento de
sus niños cuando se hacían algo más mayores. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Ahora
con más de ochenta años se resguardaba durante el día dentro del
edificio, de la cegadora luz del sol sureño, protegiendo así sus
delicados ojos, rojos, muy irritados por tantas horas de vigilia
robadas al sueño; esperando que llegara la noche para, con su andar
lento y torpe al que le había sometido la mala circulación
sanguínea de las piernas, después de toda una vida sin tregua al
descanso; arrastrar una silla de anea tan pequeña como su encogido
cuerpo y salir a tientas, agradecida y sonriente, a la puerta del
pabellón a disfrutar de una refrescante y apacible noche en el
ecuador del verano. Allí se quedaba quieta, expectante, como una
mancha negra sobre el fondo ocre de ladrillo de la fachada, con sus lentes
oscuras para que ningún atisbo de luz le hiriera los delicados y
velados ojos, agudizando los únicos sentidos que habían resistido
algo las enfermedades y el paso del tiempo. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Le
gustaba arraigarse en el sitio, marcar mentalmente los límites de lo
que siempre había sido su hogar, y para ello se servía de los
reconocibles sonidos de esas noches de estío: de fondo el
impresionante y profundo silencio que gravitaba en el ambiente
envolviéndola, desde el que podía oír nitidamente el chirriar de
los grillos entre los matojos, y a lo lejos en las albercas el croar
de las ranas; también, y más cerca, el susurro que la brisa
nocturna producía, conforme avanzaba la noche, al agitar suavemente
las hojas de las moreras esparcidas por todo el recinto, llevándole
a su ánimo paz y tranquilidad; también sosiego al mezclarse el
susurro del aire con el continuo murmullo del fluir del agua de los
surtidores del estanque que presidía los jardines de la entrada,
enfrente; de vez en cuando el silencio era inoportunamente roto por
un ruido de afuera de su mundo: el del motor de una moto, amortiguado
su repiqueteo mecánico por la lejanía de la carretera en dirección
a la costa, y que se iba diluyendo en la medida en que se alejaba en
la distancia, imaginando, quizás, un fugitivo huyendo
apresuradamente de sus fantasmas, como ahora ella de los suyos... o
¿quién sabe? quizás todo lo contrario: atrayéndolos con sus
recuerdos. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Pero
el sonido que más le gustaba escuchar era el saludo de sus niños
cuando casualmente nos encontrábamos con ella; y en esta oportunidad
los cantores del coro teníamos más probabilidad de hacerlo que los
demás niños cuando, renunciando a regañadientes del recreo de la
noche, los sábados nos requerían para los ensayos de la misa del
domingo. Aprovechando los minutos previos al ensayo nos
arremolinábamos sentados o agachados alrededor de ella: ¡Hola!
abuela Rafaela..., y enseguida nos echaba los brazos sin parar de
sonreír, regalándonos cariño a raudales, complaciéndonos en los
elogios que nadie nos decía. Quizás la necesitáramos nosotros más
a ella, que al contrario. Necesitábamos como el respirar sentirnos
queridos por alguien al que identificábamos como ese familiar
próximo al que se quiere. Todos la adoptamos como si realmente fuera
nuestra abuela, incluso los que --como fue mi caso-- no tuvimos que
pasar por el pabellón de la Casa Cuna. Era igual. Era nuestra
abuela.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Y
a la par para ella todos éramos sus hijos cuneros; los que aquella
noche en corro cercando la silla baja le hablábamos sin parar,
queriendo que nos oyera a todos a la vez; aunque ahora, con evidente
pérdida de audición en ambos oídos, le costaba escucharnos:
¡Abuela!, ¡¡¡hemos llegado a la luna!!!” , le dijo uno de
nosotros levantando la voz, a lo que respondió: ¡Ah, sí!, sí, a
ti te tuve en la cuna…, percibiéndonos como sombras en la poca
visión que ya poseía, tocándonos la cara para asegurarse de
nuestra presencia con esas manos agarrotadas por la artrosis, ya
torpes: Y a ti también te tuve…, y a ti…; las mismas que aún en
la enfermedad pretendía que todavía nos fueran útiles,
ofreciéndose en algunas labores menores en la cocina, como la de
pelar patatas. Bueno, más que pelar patatas, la abuela Rafaela hacía
dodecaedros --¡qué gracia!--, vamos que con la piel se quedaba la
mayor parte de la carne del tubérculo; ante la exasperación de sor
Dolores la Mayor, encargada de las comidas, que le amenazaba con
desterrarla definitivamente de los dominios de sus fogones, a lo que
ella respondía con una aparatosa risa de dentadura postiza: Mañana
será otro día. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Día
tras día, aquellos que duró el acontecimiento que cambiaría el
curso de los viajes espaciales, como si no hubiese otra noticia en el
orbe, se rigieron por las informaciones que nos llegaban del otro
lado del Atlántico, en los Estados Unidos de Norteamérica, desde
donde técnicos y científicos americanos, tras los primeros momentos
de euforia y celebración, seguían segundo a segundo la evolución
de los movimientos de los dos astronautas en sus misiones de
reconocimiento del territorio; con imágenes, a ratos, recorriendo la
superficie lunar; como, en otros instantes de la
retransmisión, recogiendo rocas y minerales que, después, al final
de la corta misión --apenas dos horas-- traerían consigo a la tierra. Desde allí se emitía a
todas las televisiones del mundo: Buenos... días... España...
desde... esta... Base... de... Seguimiento..., en... Houston...,
Texas... les habla... Jesús Hermida... </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Ahora
las imágenes emitidas, que ilustraban la pantalla del televisor,
eran de mejor resolución que el primer día, pues se apreciaban
mejor los detalles del paisaje lunar en el entorno del módulo, y de
la vestimenta de sus exploradores que les había permitido salir sin
riesgo de él: los del instrumental de control en los aparatosos
trajes hinchables; los de la voluminosa mochila con los tubos para el
oxigeno; o los del casco cuyo cristal hacía de espejo de otras
imágenes que no se veían: las del compañero que le grababa junto
al módulo lunar y la bandera muy pequeñita, al fondo, quieta,
hincada sobre una superficie brillante en donde habían quedado
perfectamente impresas las huellas del calzado de los astronautas al
caminar a saltos, dificultados los pasos por la débil gravedad del
satélite. </span></span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Lo que más impresionaba es que el horizonte era una línea
que parecía cercana, y detrás sorprendía un abismo de intensa
negrura por el que, daba la impresión, podían precipitarse en
cualquier momento; oscuridad que aún acentuaba más nuestro viejo
aparato de televisión en blanco y negro: Siguiendo... el plan
...previsto... por... la NASA... el módulo... lunar... Eagle...
ha... alunizado... al... sur... del... mar... de... la
Tranquilidad... que... es... la zona... que... observan... en... las
imágenes... de... sus... pantallas..., continuaba su crónica el
corresponsal de televisión española con su peculiar y enigmática
narración de los hechos de aquella gesta.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">La
epopeya retransmitida absorbía nuestra atención en las horas de los
telediarios que nos dispensaba de la siesta y del principio del sueño
de la noche, desconectando mentalmente, por unas horas, de nuestra
normalizada cotidianidad. Ver la llegada del hombre a la luna que
estaba tan lejos era un prodigio inimaginable unos años atrás;
además el asombro de la cercanía en la visualización, como si
aquello estuviera sucediendo en el patio del orfanato, a un tiro de
piedra, nos hacia alucinar..., ¡no acabábamos de creerlo! </span></span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Casi
podíamos tocar aquella resplandeciente superficie de la luna, que
Jesús Hermida ahora nos ilustraba repetidamente con sus nombres
científicos. Supimos entonces que había una cara oculta que era más
montañosa y escarpada, motivo por el que los ingenieros directores
del proyecto habían descartado para el alunizaje, en favor de la
otra cara, la que siempre se observa del astro, por abundar en su
superficie extensas zonas llanas, a las que dieron nombres de mares:
el de la Serenidad, el de las Lluvias...; aunque a nosotros el que
mas nos interesaba ahora era el de la Tranquilidad. </span></span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Con el cielo
estrellado, mirando fijamente hacia el astro, seguíamos frustrados
en la imposibilidad de localizarlo en la enorme distancia: Allí hay
ahora mismo dos personas; qué fuerte. Por toda respuesta: un disco
brillante salpicado de manchas que acababa de perder su virginidad: la aureola romántica que cantaran los poetas --"Por eso luna / ¡luna dormida! / vas protestando / seca de brisas..."--, o la otra mágica de las canciones infantiles –"Quisiera ser tan alto / como la luna / ¡ay!, ¡ay! / como la luna / como la lunaaaaaa..."--; en donde,
aparentemente, nada se movía, y cuya luminosidad desaparecía al
llegar el día: Mañana será otro día, le había dicho otra vez la
abuela Rafaela a sor Dolores la mayor en cuanto percibió que ésta
le torcía el gesto.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Y
al día le sucedía la noche. Una más como aquella en la que, ajena
por completo a proeza tan importante para la humanidad, había
salido a sentarse a la puerta, a tomar el fresco, serena, con su
cuidado moño plateado, su tez pálida, su figura pequeñita,
encorvada; con unos ojos rojizos muy abiertos, curiosamente sin sus
lentes oscuras como otras veces, buscándonos acertadamente con los
brazos, como si en el resplandor de la extraña luz, que no hubiera
conocido hasta entonces, pudiera captar nuestras siluetas. No era una
noche más. ¿Qué extraño placer no mundano, le invadía? Lo que
emanaba de su expresión de cara era puro misticismo pues ya en la
explanada nos miraba como sobrevolando por encima de todo su mundo
que le anclaba a la silla. A partir de entonces la buscaba y la
deseaba. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Aún
pervivía en la necesidad del trance que, desde aquella noche, le
seguía provocando un inmenso estado de bienestar, cuando al poco
tiempo ya se le hizo del todo imposible caminar; ni siquiera un andar
lento y torpe. Fue cuando la ingresaron en una residencia de ancianos
que se ubicaba muy cerca del orfanato; circunstancia de proximidad
que propició --para alegría de la abuela Rafaela-- que, aunque
fuera en ocasiones muy esporádicas, pudiéramos verla, cuando los
chicos componentes del coro íbamos a cantar los tiempos de la misa
en la festividad de la Milagrosa, patrona de la residencia de
ancianos: ¡Hola!, abuela..., y ella como tantas otras veces nos
echaba los brazos felicitándonos ahora por alegrarle con nuestras
canciones: Gracias, habéis cantado como los ángeles..., y su
rutinaria soledad de final de una vida, de la que acusaba ya el
cansancio, y que ahora transcurría postrada en una silla de ruedas. </span></span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Una grave gangrena –causa que motivó la amputación de ambas
piernas-- remató tantas vigilias sin descanso y tantas noches
en vela. Aún así su ánimo siguió alegre, agradecida a todos los
que la cuidaban…, serena como si ya estuviera levitando hacia
aquel halo de luz que le obsesionaba. No tardó mucho en ir
definitivamente en busca de aquella luminosidad que le llamaba,
quizás como fondo de túnel en el que al final reconociera las caras
de los inocentes que se fueron; como angelitos. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Esa
misma luz que la noche del encuentro con sus niños --cuando ya el
módulo de mando Columbia con los tres astronautas a bordo había
amerizado en el océano Pacífico de vuelta a la Tierra-- se
reflejara refulgente en su cara, adquiriendo ésta una suave y
arrugada palidez, en actitud alegre, regalándonos cariño con
generosidad, profundamente feliz, infundiéndonos a todos los que la
rodeábamos, en momentos tan trascendentes para la historia de la
humanidad, más confianza que esos grandes exploradores del espacio
que tras algunos días de cuarentena serían ensalzados como héroes
en todo el mundo. Al contrario que ella: allí, sin fanfarria,
modesta, pidiendo perdón por tanta dicha; antihéroe por antonomasia
sin embargo había llegado más lejos: había viajado al fondo de
nuestros corazones, descubriendo lo hondo de la materia humana: su
fundamento. Los otros, viajeros de enormes distancias a velocidades
astronómicas --moradores ya del Olimpo Moderno-- sólo habían
llegado a la superficie de otra materia menos importante por inerte,
que no latía; ni un atisbo de vida: sólo una magnífica desolación.
</span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">FranciscoMolinaGómez</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">(La
abuela Rafaela pertenece ya a ese innumerable grupo de héroes
anónimos, cuyas hazañas no refieren los libros, ni son portada de
los periódicos, ni abren las informaciones de las televisiones del
mundo... ni siquiera una mera mención en la memoria colectiva –sirva
esta entrada en el blog para ello--; como si no existiesen o no
hubiesen existido. A ese batallón humano en las sombras, antihéroes por
naturaleza: Perdón por tanta desmemoria)</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
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<br /></div>
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</div>
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<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><br /></i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-17920222738010478822018-03-09T04:37:00.001-08:002018-03-25T17:44:04.747-07:00AL OTRO LADO DE LA TAPIA<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
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<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg0bGlt-icwVUTd9ZvYeY2ez_z_vONRSZznAFBmOIGxykAFE78GZ2CiQsUJCwLy9pVFjJtqqjzkFDpFS7cjK1Qa7wJxF_79kke3DkZnWyEi-RbP80oTX9RSXHdx7QzOHJpXOoFKXH5pjdc/s1600/100MEDIA-SUNP0032_SUNP0032.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg0bGlt-icwVUTd9ZvYeY2ez_z_vONRSZznAFBmOIGxykAFE78GZ2CiQsUJCwLy9pVFjJtqqjzkFDpFS7cjK1Qa7wJxF_79kke3DkZnWyEi-RbP80oTX9RSXHdx7QzOHJpXOoFKXH5pjdc/s400/100MEDIA-SUNP0032_SUNP0032.JPG" width="400" /></a></div>
<br />
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>2009.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>En
uno de los últimos viajes a Granada, visité en las Gabias, a mi
sobrina Yolanda, para felicitarle por su reciente maternidad. Al
intentar salir de aquella maraña de carreteras y calles
desconocidas en la que, para mí, se han convertido las localidades
de Armilla y las de su entorno, fui a dar con el coche --claramente
desorientado— hasta una escombrera que se alineaba a lo largo de:
¡Jóder!, esta tapia me recuerda?...; ¡¡¡es la parte de
atrás!!!...; quedé estupefacto, quieto; de tal punto anonadado que
no acertaba a creerme lo que estaba viendo; impensable que se hubiera
cumplido aquel anhelo de niño aunque fuera casual; como cuando
descubres por vez primera, aunque ya muy tarde, algo que habías
deseado siempre experimentar: ver el mundo de atrás, escuchar sus
latidos, palpar su libertad con la que soñara cuando estaba
encerrado irremisiblemente, entre cuatro paredes, al otro flanco del
muro; el lado del que me había ido hacía ya la friolera de casi
cuarenta años. Ahora devenía no tanto en un anhelo que se había
diluido con el tiempo, sino más en cuanto inesperada y turbadora
sorpresa. </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Toda
una vida imaginando que había detrás de aquel patio donde domaron
nuestras naturales ansias de libertad, y ahora casualmente había
llegado allí: </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">¡Dios
mío!, ¿donde están los árboles frutales y la casa de campo?…
¿qué queda del paisaje de campiña que se insinuaba desde las
ventanas del piso de los dormitorios del
orfanato?…: ¡Ah!, sí, ahí está la caseta de ladrillo del
transformador eléctrico...; es lo único que queda de entonces...;
¡qué desilusión! </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Me
acerqué a tocar la tapia, y me pareció más baja, vulnerable…;
después me alejé un poco para captar la sinuosa línea de muro
</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">que
se perdía a la vista en ambos fondos</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">
de color indefinido: pardo, sucio, con algunas pintadas de pésimo
gusto, escondiendo su abandono entre los coches que, a su amparo,
estaban aparcados a lo largo del camino de grava que lo acompañaba</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>,
</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">enmascarando los
desperfectos en la semisombra que proyectaban los rayos de un sol que
a aquellas horas de la tarde ya caía al oeste. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Enfrente,
cerca de la escombrera y algo alejado de la alargada tapia,
visualizaba las siluetas de varias naves industriales que entorpecían
la vista libre en la continuidad de la panorámica de la campiña; si
no negando el horizonte, si dificultando la perspectiva de lo que
había sido entonces un campo abierto al <i>desconocido mundo de las
cosas y de la gente</i>, con la ciudad de fondo eclosionando en la
colina: se pasaba bruscamente de una rutina de construcciones
normalizadas, sin apenas sensibilidad en el paisaje, a lo sublime de
la montaña –aquella cuyas cumbres se travestían de un continuo
manto blanco en invierno--, sobresaliendo por encima de los tejados
metálicos, en la lejanía. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Estos
campos, a la vista de lo observado, se habían convertido ahora en
espacios urbanos residuales, nada atractivos, indefinidos: como parte
de territorio que se niega, que se ignora, al que se le da la
espalda, y que se usa, lejos de la ciudad, como vertedero de los
desechos que va produciendo la actividad humana, modificando el
paisaje sin más alternativa que la de ir acumulando escombros sobre
escombros, ajenas al valor del trabajo de generaciones que se habían
sucedido en el cultivo de aquellos terrenos agrícolas para la
producción de alimentos en unos tiempos –final de posguerra-- de
supervivencia, de carestía de los sustentos más básico para la
vida. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Un
paraje degradado y, a aquellas horas, muy solitario. Ni un alma, a
pesar del establecimiento en su entorno de edificios industriales.
Estábamos solos Teresa –mi mujer-- y yo... bueno algo más nos
hacía compañía: se había colado de rondón un pasado recurrente
que durante largos lapsos de tiempo había quedado velado en mi
memoria, aunque nunca olvidado. Un pasado lejano que revivía ahora
en mi mente. La que posiblemente, y debido al tiempo transcurrido,
estuviera ya mezclando recuerdos reales con otros que no lo eran
tanto, como si hubieran sido. Todo formando parte ahora de lo vivido.
</span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Detrás
del interminable lienzo pardo y sucio, unos viejos pabellones, que
apenas alzaban vuelo por encima de él, me parecieron más
prisioneros que nunca. Ni un resquicio a la libertad pues habían
instalado en el remate del muro una alambrada metálica. Rebobiné
los acontecimientos del </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>otro
lado</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"> que no veía…
intentando localizar en el muro inacabable a cuya visión contribuía
--a la mitad del mismo, donde me hallaba-- la extraña curvatura
convexa que hacía invisibles los finales de ambos extremos, el punto
donde se perpetró la fuga más masiva de la que tuvimos conocimiento
en la historia del centro: Fue por aquí..., si fue aquí, donde se
juntan las dos tapias –me decía en voz baja--, ésta y la que
limitaba el patio de menores, al sur. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">No
fue difícil dar con el lugar exacto, pues, ahora, en esa parte de la
tapia se iniciaba una alambrada oxidada que recorría toda ella en la
zona que fue el patio que yo conocí: </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">¿Entonces,
los que vinieron después...?</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">;
desconozco la historia…; yo me había ido muy lejos de allí hacía
ya mucho tiempo y ahora, sin proponerlo, ni pretenderlo había
tropezado con el reverso del lugar de mi infancia y preadolescencia,
el que inmediatamente comenzó a perturbarme el ánimo, y que lo hizo
desde el mismo instante que siguió al casual descubrimiento, sin
poderlo evitar, acelerando un proceso de difícil y complicado
ejercicio mental de trasposición de emociones en el tiempo; de
imaginar sentimientos que pudieron ser desoladores a una tierna edad
en la que te sientes atrapado... en la que te duele que te hayan
escondido el horizonte; que te hayan aprisionado la esperanza.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">La
esperanza es lo último que se pierde, debieron pensar de forma
inconsciente los catorce chicos...; o no...; posiblemente primara
más, en la emoción de aquellos días preparatorios, la aventura y
el gozo de poder alcanzar un sueño: el sentirse libres aunque fuera
por una vez y por sólo algunos momentos --quizás días--, que el
miedo al futuro: sus actos anteriores y posteriores a la fuga nunca
denotaron, en ninguno de ellos, cualquier indicio de pérdida de la
esperanza. Era un lujo que no se podían –no nos podíamos--
permitir en contexto tan adverso. Se trataba sólo, seguramente, de
dejar volar ésta, ¿a ver qué pasaba? </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Lo
raro es que los planes –que se dilataban algo en el tiempo-- de la
escapada, y que conocíamos, si no todos, casi todos los internos del
pabellón de menores, no hubieran llegado ya al oído de las monjas,
pues éstas no daban señales de alarma. En un colectivo numeroso
–cerca de doscientos niños-- y tan dispar con edades entre cuatro
y trece años, era casi un milagro que alguien no hubiera delatado
ya el intento de fuga masiva. Esto último --que se difundiera entre
mucha gente con el consiguiente peligro de trascender más allá de
los internos-- extrañaba aún más la falta de noticias en su
contra. Sorprendía sobremanera la ignorancia de los preparativos en
monjas y empleadas. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Era
curioso que durante los muchos días de planificación de la huida,
ninguna de las empleadas, encargadas de la limpieza de todo el
pabellón, hubiera dado con el escondrijo, dentro del recinto, donde
aquellos catorce chicos escondían una maleta de madera. Aquella no
era una maleta cualquiera donde alguno de nosotros hubiera guardado
sus escasos efectos personales, era el sancta sanctorum donde se
atesoraba todo lo relativo a aquella planificada correría. Era la
prueba material de que iba en serio, de que había una clara
intención por parte de los confabulados de llegar hasta el final.
Algo que les convencía de que estaban perfectamente organizados --lo
que les daba tranquilidad--, y que todo iba a resultar tal cual lo
habían planeado, percibiendo en el ánimo de algunos de ellos –los
encargados del abastecimiento-- cierta actitud de envalentonamiento
que intentaban transmitirnos al resto, o por lo menos eso me pareció
a mí cuando, en unión de otros compañeros, nos abrieron la maleta
para que depositáramos en ella el puñado de castañas que nos
habíamos reservado de la ración que nos correspondiere en el postre
de la comida. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">En el mes de noviembre aquel alimento era muy recurrente en esa época
del otoño. Puñados a puñados, de tantos otros chicos, el tosco
contenedor de tablas pintado de negro se había ido llenando de las
socorridas castañas; ahora éstas colmataban casi el contenedor. Tenían ya suficientes para abastecerse los primeros momentos de la huida. No
nos importó desprendernos de alimento tan codiciado que solíamos
asar en el patio, extrayéndole a aquel fruto su mejor sabor, sino al
contrario muy contentos de poder ayudar. Estábamos con ellos, aunque
aliviados de que fueran otros los protagonistas y no nosotros,
expectantes en la temeridad pero a salvo, como el que observa el toro
en el ruedo protegido detrás de la barrera. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Había
tanto entusiasmo que anulaba la certeza en el raciocinio de los
catorce de que aquello acabaría muy mal. Por ello; por la valentía
que mostraban obviando las funestas consecuencias que se derivaría
de falta tan grave; por lo que suponía de peligrosa la transgresión
de esa odiosa <i>marca</i> que nos mantenía a raya, y contra la que
nos dábamos de bruces cada vez que pretendimos saber que había tras
sus ciegos encalados...; por todo ello y por muchas cosas más,
tenían todo nuestro respeto y admiración, y, tal vez, también,
aunque no lo mostráramos, nuestra disimulada compasión por que el
final, más que incierto, sería aciago con penosos correctivos.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">En
el momento en el que entregábamos nuestras castañas, uno de
aquellos responsable de la intendencia mostró ese envalentonamiento
que hasta el momento de la entrega sólo lo había dejado intuir, y
que yo percibía en sus gestos de héroe o tal vez bandido, no sé
–recordando aquello ahora, no podría afirmar a cual de ellos
pudieran referir--, esgrimiendo un revólver de juguete que extrajo
de encima de las castañas, con el que simulaba apuntar contra todos
aquellos que quisieran impedir la escapada: Esto es por si nos sale
alguien al paso allí fuera, para asustarle, nos dijo colocándose un
pañuelo negro anudado al cuello que le tapaba la boca. </span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt; text-indent: 0.05cm;">Sobresaliendo
de las castañas, semiescondidos entre el alimento, había algunos
objetos: papeles con algo escrito, cuerdas, linternas, un par de
pasamontañas y algunos pañuelos más del mismo color del que tenía
puesto, hasta un tarro de betún negro, creo recordar, con el que,
presumí, hubieran pintado la carcasa de las linternas y el revólver
de pega, a la vista de lo mostrado. Posiblemente también para
embadurnarse sus caras el día decisivo. Todo debía de ser oscuro
para confundirse con las sombras de la noche. Ellos también.
Sabíamos de aquella intención por boca de sus protagonistas.</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">A estas alturas de tentativa de escapada habrían pactado ya las
horas más idóneas para la fuga, aprovechando, quizás, la ausencia
de luz a la caída de la tarde, cuando la noche empezara a hacer su
aparición. Tal vez aquella tuviera ya sus días contados. ¿Sería
inminente? Cómo íbamos a saberlo si hacía tiempo que los no
ungidos en la aventura habíamos pasado a ser meros mortales
espectadores. Ellos estaban ya en el olimpo de los valerosos, aunque
en realidad puedo imaginar ahora que aquel exceso de agallas
ocultaba, como un escudo, todo lo contrario: dudas, vacilaciones,
temores, desasosiegos, miedos... ; pero habían llegado demasiado
lejos; ya no había vuelta atrás; así lo entendieron todos, pues
sabían que cualquier debilidad de alguno de ellos podría arrastrar
al resto y dar al traste con la heroicidad máxima que se pudiera dar
en aquel lugar, y, por consiguiente, con el posterior reconocimiento
de su coraje por parte de todos los demás chicos. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Como
he podido comprobar después: la hazaña trascendió a sus
protagonistas. Es normal que le épica del acontecimiento se
instalara en el tiempo como un hito importante en la vida de los internos y, más tarde, en la historia del centro como leyenda
que contar a los que vinieron después, en detrimento de los actores.
Que nos acordemos más de algunos detalles que de sus caras y nombres
o apodos era cuestión de tiempo. No me cabe la menor duda de que los
confabulados fueron niños mayores del pabellón --chicos entre doce
y trece años-- y que de entre sus <i>cabecillas</i>, posiblemente,
destacara un mayor de los considerados rebelde y conflictivo por
monjas y celadores: quizás un tal Pitracos. Sinceramente no lo
recuerdo. Lo que sí recuerdo es que ni yo, ni ninguno de los de mi
generación --–por entonces el grupo de medianos, niños de entre
siete y ocho años-- estuvimos <i>metidos en el ajo</i>. Con aquella
edad no se nos hubiera pasado por la cabeza tamaño atrevimiento. Es
más, el único de nosotros –los medianos-- que tiempo antes de la
huida masiva había saltado la tapia, no lo fue con intención de
fugarse. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Seguía
perturbado por el casual descubrimiento de la <i>parte de atrás</i>,
intentando averiguar el sitio exacto de los acontecimientos que
rondaban por mi mente: el lugar por donde el compañero de mi edad
saltó: Seguro que fue por aquí, seguía hablando en voz baja. La
zona del salto la localicé donde, ahora, alguien había blanqueado
parte de la tapia para hacer las pintadas, pues coincidía en la
mitad del recorrido de la tapia por el recinto del patio, sitio por
donde salió el balón. Cuando animamos a José Olmos, alias
Colillas, a que saltara la tapia en busca del balón –un bien muy
preciado y escaso en nuestros juegos de patio ¡como para perderlo!--
que habíamos volteado por encima del muro, no se lo pensó mucho.
Era de entre los chicos de mi edad el más atrevido y temerario, no
en vano –según nos relataba él a menudo-- antes de su ingreso en
el orfanato había sido un chico de la calle, con ciertas hechuras de
pillo de las que se vanigloriaba, dedicado a vagabundear, y a recoger
por el enlosado de la ciudad las colillas que arrojaban al suelo los
fumadores, y con cuya venta de la picadura, una vez desleída en
cualquier envoltorio, obtenía pequeñas ganancias; incluso algunas
pesetas. De ahí su mote. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">El
júbilo se dibujaba en su rostro de pícaro cuando lo aupamos a los
hombros de uno de los mayores, encaramándose, seguidamente, como
felino hasta el remate que ensanchaba el final de la tapia, acabado
en suave curva. Al principio mostró cierta prevención, agachado, en
cuclillas intentando asentar los pies en el remate en busca de
equilibrio. A renglón seguido se alzó, abrió los brazos como si
quisiera abarcar con el gesto todo lo que estaba viendo, o, quizás,
intentando volar imaginándose cualquier ave; giró la cabeza hacia
nosotros con una aparatosa sonrisa, y dio un brinco que sumó a su
peso más altura, aumentando la aceleración de la gravedad en la
inercia de su caída. Después el ruido de un fuerte porrazo y un
alarido de dolor. Su ausencia nos dejó expectantes –más que
preocupados-- durante bastantes horas. Al final de la tarde lo
reintegraron al pabellón con la pierna derecha escayolada y la misma
sonrisa que nos había regalado en la altura. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Acabada
la tarde de aquel día de final de noviembre, terminadas las clases,
las monjas, como era habitual, se retiraron hacia sus territorios de
la comunidad para sus rezos y descanso hasta el día siguiente,
quedando en el pabellón sólo la monja de guardia. A los chicos nos
recluyeron, como siempre, en una amplia sala de estudio, sobrealzada
del terreno por encima de un cuerpo de sótano, y con cinco grandes
ventanales, por los que se visualizaba privilegiadamente toda la
parte del patio que daba al sur, especialmente el rincón donde se
juntaban dos tapias, sitio singular de su establecimiento por lo que
suponía de cierto resguardo en ámbito exterior tan impersonal. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Llevábamos
poco tiempo intentando congraciarnos con el estudio cuando de
improviso alguien que estaba asomado comenzó a gritar nervioso:
¡Eh!..., ¡¡ya se van!!..., ¡¡¡se van a escapar!!!..., ¡¡¡se
van a escapar!!!..., observando como un numeroso grupo de niños,
saliendo por la puerta del sótano, se dirigían al encuentro de la
unión de las dos tapias e inmediatamente –olvidándonos de las
lecciones-- los cristales de los ventanales quedaron impresos con las
asombradas caras de todos nosotros, entre los que se suscitó todo
tipo de comentarios, algunos muy pesimistas: Estos se la van a cargar
cuando los cojan.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Desde
las ventanas les vimos correr en bandada, hablando entre ellos
dándose prisa dirigiéndose al rincón del patio, agrupados como una
mancha negra desplazándose en diagonal. Vestían cazadora de paño
negra –la misma que los demás internos usábamos como única
prenda de abrigo cuando salíamos del pabellón-- pues el tiempo
cursaba muy destemplado como correspondía a aquella estación del
año, con cierto frío, aunque para ventaja de ellos no llovía. Una
de los chicos portaba la conocida maleta. Como todos los días la
monja de guardia se demoraba un tiempo en su habitación del
pabellón, cambiándose del hábito normal al de faena para servir la
cena, mientras nosotros, suponía, nos aplicábamos en la
enciclopedia Álvarez. Circunstancia ésta de la demora, quizás, con
la que habían contado los que ahora, arremolinados en el encuentro
de las tapias, comenzaban la fuga. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Entre
todos alzaron al primero, el que se encaramó en el remate sin
ponerse de pie, girándose, dejándose descolgar hacia el otro lado
–de algo había servido la experiencia de el Colillas--: ¡¡Uno!!,
gritamos todos al unísono; después: ¡¡dos!!..., ¡¡tres!!...,
¡¡cuatro!!... así hasta: ¡¡siete!! (momentos antes el que estaba
encaramado en lo alto asió la maleta con una cuerda y la descolgó
suavemente hacia sus compañeros al lado contrario); más tarde:
¡¡ocho!!..., ¡¡nueve!!..., hasta ¡¡trece!!; el catorce, como
último, trepó por los agujeros que había abiertos, como
improvisados escalones verticales, a ambos lados del encuentro de
ambas tapias, auxiliado en su ascensión por la tensada cuerda que se
había anudado a la cintura y de la que tiraban desde el otro lado,
hasta que le vimos desaparecer. Contamos ¡¡catorce!!. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Catorce
almas habían volado a la incierta aventura en un mundo del que
desconocían casi todo pero por el que ahora podían marchar
libremente, o eso, al menos, creían ellos. Oímos pasos en el
pasillo que fácilmente identificamos como el de la monja e
inmediatamente todos volvimos a nuestros sitios y a nuestros libros
en la sala de estudio: ¿Qué es tanto cuchicheo?, preguntó la monja
un tanto mosqueada ante el nerviosismo que percibía a aquella hora
de estudio, en la que se suponía debía reinar el silencio. Nadie
contestó, ni siquiera alzamos los ojos de la página abierta de la
enciclopedia. Sobre todo no queríamos delatarnos con cualquier gesto
improcedente. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">No
fue hasta la hora de la cena que no se advirtió de la ausencia de
los fugados. En principio nadie había visto nada. Después casi
todos lo habían visto: además de que ya no tenía sentido seguir
negando la evidencia, la monja de guardia fue muy persuasiva en su
amenaza de castigarnos a todos. En el recuento no sólo anotó el
número total de escapados –¡¡¡nada menos que catorce!!!--,
sino, también nombres y apellidos, edades, vestimentas, objetos que
portaban, intenciones, posibles lugares a donde pensaban ir...
inquiriendo información de unos y otros niños. Hubo mucho revuelo,
comunicándose inmediatamente la fuga masiva al
director-administrador: don José Capilla, el que envió al portero a
que recogiera toda aquella información. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Para
darse más empaque, seriedad, y oficialidad al acto, Pepe el Bolas se
presentó con su traje de gala, incluida gorra de plato --de azul
marino oscuro con entorchados y botones dorados en las mangas-- que
le bailaba en cuerpo bajo y muy delgado. ¡Cómo disfrutaba!, aunque
con el <i>disfraz</i> pareciera más un comediante que un comisionado
del administrador en asunto tan importante. Le gustaba, sobremanera,
todas aquellas movidas; creyéndose pieza decisiva, como responsable
de la portería, en la restitución de la normalidad a la
transgresión de los límites del complejo que habían sido
quebrantados por unos chicos amotinados, a los que habría que
localizar y después castigar severamente. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Para
eso él estaba allí hablando con la monja. Pero todo era pose, sabía
muy bien que él no sería ni juez, ni verdugo. De espíritu
dicharachero y bromista, escorado a la jarana, ejercía más de bufón
que de guardián. De ahí que nunca le tomáramos en serio. De quién
más debían de preocuparse los fugados era de don José Capilla,
artífice y promotor de que el orfanato pareciera más una
penitenciaría que un centro de beneficencia para niños huérfanos,
blindando en altura, al ordenar en su día la construcción de todas
aquellas altas tapias, no sólo al exterior sino los propios pabellones
entre ellos. Aquello supuso para su reputación un grave revés, por
lo que presumimos que las penas serían severas. Con todos los datos
cotejados con las cédulas de identificación que existían en el
centro, el propio administrador dio aviso a la Guardia Civil.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Y
ahora yo intentaba recomponer aquel preciso instante; probando
ponerme en la piel de los fugados, en sus mentes, en lo que pudieron
percibir sus sentidos cuando se vieron libres al otro lado en el que
yo casualmente me hallaba... pero nada era igual ahora... todo
aquello había cambiado: la ausencia de los árboles y cultivos, la
presencia de las escombreras y las naves industriales, y todos
aquellos coches allí aparcados... No sé. Sin duda lo primero que
percibieron con todo su ser en alerta, es que de repente se les había
ensanchado el horizonte, aunque su grandeza apareciera algo mermada,
velada: con la luz natural apagándose en la visión de un paisaje
rural, que se expandía indefinidamente, perdiéndose a lo lejos en
la bruma borrosa de las últimas horas de una tarde de otoño, a
mucha distancia, donde de improviso emergía, imponente, la sierra:
muy alta, libre, con sus picos señalando un cielo que ya comenzaba a
oscurecer. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Imagino
que pasados los primeros instantes de euforia; y con la noche
amenazando con sus sombras, de inseguridad los ánimos y de frío
punzante el cuerpo que ya empezaría a destemplarse; comenzó,
seguramente, el tiempo de los miedos; esos miedos que habían estado
ocultos hasta aquel momento crucial: el tiempo de las dudas con las
que, inmediatamente, se dieron de bruces: ¿Y ahora qué? Una
pregunta me rondó la cabeza, de espalda a la tapia, mirando el
entorno... :¡Pero a quién diablos pudiera importar ahora todo
aquello? Tal vez a alguien al que, aún después de mucho tiempo, un
descubrimiento casual le hubiera perturbado, le hubiera hecho aflorar
viejas cicatrices de heridas que todavía no habían cerrado; lo
triste –pensé-- es que no se cerrarán nunca. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">La
realidad de lo que ocurrió inmediatamente después quedó en la
nebulosa de mentes agotadas, violentadas en su fuero interno por los
sentimientos de culpabilidad, de merecedores de la pena, martilleando
sus cabezas constantemente todas las horas que siguieron a la fuga,
en unos cuerpos que volvieron –o les obligaron a retornar-- muy
cansados. Los siguientes días fue un goteo de expectación por saber
a quién habían cogido y trasladado de nuevo al orfanato. Éstos,
que les habían sorprendido deambulando por la ciudad sin rumbo ni
intención fija, intentando sobrevivir, coincidían con los que no
tenían familia conocida. Esa circunstancia adversa hizo que fueran
readmitidos, si bien con continuados castigos y en permanente
vigilancia por un guardián hospiciano. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Otros
fueron presentados en el centro al día siguiente, y sucesivos,
acompañados por familiares que los habían acogido en sus pobres
casas, los que entre acallados lamentos, entrecortados y susurrantes: Mi chico no es
tan malo... ¡por favor!, seguro que él no tenía intención...
¡por caridad!, habrá sido arrastrado por otros... ¡tenga piedad hermana! somos muy pobres y no podemos tenerlo con nosotros..., aguantaban con estoica resignación la bronca de la monja del pabellón que aparte de estigmatizar al niño en su propia cara: Es un chico muy rebelde, no puede estar aquí... que se lo hubiese pensado antes..., le atendía y
entregaba los exiguos efectos personales. Habían sido expulsados,
sin más contemplaciones. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Hubo
un reducido grupo de niños que ni siquiera pasaron por el pabellón.
Fueron inmediatamente conducidos a san Miguel el Alto, un
reformatorio para niños <i>malos</i> que se ubicaba en la parte alta
del Albaicín, donde pulieron sus ángulos más agudos y recortaron sus jóvenes alas, las que sólo estrenaron aquellos días.
Alguno volvió mucho tiempo después, más delgado, más dócil, más
manso, con la mirada perdida y los sentimientos y los recuerdos
confusos, cabalgando entre el vértigo de la cordura y el delirio febril de la locura; negando, como terapia de choque, la penosidad más reciente: </span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt; text-indent: 0.05cm;">su propia salvación pasaba por que creyéramos sus
relatos: contó fabulosas historias, en aquellos días, de lucha contra guardianes, carceleros... y otros personajes siniestros del
fabulario infantil que habitaban otros muros y otros patios, allende la tapia; un reino de alucinaciones al que le había llevado la crudeza de los castigos disciplinarios; doblada la cerviz, pero, aún así, de todo punto irreductible en su fe de esperanza en el futuro; … si bien esta es
otra historia.</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Llegado
el último momento aún persistía en hablar en voz baja: No deseo estar más tiempo aquí... Entonces afloró de golpe todo el
sentimiento en la despedida: la última mirada al reverso de la
tapia antes de subirme al coche para marcharme definitivamente de
allí, devino en quietud rara, inexplicable: como si el silencio de
aquel solitario y marginal descampado; la luz ya débil de un sol
buscando su total declinación tras las torres y tejados; y el
espacio que se abría entre el ahora y el niño que fui <i>--</i>como
vacío interpuesto<i>--</i>; se tensaran a la vez en contenida
emoción.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">FranciscoMolinaGómez
</span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
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<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
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<br />
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<br /></div>
<br />pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-67867748566643254542018-02-01T03:26:00.000-08:002018-02-08T03:17:18.526-08:00EL FINAL DEL CAMINO DE HIERRO<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjTL5BwmydF2YYdthfXSvYofBGEbsBJBsha3PN4U5xR5lt4cZAcBatrb3EH_QcQ-xjEs4BH_ijlpJ2Qusbc39kP8-SVh3mQER_1qy3yCwQjGdS6_K-qO3By1p5ucdC-4hLXKnQDTGjM_Jo/s1600/Tranvia-de-Durcal-archivo-KMZ-668x445%255B1%255D.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; margin-bottom: 1em; margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="445" data-original-width="668" height="265" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjTL5BwmydF2YYdthfXSvYofBGEbsBJBsha3PN4U5xR5lt4cZAcBatrb3EH_QcQ-xjEs4BH_ijlpJ2Qusbc39kP8-SVh3mQER_1qy3yCwQjGdS6_K-qO3By1p5ucdC-4hLXKnQDTGjM_Jo/s400/Tranvia-de-Durcal-archivo-KMZ-668x445%255B1%255D.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: justify;">Puente de Dúrcal, o puente de lata --acepción con la que se le conoce y que aludía al sonido que emitía el tranvía cuando lo atravesaba--, sobre el río Ízbor en Dúrcal, Valle de Lecrín, Granada. En la actualidad, desaparecido el tranvía en mil novecientos setenta y uno, al viejo puente metálico --convertido ahora en paseo para los sentidos-- le ha salido un vecino rival en forma de viaducto de hormigón que eclipsa aquella magnificencia y prestancia de hito de hierro que unía las dos márgenes del río, sobrevolando el paisaje en continuo diálogo con él sin interferirse entre sí, a más de cincuenta metros de altura, y al que habíamos erigido imponente ojos asombrados de niños</td></tr>
</tbody></table>
<br />
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
<i style="font-family: Arial, sans-serif; font-size: 13pt;">A
partir del año mil novecientos sesenta y cinco fui asiduo pasajero
de un vetusto tranvía que me transportaba todos los días a la
academia donde cursaba los estudios de bachillerato. Ese viaje diario
mediaba entre la salida de los pabellones del orfanato en Armilla
para asistir a la academia en Granada ciudad; y la vuelta --¡ay la
vuelta!--; de vuelta no quería llegar nunca a tan indeseado destino,
anhelaba con toda mi alma quedarme de por vida en aquel recogido
espacio en un extraño viaje con el paisaje sucediéndose a sí
mismo, sin cansarme nunca aunque se repitieran las mismas secuencias
una y otra vez.</i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; margin-left: -0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Destartalado
reducto que sigue estando muy presente en los posos de mis recuerdos
y que, ahora, inevitablemente aflora a la superficie de esta página
en la convicción de que era aquel un espacio singular, único,
distinto; un oasis de libertad en movimiento atravesando un desierto,
una diligencia cruzando los desolados y peligrosos páramos de las
reservas indias como en una secuencia de película del oeste
americano; desguarnecido territorio comanche con sensación de
emboscada que ya duraba trece años, y que se prolongaría siete más
entre un mundo amable, cercano, con sus noches de neón, sus tiendas
y escaparates iluminados, llenos de objetos deseables y aquel otro
mundo cerrado, lleno de carencias, del que me inquietó siempre sus
sonidos de miedos antiguos diluidos entre las brumas del tiempo y
el oscurantismo de los sucesos callados, rebotando como flechas rotas
en la carcasa amarilla como seguro parapeto; guareciéndome en el
interior del tranvía en una huida hacia un futuro en colores que me
pertenecía y que deseaba sin vuelta al pasado gris más remoto.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; margin-left: -0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>A
la vuelta, en ocasiones; imaginaba una travesía que fuera
adquiriendo velocidad conforme aquella caja alargada con ruedas
rodaba por las vías como rampas de lanzamiento que le impulsara a
algún lugar que careciera de identidad conocida, donde fuera
esperado y deseado; en un ir de viaje que en muchas ocasiones codicié
que no acabara. Su andar pausado, metálico, me reconfortaba, me
hacía soñar. Hubiera estado así toda la vida en un recorrido sin
fin, confundiendo tiempo y espacio en una misma cosa; sintiendo la aceleración vertiginosa de los postes
eléctricos acercándose peligrosamente hacia mí con rítmicos
zumbidos para después alejarse a velocidad de vértigo, confundido
el paisaje y el aire en un flujo de energía donde el vórtice de
fuerzas me impulsaran hacia un futuro más grato que el de aquellos
días. </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; margin-left: -0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Otras
veces ansiaba que no se produjera retorno alguno, que el viaje no
tuviera estación anunciada, y que el destino no encontrara lugar ni
siquiera el más remoto; anhelaba que el tiempo se detuviera y que yo
quedara varado en mitad de la vega, absorto en mis pensamientos:
elucubraciones de anhelos reprimidos para viaje tan corto.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Y
entre ambas visiones, habitaba el presente como tiempo que conjugaba
sin apenas ser consciente de mis traumas, de mis miedos; pero
sintiéndolos. Me perturbaba el final del trayecto, el despertar del
sueño en los viejos pabellones donde me esperaba una cena muy fría
y alguna presencia indeseada rayando la obsesión de la que salí
como pude.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: -0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Consciente,
sin embargo, de aquella resignada realidad, suspiraba por que un día
cualquiera, el tranvía no parara en la estación de Armilla y
continuara rodando en un viaje hasta los imaginados confines del
camino de hierro: la capital del valle de Lecrín: Dúrcal. Eran
tiempos de escasez y nunca me pude permitir viaje tan largo. </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>Pero
hubo una ocasión iniciada la década de los setenta.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">No
era un territorio</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">No
sé porqué me eligió si no era de su confianza. Yo diría, incluso,
que ni de su agrado. Hacía poco que la reverenda madre superiora del
orfanato, sor Fernanda, la de los bravíos apellidos –Guerra
Bravo--, y yo habíamos discutido por el reparto de las prendas de
vestir –de cuya misión era dueña y señora--, por adjudicarme,
como siempre, las que no eran de mi agrado, sin opción a elección
alguna que otros si tenían. Creo que me había incluido en una
especie de lista negra por nuestras acostumbradas discusiones. No
obstante fui comisionado por ella para hacer llegar importante
mensaje personal, con contestación urgente, al cura párroco de
Dúrcal. Tan insigne embajador, perdón por la inmodestia, no podía
prescindir del preceptivo séquito, así que pedí que se me agregara
en el viaje un interno nativo de Dúrcal, un estudiante de otra
generación posterior para que hiciera de cicerone: Manuel Puerta.
Algunos pocos años más joven que yo, era un buen compañero,
huérfano de padre, con el que compartía el día a día en horario
distintos a los demás internos: habitación de estudio,
dormitorio..., un chaval amable, dialogante, respetuoso...; en fin un
buen compañero. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">En
aquella nublada y fría mañana de primavera, una fresca brisa nos
animaba a ambos a aligerar el paso campo a través con las primeras
casas bajas y la pequeña granja avícola<i>, </i>alineando el
camino que marcaban también enormes eucaliptos hasta el acceso a la
base aérea en la carretera general. Siguiendo las tapias del cuartel
de aviación, caminando en peligroso arcén llegamos a la parada del
tranvía <i>--</i>curiosa edificación en forma de pagoda<i>--</i>,
destacando en el abierto entorno por su color gris oscuro. Una amplia
sala de espera hacía de vestíbulo de dos pequeñas dependencias. En
la menor, el jefe de estación, de perfil, confirmaba al interlocutor
del otro lado del telefonillo manual: ¡Vía
libre!... para el tranvía que saliendo desde el Humilladero
en Granada capital arribaba hasta aquel punto de encuentro –donde
se bifurcaban las vías-- hacia Dúrcal, en perfecta sintonía con
otro que llegaba desde las Gabias; acercándose
lentamente hacia nosotros con desacompasado y rítmico vaivén,
haciendo valer su hegemónica y exclusiva posesión de las vías de
acero, donde arrastró, como nunca, sus pesadas ruedas metálicas en
la frenada, en un chirriar como de descuidada maquinaria con falta de
engrase o, tal vez, simplemente obsolencia.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">El
ambiente plomizo hacía de los aledaños de la estación de Armilla
una mancha gris con matices que enfatizaba las dos pinceladas de
color varadas en vías diferentes: el amarillo del tranvía de Las
Gabias y el azul del tranvía de Dúrcal a cuyo desahogado interior
accedimos ocupando, sin problemas, dos de los asientos con visión
del paisaje en el sentido de la marcha. Seguramente por su
cotidianidad de muchos viajes anteriores a su pueblo, mi compañero
no compartía conmigo, en aquel momento, ese sentimiento primario de
viajero, de nómada que todos llevamos dentro. Iniciaba la travesía
tan deseada que me llevaría a los confines del camino de acero,
mecido por el vaivén del tranvía con su andar monótono de
regular cadencia, abandonándome a su arrullo metálico que
acompasaba en un suave y repetitivo balanceo.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Relajado
el cuerpo, saturaban mis sentidos el paisaje rural que se extendía
desde Alhendín a Otura, y cuya agradable visión compartía con mi
compañero de viaje. A los campos de cultivo de cereales le sucedían
las huertas con sus bancales de piedra conteniendo rica variedad de
árboles frutales en plena floración, pintando de blanco y violeta
el campo gris. Al llegar al Padul el paisaje se ensanchaba
desmesuradamente acogiendo a todo el pasaje en su gran socavón: una
inmensa y oscura depresión de terreno carbonífero. Nos adentrábamos
en los prolegómenos del valle de Lecrín con un cambio del
paisaje, principalmente de su topografía –más escarpada-- en la
que destacaba, casi inabarcable a la vista, el profundo y abrupto
valle del río Ízbor </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">o
río Dúrcal</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--, </i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">con
toda suerte de vegetación de ribera y que me permitió vivir en
primera persona toda una experiencia de levitación real. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: 0.16cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: -0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">La
continua ascensión desde el Padul, haciendo escala en la estación
de la pedanía de Marchena, solo se hizo perceptible cuando con
sonido de lata, el tranvía abandonó la tierra para despegar en el
aire suspendido sobre el artificio de acero: el puente de Dúrcal,
una sorprendente obra de ingeniería, cuya ligereza y simplicidad no
apagaba su hito tecnológico integrándose en perfecta armonía con
el paisaje natural que le circundaba, el que afortunadamente pude
captar, con toda su intensidad a vista de pájaro, desde aquel
adelantado viaducto de hierro. Era el preludio de la llegada a la
estación de Dúrcal: una pequeña construcción rectangular rematada
por cubiertas a cuatro aguas. En uno de los lados, el del interior a
las vías, la cubierta se prolongaba con menor pendiente formando un
ligero porche, en dirección, a corta distancia, hacia un grueso
murete de obra que hacía de tope de las vías, con el final de las
mismas. Descubría, por fin, el límite de los raíles de acero. Fin
del viaje, hora y cuarto más tarde de su inicio.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: -0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">La
siguiente secuencia en mi memoria no me ubica en la iglesia de
Dúrcal, ni en su sacristía cumpliendo el recado de sor Fernanda –ni
siquiera me acuerdo de que trataba mensaje tan importante--, sino en
la ajetreada cocina de la casa del pueblo de mi compañero y
cicerone, donde después de efusivos saludos y presentaciones, una
legión de familiares entraban y salían de la casa con afectuosos
saludos de bienvenida. Entre fogones su madre, a la que ya conocía
de visitar a su hijo en el orfanato, se afanaba preparando toda
suerte de manjares con los que pretendían agasajarnos </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">sabedores
de nuestra visita</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">,
bajo la dirección de la abuela de mi compañero, que no perdía
</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>puntá</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">
ya que alternaba simultáneamente su actividad de chef con la de
narradora de historias </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">la
de su familia, la de </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>los
ratas</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"> (mote con el que se
la conocía en el pueblo)</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--;
</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"> y en el entreacto de las
batallitas narradas, aderezaba y daba los últimos toques a las
viandas que poco después adornaban una abundante mesa donde me senté
como si habitualmente así lo hiciera. La hospitalidad y amabilidad
hacia mi persona fue casi avasalladora. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">No
hace falta que diga que cuarenta ojos vigilaban para que no dejara
ni un resto de aquel menú de vigilia de Semana Santa: potaje y
buñuelos de bacalao, sardinas amoragadas, tortilla de collejas y
variedad de postres; buñuelos de viento, torrijas y roscos
edulcorados con miel de caña de producción local. En fin un festín.
Di cumplida cuenta, hasta saciarme, de aquellos preparados caseros en
una voluntaria aceptación de pecador. Ciertamente allí hubo mucha
gula por mi parte. No sólo sacié el hambre que ya me despertara en
la cocina aquellos olores tan agradablemente intensos, sino otro de
los apetitos más insaciables, del que estaba más necesitado: el de
la afectividad, en un cálido ambiente de sobremesa hogareña en la
que los mismos ojos que nos vigilaban nos erigieron en principales
actores de la velada.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Era
entrañable percibir en el cruce de miradas, amables, sonrientes,
solícitas... la intensidad de los gestos que el tiempo y los sucesos
de la vida habían imprimido, hasta en las facciones, a tres
generaciones que ahora departían afablemente juntas: miradas tan
iguales y distintas a la vez, que más que observar hablaban por sí
solas --sobre todo en los silencios-- de esos vínculos indisolubles
que une el amor, el cariño, el arraigo a la familia, el ser uno
mismo y, a la vez, parte de otro, aunque alguna de ellas como la de
la abuela mostrara ya ese color mate de la veladura que produce el cansancio de los
años. También sus oídos permanecían atentos a cualquier solicitud
de deseo que hiciéramos, a cualquier comentario; muy interesados en
escuchar los trascendentes, para ellos, e intrascendentes, para
nosotros, acontecimientos del orfanato, prolongando momentos tan
agradables, deseosos todos de que no acabaran, cuando ya el ambiente
se había saturado de olor a leña que crepitaba en el fuego de
chimenea, y que caldeaba el ambiente, mientras en la calle bajaba la
temperatura conforme avanzaba la tarde. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Pero
aquí no acabó la cosa, ya que para rematar la intensa velada
gastronómica, y como culminación de sobremesa tan amena, para la
merienda, la abuela nos colocó, casi sin advertirlo, ante nuestro
supersaturado sentido del gusto, su postre sorpresa, su especialidad:
arroz con leche de la abuela, de cuya ración que nos correspondiere
no había que dejar sin comer ningún grano de arroz si uno
quería abandonar la casa más tarde. Vamos que si no te comías todo
no te dejaban marchar. Pude comprobar que en aquella familia había
cosas de las que se descartaba </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>a
priori</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"> su negociación, y
una de ellas era el plato de arroz con leche que preparaba la abuela
de Manuel Puerta. Pero aquel plato no era un recipiente cualquiera;
si su diámetro era exagerado, su profundidad no le desmerecía.
Aflojé mis compuertas para no reventar y buscarle sitio a aquella
delicia de dioses. A duras penas la pude reubicar en algún lugar
desconocido de mi cuerpo.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Al
final habíamos cumplido como auténticos </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>ratas</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">,
dejando en el plato sólo el brillo de la loza. Fue entonces
cuando la abuela siempre solícita nos hizo su último regalo. En
previsión de que nos hubiéramos quedado con hambre y para el viaje
de regreso, antes de que anocheciera, nos preparó unos paquetes con
hornazos: unos panes con un huevo duro en su interior muy típico de
aquel lugar y de aquellas fechas, apremiándonos en aquel instante a
que nos comiéramos uno antes de despedirnos. En ese momento estuve
casi a punto de pedir por favor a mi amigo que encerrara a su abuela
en una habitación y la atara a un mueble, para así poder marchar
a tiempo, antes de que mi cuerpo pudiera resentirse y me abandonara
al no reconocerme. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Nos
escabullimos como pudimos si bien la abuela nos siguió hasta el
vestibulo de la entrada farfullando a los demás: Deberían de
comerse alguno antes de coger el tranvía..., deberían de comerse
alguno... al tiempo que ya en la puerta de la casa nos despedimos.
Enfilamos rápido la calle abajo hacia la estación con cierta
prevención por mi parte, mirando intermitentemente y de soslayo
hacia un lado y otro del itinerario, intentando acelerar el paso para
llegar cuanto antes al tranvía, pues en esos instantes de confusión
de los sentidos por exceso de comida, sobrevolaron sobre mi castigada
mente, y sin poderlo evitar, temerosos y extraños sucesos:
imaginaba que en cada esquina de las calles que atravesábamos nos
abordaban, sorprendiéndonos, una legión de abuelas, como sombras,
embozadas hasta la cara con la misma toquilla negra de lana que la de
la abuela de mi compañero, de las que entresacaban, donde escondían,
infinidad de hornazos, aún calientes, que nos obligaban a comer
hasta saciarnos, sin que cesaran en su obsesivo deseo de que
comiéramos uno más, y otro., y otro... hasta aumentar tanto de
volumen que temí nos impidiera llegar por nuestros propios pies a
la estación de tranvías. Cuando al poco rato regresé a la
realidad, no dejaba de esbozar con alivio una insinuada sonrisa que
pasó desapercibida a la atención de mi compañero. Habíamos
alcanzado por fin, y sin ninguna sorpresa ni novedad, el pequeño
edificio de la estación. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Ya
de regreso en el tranvía divisando de nuevo el puente y a punto de
entrar en trance de una segunda levitación en aquel día, mirando a
mi compañero esbocé una larga sonrisa que esta vez no le pasó
desapercibida y por la que se interesó.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>- </i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">De
que te ríes --me preguntó.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">- ¡Joder!.
No me lo puedo creer. El final de este camino que tantas veces he
deseado conocer, no es un territorio….. --hice una pausa que
provocó en él su curiosidad de mi respuesta, inquiriéndome a
continuación.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">- ¿Entonces
que es?</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">- ¡Joder!,
lo has visto con tus propios ojos, es ¡¡¡un descomunal y abundante
plato de arroz con leche hasta el borde, para reventar!!! ¡Cómo
cojones lo iba siquiera a imaginar?</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: -0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Los
dos reímos a carcajadas en el instante en que aquel artefacto
empezó a sonar como una lata. Estábamos de nuevo suspendidos en
el aire. Abajo, brillando en la neblina, el río dibujaba un sinuoso
sendero de plata.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">FranciscoMolinaGómez.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: -0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">(No
puedo negar que en mi difícil adolescencia hubo algunas ráfagas de
felicidad, y uno de esos destellos de bienestar lo viví intensamente
aquel día, en un sentimiento ambivalente con una cierta sana envidia
hacia mi compañero: la alegría porque aquellas buenas gentes me
hicieran sentir por un día un hijo más de la familia, y el lamento
de que aquello acabara tan rápido y no se pudiera repetir. Al final
del camino de hierro hubo algo más que un abundante plato de arroz
con leche: la experiencia vital que soñara en aquellos viajes en
tranvía a ninguna parte: la de sentirse deseado en la llegada para convivir por unas horas en un auténtico
hogar con gente que desbordaban cariño y afectividad por todos los
poros de su piel. Toda mi gratitud en la dedicatoria de esta entrada
a Manuel Puerta y su cariñosa familia, allí donde estén ahora...
Mil gracias) </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.08cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.08cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.08cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.08cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.08cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-72556942159800286162018-01-02T02:44:00.000-08:002018-01-02T03:00:42.501-08:00LOS DESHEREDADOS DE AHÍ ABAJO<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh4H5zzvf-ksx7I6OrjIK1uxzESlruQvZA6MUJ5xG9Hw8z2lTtfB-bCI0nGqpzdx5_Fp3V0Pf1myYBoEvBWoDhazs9ANiuJq0QRrGyg0n2ftxsLHkLmnioZT3nQ4GXJffJ2i13Pq4ndcqY/s1600/SAM_2532.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1600" data-original-width="1200" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh4H5zzvf-ksx7I6OrjIK1uxzESlruQvZA6MUJ5xG9Hw8z2lTtfB-bCI0nGqpzdx5_Fp3V0Pf1myYBoEvBWoDhazs9ANiuJq0QRrGyg0n2ftxsLHkLmnioZT3nQ4GXJffJ2i13Pq4ndcqY/s640/SAM_2532.JPG" width="480" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; font-size: 13pt;">"¿Saben lo que me hacía feliz en el tiempo de clase con sor Gloria? Pues que cada mañana volaban sobre el Orfelinato los avioncitos llamados vulgarmente “cazas”, con base en el campo de Armilla, a unos quinientos o mil metros del colegio (...) Su ruido estruendoso detenía por un momento la actividad escolar para llenarnos de algo que venía de los aires. Aunque el constante pasar y volar sobre nosotros nos desbordaba la imaginación hasta creer que quien pilotaba el avioncito dichoso era yo u otro de los compañeros, huyendo del presente tal vez angustioso de la escuela, para transportarnos a otro mundo...; y creo que es el único ruido que menos me desagrada: el de los aviones (...) Un día vimos estrellarse un “caza” pequeño cerca del lavadero quedando enramado entre los altos eucaliptos que rodeaban el colegio... ignoro si hubo muertos.”</i></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>( Extraído del libro: En aquel tiempo –1950/1963--, y en este lugar --el de la foto--..., del acogido en el orfanato de Armilla en Granada: Manuel Jiménez Estévez)</i></span></span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><br /></span></span></span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><br /></span></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;">El ruido del motor reverberaba en el ámbito aséptico de la escuela. Desde el aire los pilotos de la avioneta-caza de la guerra civil </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><i>–</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;">que atravesaba con ronco sonido el recinto del orfanato</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><i>— </i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;">observaban sin mucho interés, como una imagen más de la rutinaria ruta en los ejercicios de adiestramiento aéreo, los tejados en sucesión de alargados pabellones entre patios, cercado todo por continuas tapias, en una decidida disposición como de establecimiento militar; que no les era ajena.</span></span></span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><br /></span></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;">Descuidadamente, como acto involuntario, miraban hacia abajo descubriendo algunos puntos negros que se movían de manera desordenada entre los edificios, acordándose de sus hijos, tan diferentes de aquellos huérfanos que ahora salían en bandada por la pequeña puerta de uno de los pabellones, colmatando de manera caótica el patio anejo. Se autocomplacían en su suerte: la de oficiales de aviación; un trabajo profesional, bien remunerado </span><i style="font-size: 17.3333px;">--</i><span style="font-size: 17.3333px;">y mejor considerado socialmente en un país sujeto a una dictadura militar</span><i style="font-size: 17.3333px;">--</i><span style="font-size: 17.3333px;"> que les permitía una vida holgada y una familia estupenda, en un hogar digno con unos hijos más libres; no como los desafortunados de ahí abajo que correteaban atrapados entre los muros de cal, vigilados por la monja que desde el aire se distinguía perfectamente por las alas blancas de la toca que lucía en la cabeza, exculpando </span><i style="font-size: 17.3333px;">--</i><span style="font-size: 17.3333px;">como mandos de personas también</span><i style="font-size: 17.3333px;">--</i><span style="font-size: 17.3333px;"> al sacrificio de su vocación religiosa, la abnegada y ardua labor de vigilancia, sin reparar en la diferencia de tropa: Anda que la tarea de las pobres hermanas, para controlar a tanto</span><i style="font-size: 17.3333px;"> </i><span style="font-size: 17.3333px;">niño…, ellos se les ve de acá para allá…, no paran; mientras, saliendo de aquel ámbito traspasadas las tapias, atravesaban el barrio de Corea para girar cerca del campo del cuartel de aviación de los Llanos; una vuelta más, en el sobrevuelo constante</span><i style="font-size: 17.3333px;"> </i><span style="font-size: 17.3333px;">durante la mañana, del continuo aprendizaje para el manejo de aquella pieza de museo con sonido bronco de motor de mecánica antigua.</span></span></span></span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;">En el patio de juegos, tumbados de espaldas sobre el pedregoso terreno, Alifa, Pepito Gordo, Soto y otros huérfanos, codo con codo y apercibidos de la amenaza por alto de sus cabezas, formando cuadrilla antiaérea </span><i style="font-size: 17.3333px;">–</i><span style="font-size: 17.3333px;">emulando a Johnny Comando, Gorila, Bolita y demás soldados americanos</span><i style="font-size: 17.3333px;"> </i><span style="font-size: 17.3333px;">en viñeta de tebeo de Hazañas Bélicas</span><i style="font-size: 17.3333px;">— </i><span style="font-size: 17.3333px;">les alcanzaban de pleno al avión con la imaginaria munición que disparaban los alargados palos de madera </span><i style="font-size: 17.3333px;">--</i><span style="font-size: 17.3333px;">como ametralladoras antiaéreas</span><i style="font-size: 17.3333px;">--</i><span style="font-size: 17.3333px;">, con los que apuntaban insistentemente al viejo caza durante su peligroso recorrido: “Rá tá tá tá… rá tá tá tá… rá tá tá tá...”, sobrevolando sobre sus extendidos cuerpos, en inminente ataque a sus posiciones defensivas; descargando el aparato, por toda respuesta a la rúbrica de un imaginario espeso reguero de humo negro que le habían inferido </span><i style="font-size: 17.3333px;">–</i><span style="font-size: 17.3333px;">y</span><i style="font-size: 17.3333px;"> </i><span style="font-size: 17.3333px;">que todos imaginaban se proyectaba por la panza de la avioneta militar</span><i style="font-size: 17.3333px;">--</i><span style="font-size: 17.3333px;">, </span><i style="font-size: 17.3333px;"></i><span style="font-size: 17.3333px;">un ensordecedor ruido de motor de vieja avioneta de guerra, tan escandaloso por unos instantes, que les zahería los oídos, los que aliviaron cuando el estridente sonido se fue diluyendo en la distancia del vasto espacio azul de la mañana, en la medida que el biplano de único motor de hélice se alejaba: ¡Huye!, ¡hurra!, ¡hurra!..., le hemos dado, pasando ahora por encima de las chabolas que había por detrás de las tapias, plagadas de chaveas sucios y semidesnudos </span><i style="font-size: 17.3333px;">–</i><span style="font-size: 17.3333px;">los “coreanos” cómo les llamaban</span><i style="font-size: 17.3333px;">-- </i><span style="font-size: 17.3333px;">que deambulaban libremente por la única calle terrosa, por entre el saneamiento descubierto de las aguas fecales: </span></span></span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;">Esos no son huérfanos, pero viven más miserablemente, apuntaba el joven teniente al tiempo que la avioneta dejando atrás las infraviviendas y la pequeña caseta de la parada del tranvía, se perdía por la espaciosa llanura que se extendía a los pies de la ciudad, la que se visualizaba desde el aparato abigarrada, eclosionando en magnífica fortaleza en su colina más alta.</span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;">Para los niños desheredados de ambos lados de las tapias aquel familiar ruido formaba ya parte de la banda sonora de sus vidas. Se había impreso en sus cerebros de tal suerte que no concebían el tiempo de su corta existencia sin las pautas diarias del zumbido lejano que, al principio, se iba acrecentando conforme se acercaba a ellos hasta hacerse ensordecedor al cruzar la aeronave encima mismo de sus cabezas para, luego, ir amortiguándose a medida que se alejaba hasta convertirse en un susurro en la lejanía, pero sin dejar de apagarse del todo. Sabían que seguiría allí toda la mañana sobrevolándoles.</span><br />
<div align="JUSTIFY" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: black; font-family: "Times New Roman"; font-size: medium; font-style: normal; font-variant-caps: normal; font-variant-ligatures: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0cm; orphans: 2; text-decoration-color: initial; text-decoration-style: initial; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;">
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;">El registro sonoro de aquel ruido, quedó presente de por vida en los recuerdos de infancia de Alifa, Pepito Gordo, Soto y del resto de compañeros de orfanato, de un lado, y de los niños gitanos, en especial del gitano Medrano y de su madre, del otro. Ruido que entraba impertinente, sin poderse evitar, por las ventanas de la escuela y las puertas abiertas de las chabolas...; superponiéndose a la baraúnda de todos los días de los chiquillos, aunque en realidad sin conseguir anular sus gritos en las alegrías, sus agudas voces en los cánticos, sus particulares ecos en los juegos, sus quejidos en los llantos, sus singulares resonancias de sus complicadas vidas… sus miedos... el del gitano Medrano contagiado por el de su madre cada vez que la avioneta le sobrevolaba, no en vano ésta había perdido una pierna durante un bombardeo en la guerra civil.</span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px; text-indent: -4.15748px;">Los dos pilotos ajenos a la congoja de todos aquellos desheredados </span><i style="font-size: 17.3333px; text-indent: -4.15748px;">--</i><span style="font-size: 17.3333px; text-indent: -4.15748px;">oculta a la vista tras los gruesos muros de ladrillo y las enlatadas cubiertas</span><i style="font-size: 17.3333px; text-indent: -4.15748px;">--</i><span style="font-size: 17.3333px; text-indent: -4.15748px;">, se paseaban en alto ufanos participando del aparente buen funcionamiento de la máquina, y también de la institución pública de beneficencia allá abajo, paradigma del orden que imperaba en el país a cuya defensa contribuían entrenándose en el aire todas las mañanas: Ahora están todos en clase; que gran labor de las hermanas, haciendo hombres de provecho, para gloria de esta nación... al contrario de aquellos otros, como salvajes sin escolarizar... holgazaneando en la calle, alabando aquella escuela rígida y disciplinaria pero con sus hijos a salvo de la sinrazón de la letra con sangre entra, del temor en la mirada con las manos extendidas, del dolor del chasquido en la carne, del moratón en la piel, del sentimiento de culpabilidad, del grito enmudecido por el dolor y de la lágrima contenida.</span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px; text-indent: -4.15748px;"><br /></span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;">En el exitoso ataque, Alifa, Pepito Gordo, y Soto convinieron con gran alegría que aquel día, por fin, el antiguo caza de guerra que siempre les amenazaba, herido por la metralla, caería irremediablemente cerca del lavadero donde los altos eucaliptos, sobre el barrio de Corea en el cierre norte del Orfanato, allende las tapias que articulaban, con su prolongado trazado de muro blanco la única calle, sin nombre, que desmañadamente alineaba una agrupación de infraviviendas habitadas por gente muy pobre sobreviviendo inmersas en la miseria al amparo de la muralla encalada. Eran en su mayoría de raza desconocida, no gitanos como se decía sino, posiblemente, coreanos cómo los del último comic de hazañas bélicas que habían leído, --pensaban los tres huérfanos durante aquella batida--, al tiempo que una tropa de chaveas sucios, de sospechosos y escamados ojos rasgados que les seguían, correteando su semidesnudez envuelta en desagradable olor al que, inevitablemente, sus tiernas pituitarias se habían acostumbrado, ahora les retaban en la pelea cuando los internos la atravesaron en formación de fila de dos, comandada por la monja de toca alada, en uno de aquellos infantiles paseos dominicales, que en realidad encubría una dificultosa misión secreta –peligrosa incursión en territorio enemigo- que se les había encomendado a los tres, agrupados en comando de combate y cuya acción desconocían el resto de huérfanos e incluso la generala de gorro raro: liberar a sus compañeros del peligro amarillo, aunque aquellos enemigos tuvieran la piel oscura.</span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;">Ellos sólo recibían órdenes del mayor Mortimer; órdenes en clave que hallaban en las leyendas de los cómics con escenas de guerra en Indochina, que les incitaba a la lucha. Y a buen seguro que se hubiesen enzarzado en la pelea de no ser por la súbita “aparición”, cuando enfrentaron la rústica fachada con sólo dos huecos: una destartalada ventana cuyos ciegos postigos cerraban los misterios del interior a cal y canto, y una descuadrada puerta por donde salió, comenzando a avanzar hacia ellos, arrastrando torpemente la única pierna visible --pues la otra sólo era un muñón-- amenazando con las muletas, como arietes, defender su territorio y a los chaveas gitanos de la calle que comandados por su hijo Medrano le seguían detrás: ¡Cuidado!, ya está otra vez la bruja..., advirtieron los tres a fin de evitar que les hiciesen prisioneros, en actitud beligerante, girados hacia ellos, protegiendo el final de la formación de la fila de dos.</span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;">Una vuelta más. Después de tantas jornadas de vuelo, los pilotos habían impreso en sus mentes el recorrido: la base aérea; los llanos que era terreno militar, en donde, desperdigadas </span><i style="font-size: 17.3333px;">–</i><span style="font-size: 17.3333px;">como pequeñitas cajitas</span><i style="font-size: 17.3333px;">— </i><span style="font-size: 17.3333px;">visualizaban las viviendas unifamiliares de algunos mandos del acuartelamiento: Pasa por encima de la casa del coronel</span><i style="font-size: 17.3333px;"> --</i><span style="font-size: 17.3333px;">le indicaba el capitán instructor al joven teniente</span><i style="font-size: 17.3333px;">--</i><span style="font-size: 17.3333px;"> y después gira antes del comienzo de los terrenos escarpados, donde acaban las huertas; franqueando tranquilos en la confianza de la técnica y de su pericia los campos de frutales bañados por el templado sol mañanero, y en cuestión de minutos estaban otra vez sobrevolando el patio, ahora casi vacío, en vuelo tan bajo que el artefacto volador proyectaba nítidamente sobre la tierra su alargada sombra con hechuras de enorme insecto, tan bajo que el estruendo habitual sonó como trueno muy cercano que hizo vibrar de forma ostensible los cristales de las clases con gran sobresalto de los internos escolares... después un insólito ruido fuerte y seco... y a renglón seguido el silencio más absoluto.</span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;">Un extraño silencio muy prolongado cubrió todo aquel ámbito. ¡Qué raro!... se miraban estupefactos los pocos chicos mayores que habitaban el patio a esas horas; sobresaltados, sin esconder cierta inquietud en sus miradas por la extrañeza de señal tan estruendosa, que presentían que algo muy pesado había impactado contra los árboles cerca de allí... quizás fuera la avioneta que unos segundos antes les sobrevolaba tan bajo... sólo lo presumían. Muy cerca el gitano Medrano enfrente de su casa, de pie, rígido por el susto, paralizado de cuerpo entero, casi sin respirar mientras su corazón le latía aceleradamente observaba estupefacto la mole de acero que colgaba de las ramas de los árboles, por entre las que se colaba un humo gris que salía del aparato, ocultando en parte la espesura de las hojas de los eucaliptos.</span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;">Nunca supo cuanto tiempo permaneció inmovilizado por el terror observando ¿aquello? Para cuando quiso darse cuenta de que estaba vivo ya era consciente del apretado abrazo que le unía a su madre, la que permanecía temblando, como ausente, erguida en el ámbito</span><i style="font-size: 17.3333px;"> </i><span style="font-size: 17.3333px;">semioscuro</span><i style="font-size: 17.3333px;"> </i><span style="font-size: 17.3333px;">del interior de la vivienda</span><i style="font-size: 17.3333px;">, </i><span style="font-size: 17.3333px;">sólo mantenida en pie gracias al auxilio de unas adelantadas muletas que parecían pegadas a su cuerpo como alas de madera abatidas; dos miembros extraños que le brotaban de las axilas a las que las unían unas desgastadas y mugrientas almohadillas de tela</span><i style="font-size: 17.3333px;">, </i><span style="font-size: 17.3333px;">y a las que también se aferraban, como tenazas, las manos de su hijo... ambos rezando... ambos esperando una señal... no sabían muy bien qué... quizás el desplome del enorme artefacto sobre la frágil casa... al final, al cabo de un corto tiempo que les pareció eterno, sólo el punzante sonido de las sirenas de emergencia.</span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;">En el rezo de noche en formación de filas en el sótano del orfanato la monja hacía repaso --como todas las noches-- de las faltas en que hubieran incurrido los internos durante el día, ahondando en aquellas graves a las que llamaban pecados, avisando de sus terribles consecuencias si éstos les sorprendían en un renuncio de la vida, como pudo pasar a los pilotos que se habían estrellado cerca del lavadero, pensaban algunos chicos durante el rezo, sin saber si habían sobrevivido al accidente. En caso de haber muerto, a saber si estaban o no en gracia de Dios..., pero de haber sobrevivido que duda cabe que se les habían dado una nueva oportunidad... no siempre sucede así con tiempo para ponerte a bien con Dios... cavilaban los muchachos siguiendo el hilo del sermón de la monja, mientras todos a coro entonaban el rezo... ese mismo rezo que a menudo les acababa infligiendo en sus ánimos el desasosiego, la inquietud, el temor que siempre se apoderaba de ellos a esas oscuras horas cuando se iban a dormir: Yo he de morir más no sé cuándo / yo he de morir más no sé cómo / yo he de morir más no sé dónde / lo único que sé es que si muero en pecado mortal me condenaré para siempre. Una vez en la cama Alifa, Pepe Gordo, Soto y otros entraron en pánico por si no despertaban, a sabiendas de que sus conciencias no estaban limpias. No pudieron conciliar el sueño, pues habían deseado de "pensamiento e intención" el derribo de la avioneta y ahora ya no había tiempo para confesarse, revolviéndose en la cama de un lado a otro hasta bien entrada la madrugada. </span></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><span style="font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">El gitano Medrano tuvo pesadillas arrebujado en el camastro contra el cuerpo de su madre que continuaba con un leve temblor. Cuando despertaron, todos se alegraron enormemente de la oportunidad que les concedía la luz del día.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;">Ese mismo día los desheredados de ahí abajo oyeron de nuevo, a primeras horas de la mañana, el acostumbrado ruido en el aire que provenía de otro caza que les sobrevolaba, como era habitual. La vida proseguía, pese a todo.</span><br />
<div align="JUSTIFY" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: black; font-family: "Times New Roman"; font-size: medium; font-style: normal; font-variant-caps: normal; font-variant-ligatures: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0cm; orphans: 2; text-decoration-color: initial; text-decoration-style: initial; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: 2; word-spacing: 0px;">
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div style="margin: 0px;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;">FranciscoMolinaGómez</span></div>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;">(Ahora mientras escribo compruebo que lo que ha registrado la banda sonora de mi vida no son simplemente sonidos, sino que, asociados a ellos, hay un universo de sensaciones: de fantasías en pos de lo posible, aunque en realidad no lo fuera; de desbordada imaginación idealizando los sueños; </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;">de deseos optimistas avezando en la doliente vigilia, un porvenir mejor; de viajes fuera de la realidad, en continuas alucinaciones, al reino del ensueño... todo ello </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;">sobrevolando todavía los recuerdos; pues como ya dijo el poeta: "Es en el plano del ensueño, y no en el plano de los hechos, donde la infancia sigue en nosotros viva y poéticamente útil")</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"> </span><br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<div>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></div>
</div>
</div>
</div>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i><br /></i></span></span></div>
pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-44453692934064537392017-12-10T04:46:00.000-08:002017-12-15T08:34:34.652-08:00EL DÍA DE LA LOTERÍA DE NAVIDAD<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEivP9OvgHsPU_Th_WybwRcfvV_WlNrpwFa5IljtBLz5DbZRrG8UC1uu7b-y0Sm-jEqU2B8gD5VcEJ3cXgym3i9dM1Trv5qu1s1uA8eZvRRlgS45AhW6kX6nP2fRk6CSsgsmh3c9ZJZ20TM/s1600/SAM_2533.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEivP9OvgHsPU_Th_WybwRcfvV_WlNrpwFa5IljtBLz5DbZRrG8UC1uu7b-y0Sm-jEqU2B8gD5VcEJ3cXgym3i9dM1Trv5qu1s1uA8eZvRRlgS45AhW6kX6nP2fRk6CSsgsmh3c9ZJZ20TM/s400/SAM_2533.JPG" width="400" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" class="western">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>En aquellas navidades de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, los hogares que esos días eran el centro de las reuniones familiares adquirían un cierto encanto (como baluartes de la tradición) y sus moradores abrían las puertas de par en par a familiares, amigos y vecinos a los que era costumbre invitar a degustar alguno de aquellos auténticos dulces de mantecado al que había que ayudar a bajar hasta el estómago con una copita de un anís tan fuerte que cortaba el hipo, y a admirar la destreza de los anfitriones en montar el popular belén, práctica muy extendida en la población, como la de apostar a la “suerte” el día de la lotería.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" class="western">
<br />
<div class="western">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span>
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span>
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span>
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span>
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span>
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span>
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span>
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span>
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;">En el orfanato el día de la lotería de navidad era uno de esos días para la esperanza o el desconsuelo... quizás aquella navidad algún familiar se acordara de mí. En el salón del pabellón la televisión se ha encendido a primeras horas de la mañana con motivo de la retransmisión del sorteo de la lotería. Nuestro ánimo --el de todos los acogidos-- está más atento a otros acontecimientos: sobre la monótona y repetitiva letanía de los niños de San Ildefonso se alza intermitente la voz de la llamada a otra suerte más importante: alguien corea de viva voz el nombre del afortunado que pasará la navidad en su casa: Arréglate que te está esperando tu madre en la portería. A medida que transcurre la mañana se ha ido llamando a los chicos conforme llegaban sus familiares. Siempre éramos los mismos los que preguntábamos:¿Te vas? Y los de siempre contestaban aquello que algunos hubiéramos querido decir, aunque fuera solo en aquella ocasión: Sí, han venido a sacarme.</span><br />
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span>
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><span style="font-size: 13pt;">El
día de la lotería de navidad era uno de esos días de ansiosa
espera, de expectación a ser llamado en cualquier momento, de
ilusión de oír tu nombre por encima del jaleo que en el salón se
ha formado ya a media mañana. Luego, conforme transcurría ésta, la
necesidad de seguir acostumbrándose, aunque costara mucho, a no
figurar en tan venturosa lista; de desear intensamente la alegría de
los que se marchaban.</span></span></span><br />
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">El
día de la lotería de navidad.</span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><i>..
</i></span></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">¡qué
envidia! … ¿porqué no nos tocaba en suerte alguno de aquellos
hogares?, aunque fuera una sola vez; suspirábamos, año tras año,
los pocos que quedábamos en el orfanato por Navidad. Nos
apretujábamos, rellenando el vacío de los que se iban de vacaciones
a casa de sus familias, acercándonos más que de costumbre en las distancias: de la fila, del asiento del comedor, del banco en el salón,
de la cama en el dormitorio; nos mirábamos ya muy de cerca y nos
reconocíamos en los mismos sentimientos de abandono y de desamparo; en los mismos gestos de desconsuelo dibujados en las caras, las
mismas de siempre, las de toda una vida.</span></span><br />
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 13pt;">Soledad
que suplíamos en la improvisada proximidad entre nosotros –los más
desabrigados entre los desabrigados— casi tocando piel con piel
para darnos calor en un sentimiento de amistad nuevo, distinto al del
resto del año que sólo duraría aquellos días; hermanados,
estrechando lazos en la desventura que para algunos duraba ya mucho tiempo; parapetados en nuestro infortunio de
niños sin besos, anhelando la suerte de “los otros”, los mismos
de siempre que ansiosos en las tardes de los primeros domingos de
cada mes esperaban sin vacilación la visita de sus familiares.</span><br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">Cuán
triste era observar –mes tras mes y año tras año-- aquella
alegría de la fiesta a la que no estabas invitado, desde la lejanía,
desde un lugar escondido, para no tener que sufrir aquella humillación; ni siquiera estabas en el grupo de los dudosos:
éramos directamente en el inconsciente colectivo de “los otros”:
aquellos que no tenían besos por olvido de sus familiares, y habían,
aún peor, aquellos que, además, éstas carencias las sufrían con
el estigma de ser niños de nadie; nunca habían conocido familia
alguna. Aquel pesar se agudizaba cuando llegaban las fiestas de
Navidad. Hasta los veinte años no perdí la esperanza, deseando que
llegara el día de la lotería. ¿Quién sabe ...?</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;"><br /></span></span></div>
<div class="western">
<span style="font-size: 13pt;"> </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;">El día de la lotería de navidad... remediábamos como podíamos el eterno olvido --realidad a la que ya estábamos habituados en el acontecer de cada segundo de nuestras tempranas existencias--, y nos afanábamos aquellos días en arrebatarle al frío, aposentado a perpetuidad entre los gruesos y fríos muros, algo de calor de hogar, decorando con murales de felicitaciones navideñas las paredes y con farolillos de colores las lámparas de los pocos espacios que quedaban abiertos del pabellón.</span><span style="font-size: 13pt;"> </span></div>
<div class="western">
<br /></div>
<div class="western">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;">Del más del centenar y medio de niños internos apenas quedábamos una veintena. Los que ahora nos reconocíamos en las mismas carencias afectivas como grupo familiar. Esto, unido al relajo en la disciplina de la vigilancia de los celadores --aflorando su desconocida cara más humana; si acaso alguno la tuvieron-- hacía que brotara y fluyera en el ambiente, si no el auténtico espíritu de las Fiestas, si un sucedáneo aceptable que hacía más llevaderos esos días; conformándonos con la suerte de ser los protagonistas en aquel placebo hogar.</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"> </span></span></div>
<div class="western">
<span style="font-size: 13pt;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;">Nos conformábamos con muy poco --¡qué remedio!--, intentando disfrutar de las escasas diversiones que nos ofrecían, entre las que descollaba la posibilidad de ver mucho cine en la televisión, donde se prodigaban entonces las proyecciones americanas más clásicas del cine en blanco y negro en un especial de Navidad. En la cerrazón del espacio cerrado la televisión era nuestra única ventana al exterior, aunque aquel día de la lotería le prestáramos más atención a otras cosas.</span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;">El día día de la lotería de navidad... me afanaba en la artística tarea de montar el belén. En la televisión que ocupa en alto una repisa de madera en una esquina del salón, y al final de la mañana, gentes de todo tipo y lugares celebran muy excitados ser los afortunados portadores de los billetes de algunos de los premios importantes del sorteo. Los enseñan eufóricos de alegría a las cámaras, muy cerca de la cara del locutor, el que evitando que el festivo ambiente haga mella en su seria expresión de reportero, dice con voz de profesional de los medios lo que era una frase que se repetía todos los años: La suerte ha estado muy repartida entre la gente necesitada.</span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;">Mientras, voy dando forma a una topografía inventada que va surgiendo en mi mente, por momentos, de las tierras de Belén. Imagino altas montañas con el efecto rugoso de los troncos de olivo que recogíamos de la leñera de la cocina; profundos barrancos donde, en realidad, debieran ser extensas llanuras de desérticas arenas; un río que aflora hondo y caudaloso en tan accidentado terreno, cruzando muy visible en diagonal el paisaje fantaseado... en fin todo incongruente en la representación de aquellos territorios... así era por tradición. Todo era anacrónico: la húmeda naturaleza del tapizado verde del césped que arrancábamos de la tierra en los alrededores del lavadero, y que generosamente extendíamos por todo el nacimiento; las viviendas de corte occidental para una zona de oriente; el molino de viento; las escenas de las figuras... pero el resultado --esperado todo el año-- era de una intensa emoción. Así lo habíamos vivido siempre desde que éramos muy niños.</span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-size: 13pt;"></span></div>
<div class="western">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<span style="font-size: 13pt;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguuLmYxfSHHBsaY9xnr1nChrfIyyEz-cFBVmYCYubQ2Ox-yFwfPnxePsjm4WJvSXQhbf9K3uakxTbAy2wR-fUACZ7cOYmEJT1eE4XaT-Ih0suUCb1U8609fIpMZhlU7gpitWLxMa5O_1k/s1600/SAM_0676.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguuLmYxfSHHBsaY9xnr1nChrfIyyEz-cFBVmYCYubQ2Ox-yFwfPnxePsjm4WJvSXQhbf9K3uakxTbAy2wR-fUACZ7cOYmEJT1eE4XaT-Ih0suUCb1U8609fIpMZhlU7gpitWLxMa5O_1k/s320/SAM_0676.JPG" width="320" /></a></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<span style="font-size: 13pt;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="font-size: 13pt;"><br /></span></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhR1IBD9f0cdc7E-4YkjE4zwMnV3Gy9o1yCMIcHTscHFcd4cir_fwp4KE2x8szNo-hCHhaBaX0uNjo0cXFV6FRaxnDQroVC1Aar_Q9p23GeN0DFqeQcqCaV6aUUlTkQmLTYeA4b5q-rrmU/s1600/SAM_0678.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhR1IBD9f0cdc7E-4YkjE4zwMnV3Gy9o1yCMIcHTscHFcd4cir_fwp4KE2x8szNo-hCHhaBaX0uNjo0cXFV6FRaxnDQroVC1Aar_Q9p23GeN0DFqeQcqCaV6aUUlTkQmLTYeA4b5q-rrmU/s320/SAM_0678.JPG" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Escenas de Belén; del aurtor del blog</td></tr>
</tbody></table>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<span style="font-size: 13pt;"><br /></span></div>
<br />
<div class="western">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div class="western">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;">Al final del día de la lotería de navidad... mi gran premio no era económico sino emotivo, con el disfrute de la colocación de las figuras --santos-- con las que el paisaje artificial iba cobrando vida; mostrando en el reducido espacio con fondo de estrellas en un cielo de tela, la escenificación del nacimiento de Cristo... no faltaba nadie... estaban todos los personajes en una escena de acción general extrañamente quieta; inmovilizada durante esos días en los que sólo cambiaba la ubicación de los reyes magos que los íbamos acercando al portal de Belén conforme iban transcurriendo los días de vacaciones, a fin de que llegaran a tiempo, antes de que acabaran éstos, para ofrecer sus presentes al Niño Dios, coincidiendo con el mágico día de Reyes, y siempre guiados por la estrella polar que ya lucía brillante encima del portal. ¡Ah!, no se me olvidada colocar una pequeña bandeja a fin de que los visitantes externos al orfanato dejaran la voluntad con la que poder adquirir nuevas figuras. Apenas se recogía para ir reponiendo las que se rompían. </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"> </span></span></div>
<div class="western">
<span style="font-size: 13pt;"><br /></span></div>
<div class="western">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;">El día día de la lotería de navidad... sólo me tenía a mí.</span></span></div>
<div class="western">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></div>
<div class="western">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></div>
<div class="western">
<span style="font-size: 13pt;"><span style="font-family: "arial" , sans-serif; font-size: 17.3333px;"><br /></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">FranciscoMolinaGómez</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><span style="font-size: 13pt;">(En
esta Navidad´2017/18: Paz y ventura para todos, en especial a los
que, a su pesar y a temprana edad durante muchos años, se
acostumbraron a no figurar en la gozosa lista de los
afortunados a disfrutar la Fiesta de la Navidad)</span></span></div>
<div class="western">
<span style="font-size: 13pt;">
</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
</div>
</div>
pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-13866449461279972852017-11-17T04:30:00.003-08:002021-01-31T01:53:10.959-08:00¿DÓNDE ESTÁ EL OTRO?<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
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<br />
<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEilUi3QuaMoicOJ4yJGudIoIhrqSNAQJdEhC9Iz91bX_HarXbnWRB90-woVWg9FmEi1GuLeybfO9uo6qesOBNA58Qf0mGuTDkobDBprL_nPFSoA8GggE5Kx4WEe0-sYxIqOP8_2YJaZRi0/s1600/SAM_2520.JPG" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEilUi3QuaMoicOJ4yJGudIoIhrqSNAQJdEhC9Iz91bX_HarXbnWRB90-woVWg9FmEi1GuLeybfO9uo6qesOBNA58Qf0mGuTDkobDBprL_nPFSoA8GggE5Kx4WEe0-sYxIqOP8_2YJaZRi0/s400/SAM_2520.JPG" width="400" /></a></div>
<br />
<br />
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<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
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</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif" style="font-size: 13pt;">¡Adónde
diantre van los calcetines que se pierden?</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">Hace
ya bastante tiempo que no consigo enfundarme los pies con dos
calcetines iguales. Todas las mañanas extraigo el par del cajón del
armario-vestidor de mi dormitorio, muy entrelazados, raramente
unidos en un apretado abrazo, como dos amantes a los que hubieran
forzado a permanecer juntos sin reconocerse, apercibiéndose </span></span><span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;"><i>uno</i></span></span><span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">
que el </span></span><span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;"><i>otro</i></span></span><span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">
no es el mismo que siempre le había acompañado, sino un extraño,
un desafortunado al igual que él, al que su pareja abandonó en una
viaje a través del hueco del tambor de la lavadora --creo que este
es el agujero por el que mudan a ese otro espacio-temporal--, en cuya
vorágine del centrifugado se perdió sin que después se supiera más
del desaparecido…; sin dejar rastro alguno. Desconcierto que
también es mío, en la necesidad de llevar calcetines parejos.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">Con
paciente temple vengo reclamando a mi mujer –en su elección de las
tareas repartidas-- me solucione aquel despropósito en las urgencias
del vestir para poder incorporarme a tiempo a las obligadas labores
cotidianas; sin conseguir me solucione el desaguisado: No, no sé lo
que ha hecho la lavadora con tu calcetín, ¿por qué me lo
preguntas?, me dice. Al final me marcho de casa con calcetines
distintos… bueno aparentemente iguales. Y no es que haya en ella
aviesa intención de que alguien en la calle me descubra
aquella rareza, calificándola seguramente de una excentricidad por
mi parte; es que se reconoce impotente por obtener una explicación
racional a la constante desaparición de los calcetines. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">Ella
tiene una teoría que en principio pudiera parecer descabellada:
piensa que la fuerza centrífuga del aparato, en sus progresivas y
aceleradas revoluciones, pudiera aperturar un misterioso e invisible
agujero negro por donde se fugan las prendas; lo que ante la
reiterada constatación de la desmaterialización --da igual el tipo
de fibra-- pienso que tal vez pudiera tener visos de que sea real.
Sobretodo en la comprobación infructuosa después de una minuciosa
inspección de los filtros y elementos de desagüe del artilugio
mecánico --en donde en principio se pudieran haber quedado
enganchados los calcetines-- de que nunca hallamos rastros de ellos.
Misteriosa desaparición que a priori debiera tener una explicación.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">En
su investigación del asunto ha probado lavar sólo los calcetines
desparejados, comprobando que estos nunca desaparecen. Todos están
presentes en la colada: ni una aventurada fuga en busca de su pareja.
Es como si no quisieran marcharse del lugar que fue común a ambos,
el único sitio de posible encuentro si el </span></span><span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;"><i>otro</i></span></span><span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">
regresara. El amante que permanece en la continua incertidumbre del
paradero de su mitad, sin querer moverse de los recuerdos de cuando
caminaban juntos, a la par; resistiéndose a su pérdida, sin
comprender el momento de la huida, queriendo creer que ésta no fue
tal aprovechando el </span></span><span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;"><i>otro</i></span></span><span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">
la confusión, camuflado entre las ropas mojadas dando vertiginosas
vueltas en el ciclón de agua y detergente, parapetado en su espuma;
sino un accidente siendo éste arrastrado… ¿hacia dónde?...
¿adónde van los calcetines perdidos? …¿quizás al país de los
calcetines perdidos?...; y si no fuera así y se marcharan de propia
voluntad: ¿en busca de qué?... a lo mejor es que, al igual que
sucede con las personas, existen los calcetines infieles. </span></span>
</div>
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<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">También
los calcetines tienen derecho a desligarse de la cadena que les une
eternamente a su pareja. Puede que, al igual que algunos humanos, se
cansen de estar siempre con el mismo. Nosotros los humanos que somos
seres sentimentales y optimistas en bastantes ocasiones, guardamos el
desparejado esperando que algún día, por mor de la magia, vuelvan a
unirse para enfundar nuevos pasos. Pero esto no ocurre nunca. Bueno
no es exactamente así porque en ocasiones y agazapados en la goma de
la puerta de la lavadora –punto de salida a calcedonia-- aparecen
engurruñidos y al cabo del tiempo algún que otro calcetín; son los
arrepentidos de última hora caídos in extremis en la trampa, justo
en el límite de entre dos mundos, por su indecisión de
último momento de no irse y permanecer en el mismo sitio ante el
miedo a lo desconocido; sin saber bien en el fortuito hallazgo si han
querido o no irse. Tienen su parejo en los humanos indecisos, los que
titubean constantemente, los que vacilan siempre ante cualquier
situación, los extremadamente inseguros, los demasiado previsores, y
como no: los oportunistas.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">Hay
quien dice, haciendo un símil con la vida de las personas, que
algunos calcetines nunca llegan a viejos en pares, pues antes de que
ceda la goma que mantiene su boca apretada; antes de que el desgaste
de su piel les aperture una ventana al exterior haciéndolos
inservibles, uno de los dos se pierde... se va... no importa los
anteriores miles de abrazos fundidos por un fuerte nudo; un nudo que
hasta ese momento los había hecho únicos, que los había
diferenciado de los otros; un nudo que en el universo de los demás
les hacía reconocerse en su propia personalidad; su particular
idiosincrasia: su aterciopelada suavidad o, por qué no, su rugosa
aspereza. Puede que al final siempre acabemos solos. En esta
reflexión sobre la soledad persistente del ser humano he leído en
algún escrito que quizás tengamos que aprender de los calcetines de
que en esta vida, poco a poco, nos vamos quedando solos; de que en
este mundo y en este tiempo es muy difícil llegar a viejo en pareja
porque a uno siempre lo están abandonando, porque en ideales y
locuras se van perdiendo las compañías, porque tal vez a nadie le
interese nadie, porque la vida es un constante dejar ir … ¿pero
eso es realmente siempre así?... me cuesta creerlo pues detrás de
la huida quedan los recuerdos felices, los momentos vividos en los
afectos, las experiencias compartidas en un bagaje existencial que
suma más que resta; y por delante las nuevas oportunidades de
sentirse vivo, de querer compartir nuevos sentimientos con otros...,
como alivio de la soledad del abandono sentida por los que se quedan.
</span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">Los
que se quedan saben que no van a desaparecer; que van a ser fieles,
aunque de momento sufran por la desaparición del </span></span><span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;"><i>otro</i></span></span><span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">.
Puedo imaginar el primer instante de desconcierto de la deserción:
colgado boca abajo, prendido el calcetín de lana con una pinza en la
cuerda del tendedero, junto a otro de algodón como nueva pareja, al
que no le une ni siquiera el mismo desgaste, por no hablar de
parecido o similar color de piel, envidiando a aquellos otros que
distendidos retozan muy juntos con sus pares, acariciados por el aire
en el secado natural. ¿Que será de nosotros, a partir de ahora?,
seguro se preguntarán los abandonados imaginando un destierro de
olvido en algún cajón, junto con otros desparejados a la espera de
encontrarles un similar al que, más tarde, quedarán extrañamente
unidos... o no.</span></span></div>
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<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">No
siempre el infortunio se ceba con todos los calcetines desparejados.
En aras a remediar el despropósito que habito en mi empeño por
vestir los pies, mi mujer ha encontrado una ingeniosa solución de
orden: los muy diferentes han ido a anidar su tristeza desparejada de
por vida al fondo del cajón en una orgía de calcetines abandonados.
Delante al inicio del cajón ha acoplado los poquitos que tienen
pareja reconocida. De entremedias ha colocado
convenientemente entrelazados por un fuerte nudo los demás
desparejados por categorías de uso: los que son casi iguales por su
textura; los que presentan dibujos algo parecidos, aunque sea
remotamente... o los complementarios en razón de colores... y ya en
el caso más extremo la solución más general: por razón exclusiva
de su tamaño aunque no se parezcan en nada...; a simple vista la más disparatada.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">Este
último era el caso de la pareja de nailon y algodón que habitaban
su anidada soledad a la mitad del cajón, olvidados durante mucho
tiempo hasta que una mañana muy temprano se me pegaron literalmente
a la mano, nada más introducir ésta en el cajón de calcetines en
busca de una pareja reconocida, valiéndose ambos para su estratagema
de mi persistente somnolencia a horas tan intempestivas. Los sacudí
con cabreo intentando desprenderme de su inutilidad pero no hubo
forma de deshacerme de ellos pues se habían aferrado fuertemente a
mis dedos en un desesperado intento por ser útiles; y en el apremio
por no llegar tarde a una importante prueba de examen, no me quedó
más remedio que adoptarles para mis pies aunque fuera sólo para
aquella urgente ocasión. De todas formas, y a simple vista en la
semioscuridad de la habitación, parecían tener parecida medida y
color.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">Apreciación
de la que salí de dudas con asombro, a media mañana, al tibio sol
de una terraza-bar celebrando el éxito de la prueba de examen. Del
asombro pasé a la más sonora carcajada que puso en alerta a un par
de clientes del bar: ambos calcetines no se parecían en nada, ni en
la textura, ni en el color, ni en el tamaño... aún así no me
desagradó la escena cuando me vi los pies: me pareció ridícula y a
la vez graciosa. No sé si aquello actuó como amuleto para salir
airoso ante el tribunal que juzgaba mi trabajo, el caso es que me
sentí muy cómodo contestando, y bien, a todas las preguntas de tan
doctos profesores. No lo sé. Después, y por si acaso fuera así, me
he puesto calcetines diferentes cada vez que tengo una cita
importante. Ahora los calcetines que habitan la mitad de mi cajón
están encantados con sus nuevas parejas, sabedores que el otro nunca
se irá, que nunca le abandonará. Será que, como sucede en los
humanos, el amor, la lealtad y la fidelidad fluya más y mejor entre
los diversos, los dispares, los desiguales..., los complementarios,
que entre los que se parecen en todo.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">Es
la pugna de los diferentes, de los considerados distintos, de los que
esgrimen con orgullo ser singulares...; de los sin pares. Tantas
soledades juntas, tanta dejación, tanta renuncia soportada, tanto
desistimiento en un mundo de calcetines abandonados nos deben llevar
a aprender juntos a andar solos, a caminar por nosotros mismos. No
esperaremos a que nos rescaten, escaparemos del cajón para forjar un
destino en pos de seguir persiguiendo los sueños, una meta
enfundando nuevos pasos. No buscaremos pares, buscaremos vida... y
acompañadas soledades. </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
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<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span face="Arial, sans-serif"><span style="font-size: 13pt;">FranciscoMolinaGómez
</span></span>
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</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
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<br />pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-32759935509690743142017-10-08T03:47:00.000-07:002018-01-03T08:14:22.492-08:00A LOS QUE HERÍA EL POP<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<br />
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<table cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: left; margin-right: 1em; text-align: left;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhbQGVAaLevQNWRylEbKM471lf6wMTFP5atGtLHN4SUGeSqZvmjOQqNrI_VV_dSTgesGE_H_SzcFiHDo8cgRKDOCsP-Qe6al_6PF9OZPF6oZ5TaYu_nOUKVvo5-0pxLs5QtvV7Diab3RjM/s1600/SAM_2515.JPG" imageanchor="1" style="clear: left; margin-bottom: 1em; margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhbQGVAaLevQNWRylEbKM471lf6wMTFP5atGtLHN4SUGeSqZvmjOQqNrI_VV_dSTgesGE_H_SzcFiHDo8cgRKDOCsP-Qe6al_6PF9OZPF6oZ5TaYu_nOUKVvo5-0pxLs5QtvV7Diab3RjM/s400/SAM_2515.JPG" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">En el salón de estar de mi casa The Beatles --clásicos del siglo XX-- acompañan a los clásicos de todos los tiempos, los grandes maestros de la música: Beethoven, Mozart, Bach, Schuman, Brahms, Mendelson, Wagner, Chopin, Tchaikovsky... Mi particular homenaje a los chicos de Liverpool</td></tr>
</tbody></table>
<br />
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><i>Desde
la azotea el operador encendió su cámara, se asomó al borde, y
empezó a grabar. Abajo, en la neblina, la calle bullía en los ecos
apagados de su actividad cotidiana y en los más ostensibles del
tráfico rodado y de los viandantes que la transitaban; sonidos
habituales que marcaban la pausa cotidiana de aquella mañana --como
otra cualquiera de un día laborable--, cuando súbitamente todo el
ámbito se agitó en la vibración fuerte y al unísono de las
cuerdas metálicas; sobrevolando con sonidos pop-rock sobre el gélido
murmullo de aquel día gris de enero londinense y después el cielo,
todo, bramó al ritmo de guitarras eléctricas y redobles de
percusión… luego sus inconfundibles voces se </i></span><i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;">esparcieron por la
tranquila calle de los sastres --Saville Row-- y la vida se
relentizó… ¡¡¡eran ellos!!!: John, Paul, George y Ringo… pero
¿donde?... se pregunta la atractiva joven de abrigo rojo, contenida
en su marcha y en su sorpresa, mirando hacia arriba… a la que
parece contestar en su desconcierto un caballero, algo menos joven,
de aspecto más informal, señalando con el dedo de la mano extendida
hacia el terrado del número tres --sede de Apple Records--…: ¡Es
allí!, ¡es allí!...</i></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;">En las tomas se aprecia mucho
revuelo en la calle: la gente se arremolina parada en la acera,
agrupadas en corrillos donde algunos apuntan hacia la terraza del
edificio, intentando todos descifrar la reconocible música que les
llega ahogada por el intermitente ruido de los claxons de los coches
que circulan ajenos a la curiosidad de los transeúntes…</i></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>El operador enfoca su equipo a las
fachadas de los edificios próximos y va recorriendo las innumerables
ventanas, cerradas al frío, tras cuyos cristales se van dibujando
imprecisas las figuras de los costureros y costureras; que fisgonean
extrañados --haciendo una pausa en su actividad con el paño
inglés--, el ambiente de la calle, no ajenos a lo que sucede,
también, en la cubierta del edificio, enfrente…</i></span></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>Ahora el afortunado notario gráfico
capta en planos generales el final acordado por los cuatro, el broche
a lo beatle, a su particular manera --en una idea original compartida
de un improvisado concierto en directo en sitio tan singular-- de la
experiencia más trepidante de cuatro jóvenes de Liverpool que se
agruparon para hacer música de su tiempo, por eso no les arredra el
frío viento, que, en la altura del tejado, les entumece los
músculos y agita sus melenas, herederas de los ya lejanos cabellos
con flequillo…</i></span></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>Al realizador le va interesando,
también, los planos cortos… es en estas tomas, muy cerca, en
forzada postura --a veces casi desde el suelo--, donde los dioses
muestran su lado humano y el atrevido ojo inmortaliza el gesto (el
bamboleo de Paul, la postura encorvada de George, el cabeceo de Ringo
y el desgarro en la voz de John); gestos que son más evidentes en
los pequeños detalles; los que capta subliminalmente la cámara con
Paul McCarneyt en el ensayo previo del Get Back, en el lapsus en la
letra del Dont Let Me Down de John Lenon, en el extraño mutismo de
George Harrison durante todo el concierto que rompe en I´ve a Got A
Feling, y en el falso comienzo de Ringo en Dig A Pony… guiños que
dan pistas de la frescura de aquel instante, que a su vez no deja se
ser su canto de cisne… saben que aquello es el final, y no se
resisten… solo se divierten… </i></span>
</div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>Las
escenas del rodaje se desplazan hacia las azoteas de los edificios
vecinos, con imágenes insólitas de entusiastas espectadores que
saltan de un terrado a otro… en la más sorprendente un hierático
caballero inglés fumando en pipa, con perceptible flema y con toda
la parafernalia británica, bombín, paraguas y abrigo, sube
lentamente por una escaleras de patés que salva el desnivel de dos
cubiertas, hasta aproximarse a otras personas que ya aplauden
--algunas subidas a los muretes de las chimeneas-- agradeciendo aquel
regalo… ahora podrán decir que ellos estuvieron allí…</i></span></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>¡Sorpresa!, la cámara enfoca a la
pequeña puerta de acceso a la azotea, donde inesperadamente han
aparecido dos policías, con sus uniformes azul marino, sus
peraltados cascos con aparatoso escudo-emblema plateado y sus
imperturbables gestos de seriedad de bobys, pidiendo el final del
concierto, por denuncia de uno de los laneros: “Esto es una
vergüenza absoluta, exijo el fin de este maldito ruido”… y en
Inglaterra la ley, ya se sabe…</i></span></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>Y así, tras cuarenta y dos minutos
de manifiesto pop, John Lennon --entre risas de los asistentes,
excepto los policías-- ponía el epílogo, no sin ironía: “Me
gustaría decir gracias en nombre del grupo y espero que hayamos
superado la audición”… aunque fuera Ringo Starr el que quedó
algo decepcionado de aquel imprevisible final; lo contó algún
tiempo después: “Si me decepcionó la policía con algo fue el que
no nos arrestaran. Hubiera sido genial terminar el concierto de la
azotea con un titular: Beatles acaban concierto en la cárcel”…
eran los Beatles… genio y figura…</i></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.03cm;">
<i style="font-family: arial, sans-serif; text-indent: 0.03cm;">(Del
libro: Curso´63, del Bachiller en los tiempos del pop, del autor del
blog)</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Fue
aquel año de segundo de bachiller, en mil novecientos sesenta y
cuatro, cuando Agustín –compañero de orfanato y de estudios-- y
yo, nos iniciamos en la búsqueda de los nuevos sonidos que provenían
de allende nuestras fronteras, concretamente de la “pérfida
albión”, y que alcanzarían su esplendor y ocaso en apenas ocho
años –1962/1969-- con el grupo músico vocal The Beatles. La
beatelmanía empezaba tímidamente a ser una realidad en España,
pese a la animadversión hacia aquella música de
la adoctrinada prensa del Movimiento y de la partidista televisión
de la dictadura. Aquél grupo ya tenía un fervoroso fans entre los
compañeros de curso. Se ubicaba en la primera fila de bancas, al
fondo de la clase junto a la única ventana. García Marín era un
caso agudo de pasión, rayando en la histeria, por el sonido de<i>
</i>los chicos de Liverpool: The
Beatles, cuarteto vocal instrumental que se publicitaba con estética
Shadows y
detalle denominación de origen: abundante cabellera en casco,
rematada por flequillo hacia la frente, cubriéndola. Peinado que
Marín intentaba imitar descaradamente y a cuya moda se opuso
fervientemente nuestro peluquero del orfanato, como si en ello le
fuera la vida. El momento beatle era su instante glorioso del día.
Repentinamente, poseído por una invisible energía corporal,
asociada a rítmicos movimientos de cabeza --como tics nerviosos--,
y acompañando al gesto de rasgar unas cuerdas de guitarra --por
supuesto eléctrica--, se desgañitaba gritando más que cantando el
pegadizo estribillo:¡¡Silaiú yé-yé-yé!!, ¡¡silaiú
yé-yé-yé!!, ¡¡silaiú yé-yé-yé!!.., versión libre de la
famosa canción de The Beatle: She Loves You. Y así todos los días,
de lunes a viernes. </span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;">En la búsqueda de la modernidad,
Agustín y yo no permanecimos ajenos, por la proximidad con el
abducido García Marín, a la vorágine del sonido </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><i>beat</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;">,
referencias que seguían proviniendo del otro lado de las bancas,
junto a la ventana, donde el chavea del </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;">Zaidin-City</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><i>
--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;">García Marín</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;">,
había sustituido los ritmos del </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><i>She
Loves You</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;">, del curso
anterior, por los no menos movidos del </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><i>Love
me Do</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;"> o los electrificantes
del </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;"><i>¡A Hard Day´s Night!</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;">,
sublimados por la </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;">beatelmanía
</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.03cm;">del momento.</span></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">El
intento de Agustín de imitar al fans de los </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">chicos
de Liverpool</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">, se quedaba
corto, no sólo en los gestos, sino en la apariencia (los
dos lucíamos un esplendoroso casi rapado de cabellera) y sobre todo
en la voz (la tenía poco educada para el canto). Mi caso era
distinto en cuanto a la voz, ya que la templaza de mis cuerdas
vocales fue parte de mi formación como cantor, aunque fuera hasta el
hartazgo, en su vertiente de canciones religiosas. Así, en
interminables sesiones de ensayos, las celestiales interpretaciones
con música de armonio y letra rara –latín--, fueron conformando
mi voz y las de los demás niños del coro; la que , por entonces,
sonaba nítida en los tiempos de silencios de la misa.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Sentirnos
ambos fascinados por los nuevos sonidos y comprobar su
inaccesibilidad por lo raído de nuestros bolsillos, eran
acontecimientos que transitaban cogidos de la mano: ni una mísera
radio que llevarse al oído. Pero todo no estaba perdido. Lo supimos
cuando alguien de nuestro entorno de bancas, visiblemente emocionado,
nos contaba la experiencia: </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">¡Macho,
que canción el Blaquiblá; es acojonante!. Y además los que la
tocan, son españoles<i>...: </i>Sí, la cantan los Bravos, </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">dijo
otro que escuchaba...: </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Me
hubiera quedado toda la mañana ahí; pegado a la máquina de discos
del bar Zeluán<i>. </i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Ya lo
teníamos: bar Zeluán y máquina de discos. Ahora solo faltaba
reunir el dinero </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">dos
pesetas con cincuenta céntimos</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">,
que nos daba derecho a la audición y aprovechar un descanso entre
clases. Lozano y yo conseguimos reunir en poco tiempo tamaño
capital.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Al
fondo de la calle de san Juan de Dios de Granada, el Zeluán lucía
su pedigrí de bar de copas del barrio, lugar de encuentro de
vecinos, a los que la instalación del llamativo y raro aparato
musical </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">una
moderna sinfonola</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">,
constituía toda una afrenta por parte de su dueño hacia su varonil
clientela, ya que aquel artefacto </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">cajón
con urna de cristal y botones luminosos</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">,
acosado permanentemente por jóvenes, profería tal cantidad de ruido
que hacía imposible sus tertulias de muy alto interés, que por lo
extenso de las materias a tratar, habían reducido a dos temas
solamente: el fútbol y los toros. La verdad es que comentar las
jugadas del partido del domingo con semejante coreografía de fondo:
la máquina </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">a</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>
</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">toda pastilla</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">,
con los jóvenes melenudos alrededor retorciéndose entre alaridos y
chillidos, era de todo punto intolerable; de ahí las protestas de la
clientela hacia el propietario: </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">¡Que
juventud!...: ¡Yo los cogía y los pelaba a rape...¡a todos!<i>...:
</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Esto de la moda yé-yé;
no lo entiendo...: </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Toda la
culpa la tiene éste<i> --</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">señalando
al cantinero</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>-- </i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">que
ha puesto aquí esta máquina. ¡Llévatela por ahí!, joder<i>.</i></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Nuestro corte de pelo casi al cero,
hizo que en principio pasáramos inadvertidos entre aquella tropa de
irredentos devotos del vino peleón de b</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">odegas
Espinosa, Espadafor</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"> y otras;
los que, cual nave enemiga, tenían tomada al abordaje la larga barra
repleta de vasos de vino con sus correspondientes tapas y
la que cumplía dos misiones claramente reconocibles: como
barrera para separar al bodeguero de los parroquianos pesados y
la de punto de apoyo cuando éstos, visiblemente inestables,
intentaban pasar de la alegría al </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">cante:
</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">fase aguda que se cursa con
desorientación y cambio del color natural de la cara a rojizo.</span></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Localizar
la máquina fue tan fácil como buscar un árbol de navidad encendido
en plena oscuridad; ponerla en marcha, tarea de bobos, pero lo que no
encontrábamos a pesar de leer y releer varias veces la lista de
discos, era el dichoso </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>Blaquiblá</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">.
Probamos con lo más parecido, que casualmente también era de Los
Bravos, aunque estaba en inglés, algo así como: </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>Black
Is Black, </i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">y aquello fue la
</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">repolla.</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">
Quedamos tan subyugados que apenas oímos la protesta de uno de los
tertulianos: </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Y</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">a
estamos otra vez con la misma cancioncita. ¡Metérosla por los
cojones!</span></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">La
insuperable introducción de guitarra baja, teclados y batería,
sobre los que destacaba el punteo eléctrico de la guitarra solista
en un ritmo endiablado de sonidos amplificados por la electrónica y
lo que siguió después con la voz metálica de su cantante, nos
envolvió de tal manera y con tal fuerza que nos hizo levitar.
Repetimos otro día, y otro, y otro…, sin cansarnos nunca. Era el
eslabón; aquello que andábamos buscando. Por fin entendíamos el
proceso, aunque siempre nos fallaron los recursos. A partir de
entonces nada fue igual; la clientela de toda la vida del bar
Zeluán, fue desistiendo de su local habitual de manera
individualizada y progresiva: según el aguante de cada uno al número
de repeticiones del </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>Black Is
Black</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">. Desierta la plaza,
fue punto de encuentro de jóvenes yeyés.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">No
pasó mucho tiempo –cuatro años--, cuando sorpresivamente </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>-</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">por
inusual en la época</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">,
fue nuestro joven profesor de historia del arte el que consagró
definitivamente la música de nuestro tiempo cuando a dos años
vista de la disolución de </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">The
Beatles</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"> y con la </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">beatelmanía</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">
aposentada en el panorama musical mundial, refirió cierta influencia
en la conjunción de sus voces con algunas composiciones de la música
clásica. ¿Una exageración quizás? La enunciación
de tal reconocimiento no era lo más importante pues el pop
había entrado ya a formar parte de la historia de la música. Lo
trascendental e inaudito era que tal aseveración provenía de una
persona que representaba a un respetado estamento: el profesorado.
Hasta entonces aquel sonido procedente del country y del rhythm &
blues</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i> </i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">
americanos a través del rock and roll con el que se identificó una
generación nueva; distinta; la nuestra, fue catalogado de subversivo
por una sociedad de mayores, con dirigentes anclados en el pasado y
que no dudaron en aplicar la temible censura a fin de lograr la
tranquilidad institucional académica y el mantenimiento de las
buenas costumbres amenazadas por </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">agentes
melenudos</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"> portando peligrosas
armas: sus guitarras eléctricas y sus canciones. </span>
</div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.03cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Así
es como pensaban la inmensa mayoría del claustro de profesores,
mientras entre el alumnado progresaba su adscripción a grupos
musico-vocales, a imitación de los chicos de Liverpool. El pop con
sus sencillas letras y mensajes directos, que hablaban de amistad, de
amor y de paz, nos estimulaba a soñar con un mundo diferente, mejor,
aunque fuera solo de una manera subliminal, sin que casi nos
apercibiéramos. En todo el país bullía la fiebre de los conjuntos
musicales: de un pop a la española, descafeinado, siendo Granada
uno de los lugares donde proliferaron estos grupos. </span>
</div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.05cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.05cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Recuerdo
que durante el curso de tercero de bachiller hacía furor una canción
de </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">The Beatles</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">,
el tema central de su película </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>¡Help!</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">;
single cuya portada con unos Beatles con indumentaria negra y
mostrando un extraño lenguaje gestual de movimiento de brazos sobre
fondo claro, presidía el escaparate de la tienda de discos que se
ubicaba en la calle Zacatín </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">junto
a la plaza Bib-Rambla</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">,
a donde, a falta de referentes, peregrinábamos para estar al día
de los últimos lanzamientos musicales. Por primera vez una
composición de los Beatles no era patrimonio del chavea del
</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Zaidin-City</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">,
sino de todo un colectivo que cantábamos al unísono aprovechando
cualquier descanso entre clases. El pop nos había conquistado y no
había vuelta atrás. Cualquier momento era bueno para contagiarnos
de la frescura musical de los nuevos ritmos y de sus letras: </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">¡Help!,
amigos míos / ¡Help!, venid a mí / ¡Help!, yo ya no puedo más /
¡Heeeeeeeeelp!<i>... </i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">De
repente y utilizando como instrumento de percusión la cajonera de la
banca, inundábamos el aula de sonidos y voces con el claro mensaje,
los que traspasando la entreabierta puerta se perdían hacia el patio
noble: </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Cuando era pequeño
solía decir / nunca os pediré / sacadme de aquí<i>… </i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Entre
redobles de la cajonera y forzando nuestras cambiantes --por
adolescentes--, voces con progresivo calentamiento de las cuerdas
vocales, chillábamos más que cantar. Ahora toda la clase era una
auténtica fiesta, donde los secos golpes en la madera marcaban los
rítmicos movimientos del </span>c<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">uerpo
en especial de la cabeza intentando desmelenar los ya notables
flequillos de algunos. </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Desde el
patio otras voces contagiadas por la euforia del momento nos
acompañaban en el estribillo: </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Por
favor te pido ayúdame / necesito un amigo de verdad / Por favor
repito auxíliame / y venid ¡a mí!, ¡a mí!, ¡a mí!<i>...</i></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.91cm;">
<br /></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Pero hubo un momento inoportuno y un
profesor que siempre vigilaba. A las tres de la tarde, una hora antes
que el resto de la academia, don Francisco Puertas profesor de
Matemáticas del curso de cuarto intentaba diariamente</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>
</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">congraciar el universo del
álgebra con el interés de sus alumnos. Aquella enorme cabeza calva
con recortado bigotito en la cara observando el patio por el cristal
de la puerta del aula, enfrentada a la nuestra a través del noble
espacio abierto, nos atemorizaba. Le antecedía cierta fama de </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">mala
leche. </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">A cada instante y
detrás del vidrio escudriñaba el patio cual imagen fotográfica
impresa en el cristal, en una obsesiva tarea de guardián. Bastaba su
amenazante mirada para que lo abandonáramos, convirtiéndose éste y
durante una hora solo en un lugar de tránsito. No se nos hubiera
ocurrido, ni siquiera imaginado, emitir cualquier ruido que pudiera
importunar tan temprana clase con tan respetable profesor. </span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.91cm;">
<br /></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Tanto
llegamos a acostumbrarnos a la coactiva visión que,
inconscientemente, acabamos ignorándola. Así un día de forma
casual y sin apenas apercibirnos que el hombre de gran cabeza
impartía sus clases con la puerta abierta, alguien que tarareaba el
famoso </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>¡</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>Help!</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">
nos contagió al resto de alumnos </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">grupo
de catetos entre los que nos encontrábamos Agustín y yo</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><i>--</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">
que en aquel momento ocupábamos el aula, pasando de los redobles de
cajonera al grito de ¡socorro! más famoso de la historia en apenas
unos segundos, y que por lo visto trascendió hasta la vecina clase:
</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">¡Help!, amigos míos /
¡Help! venid a mí / ¡Help!, yo ya no puedo más /
¡Heeeeeeeeelp!<i>...</i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;"> </span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">De
repente todos callamos ante la aparición de la siniestra silueta del
</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">cabeza buque</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">,
que se dibujaba ostentosamente en el trasluz de la puerta del aula,
con cara de pocos amigos. Su vidriosa mirada nos anunciaba cierta
inminente tempestad, acojonándonos: </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Yo
os voy a dar socorro. Ir pasando de uno en uno<i>, </i></span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">nos
ordenó el cabreado profesor, sin entrever por sus palabras la
violenta sorpresa que nos deparaba. Subido en la tarima y dibujando
mentalmente una diana en nuestros respetables traseros fue haciendo
plenos con su pié derecho como si chutara un balón hacia la
portería, con cada uno de nosotros. Hubo quién ágilmente evitó el
puntapié, pero no el golpe en la cabeza que recibió por detrás al
arquear el cuerpo. De esta manera pudimos comprobar que de tres a
cuatro de la tarde las patadas en el culo duelen un montón. Una vez
en el otro patio y con los glúteos calientes nos preocupaba nuestro
futuro: sabíamos que el ágil pateador sería nuestro profesor de
matemáticas el año siguiente. Esperábamos y deseábamos que no se
hubiera quedado con nuestros caretos y que aquel incidente no
empañara nuestra relación con nuestro futuro enseñante del curso
de cuarto.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.13cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Siempre mantuvimos un escrupuloso o,
mejor dicho, un atemorizado respeto hacía aquella joya del
Jurásico..., quizás le privamos conscientemente de una…,
siquiera…, eventual proximidad; pero era tan difícil imaginar que
alguna vez hubiera sido también joven como nosotros y…,
por si acaso como prevención, ya que a corta distancia podíamos
ser vulnerables a que nos siguiera pateando el culo. </span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.03cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">A lo largo de mi adolescencia y
después en mi madurez –de otra forma-- identifiqué y reconocí
aquel gesto violento en numerosas ocasiones y situaciones: esa
retorcida idea de hacer daño de la manera más despectiva, más
humillante y siempre practicado, hasta el delirio, por las mismas
personas; malas copias de aprendices de dictadores a los que, era
evidente: no les gustaba los frescos soplos de libertad que llegaban
con el inicio de la década, ni la ropa informal; abominaban de los
libres pensantes, de los nuevos métodos de enseñanza, de las nuevas
canciones, de los Beatles, de la ruidosa amistad en los patios a las
tres de la tarde, de la amistad simplemente, de los gritos de
¡socorro! en inglés y en español, de los jóvenes con flequillo
largo, de los jóvenes sin flequillo, de los jóvenes en general, del
pop…Los </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">cabeza buque</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">
se prodigaban por doquier, en cualquier esquina de nuestra
existencia, al amparo de una juventud que aguantábamos, sin
quejarnos de las injusticias, sin reclamar reparaciones; censurados
hasta en nuestros pensamientos.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
</div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">En
este orden de cosas, ¿dónde se ubicaban los padres?
Desgraciadamente aquel </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Sistema</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif;">
les colocó en la encrucijada. Aunque sufridores en algunas
ocasiones, la ambivalencia en la que le situaron los acontecimientos
de la década, les marcó también su lado contrario, el represor.
Hay que decir que no solo los profesores estaban disconformes con el
leve soplo de aire fresco que empezábamos a respirar, también los
queridos padres libraban con los hijos sus particulares batallas,
producto del cambio de pensamiento y de costumbres que se estaba
operando en estos, ante el desconcierto y el miedo de los
progenitores que comprobaban, con estupor, como en muy poco tiempo se
desmoronaban años de represiva educación: la suya; ¡pobres!, no
habían conocido otra. </span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.05cm;">Se
les rompieron los esquemas sin saber que estaba pasando. No en vano
la década de los sesenta fue la del conflicto generacional. Se abrió
una brecha ideológica que acabaría con la asunción por parte de
los jóvenes de una nueva escala de valores contra una sociedad que
entendían caduca y sin imaginación. Muchos padres lo entendieron,
otros perdieron el tiempo en continuas luchas contra contubernios
</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.05cm;">judeos-masónicos</span><span style="font-family: "arial" , sans-serif; text-indent: 0.05cm;">
que se les habían colado en forma de pelos largos, minifaldas y
guitarras eléctricas, hasta el propio vestíbulo de sus casas.</span></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">Pero,
pese al empeño inquisidor que pusieron unos y otros, que fue mucho,
aquello era imparable y ni don Francisco Puertas, ni toda una legión
de pateadores de culos nos harían callar. Teníamos como aliado el
pop y sus nuevas canciones. Si el <i>¡Help!</i> había sonado fuerte
en el patio, el nuevo himno adolescente de los Beatles, <i>Yellow
Submarine</i> rugiendo en nuestras gargantas hicieron vibrar, por
reverberación de los alaridos, hasta las viguetas de madera del
techo del aula. Aún recuerdo la portada del single: un animado
submarino de formas redondeadas sumergido en un iluso mar de colores.
</span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">El pop con sus coloraciones brillantes
nos saturaron de optimismo y casi sin proponérnoslo contagiamos
nuestra alegría a los que nos rodeaban. Así y a pesar de todo lo
narrado, años después, cursando sexto de bachiller, creímos
apreciar un esbozo de amable sonrisa en la boca de don Francisco
Puertas, entonces nuestro profesor de Física; sólo sonrisa
que ya era mucho viniendo de tan polémico personaje. Era suficiente.
¿Magia del pop?... o tal vez ilusión colectiva de querer cambiar el
mundo <span style="font-family: "arial" , sans-serif;">a
través del arte, de la música, de las flores, de los ilusos
colores, de las canciones de amor, de las guitarras eléctricas, del
pop, del rock. Por primera vez las gentes de todas partes oían la
misma música, cantaban las mismas canciones y se vestían de la
misma forma; si aquello no era revolución que viniera Dios y lo
viera.</span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">FranciscoMolinaGómez</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<span style="font-family: "arial" , sans-serif;">(Lo descubrí más tarde. “En el
Camino” (libro de cabecera de la generación beat), de Jack
Kerouac, entre sus páginas, he hallado los antecedentes de aquel
espíritu de la época que cambió la manera de ver el mundo de los
jóvenes: su pertinaz inconformismo, su escaso apego a los bienes
materiales, su vocación de desarraigo de los lugares conocidos y de
la comodidad de la familia proclamando un mundo libre donde
vagabundeaban por eternas carreteras hacia destinos improvisados y
desconocidos; sobreviviendo con trabajos temporales, cambiando
siempre de sitio repitiendo el mismo gesto en la cuneta (el del dedo
pulgar extendido) para poder viajar sin apenas recursos económicos.
Después una nueva experiencia en cualquier remoto lugar y el
enaltecimiento de la amistad del nuevo compañero de viaje. A finales
de los cincuenta y principios de los sesenta la locura beat ya había
contagiado a toda una generación cuyo exponente diferencial, poco
tiempo después, fue el movimiento hippie que muchos jóvenes
abrazaron, y que alcanzó su fulgor y ocaso en mil novecientos
sesenta y siete durante los días del Verano del Amor. Catarsis
colectiva…. )</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.08cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.25cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.24cm;">
<br /></div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 0.11cm;">
<br /></div>
pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-40691274719937582122017-08-09T05:38:00.002-07:002017-08-09T05:38:44.683-07:00DE LA MILI (IV): LA INSTRUCCIÓN<br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjhyQtBtf_05rEhPU6BpfpE1s5w19akTwmITxvremvQesu0P_YdLLje-w4JtU3vy_nRBpekX_uUK0PEKcaBEv-Gou_Q0Dt-8VhnZ884B_bZKA10z9vfqBiIQmAiYNBP94U3_6S2TBqVmIQ/s1600/calafell_9_13+1424.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1600" data-original-width="1200" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjhyQtBtf_05rEhPU6BpfpE1s5w19akTwmITxvremvQesu0P_YdLLje-w4JtU3vy_nRBpekX_uUK0PEKcaBEv-Gou_Q0Dt-8VhnZ884B_bZKA10z9vfqBiIQmAiYNBP94U3_6S2TBqVmIQ/s400/calafell_9_13+1424.jpg" width="300" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Equipado y preparado para la instrucción</td></tr>
</tbody></table>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<br />
<br />
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><br /></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><br /></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><br /></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><br /></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;">Poco
tiempo tardamos en fotografiarnos todos juntos. Y ahí estamos todos,
la Doce Compañía en pleno, más de doscientas almas en cascada,
ocupando el espacio escalonado de la tribuna para las paradas
militares y los actos de jura de bandera; con la pose uniformada como
las ropas de faena que todos vestiamos, de tela áspera de color
tierra; el mismo pantalón con bolsillos bajos a los lados; la misma
camisa con solapas abiertas; las mismas botas pesadas; el mismo
correaje negro, dispuesto a modo de tirantes, atravesando las
trabillas de los hombros y sujetos al cinturón de hebilla dorada; el
mismo gorro alargado cubriendo las cabezas rapadas…; y ahí
seguimos todos con la expresión uniformada en más de doscientas
caras como si fuera una sola,…, donde reconozco… no sé… ¡ah, sí!: el T´ópolla, el L´óa (era de Loja), el Valenciá, el
Conguito, el Extremeño…, y yo, como siempre, en uno de los bordes,
sin querer significarme dentro del montón --actitud de supervivencia: una leyenda más: ¿a quién no le habían recomendado hacerse
invisible entre el colectivo, como pasaporte de una mili más
llevadera?--</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><br /></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;">Todos arropando a esa otra tropa, la que nos mandaba: un
barrigudo teniente de complemento que en ausencia del capitán de la
Compañía --éste nunca se presentó-- regía temporalmente nuestras
vidas y que por las tardes --después de la siesta--, nos instruía
en los secretos del funcionamiento de los mecanismos de las armas
--llegamos a desmontar y montar el fusil casi con los ojos cerrados y
en un plazo breve de tiempo--, y en las enseñanzas del catecismo
militar, condensado en un librito que comenzaba con aquella cuestión
que Pichardo, un labriego analfabeto, de facciones rudas --reclutado
del lugar más remoto de la Andalucía occidental--, y el que al
desatino de sus raros apellidos --Pichardo Bizcocho-- agregaba un
extenso muestrario de toscas maneras de comportamiento, nunca lograba
responder: A ver un voluntario; tú mismo Pichardo ponte de pie y
responde: ¿cuáles son los elementos del combate?...”, le
preguntaba el teniente repitiendo el mismo protocolo en todos los
inicios de las clases teóricas y el </span><span style="font-family: Arial, sans-serif;">que
tras el acostumbrado minuto de silencio que se mascaba tensado como
un arco entre los hombros encogidos y la mirada suplicante del
recluta, le increpaba a voces lo de siempre: ¡¡¡Son tres: el
hombre, el armamento y el terreno!!!... ¡¡¡y las letrinas que
ahora mismo vas a ir a limpiar!!!... ¡¡¡cabeza de chorlito!!!...”;
y avergonzado, resonando de fondo algunas risas que escondían en los
que las proferían la misma inseguridad y el mismo miedo a la burla
pública escenificada, Pichardo Bizcocho marchaba con los bártulos
de limpieza hasta el pequeño barracón en un extremo del campamento,
al que se identificaba antes de llegar por el hedor insoportable que
se escapaba por sus huecos y que emanaba de los agujeros repletos de
heces de las tazas turcas instaladas en unas cabinas sin puertas;
abiertas al escarnio de la nula privacidad en su uso, intentando
mantener el equilibrio en el aire con los pantalones bajados en
patética postura de acuclillados cuerpos en un ejercicio
gimnástico de doble esfuerzo: el de presión sobre el esfínter anal
y el de evitar con el peso del cuerpo hacia delante el
desplazamiento del centro de gravedad, y así no caer de culo hacia
atrás.</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.25cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;">Experiencia
que largamente vivimos --recuerdas Agustín-- en nuestra infancia de
orfanato cuando nos agachábamos con la misma turbadora postura en
aquellas infames y malolientes letrinas de patio de recreo adosadas a
la tapia. </span><span style="font-family: Arial, sans-serif;">Junto
al barracón de letrinas se hallaba el de las duchas, al que nos
llevaban sólo un día a la semana, atravesando el descampado en
bolas; por toda vestimenta sólo el calzado y una toalla. El agua
escaseaba, así que había que circular rápido, sin pararse,
mientras los chorros de agua se proyectaban por todos lados...
arriba... abajo... a derecha...a izquierda... en diagonal... como si
atravesáramos un túnel de lavado</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><br /></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;">En
la foto colectiva que sigo observando, a la izquierda del teniente
barrigudo; un sargento joven de cara angulosa, exageradamente pulcro
en su uniformidad de faena y excesivamente rígido en los
ademanes --como si se hubiese formado en la escuela militar
prusiana de principios del siglo pasado--, mira a la cámara con un
autocomplaciente gesto de dominio sobre el personal del
que está acostumbrado a que cumplan inmediatamente --y sin
rechistar-- sus órdenes. </span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;">Proveniente
de la exigente escuela de suboficiales de el Talar de Gerona, desde
el primer día de instrucción se conjuró en hacer de aquel numeroso
grupo de mostrencos civiles la tropa más envidiada de todo el
campamento, aunque para ello nos hiciera tragar el polvo que
levantábamos en cada golpe de las pesadas botas sobre la tierra,
marcando el paso con el fusil al hombro en el campo de armas, en
maratonianas jornadas de instrucción, bajo un ardiente sol abrasador
y una desagradable sensación de picazón por todo el cuerpo,
producto del roce de la rígida tela del uniforme nuevo con la piel
sudorosa. </span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;">Todas
las mañanas después del desayuno, los instructores auxiliares
--cabos primeros, cabos y soldados, de tropa de reemplazo destinados
en la compañía-- nos ordenaban formar frente al edificio, en cuatro
filas por estaturas, de menor a mayor --según el puesto ya asignado
en la primera formación--, dirigiéndonos, para ello, todo tipo de
amenazas; metiéndonos bulla, golpeando las puertas metálicas de las
taquillas del dormitorio que sonaban a cañonazos: ¡Bichos!, a
los tres últimos en formar les meto un puro que se van a cagar….;
empujándonos mientras terminábamos de colocarnos los correajes y
recogíamos los cetmes --fusiles de asalto a los que en aquel tiempo
ya no se les proveía de bayoneta y al que, en el argot militar,
referíamos como chopo--. Si los suboficiales chusqueros eran los más
temidos por la tropa, éstos instructores, surgidos de la misma
tropa, eran los más despreciables por su arrogancia…; me
recordaban aquellos guardas del orfanato. En su actitud con los
superiores sobrepasaban la obligada disciplina militar con ciertas
señas del más soez servilismo: A sus órdenes mi sargento, sin
novedad en la formación.</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;">Desde
ese momento éramos la materia a moldear por el severo instructor
militar de facciones angulosas y gestos duros: Con el fusil al
hombro derecho, firmes, media vuelta a la derecha ¡ar!, de frente
¡ar!...; y entonces sonaba en la recia voz del emulador de oficial
prusiano la cacareada letanía: ¡Un!, ¡os!, ¡er!, ¡aro!...,
de la que nos saciaríamos hasta llegar a ignorarla cuando, con el
tiempo, ya marcábamos el paso de forma automática, como si
tuviéramos un chip programado en el cerebro, sin atender a aquellas
imperativas y raras interjecciones: ¡Un!, ¡os!, ¡er!, ¡aro!;
¡un!, ¡os!, ¡er!, ¡aro!; ¡un!, ¡os!, ¡er!, ¡aro!..., pero
cumpliéndolas a rajatabla. Éramos para el inflexible sargento en
aquellos primeros días de instrucción carne sufridora de todo tipo
de improperios y escarnios en aras a salvar su reputación de domador
de reclutas: Venga mariposones que estáis agilipollados… Vamos,
más brío que parecéis maricones… Con fuerza: ¡tiene que
retumbar el suelo!, y yo no lo oigo…; sufriendo todo tipo de
zarandeos y empellones en especial los que perdían el paso al
iniciar la marcha con el pie derecho, en vez del izquierdo; los que
giraban en sentido contrario al de la orden; los que marchaban
encorvados, sin la marcialidad requerida; los que no mantenían la
distancia reglamentaria con el compañero de delante; los que no
asían correctamente el fusil; los que no movían el brazo
izquierdo en sincronía con los pasos; los que se salían de sus
filas, rompiendo la formación; los que se aturullaban sin atinar a
rectificar el paso cambiado; y no solo en la instrucción, aquella
violencia se prolongaba también a los torpes en la pista americana
de ejercicios; a los azorados tiradores que se giraban a preguntar al
instructor con el fusil en la mano en los ejercicios de tiro; a los
que no lanzaban lejos las bombas de mano, sobrecogidos por el
pánico…</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;">Después
cuando aquello empezó a parecerse a una disciplinada y hasta vistosa
formación militar el sargento puso en práctica la segunda fase del
plan para conseguir su ansiado objetivo: la de las arengas emotivas: ¡Vamos¡ todos a la par, que ya somos los mejores…; y nos
veníamos arriba, imbuidos de una gallardía que hasta ahora no
habíamos experimentado, mezcla de autocomplaciente satisfacción y
de euforia de competición con las otras compañías, extrañados de
haber dejado atrás, tan prontamente, la insufrible penosidad del
calor, de los insultos, de los empujones, del irritante escozor del
roce del uniforme, del miedo al arresto; ahora todos rectos con la
mirada alta, marchando al unísono y marcando el paso con un único
golpe de sonido sobre la árida tierra: ¡¿Cuál es la compañía
más rápida?!... ¡¡la doce!!... ¡¿Cuál es la compañía más
temida?!.. ¡¡la doce!!... ¡¿ Cómo nos llaman?!... ¡¡¡la
turbo!!!...” y con la satisfacción de reconocernos en un mismo
grupo al que ya se le había inoculado por efecto del prolongado
internamiento y del adoctrinamiento militar cierto patriotismo que
iba creciendo conforme nos acercábamos a la fecha de la jura de
bandera.</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;">Con
el recluta veterano --abanderado de la unidad-- encabezando la
formación portando el banderín, nos recogíamos marchando hacia la
compañía, cantando con voz recia y acordes nuestra canción;
aquella entresacada de la música de una película del primer
cinemascope nacional de principios de los sesenta, cuya letra glosaba
las peripecias amorosas de un soldado y una chica cañón del calibre
ciento ochenta y tres –Margarita--, y que acababa: “… / Doce
compañía / tercer batallón / si preguntas en San Fernando / te
dirán que es la mejor”. </span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;">FranciscoMolinaGómez</span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Arial, sans-serif;"><i>(continuará)</i></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-31073861596909306172017-07-05T10:38:00.000-07:002017-07-22T00:26:40.838-07:00CASTIGO EJEMPLAR<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1uyM4-5pImLbP69wlRJd0Wo6q19Bo7p508rN5TKFGtjBhkU1rVIlVMhuXY96nQNdoXR92UrlsMVqzVUq-bW7xs7-EGNj_gObF_p3rkbvZpgKc-3XwlEbt7oCr3Jz8DLCWMm0BhYIPCMA/s1600/SAM_2485.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1uyM4-5pImLbP69wlRJd0Wo6q19Bo7p508rN5TKFGtjBhkU1rVIlVMhuXY96nQNdoXR92UrlsMVqzVUq-bW7xs7-EGNj_gObF_p3rkbvZpgKc-3XwlEbt7oCr3Jz8DLCWMm0BhYIPCMA/s400/SAM_2485.JPG" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Verano de 1969. Un año antes de los acontecimientos, el autor del blog --tercero por la izquierda-- poso distendido con mis tres compañeros estudiantes: Agustín --segundo por la izquierda--, Miguel --cuarto por la derecha--, y Antonio --tercero por la derecha--, en la colonia marítima de Almuñécar (Granada) junto al avieso y retorcido guardián del orfanato: señor Cristóbal --primero por la derecha--, un taimado y marrullero personaje, que en sus orígenes fue también niño hospiciano; el culpable de los sucesos que me provocaron aquel castigo ejemplar. </td></tr>
</tbody></table>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<i>Fueron aquellos últimos años, antes de mi expulsión del orfanato, un tiempo en el que castigaron sin descanso mi natural disconformidad de tardoadolescente; ni siquiera apunto rebeldía, en todo caso lo era sólo por omisión. No soportaba especialmente en aquellos momentos los personajillos que dirigían mi existencia desde la tiranía; los que ejercían su poder desde la ignorancia consentida, y los que nos mandaban instalados en la estupidez, e hice oídos sordos a las órdenes que querían regir mi vida sin mi consentimiento, a sabiendas de que esta actitud es la que más irrita al tirano. Pero no me apercibí de que el ser abyecto ejecuta sus actos con premeditada intimidación del colectivo y, así, degradando mi condición de recién graduado en bachiller superior, se escarmentaba por parte de guardianes y director del centro a los demás internos.</i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<i>A juzgar por las actitudes represivas --generalizadas hacia mi persona-- de los que me gobernaban, debí de ser un elemento muy peligroso; alguien a quién había que dar un buen escarmiento. Todavía no entiendo porqué. Lo cierto era que yo no me reconocía --ni aún me reconozco-- en esas equivocadas apreciaciones: ni era un rebelde, ni nunca lo pretendí. Era de los cuatro estudiantes el que, ante mi absoluto abandono, estaba en situación más desfavorable en caso de expulsión. También es verdad que tampoco gasté ni una caloría de energía en blindarme con mis guardianes: abominaba --y todavía lo hago-- del repugnante y baboso servilismo. No lo soporto. </i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<i><br />
</i></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "arial";"> </span><i style="text-align: justify;"><span style="font-family: "arial";"> </span></i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "arial";"><i> </i></span><span style="font-family: "arial";">La ignominiosa información –más bien desinformación-- al director del orfanato –don José Capilla-- de una malintencionada actitud de supuesta chulería por mi parte, según el avieso inquisidor señor Cristóbal, no tuvo opción a la defensa, ni apelación a la compasión de imparcial juez, a pesar de apellidarse de primero Capilla. Aunque de todo aquel episodio hubiera algo de razón en una cosa: siempre procuraba ir a mi bola, vamos lo que se conoce como hacer la guerra aparte, no fue aquél caso.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "arial";">El que procurara hacer, en la medida que pudiera, la guerra aparte tenía que ver más con la idea obsesiva de sobrevivir con dignidad que con mi proclamado desapego hacia mis guardianes. Ni siquiera la resistencia pasiva, que reconozco voluntaria contra alguno en especial, el apodado el Rana, tuvo razón de ser en aquel suceso, que derivó en un castigo ejemplar; y, así, para no perder la costumbre sufrí en propias carnes --todavía no adivino porqué siempre llevaba todas las papeletas en aquellas suertes-- uno de los acontecimientos más injustos y denigrantes de mi tardoadolescencia en un rápido e improvisado juicio, apenas unos segundos, en la escalinata de acceso al salón de actos, en el patio junto al camión donde en aquel momento algunos compañeros –Antonio, Miguel y otros estudiantes-- cargaban los bultos con destino a la colonia marítima, que luego precisaríamos para tareas de adecentamiento necesarias a realizar aquel día en el recinto veraniego, previas a la inauguración de la temporada de verano de aquel año. Acabado el curso escolar y a fin de que no cayéramos en la holganza, nos habían preparado a los estudiantes un pormenorizado listado de labores de mantenimiento en la colonia marítima de Almuñécar. Trabajos de peonaje a cuya convocatoria --advertida el día anterior sin más detalles-- había llegado algo retrasado en la ya frenética actividad de mis<i> </i>compañeros cuando apenas clareaba<i> </i>--nos habían levantado muy temprano-- aquel día de vacaciones de principios de verano de mil novecientos setenta...; momento fugaz que tengo grabado en la memoria, al igual que aquellos gestos --unos hostiles y otros en interrogante-- de los intervinientes...; las partes de aquel injusto acto. <o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Todavía me subleva la marrullera intención que descubrí nada más llegar al lugar de la convocatoria en la mirada del señor Cristóbal --el fiscal acusador-- que barruntaba tormenta; la que desató a continuación sobre mí, el director-administrador. ¿Qué le había contado?; no lo supe –aunque algo oí después--, pero puedo adivinar, casi sin equivocarme, el perverso énfasis, aprovechando mi despiste, en su respuesta a la extrañeza de don José Capilla de que no estuviera allí: ¡A pesar de que le he avisado, no ha querido venir!... ¡éste tío nunca hace caso; siempre hace lo que le sale de los cojones!<o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Siempre constaté que el más tortuoso –a veces también perverso-- vigilante que nos podían endosar a los internos, era un guardián hospiciano. Chico de la casa, aún de mayor no había resuelto su conflicto interno de niño expósito del orfanato, al que se vinculó patológicamente y con el que todavía no había cortado el cordón umbilical afectivo: teníamos permanentemente el enemigo<i> </i>dentro. Desde hacía un tiempo venía recelando de él, por parecerme persona taimada. En aquel momento disimulaba la autoría de su infamia, pidiendo más bulla en las faenas de la carga del camión. <o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Ahora los que me escrutaban de cerca, sin compasión, eran unos ojos pequeños y vivos que acentuaban el rictus de seriedad permanente que él --don José Capilla-- siempre forzaba; atento a su mentón entrante que profería a su boca una expresión característica --consecuencia de unos labios delgados-- que dominaba a todas sus facciones: bastaba verla para adivinar lo que me iba a decir; nada bueno. <o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Referir que mudábamos el color del semblante nada más ver al administrador, es quedarse corto, si además te miraba con cara de perro, era para echarse a temblar. No me preguntó nada una vez delante de él --si podía evitarlo jamás se rebajaba a hablar con nosotros--, adivinando en la adustez de su singular gesto su poca amistosa intención: la agria bronca que de repente, sin muchos aspavientos --era extremadamente inexpresivo sin despojarse nunca de la formalidad de la que creía estar investido-- me sobrevino con retahílas de falsas suposiciones, descalificaciones, y otras lindezas con las que me obsequió casi de sopetón, sin entender muy bien sus motivos, cuya gravedad no justificaba el pequeño retraso --no intencional--, que, entre los insultos, intenté esclarecer: Me estaba aseando; nadie me había dicho...; cortando mis explicaciones con cajas destempladas, forzando un tenso silencio en el que sólo se percibían los golpes de los materiales al caer sobre el suelo de la caja del camión y las órdenes del guardián hospiciano. Eran los sonidos del miedo instalados en el cuerpo de mis compañeros, porqué yo el mío ya me lo notaba y aquel juez severo e inflexible dictó inmediata sentencia; como siempre una ejemplar para que los demás tomaran nota.<o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Del silencio y la ausencia de complicidad de mis compañeros --¿cómo a nadie se le ocurrió avisarme de mi despiste?, si se puede llamar despiste a hacer lo que cotidianamente hacía nada más levantarme: asearme-- no me extrañé… también de su falta de compañerismo. Entendía perfectamente que nadie de ellos me defendiera. Éramos esclavos del miedo y, seguramente, yo hubiera hecho lo mismo. Antonio y Miguel me miraban con el alivio de no estar en mi pellejo y alguno de los otros con el disimulado agrado de que el pellejo fuera el mío, los había ¡muy lacayos!<o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Así había sido siempre. Navegábamos en el mismo barco, pero cada uno con el salvavidas puesto; y ¿el que no tuviera?... ¡ah!... como en el Titanic: ¡Sálvese el que pueda!... ¿y los músicos?... ¡no!; ¡los músicos, seguid tocando!...; pero treinta y dos años después: ¡oh!, ¡sorpresa!... la carta con la invitación para el reencuentro de antiguos internos adjuntaba un recorte de prensa local con una extraña sinopsis de quienes fuimos, en cuya exaltada hermandad no me reconocía; tampoco el lugar ni la época: “Sus compañeros son su únicos hermanos” / “El amor lo recibían de las monjas y de sus compañeros” / “Lo poco que tenían lo compartían entre todos” / “Cuando alguien se marchaban, todos iban a la portería a despedirle”…; ¿qué “privilegiado” acogido en el orfanato había informado al periódico?; ¿creería realmente sus afirmaciones?…; desde entonces vivo en una duda: ¿puede ser que yo nunca hubiera estado en aquel orfanato y ahora esté recordando mi infancia y adolescencia, evocando un lugar que no me corresponde?<o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Y se me condenó durante un día al entonces más vilipendiado y despreciado de los oficios: recoger la basura del orfanato, mientras el resto de lo que en su día fue un grupo y otros estudiantes, como improvisado público de aquel juicio se marcharon todos, por un día, a Almuñécar junto con el administrador y el avieso empleado. Tengo que reconocer que se me proporcionó un estupendo carro de mano para tan vilipendiada misión y que, además del uso propio del que pretendían mis castigadores, yo empleé, a ratos, como soporte elevado para sentarme a descansar frente a la patera –estanque de agua--, escondido entre el follaje de los jardines de la entrada al orfanato. Pena de degradación que se prolongó durante las horas de una jornada laboral. <o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Suspiré aliviado cuando comprobé que el celador de guardia aquella mañana no era el Rana, pero tampoco me alegré mucho cuando vi aparecer por la esquina del pabellón al señor López. Tan nefasta era en nuestras vidas la perversidad de aquél, como la vileza de éste. Incorporado a las tareas de vigilancia, ya algo mayor, mostraba en una eterna expresión de cansancio su hartazgo de tener que aguantarnos, como lo había hecho con la “bellaca” clientela en sus muchos años de dependiente de tienda, sin que durante ese tiempo fuese capaz de desprenderse del servilismo, producto del miedo al jefe. El administrador me había dejado con un leal custodio. <o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Yo le esperaba ya con el carrito. Caminó hacia mí, como siempre, escorado a un lado pues tenía cierta dificultad al andar y me dejó muy claro que no iba a jugarse su plaza de vigilante por hacerme un favor: Me ha dicho don José Capilla que te vigile de cerca…, y como comprenderás, no quiero problemas…, así que conforme vas llenando el carro y antes de llevarlo al vertedero te pasas por aquí que yo lo vea; ¡y que te vean todos!… Estaba claro que aquel era un castigo para herirme en la humillación…, pero nos habían herido tanto que ya estábamos vacunados. <o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Salvo la zona de jardines con abundante broza y hojas secas, el resto del recinto presentaba un estado de limpieza aceptable, habida cuenta de que en aquel lugar, apartado de los circuitos del vacuo consumo --todo servía--, nada se tiraba, así que decidí hacer una somera limpieza de los jardines del destete, llenando el carro de retama seca como primera muestra a presentar --carrito en mano ante la mirada atónita de los internos que no entendían el voluntario ejercicio-- a mi eficaz guardián, dándome el visto bueno, con la pertinente anotación en un papel, a aquella primera vez y después a la segunda --no sé porqué establecí un lapso de una hora entre muestras--; pero no a la tercera: Ésta es la misma basura... ¡a mi no me engañas!...; razón que le negué aunque la llevara; efectivamente era la misma del primer carro: ¡No ves que es basura vegeta!, y como bien sabes todas las plantas se parecen!; y que no coló: seguro que la anotó con algún arterisco: ¡No, no!... quiero ver basura<i> </i>variada; y hete aquí que me tuve que aplicar en la sinrazón de la razón: para proveerme de la basura deseada iba a la escombrera vertedero de residuos que había donde estaban los eucaliptos, en la zona del lavadero, donde cargaba una muestra diversa de lo que se depositaba allí: papel, cartón, latas, ascuas apagadas de carbón… que presentaba al agrado del señor López, para después volver absurdamente a depositarlas en su lugar de procedencia, en donde las iba apartando por lotes para no repetirla. <o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Y entre muestra y muestra un merecido descanso sentado en el carrito aparcado en los jardines de </span><st1:personname productid="la Patera"><span style="font-family: "arial";">la Patera</span></st1:personname><span style="font-family: "arial";">; reflexionando, quizás, en mi buena suerte de que el castigo no hubiera sido más excesivo… o poniendo en duda el convencimiento de que alguna vez, tarde o temprano, se acabarían aquellas continuas ignominias… o prometiendo a mi mancillada justicia, más que a mi herido ego, repararla cuando lo narrara alguna vez…, no sé…; y entre reflexión y reflexión, iba superando los controles, hasta llegar a la última prueba superada en presencia del relevo: a la tarde se hacía cargo del gobierno del pabellón el señor Manuel, más conocido entre nosotros como Manolillo. Ahora si que suspiré desahogadamente. <o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">No creo que el señor Manuel se enterara mucho de aquella historia que me vinculaba al carrito de mano y que le contaba el señor López, y mucho menos de la advertencia de que se aplicara con severidad hacia mi persona como mandato del jefe supremo… no, no creo; era tal la confusión que el alcohol --del que su dependencia era patológica-- le provocaba en la mente, que más que vigilarnos a nosotros, teníamos que hacer lo contrario: vigilarle a él. Además de esta nefasta adición, añadía a su mermada autoridad el complejo de inferioridad en sus carencias intelectuales que mostraba cuando trataba con nosotros: los estudiantes. <o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Último en incorporarse a aquel ¡¡¡especializado!!! plantel de cuidadores de adolescentes; ya en la cincuentena, algo marginado por el resto de celadores, necesitaba constantemente hablar con alguien, confesarse al oído de quién quisiéramos escucharle, aunque en esa distancia corta nos tirara para atrás el fuerte olor de la resaca de alcohol de todo tipo que profería su boca. Nos producía cierto desconcierto aquel insinuado desvalimiento, sobre todo viniendo de un vigilante, y que en nuestra necesidad de desahogar tanta afrenta del colectivo al que representaba, derivaba en comedido recochineo hacia él… intentando no herirle; siempre con imaginación.<o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">No teníamos especiales cuitas entre nosotros dos, así que sin más protocolos, considerándome más un compañero de fatigas que un subordinado en aquel momento, se sentó conmigo al borde delantero del carro --donde la rueda-- para no volcarlo y empezó a largar todo aquello que la razón trastocada por la química del alcohol barato no controla, mientras fumaba un cigarrillo detrás de otro, sin parar. El tabaco negro hizo aún más explosivo el olor de la voz. Me habló mucho de su padre, un antiguo empleado administrativo del centro, ya jubilado, que medió para su incorporación a la plantilla de celadores del orfanato; un tal Pablo Rodríguez de oscuro pasado por su militancia falangista en episodios cruentos en Granada durante la guerra civil. De pequeños lo distinguíamos perfectamente en la lejanía algunas mañanas, cerca de la oficina del centro, por su complexión fuerte y su elevada estatura no usual en la época: ¡Mira!, aquél es Pablo, ¡el falangista!, dicen que durante la guerra…? Alguien fuera de aquel recinto y que conocía la historia me contó alguna vez que era muy conocida en Granada su estampa de implacable vengador de larga barba, mientras paseaba exhibiendo su crueldad montado a caballo, por las calles de la ciudad. ¿Cuáles eran aquellos callados temores?... desconozco la historia… Y de aquellos servicios, estas recompensas laborales. <o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">La diputación de Granada –nuestra mentora-- era un nido de falangistas. Y ahora el hijo del más temido, me revelaba su cara más vulnerable: la defensa de lo indefendible, justificando a su padre negando las oscuras leyendas… al igual que negaba torpemente la suya: pude descubrir en las negras sombras de la mirada de unos brillantes ojos pequeños la severa disciplina del padre autoritario y dictador, el culpable de su desvarío hacia el pozo del alcohol al que se estaba llevando consigo --no para olvidarlas sino para borrarlas definitivamente-- su desgraciada infancia, su reprimida adolescencia, y hasta el vacío de adulto que sentía; y al final en su deriva sólo pedía un poco de atención, aunque fuera la de un desahuciado del Sistema, al que se le había confiado en custodia; la que relajó sin entender muy bien las razones de por qué otros de los suyos se empeñaban en que limpiara todo aquello…, me consideraba buena gente. <o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">En confusa razón, todavía, y antes que su atrevimiento quedara paralizado por el bajón de la euforia que antecede al sopor después del exceso, y, seguramente, para agradecer mi paciencia y el tiempo que le había dedicado, fue anotando por anticipado en el papel que le entregara el señor López todos los controles de la tarde, con sus horarios correspondientes, que le fui dictando. Sonrió --su perfecta dentadura postiza destacaba sobremanera sobre la oscura tez-- con la complicidad del niño trasgresor y después se quedó un rato en silencio, insondable, mirando de perfil hacia el infinito --el que quedó perfectamente indicado en la dirección que apuntaba su notable nariz aguileña--, del que le hice volver, correspondiendo a su franqueza con una sorprendente revelación por mi parte: No te lo podrás creer señor Manuel, pero después de todo un día al lado de este carrito de mano he acabado cogiéndole afecto; ¡vamos!, que lo siento como si fuera algo mío; franqueza que le sorprendía ya en las brumas silenciosas de la modorra que prosiguió a su febril verborrea, y de la que le desperté momentáneamente con mi segunda coña marinera: Me gustaría<i> </i>tenerlo toda la vida, ¿no habría alguna forma de que me lo pueda quedar?, provocándole un último segundo de cordura: ¡Ni se te ocurra!, ¡entrégalo!, ya se hace tarde, antes de recogerse en la pequeña habitación de descanso para celadores, a dormir la mona, mientras los internos asistían a las clases de verano.<o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Ni que decir tiene que inmediatamente dejé el dichoso carrito de mano y demás útiles de limpieza en el lugar donde los cogí. El último chirriar de su rueda antes de pararse me recordó el gemido lastimero de un animal: ¿me habría tomado cariño, de verdad, aquel artefacto y no quería que le abandonara? Libre de condena, me perdí en mis divagaciones el resto de la tarde. <o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">Cuando a la noche me reintegré con mis compañeros a su vuelta de Almuñécar, ni me preguntaron, ni yo les conté.<o:p></o:p></span></div>
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<span style="font-family: "arial";">FranciscoMolinaGómez </span></div>
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pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-28091139589592441462017-06-10T10:48:00.001-07:002017-06-30T01:41:59.373-07:00DESDE LA HONESTIDAD<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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<table cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: justify;"><tbody>
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<tr><td class="tr-caption" style="text-align: justify;">2000. Gerencia de Infraestructuras para la Administración Pública. Los pioneros de esa Gerencia en una de las primeras celebraciones. En aquellos primeros tiempos éramos como una familia. El primero por la derecha el autor del blog; como siempre diluyéndome en los bordes, casi desapareciendo de la foto, mientras otros ocupan el centro, el lugar importante. Me contaron de pequeño haciendo alusión a una parábola evangélica (Lucas 14:10): Cuando seas invitado a una fiesta, ve y siéntate en el último lugar; para que cuando venga el que te invitó, diga: "Amigo, sube más arriba".<br />
<span style="font-size: 12.8px;"><br /><br /><i>Diecisiete años después, recién jubilado, he constatado con sorpresa que sigo en la misma prudente situación, a pesar de hacer méritos suficientes para que me invitaran a subir de posición</i></span><span style="font-size: 12.8px;"><i>. Este último asunto ha sido la clave de mi discurso de despedida. Ese discurso llevaba como título: Desde la honestidad, y como subtitulo: Se ha de ser siempre honesto con los que te rodean, pero por encima de todo se ha de serlo con uno mismo. </i><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br />(Discurso de despedida leído en el transcurso del ágape con el que invité a todos mis compañeros)<br /><br /><br />Comienzo esta breve disertación de despedida con los dos primeros versos de un poema: <i>¿Quién hablará de nosotros / cuando nos hayamos ido?</i><br /><br />¡Hay que ver!, cómo son de necesarios en la vida los poetas, eh! Al menos en la mía. Allí donde los filósofos sólo dejan el desasosiego en la incertidumbre de sus preguntas sin respuesta, el poeta lo alivia escudriñando el alma.<br /><br />Qué derroche de sentimientos y emociones con tan pocas palabras. <i>¿Quién hablará de nosotros / cuando nos hayamos ido?</i> Capacidad envidiable de extraer la esencia del lenguaje. Con estas dos frases quedaría completo mi discurso y no haría falta hablar más. Sólo despedirme. Pero no tengo --no tenemos-- la sensibilidad del poeta, sólo me apropio --nos apropiamos-- de su genialidad. Él seguramente alude a una huida más trascendente, yo lo hago más torpemente a algo más local, más de andar por casa.<br /><br /><i>Quién hablará de nosotros</i>, evoca ya el mundo del pasado, que es lo que somos en el presente, lo que es nuestra vida ahora; nada más ni nada menos que el bagaje de recuerdos de todo lo vivido hasta el momento... en eso estoy ahora... esa película que en estos últimos días he empezado a rebobinar.<br /><i><br />Cuando nos hayamos ido, </i>refiere los ciclos de la vida; algo que nos es tan familiar: las etapas que vamos quemando con el paso del tiempo. ¡Ay, el paso del tiempo!; Eso tan difícil de saber que es. Recuerdo que en la infancia de orfanato, cuando mi imaginación empleaba la mayor parte de ese tiempo en fabular los sueños por conquistar, el mismo transcurría muy lento; después en la adolescencia seguía igual, impregnado ahora de cierta desazón por acortar plazos de espera; por ir rápido. Pero los seres humanos somos de naturaleza inconformista y no tardé en la madurez, una vez de lleno en la turbulencia de la rueda de la vida, con muchas cargas ya: las familiares de pareja con hijos, las profesionales, y las de formación personal e intelectual pendientes, aplazadas por circunstancias adversas de la vida; en sentir la aceleración de ese tiempo, hasta llegar, en plena madurez, a su vorágine: Tengo la sensación de que el tiempo ha pasado muy rápido, me confesaba recientemente un conocido, acabado de prejubilar.<br /><br />Más que una confesión, era como una queja, apreciando en su perceptible lamento cierta insatisfacción de la vida. Y no era para menos: este conocido había equivocado las prioridades en su existencia. Había apostado por el ascenso rápido tanto en su vida particular como en la empresa, medrando y trepando en ésta, aunque fuera a costa del nulo interés por las personas que le rodeaban. Ahora, en la ausencia de amigos, tenía la sensación de haber perdido el tiempo. Sólo acerté a decirle que el tiempo no es ni más lento cuando somos jóvenes, ni más rápido después --éste transcurre siempre igual--, y que es nuestras torpeza el que lo pierde en asuntos fútiles en vez de amortizarlo en lo importante.<br /><br />Estos tipos se prodigan en todos los tiempos y lugares; en la vida personal y en la laboral. En esta última los he conocido y padecido durante toda mi actividad profesional, y como no también en esta Gerencia. Suelen actuar en solitario o conformando grupo. La secuencia ha sido siempre la misma: tres, cuatro o cinco... qué sé yo cuántos... se apoderan de cualquier Organismo, lo parasitan, pisan a los demás para que no le hagan sombra mientras ellos se promocionan y se reparten recompensas. Crean sus propias reglas de juego. Es curioso, cuando de trata de promocionar ellos la selección debe ser por vía interna, al contrario de cuando se trata de promocionar a los demás en cuyos supuestos son más sabios y están mejor preparados la gente de fuera. <br /><br />Son fácilmente reconocibles, o al menos a mí me lo parece por las señas que esgrimen.: En su relación con los subordinados muestran cierta prepotencia, rayana la mala educación; no apuestan por la resolución de los asuntos, están más en descubrir el error en la gestión de los otros para así --creen-- ganar puntos a futuro; consumen la mayor parte de su jornada laboral, rodeados de relaciones escalafonales, noticias de decesos, chismes y otras martingalas, para confeccionar un planing de sucesivos y graduales ascensos en el tiempo, incluso estudian su camino crítico con medidas de rectificación si viniera el caso; suelen ser iletrados en formación reglada universitaria, aunque lo ocultan empapelando la pared del despacho de infinitud de certificados de irrelevantes cursillos de todo tipo que, en su día a día profesional, tienen el mismo valor que si los hubiese firmado un niño de jardín de infancia; son muy cortos en el elogio si acaso alguna vez lo hicieren, y desmesuradamente largos y punzantes en la crítica... pero sobre todo, lo que es más lamentable, es que allí donde van no hacen amigos, o en el peor de los casos lo contrario.<br /><br />No les profeso ninguna animadversión, al contrario cierto sentimiento de conmiseración. Ellos que creen perdonarnos la vida de forma habitual, no se dan cuenta que es nuestra nobleza, la de eternos remeros --los que en realidad hacen mover el barco-- la que si lo hace generosamente hacia ellos. En el fondo son sólo pobres diablos que cuando les llega su hora, cuando les quitan el "juguete" con el que se han regodeado tanto tiempo, se dan cuenta de que su balance existencial es muy pobre, y de que van a recoger poco porque han sembrado poco; incluso los conocidos les retiran sus afectos, como le ha ocurrido al conocido prejubilado. ¡Qué pena!, se les ha pasado el tiempo y ya no hay vuelta atrás. No lo han amortizado en lo impostante como he dicho anteriormente. <br /><br />Yo os confieso que si lo he aprovechado. Mis balances: Familiar con una mujer e hijos extraordinarios; el de crecimiento personal consiguiendo aunque con mucho esfuerzo, trabajo y tesón los sueños fabulados de pequeño; y de relaciones humanas allí donde estuviere; han sido plenamente satisfactorios, aunque en el otro balance: el laboral dijéramos "institucional" no me haya sentido valorado. En el derecho --.recalco lo de derecho-- a la promoción estoy al igual, después de tanto tiempo, que en el inicio. Es como si todo este tiempo hubiese volado en círculo, seguramente alguién ha estado saboteando mi piloto automático. Es sorprendentemente paradójico: cuanto más crecía en lo personal y en capacidad de trabajo, más me han congelado en lo laboral; incomprensible. Pero esto último tiene poca importancia pues como he subrayado a través de estos párrafos lo importante, lo digo sinceramente, es el factor humano. De ahí que he pretendido que la convocatoria de mi despedida sea ésta: simplemente una reunión de amigos y compañeros; en definitiva sólo de personas. Cuán grato es comprobar vuestra asistencia a mi llamamiento; sentirme arropado, y por tanto querido... afectividad sincera que noto en vosotros... esas cosas no se pueden disimular. Se han creado lazo difíciles de desanudar a lo largo de estos diecisiete años en la Gerencia, en cuyos momentos iniciales me impliqué, siendo para mí desde el primer día hasta hoy un proyecto nuevo ilusionante. Aún ahora en estos instantes de despedida así lo siento.<br /><br />Es por ello que me voy contento, tranquilo, relajado, feliz... feliz de haber llegado hasta aquí, que no es poco... feliz por haber crecido personalmente hasta donde quise llegar siempre... por haber conocido a muchas personas de las que he ido aprendiendo cosas, y con bastante de las cuales aún mantengo comunicación..., por ser un privilegiado de poder trabajar en lo que realmente me ha gustado...</span><br />
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh5LVPaDdG7ws0uvhyphenhyphenuskD7XzXQZnM7sJMnLaCb-zYEltH-8yb7bnJ7L7lm8lmorLqK0YTQxhBqMfmoeUFby91FCXi6HIkTbGUCF_TgBcON0848bwxBUQNA88XCPI4nWzfP2jX-FZVwd00/s1600/SAM_2472.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh5LVPaDdG7ws0uvhyphenhyphenuskD7XzXQZnM7sJMnLaCb-zYEltH-8yb7bnJ7L7lm8lmorLqK0YTQxhBqMfmoeUFby91FCXi6HIkTbGUCF_TgBcON0848bwxBUQNA88XCPI4nWzfP2jX-FZVwd00/s400/SAM_2472.JPG" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="font-size: 12.8px; text-align: justify;">Mayo 2017. Mesas preparadas para el ágape de despedida. A las pocas horas quedó sólo el mantel. Por cierto para que destaquen sobremanera los alimentos, os aconsejo en vuestras invitaciones poner mantel negro. Es de gran efectividad, aunque lo importante es invitar con productos de calidad, y ser generosos.<br />
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Y ahora estamos en la fiesta de mi convocatoria de despedida; es la hora de los reconocimientos, de las felicitaciones, de los brindis... ¡porqué no!, también de los cánticos..., en definitiva de los buenos deseos para una nueva etapa, presumiblemente más tranquila. Pero queridos amigos y compañeros todos sabemos que las fiestas no son eternas: cuando se apaguen las luces de esta sala, se agoten los brindis, cuando acallen los cánticos... percibiré ciertamente esa soledad que nos embarga a los seres humanos en los momentos de cambio trascendentes, y surgirá pegado a mí, como siempre me ha sucedido en estos casos mi otro yo, el que es menos sentimental y más práctico...; de hecho ya lo estoy oyendo: Oye majete, déjate de discursitos, coge el regalo, despídete y marcha a casa; pero me resito... aunque presiente ya el final querré prorrogar las últimas horas concediéndome algo de tiempo para hacer la transición: es complicado cortar de golpe y porrazo el cordón umbilical que me une a cuarenta y cinco años de frenética actividad...; y consciente de que este ciclo se agota me tomaré aún el poco tiempo que reste.<br />
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Degustaré tranquilamente un café en algún bar próximo. Después subiré al despacho por última vez para sentarme en la silla de siempre y quedar observando el patio que ha sido un referente durante estos años de altos decibelios de colegiales, y que a esas horas de la tarde, y al término de la jornada escolar, empezará a llenarse de niños y jóvenes para salir del colegio con destino a sus casas. Para ellos un punto y seguido; para mí un punto y aparte. De mi ensimismamiento me despertará esa voz metálica, que he oído tantas veces, amplificada por un altavoz, del cuidador que llama a embarque de rutas: Primer aviso, ruta uno... aún queda tiempo; sé que hará hasta tres llamadas de ruta, con tres avisos en cada una... hasta el último: ¡Mucha atención!, tercer y último aviso para ruta tres; y a esa tercera llamada --nunca debiéramos excedernos del tercer toque, suele ser peligroso-- me daré por aludido. Entonces mi vida se parará unos segundos, los suficientes para hacer un fugaz visionado, como a cámara rápida, de las secuencias de la película de una parte de mi vida que ya ha sido grabada con destino, seguramente, a algún almacén o recoveco de la memoria. Me levantaré de la silla que habrá empezado a serme extraña, y me retiraré definitivamente a casa con vuestro regalo; momento en el que me apercibiré de un grato descubrimiento: que aquél no es el regalo..., que el auténtico regalo es haberos conocido y tratado, y que ya forméis parte de mi vida, aunque a partir de mañana lo sea en clave de recuerdos.<br />
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Por ello esto no es una despedida, sino un "hasta siempre".<br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjR6vE-2Sdk1Wvs9g98ICW1-IR4qp-bpsVyLzux99mqzfTOGAsAlFWsXV7cyySfLnsUBzgRMBgBmfZdjMH6elzLV7O96RJfzmxgPsDRpJTowao6lrcaII7fB3Wg8X8pZewd5aYXfc-QPEk/s1600/SAM_2481.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1600" data-original-width="1200" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjR6vE-2Sdk1Wvs9g98ICW1-IR4qp-bpsVyLzux99mqzfTOGAsAlFWsXV7cyySfLnsUBzgRMBgBmfZdjMH6elzLV7O96RJfzmxgPsDRpJTowao6lrcaII7fB3Wg8X8pZewd5aYXfc-QPEk/s320/SAM_2481.JPG" width="240" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="font-size: 12.8px; text-align: justify;">Mayo 2017. Regalo de despedida: caja de pinturas al óleo. Siempre quise tener una caja de pinturas como ésta. Retomar la pintura al óleo después de muchos años va a ser una nueva aventura. Gracias amigos y compañeros</td></tr>
</tbody></table>
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FranciscoMolinaGómez<br />
(Pocos días después de mi despedida volví a mi lugar de trabajo a firmar algunos documentos referentes a mi jubilación. Fui recibido cariñosamente por mis compañeros solicitándome algunos una copia del discurso a raíz de la mella que el mismo había producido en cierto elemento de los que dibujé en mi discurso, y que aún pervive allí. Les dije que no era necesario, que hicieran el suyo propio, y que no desperdiciaran los únicos cinco minutos que te dan para que seas honesto con los demás, pero sobre todo con uno mismo, porque de no hacerlo así al día siguiente ya no podrán lamentarse de no haber dicho aquello que siempre quisieron decir y nunca le dejaron) <br />
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<span style="font-size: 12.8px;"><br /><br /><br /> <br /><br /> <i> </i></span></td></tr>
</tbody></table>
<br />pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-89173343132628022392017-05-05T00:31:00.004-07:002017-05-11T23:36:42.430-07:00LA PASMA NO DUERME (I): KAMIKAZE<br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgmnajJXiqycuIgcJRPIu6oZMKEmo_XFsy-UZG_0bid3C6s8Z4fNmt5Lg_4QpkOTDbHkOsmWd13sidT1H6yWPLz9VqKq33An-yTIHOR-3ef8rTykcUzN1zmHcIaYzjrRicq9rKGHc-SA4g/s1600/images%255B1%255D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgmnajJXiqycuIgcJRPIu6oZMKEmo_XFsy-UZG_0bid3C6s8Z4fNmt5Lg_4QpkOTDbHkOsmWd13sidT1H6yWPLz9VqKq33An-yTIHOR-3ef8rTykcUzN1zmHcIaYzjrRicq9rKGHc-SA4g/s400/images%255B1%255D.jpg" width="299" /></a></div>
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<i>En ocasiones nos sobrepasan los acontecimientos, y cuando queremos darnos cuenta ya es tarde, para entonces estamos en caída libre hacia el abismo</i><br />
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Kamikaze. Con aquel apelativo le bautizaron sus compañeros en su primera actuación como policía novato. ¡Y tan novato!, recién llegado al cuerpo de la policía y a aquel destino, directamente del pueblo. Pasó bruscamente del seguro silencio de la oscuridad rural al peligroso murmullo de la noche de la gran ciudad.</div>
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Sensación que aunque percibiendo hosca, ceñuda y amenazadora no le amilanó; al contrario le provocaba cierto atrevimiento, rayano la temeridad, en la necesidad de percibir la adrenalina bullendo dentro de su joven cuerpo enfrentando situaciones extremas, con las que se sentía atraído, y a las que voluntariamente se expuso ya desde muy pequeño, en continuo tormento para la madre. Le fascinaba aquel despertar intenso de los sentidos frente al peligro.</div>
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Aún recordaba su primer contacto con ese deseado mundo, al que se dirigía convencido: plagado en su imaginación de asuntos peligrosos, en lucha constante contra los malos de la sociedad a los que pensaba, ya desde aquel primer momento, no darles cuartel hasta verlos entre rejas, y con el que había soñado mucho tiempo atrás. Aún tenía reciente la sorpresa en su encuentro con los desvencijados locales de la comisaría de policía, en el entresuelo de un viejo edificio del barrio más antiguo de aquella ciudad marítima, en donde a la noche le esperaban: ¡Qué es esto!, exclamó alarmado por el estado de degradación de las dependencias policiales.</div>
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Se identificó con su reciente y pulida placa insignia al guardia de la entrada. Éste le redirigió hasta el despacho del comisario de noche, al que al principio apenas pudo ver bien, envuelta la cara en una viciada mezcla de aire contaminado con humo de tabaco de un extraño olor dulzón. En la pausa de la adición durante la conversación de presentación de ambos, el humo empezó a desvanecerse entre volutas que ascendían al ennegrecido y alto techo, dejando al descubierto unas curtidas facciones de profundos surcos en la cara del comisario, que, como huellas delatoras, le habían marcado cada uno de aquellos espantosos casos que difícilmente había tenido que digerir en la profundidad de sus vísceras y en lo más intrincado de su mente hasta hacerse insensible al espanto. Secuencias continuas de una vida de actividad profesional, próxima a la jubilación, en contacto con la perversión de las conductas a las que conduce la miseria humana.</div>
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Ahora una pátina endurecida de insensibilidad cubría su expresión, la que mostraba sólo hastío y cansancio: Ya están aquí tus compañeros, le dijo con cierta bulla don Ricardo, su superior ahora, identificando en la escucha de algún ruido acostumbrado la llegada de estos. Recogió con desatada ansia la pipa de fumar que había dejado encima de su mesa mientras hablaban; prendió de nuevo el tabaco, ceremoniosamente prensado, con una larga cerilla; y sin dejar de observar aquella insolente cara joven enfrente que retaba su degradada y acartonada piel, se acercó la cachimba a la boca con acusado gesto de melancolía: la del recuerdo mucho tiempo atrás, cuando ingresó en el cuerpo con la misma juventud que su interlocutor, y, seguramente, con las mismas ganas de pelear contra la canalla, que le mostraba el joven policía.</div>
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Expelió al ya cargado ambiente de la rancia habitación otra andanada de denso humo de tabaco oloroso a través de la bocacha de madera oscura, que como una chimenea no cesaba ahora en su función de la quema de tabaco haciendo de nuevo casi invisible su cara, cuando, tras un golpe seco de señal en la puerta, entró el inspector jefe del grupo de noche. Aprovechó entonces el comisario para presentarle al nuevo: Gerardo --era el único que no le llamaba por el apodo del Tuerto-- te he agregado un nuevo miembro al grupo, le decía con su característica voz grave y algo ronca, mientras le inquiría su nombre al pueblerino: ¿Me has dicho que te llamas?..., para después edulcorar los oídos de su subordinado más inmediato: Te dejo con el mejor maestro; despidiéndose de él en el relevo de la responsabilidad del servicio: Estoy en el sitio de siempre; ese disimulado lugar del que el Tuerto sabía no había que molestarle a no ser por algún asunto grave muy urgente.</div>
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Hola, bienvenido!, llámame Tuerto, se presentaba el jefe del grupo al mando ahora de la brigadilla de noctámbulos, a cuyos otros integrantes que entraban con cierto alboroto en ese momento conoció el nuevo en sus señas más irrelevantes, e inmediatamente exaltadas con cierto recochineo por el Tuerto: Este es Sevillano, como ves guaperas, alto y un experto en chorbas, en especial mulatas; este otro es Amancio, un seductor de arrabal, vamos la encarnación de Carlos Gardel; aquí Luis que, aunque tiene un aspecto de cura confesor ¡que te cagas!, es un neto follador, a lo mejor por eso; este es Jesús, el más normal de todos pero tiene un puto defecto: nos suelo desvalijar la cartera a todos en las timbas. A cada una de las presentaciones sus compañeros le hicieron sus acostumbradas contrarréplicas, también en clave de humor, que siempre acababan con el Tuerto haciendo aquella desagradable mueca del ojo derecho girándolo dentro de la cuenca, haciendo desaparecer la pupila hasta dejarlo en blanco; a la vez que le daban la bienvenida al nuevo compañero con un apretón de manos. </div>
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Soy Salvador, dijo el nuevo presentándose después de relajar el gesto de repelús en su cara al ver voltear el ojo de su ahora jefe: ¡Encantado de conoceros! Después hablaron entre los veteranos si esperaban a Mora, el otro policía del servicio de noche que faltaba y que hacía la guerra aparte, o iban en su busca. No le revelaron al nuevo de momento el secreto de aquel último compañero: era una especie de policía bujarrón, y salieron del viejo edificio a salvar de las fuerzas del mal a los habitantes de aquella parte vieja de la ciudad.</div>
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Por el inicio de la rambla arbolada, calle abajo hacia el puerto iban los cinco veteranos hablando amigablemente entre ellos, distendidos aunque ojo avizor, aleccionando en su primera clase práctica al novato que, arropado por éstos, no hablaba; sólo escuchaba intentando captar rápidamente de entre aquella marabunta de gente que transitaba el popular bulevar, las actitudes escamadas y los gestos sospechosos que estos le advertían, a fin de que aprendiera a discernir los comportamientos del hampa desde el primer día.</div>
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Abandonaron la amplia calle en el límite bajo del distrito que quedaba señalizado por la ecléctica fachada del gran teatro de la ciudad que relucía de luces hacia la rambla, engalanada con sus viejos ropajes historicistas de arcos, pilastras y columnillas de antigua gloria de liceo de ópera; la que enseñoreaba todavía; y se introdujeron en el intrincado laberinto de tortuosas calles, algunas tan estrechas que se podía hablar desde los balcones de las casas enfrentadas. Al nuevo la noche le pareció aún más sórdida en aquellos ambientes semioscuros después de dejar el ancho bulevar, y no tardó en comprobarlo cuando de improviso oyó un grito ronco: ¡Agua va!, que le sobresaltó, seguido de inmediato por un ruido secó detrás, como de lanzamiento de algún liquido desde arriba: Ya nos han mordido, dijo el Tuerto, sin darle mayor importancia. Ahora toda la calle sabía que por allí andaba la pasma de ronda, y seguramente habían contado uno más que de costumbre.</div>
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El silencio de las solitarias calles recorridas por el grupo; contrastaba, ahora, con la movida actividad de tránsito de personas en el cruce de las dos calles más conocidas y nombradas de aquella parte del distrito: la zona que tenía más densidad de viviendas antiguas, entre cuyas paredes no habitaban ya cuerpos de personas sino su seña más visible: la miseria fisiológica que había anidado profundamente en ellos. Eran los excluidos: habitantes inexistentes para los del otro lado de la popular plaza, que en el límite de la parte alta de la demarcación policial, era destino obligado de visitantes que se fotografiaban envueltos en los plumones, como manchas blancuzcas y grises, de innumerables palomas urbanas encaramadas hasta sus brazos en cruz, con las manos abiertas ofreciéndoles semillas de grano que se vendían en pequeños tenderetes. Borde que, en profundo contraste, indicaba el inicio de uno de los distritos más señoriales de la ciudad.</div>
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Encrucijada de las dos calles que era punto de encuentro de putas, chaperos, peras, chulos, bujarrones, camellos..., y visitantes varios apremiados por sus malandanzas, adiciones orgánicas, desahogos de bragueta, y otras urgencias innombrables para la cursilería del otro lado de la plaza.</div>
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El bar de camareras de una de las esquinas del cruce, lucía con tenues y macilentas luces de colores, como acostumbraba al paso de la brigadilla de noche por su puerta de cristal, desde la que el Tuerto y los otros cuatro veteranos reconocieron, entre algunos clientes dispersos la figura de Mora, su compañero, en el rincón habitual. Al fondo de la barra, en el encuentro con la pared, Mora con la misma apostura que daba en la imagen cinematográfica un joven Robert Mitchum --a quién se parecía bastante-- en su papel de detective barato de bajos fondos de suburbio, y con la misma sonrisa impostada de aquél en el dominio de la situación y el mismo mechón de pelo del galán del cine americano cayéndole por la frente, en ese momento le hacía una confidencia al oído de la chica que destacaba sobremanera --inclinada hacia él desde dentro del mostrador-- por su altura: una chorba diez venezolana de una leonina melena cobriza que estrujaba contra su cabeza, con las caras muy juntas.<br />
<br />
Ella le miraba embelesada con unos grandes ojos claros de gata, proyectando su sumisión en el parpadeo ostensible e irreprimible de unas largas pestañas negras, ante la insistente mirada fija de ojos saltones del policía; su protector. Sin querer romper la tensión del momento íntimo con la chica, Mora solo giró levemente la cabeza hacia la entrada en donde ya había escuchado los familiares saludos de sus compañeros.<br />
<br />
Amancio carraspeó aclarándose la garganta como de costumbre cada vez que se arrancaba con voz grave por Gardel: Barrio plateado por la luna / rumores de milonga / es toda tu fortuna /... Primeros sones que eran suficiente reclamo de la camarera más joven: una pebeta argentina que enseguida se le acercó arreglándole melosamente el pañuelo que cubría su cuello, y sobándole por los hombros le saludó retando su temple imitador de seductor porteño, en la proximidad susurrante de su fuerte aliento de tabaco y alcohol con reminiscencias azufradas: ¿Cómo estás vos querido?, acompañándole de inmediato, aunque desafinaba, en el estribillo del tango: Barrio / barrio / que tenés el alma inquieta / de un gorrión sentimental / ..., al tiempo que abrazados se dejaron arrastrar de mutua intención hacia el mostrador.<br />
<br />
Al instante desde el interior de la barra se les acercó la venezolana de melena cobriza, marcando territorio. Saludó a él con zalamería, mientras miraba con displicencia de mastrenza a la joven camarera en la voluntad de que atendiera al resto de la clientela: ¡Vamos!, que tienes a todos estos caballeros muy apagados; quiero que sirvas copas sin parar. Al momento se acopló a ellos Sevillano con la camarera mulata, a la que la jefa caraqueña despachó con la misma indolencia y rapidez de antes; intimando conversación con los inspectores de policía.<br />
<br />
De forma disimulada, para despiste de los clientes a los que servía sólo licor de garrafón, extrajo de debajo del mostrador un botellón de suave y añejo whisky de malta, sirviéndolo a ambos en vasos largos con mucho hielo, bajo la mirada de complicidad y beneplácito de su protector, al que ahora se habían unido el Tuerto, Luis, Jesús y, algo retrasado, el nuevo que fue inmediatamente presentado a su compañero. Sin bajarse de la banqueta en la que permanecía sentado, Mora le prodigó a Salvador una escrutadora mirada de arriba-abajo en un gesto de escéptica aprobación, algo así como perdonándole la vida, muy propio de pedante veterano hacia novato, dándole la bienvenida seguidamente con un fuerte apretón de manos que casi le hizo daño. Salvador no entendía lo que percibió visible del recién compañero: un verso suelto que campaba a sus anchas por el intrincado mundo criminal, en cuya difusa y peligrosa frontera, posiblemente, se estuviera manteniendo, siempre al borde del abismo.<br />
<br />
No era sólo el dominio de la situación en el local, del que parecía fuera el dueño del cotarro, sino su aparente seguridad y conocimiento al hablar del submundo de la noche, del que formaba parte el ambiente cutre de aquel espacio al que Mora se mostraba perfectamente acoplado, y que, aunque sin figurar en los documentos, parecía regentarlo. Lugar de paso de policías, confidentes, macarras, mamporreros... y cualquier espécimen consustancial con aquella parte marginada de la ciudad en la que ahora Salvador estaba inmerso, recién llegado del pueblo, con sus oscuros personajes y sus complicados y peligrosos entresijos donde cualquiera se jugaba la cartera, y lo que era peor: la propia vida; submundo que --adivinaban bien-- afloraba sobre todo en aquellas intempestivas horas, cuando el resto de los habitantes de la urbe dormían: Sabemos algo del que mató a la vieja, le preguntó el Tuerto por lo bajo a Mora.<br />
<br />
En una calle muy próxima a la comisaría, unos días antes de la incorporación de Salvador, los primeros bomberos que habían aperturado violentamente la puerta, les costó llegar hasta el cadáver de la anciana descubierto en una de las habitaciones, flotando sobre toda la basura inimaginable que se pudiera haber acumulado durante muchos años en una vivienda, y que ya había llegado hasta la puerta de entrada. Repugnancia por el mal olor y los pequeños insectos que pululaban por entre las inmundicias orgánicas, que tuvieron que vencer los cuatro inspectores del servicio de noche al mando del Tuerto, cuando los esforzados bomberos dieron paso a los investigadores de lo que parecía un crimen pues la anciana presentaba una hendidura en el cuello, en el que se alojaba, visiblemente apretado, un grueso cable eléctrico que, posiblemente, le produjo la asfixia por la señas amoratadas de su cara.<br />
<br />
Cuando se preguntó a los vecinos, todos confirmaron las continuas denuncias por el mal olor, que, según decían, nunca fueron atendidas por los funcionarios municipales, sin aportar ningún otro dato relevante del trágico suceso, a excepción de la vecina del mismo rellano que ya en los últimos días había observado como la anciana abría la puerta con asiduidad a un chico joven, alto y rubio; señas que había observado a través de la mirilla de su puerta a la que pegaba literalmente el ojo con cada sonido de la llamada del timbre de la vecina mayor, extrañada de las visitas en la desconfianza de la solitaria vieja que nunca abría la puerta a nadie.<br />
<br />
- Ha habido un individuo con las señas que dio la vecina pululando la noche del crimen, y hasta altas horas de la madrugada, por varios puti-clubs del barrio, en los que arrasó con la existencias de alcohol; vamos que bebió como un cosaco; le reveló Mora a sus compañeros. A él se lo había dicho su pibón venezolana, y a ésta varias de sus colegas: camareras de alterne de los bares de copas a los que visitó el mismo joven rubio, y a las que había prevenido del interés de su protector.<br />
<br />
La Maña, desaforada aragonesa que inaugurara, muchos años atrás, el Gran Manhattan --club de alterne ahora venido a menos, al igual que su cuerpo-- en el límite con el vecino distrito policial en dirección al puerto --al que llamaban barrio chino--; le dio más detalles: Cuando entró en el bar... ¡ay maña! lo bebido que iba... empezó a desbarrar... ¡maña!... de algo de una vieja... no sé... no se le entendía muy bien porque hablaba así como farfullando y en raro, como si fuera extranjero...; ¡ay maña!, tu no sabes lo pesado que se puso con lo de la vieja; y como ya estaba muy borracho le obligamos a que pagara y le despachamos a la calle rápidamente, por donde se perdió... si tú hubieras visto ¡maña!... dando bandazos, cayéndose y levantándose del suelo como podía. Al ir a pagar sacó un pasaporte, creo que alemán... me lo dijo la Molinete que lo reconoció porque ella estuvo en Alemania de joven... además tenía ¡no sabes maña!... un montón de dinero. Informaciones éstas últimas que se guardó Mora para sí, por si en un futuro inmediato tuviera que jugar aquella baza que se escondía bajo la manga para beneficio propio: Si sabes algo más, ya sabes estamos peinando la rambla..., seguro que ha salido ya toda la mierda; le previno el Tuerto a Mora.<br />
<br />
La pista del posible criminal, aunque fuera a medias avivó la fantasía de Salvador; el que inquirió con mucho interés sobre las señas del individuo que hablaban. Ya se imaginaba descubriendo su escondrijo --pensando que seguramente no andaba muy lejos de allí-- para apresarlo personalmente; cuando todos, despidiéndose de Mora y sus chicas, enfilaron de entre las dos calles la que les llevaba otra vez al bulevar arbolado de recios y viejos plátanos que formaban una bóveda verde-grisácea; fondo vegetal que iluminaban artísticas farolas de época, mostrando en el resplandor de sus lámparas los detalles modernistas elaborados primorosamente en el hierro fundido.<br />
<br />
A la luz de una de ellas y desde la posición en que se hallaban, aún lejos del paseo, atisbaron al fondo la familiar aglomeración de personas: incautos transeúntes que como víctimas expiatorias del vil engaño del juego del trile, se estarían dejando, en su natural codicia de la fortuna fácil, un buen dinero; embaucados por los trileros. Era una artimaña para estafar a los viandantes y no un juego de azar, que en somera explicación captó rápidamente de urgencia el nuevo, al que enviaron en avanzadilla, ya que no era conocido aún por el mundo del hampa. El se sintió eufórico, muy contento, protagonista importante deseando entrar en acción.<br />
<br />
¿Dónde está la bolita?... ¿en este cubilete?, no... ¿estará en este otro?, pues tampoco... ¿y en el tercero?, ¡sí señor, la bolita está aquí!, esperando que ustedes acierten y ganen la apuesta: Va quinientas pesetas y ganan el doble por descubrir donde está la bolita... es muy fácil ganar dinero... venga apuesten y no se arrepentirán. El individuo de edad indefinida, moreno de tez, con abundante melena acaracolada de la que le caían rizos negros por la frente, publicitaba su iniquidad disfrazada de juego, mirando a un lado y otro del numeroso público congregado entre los que se hallaba en primera fila Salvador, muy atento en su proximidad al trilero, que, ahora, ante el brioso envite a la suerte de un jugador que surgió espontáneamente del grupo iba levantando rápidamente los cubiletes de plástico, intercambiándolos de posición, moviendo también la bola hasta el final; al principio con movimientos lentos antes de hacerlo con la rapidez de un ilusionista, sobre una enorme caja de cartón que le servía de mesa. Primero descubrió el de un extremo, luego el del otro para acabar levantando el que el jugador le había señalado; el del centro: ¡Sí señor, aquí está la bolita!, mil pesetas para el caballero; que no era otro que su gancho cómplice para incitar al juego a los indecisos.<br />
<br />
Salvador que obviamente desconocía la mecánica de la troupe de fulleros que auxiliaban al principal, apenas se apercibió de la jugada del gancho, fijando sólo una misión en su mente: que aquella cara, la del trilero, no se olvidara nunca. Comprobó su color moreno, como sucio a la luz de la farola, que no ocultaba en las facciones unos acusados pliegues gestuales en el entrecejo, y otros dos que le recorrían a ambos lados del rostro, desde la nariz a la boca; pliegues que se agudizaban cuando intentaba camelar a los congregados con una impostada sonrisa de dientes de oro, que no le iba a la zaga en quilates con los de la colección de cadenas que lucía ostentosamente en la pechera abierta al hueco de la camisa, destacando el brillo del oro en el moreno de la velluda piel, en una palpable exhibición macarra.<br />
<br />
Uno de los curiosos que se hallaba muy próximo a la caja de cartón se animó rápidamente incitado por la suerte del anterior jugador, del que, por supuesto, desconocía su condición. Esgrimió en alto el billete de quinientas pesetas que en menos de un suspiro le arrebató el individuo de pelo rizado; puso a continuación los cinco sentidos en el rápido movimiento de los cubiletes, y en esas estaba el jugador cuando oyó por detrás unos gritos antes de que alguien le empujara, sorprendiéndose de como el trilero se guardaba rápidamente su dinero en el bolsillo al tiempo que recogía con urgencia los bártulos del juego, prestándose éste último a la huida en el revuelo que el apostador no entendía, y que se había formado a continuación.<br />
<br />
¡Agua!, ¡agua!, ¡agua!..., los gritos del vistero avisando a su compinches al ver acercarse corriendo al Tuerto y compañía, a los que hacía tiempo la panda de estafadores tenían mordidos, provocó ese instante de pánico entre los viandantes congregados, entre empujones y urgencias del trilero y sus compinches en la escapada, sin entender aquellos todavía qué sucedía; confundiéndoles aún más los gritos de fondo: ¡Alto, alto, policía!, de los componentes de la brigadilla de noche que centraron su atención en la persecución a aquel que Salvador les indicó como el actor principal. Salvador más cerca de él, salió como un resorte tras el trilero, intentando no perder de vista la espalda de la camisa que destacaba, como faro de colorines, en la semioscuridad de la calle a la que daba el lateral del gran teatro, por donde pretendía escapar.<br />
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No tuvo tiempo de apreciar la extravagancia en los detalles de los dibujos y colores de la prenda que cubría el cuerpo del trilero, ya que instintivamente, sin pensarlo dos veces, despegó del suelo y después de un increíble vuelo al que se lanzó en velocidad de carrera, le derribó como si le hubiera atacado un obús por la espalda; cayendo ambos, rodando éstos desde la acera al vial de la calzada, donde quedaron desparramados los cubiletes y la bola. Inmediatamente Salvador notó con cierto dolor el cabezazo hacia atrás del que ahora pretendía inmovilizar en el suelo rodeándolo con sus manos --aprovechando los instantes de desconcierto en la sorpresa del perseguido-- como si fueran tenazas, al tiempo que percibió un repelente y penetrante olor a sudor y perfume barato, en el momento en el que acudían deprisa los otros policías: ¡Joder!... ¡¡¡como un kamikaze!!!, le gritaron sorprendidos sus compañeros, felicitándole ante la mirada de acojono del trilero que aún no entendía la operación derribo. <br />
<br />
Desde aquel momento a Salvador ya no le llamaron por su nombre. Ahora era kamikaze, el joven policía que despegaba temerariamente del suelo para apresar a los delincuentes.<br />
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FranciscoMolinaGómez<br />
<em>(continuará)</em> <br />
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pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-16783923276166841502017-04-06T08:32:00.000-07:002017-04-07T16:59:05.574-07:00DE LA MILI (III): SALIDAS DE PASEO<br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3bV8RquI8-Kp45lD05zdJUPcUqbET1l0ySls11NjVWe4esrVbl0jxTQaOsCo7TkW_Ut1KKS9sMn9YHs6f_QjDQiOAwV6nNM8bx-PnG_fryw0NlSKVPKbOqutTgMAdXKy1pCRGVA8wBu8/s1600/SAM_1819.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3bV8RquI8-Kp45lD05zdJUPcUqbET1l0ySls11NjVWe4esrVbl0jxTQaOsCo7TkW_Ut1KKS9sMn9YHs6f_QjDQiOAwV6nNM8bx-PnG_fryw0NlSKVPKbOqutTgMAdXKy1pCRGVA8wBu8/s400/SAM_1819.JPG" width="300" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Así luzco en mi primer intento de salida de paseo, perfectamente pelado y uniformado a excepción de un detalle: me dieron una camisa de traje de paseo sin trabillas en los hombros. Tuve que agenciarme un par de ellas para, en un segundo intento, conseguir mi primer pase de salida del campamento</td></tr>
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El casco antiguo de Cádiz --la Tacita de Plata--, bullía animado de gente aquella mañana de julio de mi primer domingo militar de paseo que ahora, en temporada alta de vacaciones de verano, habían colonizado residentes y advenedizos; llenando aquel ámbito de reconocibles y agradables sonidos --que había empezado a olvidar-- y de colorido: calles, aceras, tabernas, cafés, restaurantes...; los mismos que a la tarde colmatarían terrazas, paseos, cines, discotecas... divirtiéndose como sólo saben hacerlo los del sur: sin esperar a mañana; puede ser demasiado tarde; como si al día siguiente se acabara el mundo. Y en verdad que se acababa. Esa era la sensación real que me atenazaba conforme iba gastando las horas en libertad y se acercaba el momento de regresar a tiempo al toque de retreta . Sentimiento agravado al final de aquel día por la impresión, aunque solo fuera mía, de que todo el mundo me había estado observando con conmiseración durante la excursión festiva en mi condición de uniformado, de recluido al que habían perdonado la vida por un día. </div>
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En el reflejo, cual espejo, de las lunas de cristal de las tiendecitas que se prodigaban por las estrechas calles --al tiempo que escrutaba el interior de sus escaparates, repletos de objetos-- descubrí aquel día al extraño en el que me habían convertido; del que hasta aquel momento no era consciente: vestido de quinto con ese eterna estampa que siempre había observado durante mi adolescencia en los militares de reemplazo paseándose por Granada, con un uniforme cuyo diseño había quedado anclado en épocas muy atrás. Sus reconocibles gestos de unos rostros, por lo general, de contenida resignación a la reclusión, a la obediencia ciega, a la abstinencia de todo tipo. La imagen de continuo deambular el enclaustrado deseo sexual por los solitarios jardines, como escondiéndose, atentos al disparo del piropo soez-cuartelero al paso de cualquier chica que se cruzaba. La misma viñeta exhibiendo por toda la ciudad --entonces un mar de dibujos y colores en las vestimentas-- unas ropas que remarcaban reclusión y aburrimiento. Me observaba extrañado en el reflejo del cristal creyendo que aquella imagen era la de otra persona. Me costó reconocerme fuera del ambiente del campamento durante aquellas primeras salidas que agotaron los fines de semana del mes de julio.</div>
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Cansado de que me uniformaran en los internamientos forzosos, como si fuera un número y no una persona, y llegado este momento de mi vida no estaba dispuesto a exhibirme más veces vestido de pistolo por la ciudad en los siguientes domingos pendientes de disfrutar de mi ocio en libertad. Vino en auxilio de tan venerable propósito el conocimiento de la existencia de una casita --a mitad de camino entre san Fernando y Cádiz capital-- donde por un módico precio cambiaba mi vestimenta: del apagado traje caqui a los vaqueros y camisas de colores.</div>
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El negocio lo regentaba una señora que por la edad podía ser la madre de cualquiera de los reclutas que la visitábamos: de estatura baja; siempre risueña; muy amable y simpática; con ese deje en el habla, mezcla de la conocida zalamería y chirigota de las gentes de Cádiz; exhibía en sus comentarios y ademanes, además de la gracia gaditana, la seguridad de que aquello si no era legal, según las ordenanzas militares, al menos su práctica era costumbre tolerada y ya afianzada en el tiempo de existencia del propio campamento; dándonos a entender que aquel medio de vida era de dominio público, y, por toda lógica, de la propia policía militar. Seguramente los sabuesos de cascos, polainas, y guantes blancos --distintivos con los que se identificaban los policías militares-- participaran económicamente de lo que era más que un medio de vida: un gran negocio.</div>
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Un negocio más de los que proliferaban en los entornos de los campamentos y cuarteles, con una clientela segura que se iba relevando con cada uno de los reemplazos de llamamiento a filas, y que a buen seguro generaban unos buenos ingresos, según inicial impresión de aquella actividad, a la vista de la aglomeración de reclutas que observé en mi primer día de trasgresor de las normas militares, ya en agosto, apelotonados en la entrada de la reconocible casita aislada en el paisaje que me habían indicado. Ni en los días libres estábamos a salvo de las colas que había que hacer siempre para cualquier cosa en el campamento.</div>
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El abono del servicio te daba derecho a guardar la ropa militar en una taquilla personal de la que conservabas la chapa numerada durante tu ausencia, a fin de que al recogerla no hubiera equívocos o posibles desapariciones de ésta. Posibilidad impensable y no deseable por sus funestas consecuencias. Era preferible que te robaran la cartera al uniforme. No viví ninguna de estas situaciones: la mercancía guardada estaba perfectamente vigilada, pues de lo contrario hubiera sido nefasto para el negocio. El peligro residía en otra situación adversa distinta, de la que no fui advertido al principio y de la que vine en conocimiento más tarde.</div>
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Me vestí con la ropa de paisano que guardaba en el petate, con la lógica prisa de desprenderme cuanto antes del uniforme, y la satisfacción de reconocerme en el instante retroactivo de mi ingreso en el centro de instrucción; ansioso por salir afuera con mi nueva indumentaria; pues cerca de allí --en corto viaje en autobús-- me esperaba un día de relajo reposando sobre la arena fina y dorada de la playa de la Victoria, pegada literalmente al caso viejo de Cádiz, y que descubrí aquel domingo de agosto, mezclado entre la gente solazándose al sol, para despintar a los policías militares que intermitentemente hacían rondas de vigilancia; y así no descubrir mi condición de ilegal civil.</div>
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Cada domingo de agosto y principios de septiembre cumplí el mismo deseado ritual: un transformismo más mental que físico en la solitaria casita de blancos encalados a las afueras de san Fernando. Era en las primeras horas de esos días un hervidero de reclutas que entraban y salían, sin solución de continuidad. Lo que se repetía a última hora de la tarde cuando nos recogíamos para llegar a tiempo al campamento. Pero un día el momento del retorno fue el elegido por la policía militar para hacer una redada; y esa fecha no era casual como después comprobé.</div>
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Sucedió el domingo anterior a la jura de bandera. Regresaba de la playa confiado en la suerte de que cada vez estaba más próximo el final de los días de instrucción militar --aunque cualquier arresto siempre pendía sobre nuestras cabezas-- y que en un corto plazo de tiempo estaría fuera de allí. Lo estaba deseando. Retornaba tranquilo, como de costumbre, andando desde la parada en la que me dejó el autobús procedente de Cádiz; atravesando --a la par que otros colegas del campamento-- el descampado donde ya visualizaba al fondo la casita que se distinguía blanca azulada en sus encalados por el reflejo del sol ya poniente que caía casi apagándose hacia la línea del horizonte. Todo me resultaba familiar, aunque desde lejos se percibía algo extraño: raramente no se observaba movimiento alguno de reclutas ni de otras personas en la inmediaciones de la casa salvo el de una persona joven que corría hacia nosotros, y que al acercarse lo pude reconocer: era uno de los hijos de la señora. Nos gritaba haciendo aspavientos con las manos mientras se acercaba a nosotros, jadeando, casi sin aliento, advirtiéndonos de algo: ¡Atrás!, ¡atrás!... ¡cuidado no os acerquéis a la casa!... ¡hay redada! Lo que hicimos escondiéndonos en los matorrales del descampado hasta el momento de ver marchar el jeep militar gris con el rótulo en grandes letras blancas: PM, y que visualizamos a rebosar de reclutas vestidos de paisano, cogidos in fraganti; siendo conducidos por la policía militar con destino hacia dependencias policiales.</div>
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Apostada la policía en el lugar, en la fachada opuesta a la de acceso a la casa, donde se habían emboscado, fueron sorprendiendo a los que iban llegando hasta que el vehículo militar estuvo lleno y acabó la operación jaula. Objetivo logrado. Posiblemente fuera aquel el cupo de arrestados por infringir las ordenanzas militares de uniformidad correspondiente al reemplazo de reclutas del llamamiento del mes de julio de mil novecientos setenta y cinco.</div>
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Me salvé como vulgarmente se dice : por los pelos, de un seguro arresto o de algo peor: la repetición del período de instrucción con el consiguiente aplazamiento de tres meses de la jura de bandera que ponía fin a aquellos días, y que ya estaba muy próxima.</div>
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FranciscoMolinaGómez</div>
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<em>(continuará)</em> </div>
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pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-23160058307257024152017-03-01T02:14:00.000-08:002017-04-07T17:10:13.168-07:00UNA DISCULPA PENDIENTE<br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjFAK0UDCj6Dersosi08uxECAZBnO887ockXKdPokuQis3fERWakJKSGMJmXhMYiuYg_T-yNOMyRnX5dDZhX3f7suiZgHwPOtmA7NJW-2-tK7bjF1QGDNLhr1oy8Hao_x9AG6XiWye1Lik/s1600/SAM_2460.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjFAK0UDCj6Dersosi08uxECAZBnO887ockXKdPokuQis3fERWakJKSGMJmXhMYiuYg_T-yNOMyRnX5dDZhX3f7suiZgHwPOtmA7NJW-2-tK7bjF1QGDNLhr1oy8Hao_x9AG6XiWye1Lik/s400/SAM_2460.JPG" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Septiembre 1965. Grupo de internos del orfanato cuyo centro cohesionamos los cuatro estudiantes pioneros: Agustín, primero por la izquierda de pie, abrazando a un niño pequeño; Miguel, cuarto por la izquierda de pie, como apoyándose en la cabeza de otro chico; Antonio, en el centro acuclillado al lado del chico de la carpeta; el autor del blog, junto a éste último a la derecha, sentado en el suelo, a punto de desaparecer. De otra parte y segundo por la derecha de pie, casi escondido, un tal Segura, apodado Cebolla menor. Cinco protagonista para una historia. </td></tr>
</tbody></table>
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<i>En bachiller adscrito al grupo de Ciencias estudié química, aunque no la deseada, sino aquella de la teoría sin prácticas, sin probetas, sin matraces, sin tubos de ensayo que envejecían en los polvorientos estantes del viejo laboratorio de la academia; cerrado a perpetuidad desde hacía mucho tiempo atrás a mi ingreso en el centro, como lo atestiguaba aquel espeso velo de polvo depositado en los utensilios de cristal, cubriéndolos de un color pardo. De eso se quejaba, y con razón, nuestro docto profesor de química don Miguel para el que aquel recinto, ahora abandonado a su suerte, había tenido sus días de gloria. Días que se podían adivinar fácilmente observando la cantidad de extraños artilugios que dormían el ocaso científico del anterior bachiller, entre la incuria del paso del tiempo. Incuria que únicamente transcendió al exterior envuelta en una nube de polvo ocre con fuerte olor a fertilizante, cuando, en una ocasión, la pelota proveniente del patio innoble aterrizó, como meteorito, entre la infinidad de tarros de cristal con los compuestos químicos ordenados en la mesa de ensayos ubicada en mitad de la estancia, después de fracturar el vidrio de la débil puerta cristalera, con visible agujero... </i></div>
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El guardapolvo</div>
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La verdad es que nuestra venia más sonriente en los comienzos de clase durante el curso de cuarto del bachillerato en la Academia Isidoriana de Granada se la reservábamos a nuestro profesor de Física y Química, don Miguel Montes: de mediana estatura, delgado, impecablemente vestido a lo dandy, lucía debajo del recortado bigotito una afable sonrisa, la que exhibía cordial como contestación a nuestro saludo matinal. Nuestra joven intuición detectó, enseguida de conocerle, las buenas vibraciones que hacia nosotros desprendía su persona. Estábamos tan necesitados de comprensión en aquel serio contexto, que lo hicimos --sin su permiso-- nuestro aliado.</div>
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Comenzada la clase de física, un silencio sepulcral dominaba el ambiente como telón de fondo de las explicaciones del profesor. Nos encantaba escucharle y comprobar como, a menudo, la árida lección del día derivaba, hábilmente dirigida por nosotros, hacia una amena charla sobre temas científicos de actualidad, sobre todo los que tenían relación con la astrofísica y todo aquel novedoso mundo de cohetes y astronautas... hasta el segundo trimestre: el del otro gran capítulo del libro de texto que trataba de las lecciones de química, que, curiosamente, no recogían en ninguna de las páginas del libro de texto nuestro doctorado en bombas fétidas y polvos pica-pica, pero que activó, como espoleta, veleidades ahora por el mundo científico de los ensayos químicos... y sucedió aquello... bueno no fue intencionado... todo se precipitó, y...</div>
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Espoleados por la misteriosa ciencia de la química en la que nos había introducido magistralmente nuestro profesor; y como de viejos alquimistas se tratara, interesados en lograr sustancias desconocidas hasta entonces, decidimos los cuatro iniciales estudiantes del orfanato --Agustín, Miguel, Antonio, y yo-- dedicarnos por un tiempo a la práctica de aquella rama científica que, mediante provocadas reacciones, trasmutaba las propiedades físicas de los elementos naturales puestos en contacto; convirtiéndolos en otras sustancias distintas, nuevas, quizás peligrosas --ahí radicaba el suspense de aquella aventura-- y que tanto nos intrigaba. Lo primero era definir el tipo de ensayo, los componentes que iban a intervenir en las reacciones, y establecer con bases científicas el elemento nuevo resultante.</div>
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Hablamos de varios ácidos que quedaron descartados por laxos en favor del temible ácido sulfúrico --queríamos sobre todo emoción-- al que añadiríamos en un primer experimento un trozo de cobre. Hechos los pertinentes estudios y establecidas las posibles reacciones, quedaba por descubrir la sustancia resultante; es decir poner manos a la obra, o mejor dicho al experimento. Para ello era imprescindible proveernos del conveniente material haciendo un ingente esfuerzo económico entre los cuatro. Tarea que se le encomendó a Agustín que siempre había mostrado un gran interés por esas movidas; incluso tenía ya relacionadas todas las sustancias legales que podíamos adquirir según la especialidad de las distintas droguerías que las expendían en la ciudad. También había que conseguir algún que otro tubo de ensayo de cristal, como los que existían en el viejo laboratorio de la academia. Aquello no era problema para Agustín, el que ya tenía también localizado material tan delicado. Todo lo necesario lo adquirió en la droguería Santaella de la calle san Jerónimo --próxima a la academia, y de abigarrada infinidad de comercios--. Como encimera de improvisado laboratorio habilitamos para tal fin, y al azar, una de las bancas de la clase donde estudiaban los internos en el orfanato. Nos confabulamos con la noche para realizar el ensayo, por aquello del anonimato que da la nocturnidad.</div>
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Cuando el resto de estudiantes se acostaron, y sin más testigos que los cuatro, nos dispusimos a manipular el peligroso líquido que guardábamos en seguro tarro. Con gran cuidado deslizamos algunas gotas de ácido sulfúrico dentro del alargado tubo de ensayo cubriendo rápidamente su fondo semiesférico. A continuación introdujimos un trozo de cobre de cable eléctrico y ¡hete aquí! contemplando nuestra primera experiencia química, asombrándonos del brillante efecto de cambio de color de las distintas fases de la reacción del material tratado, pasando del incoloro del ácido al azul y después al verde del óxido de cobalto; desprendiendo en el calor de la reacción extraños gases que evitamos respirar. </div>
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Nos felicitamos por el éxito de la experiencia, guardando aquel tóxico en tarro de cristal con su leyenda: sulfato de cobre; como primera de una serie de pócimas que pretendíamos obtener en una continuada labor de la práctica química, en nuestro particular y secreto laboratorio. El morbo radicaba en el carácter letal de la sustancia lograda. Habíamos obtenido un tóxico semejante al que en plena posguerra casi acaba con todo un regimiento militar en Granada, según nos refirió en cierta ocasión nuestro profesor don Miguel, advirtiéndonos ya en el relato de sus estragos: la intoxicación masiva que cursó con vómitos y diarreas toda la tropa a la que se sirvió una ensalada en recipiente de cobre aderezada con gran cantidad de vinagre que reaccionó con el metal produciendo el peligroso cardenillo que, en mayor o menor medida, ingirieron los soldados: La escasez en aquellos duros tiempos, iba unida con frecuencia a la ignorancia; sentenció don Miguel Montes.</div>
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A los pocos días pensamos en nuestro segundo experimento como algo espectacular, un hecho que nos sorprendiera; o mejor, un acontecimiento que nos desbordara casi sin posibilidad de reaccionar. Y no faltó razón para dejarnos sin habla. Queríamos experimentar en propias carnes el asombro de los antiguos alquimistas ante algún descubrimiento inesperado en su búsqueda de la piedra filosofal. Para ello había que huir de los ensayos controlados, de las fórmulas consabidas, de los elementos conocidos a favor de los inexplorados: aquellos que no aparecían referenciados en los documentos, como era aquella pasta gris que los domingos por la tarde y a la acción del calor, inundaba la iglesia de un humo agradablemente oloroso.</div>
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Uno de aquellos días del Señor, cuando los internos asistíamos por la tarde a los oficios religiosos --triduo dominical--, mientras los muros de las frías y alargadas naves de la iglesia reverberaban con los cánticos en latín: Pange, lingua, gloriosi / Corporis mysterium / Sanguinisque pretiosis..., uno de los cuatro, no recuerdo ahora quién, se deslizó hasta la sacristía a fin de coger prestada para nuestro siguiente experimento una de aquellas pastillas de incienso...: Nobis datus / nobis natus / ex intacta Virgine / et in mundo conversatus...: ¿Dónde estarán guardadas las dichosas pastillas?...: Verbum caro, panen verum / Verbo carnem éfficit: / fitque sanguis Christi merum...: ¡Ah!, aquí están, cogeré varias, ahora que nadie me ve. No era difícil dar con el lugar donde se guardaban: un armario que conocíamos bien por nuestra dilatada experiencia como monaguillos cuando éramos pequeños. El mismo sitio donde se guardaba el dulce vino de misa y al que mostramos siempre cierta querencia. Una vez en nuestro poder la exótica sustancia de reminiscencias bíblicas, convinimos mezclarla con el ácido sulfúrico sobrante, en una segunda jornada de prácticas de química, cuyo día, lugar, y hora no publicitamos entre los demás estudiantes. Como en la anterior experiencia nos resguardamos de curiosos y mirones aprovechando las sombras de la noche.</div>
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La expectación y el nerviosismo eran patentes en nuestro ánimo cuando, al fin solos, pudimos disponer el material sobre la encimera del mismo pupitre en la que se fraguó nuestra anterior experiencia química, y que había constituido todo un logro. No había motivo para cambiar de banca. Contemplé durante unos segundos, examinando sus dimensiones y grosor, el tubo de ensayo que me había dado Agustín, pues aquella vez me tocaba sostenerlo durante todo el experimento. Agarré decididamente el tubo de cristal inclinándolo para que otro de mis compañeros introdujera más fácilmente el ácido sulfúrico que rápidamente se alojó en su parte más profunda, cubriendo un par de dedos por encima del redondeado fondo.</div>
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Estabilizado el ácido procedimos a continuación a mezclarlo con el fragmento de incienso proveniente del troceado de la pastilla que habíamos sustraído de la sacristía, y que celosamente habíamos guardado para aquel momento. Entrar en contacto ambos elementos y comenzar una extraña reacción burbujeante de acelerada ascensión hacia la boca del tubo de ensayo, fue sólo unos segundos; el tiempo suficiente para deshacerme del cilindro de cristal con la desconocida sustancia que amenazaba quemarme la mano, envolviendo rápidamente el tubo de ensayo con un guardapolvo --que cogí del respaldo de la banca-- ; el que lo mantuvo en posición vertical sobre el asiento del pupitre --donde perentoriamente lo dejé por razones obvias-- merced a la amalgama del tejido que le circundaba; justo en el momento en que la espumante sustancia desbordaba la embocadura del vidrio, desparramando sobre la fina tela de rayas azules la viscosa pasta gris que rápidamente se iba extendiendo quemándola, conforme la invadía, avanzando hacia el total de la prenda con un cerco de color negro y aspecto chamuscado, ante nuestras sorprendidas miradas que reflejaban terror.</div>
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En aquellos instantes desconocíamos si una vez quemada la bata, la sustancia se cebaría con la medara del asiento, y ¡quién sabe! si con el resto de bancas; y de éstas a la combustión del aula sólo un suspiro; después se extendería al resto del pabellón; y, posiblemente, más tarde a todo el orfanato... Para nuestra tranquilidad aquello fue decreciendo hasta detenerse cuando se consumió toda la extraña sustancia de nombre y formulación desconocida, pero de consecuencias devastadoras. Del guardapolvo solo quedó un minúsculo e irreconocible resto calcinado. Lo que apremiaba de inmediato era tranquilizarnos y pensar cómo hacer desaparecer, sin dejar rastro ni huellas, el instrumento auxiliar del delito; es decir lo que quedaba de lo que poco antes era un guardapolvo. En aquel momento comprobé con preocupación como me escocía una pequeña quemadura en la muñeca de mi mano izquierda. Con todo el barullo no sentí la gota de la reacción que me había salpicado, dejándome una casi imperceptible marca que aún conservo.</div>
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Al día siguiente lejos del orfanato nos deshicimos de aquel resto calcinado, a la vez que nos conjuramos en no contar el incidente, ni el posible paradero de aquella prueba comprometedora; con final, posiblemente, en seguro vertedero. Semejante precaución no era baladí, pues sin quererlo, ni pretenderlo, habíamos condenado a su propietario o, mejor dicho, su depositario --un interno apellidado Segura y apodado Cebolla menor; por más señas hermano pequeño del Cebolla mayor-- a la peor de las penas: la cadena perpetua. Mil veces que se le interrogó sobre la desaparición de la prenda, mil veces exteriorizó su perplejidad, y mil veces no le creyeron. Aunque repetidamente esgrimió su desconocimiento por lo que se le preguntaba, se le castigó sin postre y sin recreo hasta que apareciera el guardapolvo. Obviamente nunca apareció. ¿A ver quién era el valiente que se confesaba culpable del suceso en aquel rígido contexto, con la espada de Damocles siempre gravitando peligrosamente sobre nuestras cabezas?</div>
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Aquella imaginaria visión del orfanato ardiendo por los cuatro costados, con los dedos acusadores señalándonos como los culpables, hizo que desistiéramos de los misterios de la química por descubrir... bueno en realidad aquel temprano abandono tuvo que ver más con la necesidad de evitar acabar con todos los guardapolvos de los chicos... o tal vez lo más seguro es que nuestras ya crónicas carencias económicas nos impidieran seguir con los experimentos. La verdad es que lo dejamos pero sin contarle al afectado el episodio de la volatilización de su guardapolvo y el destino final de sus restos en alguna papelera pública de la ciudad. Claro que durante este tiempo nosotros veíamos a la víctima expiatoria de un acontecimiento que nos desbordó; nos cruzábamos con él sabedores de los castigos que perduraban en el tiempo y que por nuestra culpa le habían infligido; nos compadecíamos, eso sí, pero ni mú de la prenda quemada... sabíamos que con el paso del tiempo los castigos se diluirían hasta desaparecer, como así sucedió alegrándonos por ello, proveyéndosele de un nuevo guardapolvo a estrenar. </div>
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Señor Segura, cualquiera que sea el lugar donde te encuentres, si al leer este episodio nos tildas de canallas, ten a buen seguro que lo entiendo. También entenderé que te acuerdes, y no de forma amistosa, de todos nuestros familiares. Lo que no entendería es que no aceptaras en mi nombre y, estoy seguro, también en el de mis compañeros nuestras disculpas. Nunca es tarde para disculparse. Gracias de antemano.</div>
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FranciscoMolinaGómez </div>
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<br />pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-89428430324856534492017-02-01T23:44:00.002-08:002017-02-16T23:26:34.904-08:00DE LA MILI (II): LOS PRIMEROS DÍAS<br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_gc-FLru9v-8s3JxEvzjKpeCjqgOdV9HEcGDWQv9U7L_GbPZwdhXc4wK0Lzm7Z3iv361gdFrtQfXLNCXjaHlFQD2VBgFcsACVAp4m6TQWGpRb9StiuYCXdSWcUpEWPoKEJPC_LnemsTY/s1600/SAM_1808.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_gc-FLru9v-8s3JxEvzjKpeCjqgOdV9HEcGDWQv9U7L_GbPZwdhXc4wK0Lzm7Z3iv361gdFrtQfXLNCXjaHlFQD2VBgFcsACVAp4m6TQWGpRb9StiuYCXdSWcUpEWPoKEJPC_LnemsTY/s400/SAM_1808.JPG" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Tardes de descanso, después de las clases teóricas compartiendo con los recién conocidos compañeros las primeras impresiones de todo aquello que nos era tan nuevo, tan raro; intentando asimilarlo con un buen trago de cerveza y alguna tapa enlatada de conserva en uno de los reservados que se prodigaban en el bosque de eucaliptos y pinos, dejando que el día se fuera apagando entre amigables conversaciones hasta la hora de la cena. De izquierda a derecha: el autor del blog, un catalán del que no recuerdo el nombre, y Juan el T´ópolla</td></tr>
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En la formación del primer día frente a la compañía, aún cuando la vaga luz de la amanecida difuminaba las edificaciones del entorno, me congratulé por la suerte de lo que veía enfrente y a mi alrededor: me habían destinado a uno de los edificios de nueva construcción: recio, con cerramiento de ladrillo visto y cubierta plana, que contrastaba visiblemente con las antiguas naves-barracones de delgados muros, degradados revocos de un color claro turbio y cubierta a dos aguas de placas de fibrocemento, que recogían mayoritariamente la población del resto de compañías. Además el moderno edificio asignado proyectaba visualmente los huecos de las ventanas sobre un agradecido bosque de eucaliptos que bordeaban la marisma gaditana en cuyas aguas --como si de un espejo se tratara-- se miraba el sol a la caída de la tarde, dibujando un ocaso de intensos colores desde el amarillo chillón al violeta e incendiando de misteriosa luz el horizonte del otro lado --el de la libertad-- del que nos separaba una alambrada de puntiagudas púas de acero que quedaban perfectamente delineadas en la claridad del fondo.</div>
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Aquél hábitat de vegetación y agua lo agradecimos sobremanera más adelante: en las deseadas jornadas de descanso que regía en todo el campamento --a media tarde-- después de las clases de teórica, disfrutando gran número de reclutas de una cerveza y un sabroso bocadillo de los que vendían en la cantina, contemplando maravillados las puestas de sol, sentados en grupos diseminadas a la sombra de los eucaliptos que esparcían por todo el ámbito ese olor terapéutico característico, agradeciendo la brisa que provenía de los humedales. A veces el generoso viento nos regalaba, aparte del frescor, inoportunos intrusos: unos molestos mosquitos, como aviones. Era el único espectáculo que se nos ofrecía en aquel espacio cerrado.</div>
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Durante unos días vagamos de paisano por todo el recinto, esperando a los rezagados de otros sitios del territorio nacional, cuya demora nos concedía un pequeño respiro que algunos avispados veteranos aprovechaban para hacer caja. Distribuidos en varios puntos del campamento se publicitaban como expertos peluqueros dispuestos a salvarnos del arresto en la primera revista de tropa, si accedíamos a su virtuoso corte de pelo. Dicho virtuosismo llevaba aparejado un artístico resultado: un extraño dibujo en puzle de líneas que se entrecruzaban distribuido por todo el cráneo, que ahora hubiera hecho las delicias de los modernos. Lo más sorprendente era que esos dibujos a base de trasquilones de la cabellera, reducida ahora a su mínima presencia, lo realizaban en un tiempo récord y con sólo una modesta maquinilla manual como único instrumento. La única pega, aparte del intrusismo profesional, era que aquellos antiquísimos artefactos, heredados de otros veteranos ya licenciados, fallaban más que las carabinas de tiro de las casetas de feria. Se auxiliaban para su labor de un paño que hacía tiempo no había visto el detergente y una vieja silla. Cuando me tocó mí y me vi aquella ignominia grabada en mi cráneo, eché de menos al viejo y gruñón barbero del orfanato que en el pelado a rape conseguía un corte parejo en toda la mollera, aunque nos atizara continuamente con la propia maquinilla en la cocorota, cada vez que movíamos la cabeza.</div>
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Muchos a la vista del artístico resultado acabaron afeitándose la testa. Una obra de arte en uno de ellos que era de mi compañía, y que en la formación provocó tal admiración del compañero que le antecedía, el que girándose para contemplar de frente aquella magnífica protuberancia lisa que asemejaba las formas redondeadas de un glande, con tal parecido que no pudo reprimirse, le espetó en alta voz, para que el resto nos apercibiéramos, glosando en andaluz y en tres palabras tal maravilla: ¡¡¡H´ío éreh t´ópolla!!!, y así entre las risas de los demás quedó irremediablemente bautizado. A partir de entonces era el T´ópolla, por más señas granadino de nacimiento --como el que le rebautizó-- pero residente en Barcelona. Fue uno de los reclutas con el que mantuve bastante confianza, quizás compadecido hacia él por cierto aire de desvalimiento que mostraba, hasta tal punto que fui su confidente de una extravagante experiencia íntima: una noche en su litera, no pudiendo aguantar más la abstinencia sexual, sintió la perentoria necesidad de masturbarse, eyaculando en el interior de un sobre de carta: Para no manchar --me dijo--; el que después cerró con una nota dentro y lo envío por correo a la casa de su novia en Barcelona. Para muchos el prolongado encierro empezaba a ser preocupante.</div>
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La incesante actividad de las hormonas en ebullición de tanto cuerpo joven era motivo de preocupación de los mandos militares. Otra de las leyendas de la mili: ¿quién no había oído hablar del famoso bromuro que le echaban en el café que ingeríamos en el desayuno, para que se nos bajara la libido durante todo el día? No sabíamos si era cierto. El que si tenía información al respecto era el cocinero: un civil con una obesidad mórbida que debía rondar los doscientos kilos brutos que retaban, todos los días, el aguante de su pequeño coche en las entradas y salidas del campamento.</div>
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Desde el primer día hubo mucha curiosidad por saber como se resolvía aquella desproporción de escalas: el enorme cocinero conducía un pequeño utilitario: un Seat-600. Si era todo un espectáculo verlo salir del vehículo cuando llegaba al campamento; el retorno a su casa era apoteósico, intentando acoplarse a las formas rígidas del interior del auto: asombroso milagro de acoplamiento. Tal suceso conseguía congregar alrededor del coche gran número de tropa que al final aplaudíamos al "Seíllas" que a duras penas --con el chasis rozando el suelo por efecto del enorme peso de su dueño-- conseguía rodar por aquellos caminos terrosos hasta la salida del campamento.</div>
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Un día, alguien, quizás preocupado por los desconocidos efectos del brebaje que el "perverso" cocinero añadía al café --decían que producía impotencia crónica-- o, tal vez, cansado del exceso de condimentos artificiales para disfrazar el sabor de la bazofia que nos daba, aprovechando el exceso de confianza del gordo restaurador que no cerraba con llave el Seat-600, le manipuló el asiento del conductor desplazándolo hacia delante, momentos antes del final de la jornada laboral de éste.</div>
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Paco --creo se llamaba el cocinero-- que no entendía porqué su cuerpo era rechazado al intentar penetrar en el vehículo, hizo un esfuerzo supremo de presión de todo el magma de su organismo contra los obstáculos del exiguo espacio que le impedían acomodarse en el asiento como de costumbre, distribuyendo dicho magma de carne adiposa por todos los huecos disponibles, consiguiendo entrar aunque a costa de quedar irreversiblemente bloqueado entre el asiento y el volante, sin posibilidad de movimiento alguno; y, por tanto, de poder desencajarse de aquella trampa mortal. Empezó a hacer aspavientos con los brazos, únicas partes del cuerpo que podía mover, y a dar voces pidiendo ayuda. Después transcurrieron momentos de descojono e incertidumbre en el que los ahogos del cocinero, previos a un colapso respiratorio, se mezclaron con la euforia en los gritos de victoria de los reclutas: ¡¡El cocinero ha quedado atrapado!!, ¡¡El cocinero ha quedado atrapado!!... Tras complicadas maniobras pudo ser extraído del vehículo. Nunca supe si realmente allí hubo una conspiración de parte de reclutas para confinar a perpetuidad en su coche a nuestro cocinero, y así poder deshacerse de él y, por ende, del bromuro y del repelente guisote. Supongo que su vejado amor propio, una vez liberado, juró vengarse de toda la tropa, sin distinción de la canalla, pues las comidas pasaron de incomestibles a vomitivas, aunque no había que esmerarse mucho para empeorar el bodrio que nos había estado endilgando durante todo este tiempo.</div>
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Poco tiempo tardó en aflorar el tórrido submundo de la "chusquería"; una más de las leyendas de la mili . En lo que a mí afectó: un brigada chusquero. Eran estos mandos intermedios --suboficiales-- provenientes de los infinitos enganches desde que ingresaran en el ejército por el escalón más bajo, los más temidos por la tropa, a la que trataban humillantemente para desahogar la frustración de su procedencia y la escasa y tardía promoción dentro del escalón militar --el que tenían limitado--, y a cuyos puestos más altos permitidos llegaban casi a la edad de la jubilación; sentimientos adversos que ya pude observar en su cara de perro, muy próxima a la mía, en la revista de tropa previa a la primera salida de fin de semana.</div>
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Presentarse correctamente en formación de firmes: rígidos como un palo, con la mirada al frente y el pecho alto manteniendo la inspiración de aire, casi sin respirar; convenientemente pelado, y debidamente uniformado de paseo, sin presentar ninguna incorrección en el vestir, era la prueba a superar para poder salir fuera del campamento. Me miraba con el desdén acumulado de las infinitas revistas de tropa a lo largo de su carrera profesional, escudriñándome de arriba a abajo, de adelante a atrás, de izquierda a derecha... a lo que siguió una sonrisa de sabueso al haberme descubierto una falta en la uniformidad: ´¿¿¿Dónde están las trabillas de su camisa!!!, me espetaba con desdén mientras me asía fuertemente el hombro con su mano derecha a la que le faltaba dos dedos (según referían algunos veteranos se volatilizaron en un accidente con una granada de mano) para apartarme de la formación, al tiempo que me defendía: Perdón mi brigada, no las tengo puestas porque no me las han dado con el uniforme. Creí hallar en la verdadera respuesta la justificación de una situación que no dependía de mi voluntad; ¡incauto de mí!, estaba en la mili y yo era el único culpable de todo lo que me pasara: ¡¡¡Pues si no las tienes, las pintas!!!; y dicho aquello me arrastró fuera de la formación a la monotonía del encierro del fin de semana.</div>
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La siguiente vez que noté muy de cerca su agrio aliento, mezcla de tabaco y alcohol, lucía en mí camisa de paseo unas trabillas impecables, con un lustre y color que no desmerecían el del estrenado uniforme. Posiblemente fueran las originales de la camisa, sustraídas antes del reparto de la ropa por el propio cabo furriel (encargado de la intendencia de la compañía, y por tanto de la vestimenta) que luego me vendió haciéndome un gran favor, según me dijo. </div>
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En la garita de control mostré mi identificación militar y un segundo después --¡¡¡libre!!!-- saturaba mis pulmones de ese aire que en la mañana de mi primer domingo de paseo provenía de las marismas, percibiendo la humedad que hasta allí traía el viento --mientras me alejaba de las tapias del campamento-- empujándome con su fuerza invisible fuera del descampado hasta el deseado territorio liberado de la chusca uniformidad y de la inaguantable disciplina militar: un viaje en autobús hasta Cádiz, ciudad.<br />
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FranciscoMolinaGómez<br />
<em>(continuará)</em> </div>
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg6GOtxZ5ud2gb6neriRGGSvD0F-LfxciMHFx_RGo-RrUdO_YwDPj9tRPYTxKlTswugf5CRPRr6PvkzYzE1PT-IMdkHoq25_6EvNIkGijsa0gzT9GYnXT9F1DF2pLWLme52DT9Czz8HBmg/s1600/SAM_2439.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg6GOtxZ5ud2gb6neriRGGSvD0F-LfxciMHFx_RGo-RrUdO_YwDPj9tRPYTxKlTswugf5CRPRr6PvkzYzE1PT-IMdkHoq25_6EvNIkGijsa0gzT9GYnXT9F1DF2pLWLme52DT9Czz8HBmg/s400/SAM_2439.JPG" width="400" /></a></div>
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<i>Punto D: un punto de encuentro. En cierta ocasión, siendo estudiante de arquitectura, me examinaron con un extraño ejercicio: representar un punto de encuentro. Solicité datos concretos del lugar. Me dijeron que no eran necesarios. Alivié mi perplejidad en la inmediata constatación de que había equivocado el día de convocatoria de examen y la unidad docente. Ahí quedó el asunto hasta hace muy poco tiempo cuando he entendido que lo que me pedían no era un lugar concreto, sino una emoción, un querer llegar cuanto antes, un abrazo, un apretón de manos, un estamos de nuevo juntos...; pero ¿cómo se dibuja eso? Insólito ejercicio de abstracción el pretender representar en el papel sentimientos.</i><br />
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Hace unos meses murió un amigo. No tengo ninguna fotografía con la que ilustrar nuestra relación que no sea el punto físico donde quedábamos: el punto D. Es curioso que después de casi tres décadas de amistad no necesitáramos hacernos ninguna foto juntos. El último día que nos vimos, tras una ausencia más dilatada de lo normal, convenientemente acicalado y arreglado como siempre había lucido --espécimen de gentleman en la versión de gentilhombre por donaire y amable trato-- esgrimía en su generosidad hacia mí, y en la corta distancia de la amistad, su mejor sonrisa a fin de despistarme de su mal que ya le carcomía por dentro; el culpable de que el impecable traje le bailara, ahora, en el cuerpo que había empezado a encoger y a mostrar en su cara una sospechosa palidez. Unos días antes de su huida hacia no sé dónde, volviendo en tren de una de mis visitas de obra en el sur del país, le noté cierta euforia en su llamada, emplazándome en vernos en breve. Después de aquella llamada ya no hubo otras. Ni más conversaciones. Ni puntos de encuentro.<br />
<br />
De vuelta de tan luctuoso acontecimiento, y de otros próximos de intenso calado en los últimos meses, y en la reflexión de que los seres queridos, y en este caso los buenos amigos, no nos abandonan del todo, he llegado al convencimiento de que la mayoría de las veces no se necesita un punto físico para encontrarse o reencontrarse. Ni siquiera hubiera sido necesario constatar donde se ubicaba aquel sitio. No es importante. Pudo haber sido cualquier otro. Qué más da ahora, a no ser el de avivar ese sentimiento de añoranza en las ganas de vernos, de darnos un abrazo, un buen apretón de manos; sonrientes --él mostrando su dentadura de dientes grandes-- cada vez que lo transito. Todavía lo sigo sintiendo acompañarme en mi solitario paseo ahora, bajo la copa de las viejas acacias; compartiendo en el recuerdo, al igual que entonces, distendida conversación ante una taza de buen café, o una fría cerveza, o un vino de crianza en alguna de las terrazas que se prodigan en el paseo del punto D; la que aprovechaba para darle salida a su adictiva necesidad de mezclar palabras de todos los colores con el torrefacto sólo oscuro, o la rubia espumosa, o el rojo brillante del rioja; y el siempre evanescente y grisáceo humo del cigarrillo, al que recurría en su adición a la nicotina al poco de apagar el anterior.<br />
<br />
Digo que de vuelta de tan luctuoso acontecimiento he trasladado el punto de encuentro definitivamente a un lugar importante en la memoria. Un sitio seguramente donde aliviar la extrañeza insalvable de quién se ha dado de baja forzosamente en la amistad. Le han obligado a marchar sin su consentimiento; digo más: en contra de sus deseos de seguir viviendo; de saludar cada día el amanecer, entendiendo tal acontecimiento como una nueva oportunidad de prolongarse en los demás. Era su mejor patrimonio: ser importante para los otros. Lo hacía tan fácil que no podía evitar que le envidiara por ello; mi asignatura pendiente: después de tantos años vividos, de tantas situaciones sobrellevadas, de tanta gente conocida mi destino ha ido tejiendo vínculos que tan pronto ha desbaratado para volver a tejer otros nuevos, también con final cierto en la despedida; en una laboriosa y continuada actividad sin dar tiempo a que, en la mayoría de las veces, se haya consolidado una verdadera amistad; aunque a veces el nudo es tan potente que no se puede deshacer y entonces ocurre el milagro: un extraño que has conocido en un lugar remoto al que has llegado como otra escala más de tu ruta existencial se convierte en parte de ti mismo. Eran tiempos difíciles para la verdadera amistad: la no interesada.<br />
<br />
Al final solo pervive lo auténtico: la honradez con uno mismo y con los demás próximos, la bonhomía que es atributo singular, la simetría buscada de querer y sentirte querido... y en ambos se daba; pero antes hubo que pasar las pruebas de los que buscaban la amistad amañada y esquivar las trampas de los especuladores, los aduladores, los felones, los serviles, los charlatanes, los encantadores de serpientes, los vendedores de humo..., los tontos contemporáneos; infinidad de canalla a la que supimos combatir, y de la que hacíamos la más exquisita sátira en nuestras dilatadas conversaciones que tuvieron su inicio, creo recordar, en una agradable comida en las Cuevas del Conde Duque, un antiguo restaurante muy cerca del palacio del mismo nombre en Madrid, hace ya la friolera de treinta años.<br />
<br />
Nos han obligado a renunciar de la "más imprecisa de las verdades", como alguien ha definido la amistad. Aquella que sólo existe trabajándola día a día, pero que en nuestro caso no era necesario. Sabíamos ambos que aunque promediaran intermitentes silencios en la relación, siempre estábamos ahí; bastaba con pulsar la tecla de llamada en el teléfono: Oye José Luis, tengo un problema...: ¿Es que estás enfermo, o acaso alguien de tu familia?...No, no. Todos estamos bien...: Pues entonces tranquilo, no es nada importante. En su lapidaria aseveración obtuve la prueba más contundente de su verdadera amistad que anteponía su interés sincero por mi salud y la de los míos a cualquier otro contratiempo de la vida. Lo demás era secundario. ¿Cuánta razón! Ante tal contestación minimicé rápidamente el problema; ya no era tal. Aún así sólo lo pude resolver con su ayuda. Era un regalo sin contrapartida, como siempre había ocurrido entre nosotros cuando uno u otro lo hubo necesitado; aún así me empeñé en regalarle una pintura a la acuarela del Templo de Debod que se eleva en un promontorio ajardinado muy cerca del punto D; gesto de amistad que era más que el deleite de un paisaje, un perpetuo abrazo; un estar al lado sin necesidad de estar físicamente juntos.<br />
<br />
En el amor a los tuyos y en la amistad uno cree sobre todo en las cosas que no ocurren; bueno en todo caso: que sólo les ocurre a los demás. Vamos transitando en la vida, quemando etapas, oyendo esas noticias que le suceden a los otros hasta que, incrédulos y sacudidos internamente, algún próximo rompe esa engañosa suerte de creernos algo inmortales... y entonces piensas en las cosas que quedaron por hacer, en las conversaciones que han quedado pendientes, en los elocuentes silencios que seguían a éstas... en la foto juntos pospuesta indefinidamente; pero inmediatamente, como un bálsamo ante el vacío que se instala dentro, la mente rebobina como una película todos los momentos compartidos que si lo fueron: una crónica fabulosa que aunque no se haya escrito todos los días, si se siente como tal... y entonces recuerdas... cuando con treinta años más joven tenía el mismo eterno porte de gentleman, perfectamente trajeado y encorbatado, siempre de colores discretos que no deslucían, al contrario avivaban, unos zapatos brillantes como si estrenara todos los días; estética que contrastaba con la más informal, escorada a la bohemia artística, de la mía. Un buen contraste que proseguía en el trato cuando simulando seriedad me congratulaba en su desatada risa a mis bromas e ironías sobre cualquier tema de actualidad y de interés para ambos... luego, sin poder aguantar más le acompañaba en la aparatosa risa...; y que perduró en el tiempo cuando, ante mis resquemores por abandonar sin conocimiento de mi jefe el trabajo, me convencía, algunas veces, para escaparnos por la ciudad, haciendo de taxista con su coche: a desayunar, tomar el aperitivo, almorzar... cada vez en un sitio distinto con empeño en descubrirme todos esos rincones encantadores de la ciudad, que él bien conocía... y era: la sorpresa, el reírnos a carcajada suelta, el conversar un rato... la justificación de aquellas huidas juntos. Creo recordar que una vez estuvimos a punto de montarnos una mañana en el teleférico con estación de salida en el propio paseo del punto D y destino en la Casa Campo --extenso pulmón verde de Madrid-- para desayunar y conversar a casi tres kilómetros de mi lugar de trabajo. Y es que aquél era el tiempo que teníamos para nosotros; el fin de semana era de la familia; así lo entendimos siempre. Era curioso como desde un primer momento delimitamos ambos territorios, aunque no nos hubiera importado mezclarlos, pero al igual que la foto juntos siempre lo aplazamos.<br />
<br />
Amigo José Luis después de haberte dado involuntariamente de baja de aquellas escapadas, no he vuelto a hablar con los conocidos a los que frecuentábamos. Te acuerdas de María... sí, la del Subterráneo... ha cerrado el bar y ahora publicita el traspaso del local. Es como si todo empezara a venirse abajo, como si los acontecimientos se empeñaran en constatar el final de una época. Otros siguen abiertos: Cuenllas, Entrevinos... La Montaña con sus eternos regidores: Valentín, Lorenzo... les veo tras el cristal atareados cuando paso al lado; como cada día, como si no hubiera sucedido nada --bastante tiene cada cual con sus problemas--, como si el mundo funcionara al margen de los sucesos trágicos de los otros, con la inercia de la continuidad de las cosas. Indolencia del todo sigue y nada se para en la necesidad de la supervivencia, de la conservación de la especie, coadyuvando a superar condiciones adversas. Indiferencia injusta de lo que me rodea ante mi congoja que no me da ni un segundo de tregua, al contrario se hace presente y dolorosamente ruidosa... y al final en mi evocador paseo por los recuerdos diluyo mi agujero negro en el eco de los pasos sobre el enlosado, en las propias vibraciones del martillo compresor rompiendo la acera, en el intenso y agudo ulular de las sirenas de las ambulancias que pasan cerca... en el murmullo de fondo del ruido ronco del tráfico de coches; mientras camino apesadumbrado por el paseo del punto D.<br />
<br />
Ahora, al transcurrir de los meses, sé que no tendré más remedio que gestionar un nuevo tiempo de amistad. Un tiempo del que al principio me costará habituarme, negando a mí mismo haber finalizado el anterior por aquello de que no quiero descontarme un amigo, mientras subsistiré perennemente en la incertidumbre de la pregunta: y ahora, ¿dónde quedamos?<br />
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<br />
FranciscoMolinaGómez<br />
(Tiempo largo de amistad que hemos aprovechado, amigo José Luis. Pueda parecer que este tiempo haya transcurrido muy rápido percibiendo cierta insatisfacción de la vida; craso error de percepción: el tiempo transcurre siempre igual. Es nuestra torpeza la que lo pierde en asuntos fútiles en vez de amortizarlo en lo importante: Venturosa amistad para todos en el año nuevo: 2017... y en el siguiente... y en el otro...)<br />
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<br />pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-61884034525390743312016-12-01T02:47:00.000-08:002017-01-04T02:42:44.943-08:00EL CARBONERO QUE AMABA LA PINTURA<br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNbvBNiejoc7Rwxtcw7l0y9oS8aq2bsqAbn1A75HJk5G0P_tefDg5sOH9ZfcX5BWcHJ67wc-0deRe451eQ2zQC4N382A01HaPoY6wDYEiJeKhIjcUV98_wjEnlrhRK5CUS3Dwx41Luzv8/s1600/tomas-martin-rebollo+el+balcon+de+los+pintores.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNbvBNiejoc7Rwxtcw7l0y9oS8aq2bsqAbn1A75HJk5G0P_tefDg5sOH9ZfcX5BWcHJ67wc-0deRe451eQ2zQC4N382A01HaPoY6wDYEiJeKhIjcUV98_wjEnlrhRK5CUS3Dwx41Luzv8/s640/tomas-martin-rebollo+el+balcon+de+los+pintores.jpg" width="360" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">El Balcón de los Pintores: pintoresco rincón del Albaicín --Granada-- en el que un viejo balcón se encarama por encima del paisaje como si lo sobrevolara, y desde el que se domina toda la Alhambra (obra del pintor paisajista Tomás Martín Rebollo)<br />
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<em><span style="font-size: small;">No sé porqué anidó siempre en mí, durante mi estancia en el orfanato, determinada querencia a interesarme por las personas al margen de lo estereotipado allí como normal; de mostrar cierta comprensión por los desahuciados dijéramos por alguna discapacidad física, a los que ya de entrada se les negaba la "normalidad" de integración en el grupo afín de edad, de crianza; vagando de aquí para allá; desconectados de la progresión educativa del resto de chicos. Dejando, por imposición, de ser sujetos de integración en el sistema establecido en aquel lugar como: corriente, estándar, uniforme, reglamentario..., en unos tiempos difíciles para los "diferentes".</span></em></div>
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<em><span style="font-size: small;">Se les perdonaba ciertas extravagancias en la posterior condena, con el transcurrir del tiempo, de que su diferencia nos les haría hombres que se valieran por sí mismos el día de mañana; por lo que irremisiblemente serían siempre dependientes de la beneficencia, o de la caridad, o más bien de la compasión. Posiblemente aquella querencia mía obedeciera también a algunos de estos dos últimos sentimientos; no sé. Lo que si recuerdo es que surgía en mí cierto interés por relacionarme con ellos; quizás tuviera yo también en mi soledad interior un punto de extravagancia, espoleado, sin apenas apercibirme de mi carencia, por la ausencia afectiva reprimida, que me igualaba y que irremediablemente me acercaba a ellos; esgrimiendo su defensa ante los demás sin que me reconozca un quijote ni nada que se le parezca: primero miraba por mí cuando se trataba de guardarme las espaldas o el territorio conquistado en un lugar en el que si te dejabas avasallar eras "niño muerto".</span></em></div>
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<em><span style="font-size: small;">Al principio siempre me aproximé a ellos, lo reconozco, con cierta prevención. Después fue la persona la que me fue conquistando, reflejándome en ellos como imagen en un espejo, de la que me gustaba lo que veía: eran excesivamente afectivos, y a sensu contrario solicitaban la misma o más afectividad de los que le rodeábamos. Ya he escrito sobre algunos: el Mudo, Rafael de las muletas...</span></em></div>
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<em><span style="font-size: small;">No tengo ni que decir que, por el contrario, siempre había rechazado a los que mandaban, administraban, supervisaban, controlaban...; los taimados administradores, celadores y guardianes a los que denostaba, y de los que guardo un velado recuerdo que le he impuesto a mi memoria: personajes más que personas de vidas poco interesantes, anodinas, aburridas..., que no me han aportado algo válido en la vida. Todo lo contrario de lo que sí han hecho esas otras personas a las que sí me arrimaba en la oferta de una riqueza de matices que por desgracia sólo he sabido visualizar mejor en los recuerdos, al cabo del tiempo. La misma actitud de rechazo que he mantenido luego a lo largo de mi vida respecto de los que ahora llaman "personas tóxicas". </span></em></div>
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<em><span style="font-size: small;">Después, al cabo de los años, reflexionando sobre todo aquello he descubierto que había en ellos cierta lúcida filosofía de vida --envidiable grandeza de saber sobrevivir en la adversidad de un contexto totalmente desfavorable; así como extremada y delicada dedicación a aquello que se le destinaba, poniendo toda la atención, todo el celo-- que les diferenciaba con ventaja de otros; e incluso en alguno de ellos percibí cierta sabiduría que los hacía aún más interesantes; incluso el añadido de un haber creativo como el caso del carbonero-pintor, desahuciado de la vida por pobre, persona ajena al ambiente del orfanato y al que conocí casualmente.</span></em></div>
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</span> <span style="font-size: small;">Ahora, a la vejez, a vuelta de todos los peligrosos recodos sobrevividos --pobreza, enfermedad, soledad...-- sólo le atenazaba un miedo: el de quedar desubicado definitivamente en el final del tiempo; el de no ser él mismo sino uno más en el anonimato, imitando a toda aquella caterva de gente cansada, de mirada anodina perdida en sus inaplazables asuntos, o hacia el televisor en lo alto de la repisa de un rincón del bar, mientras esperaban la llegada del tranvía para retornar a sus casas; mirándose de reojo; sin intercambiar ningún juicio, como mucho el relativo al frío o al calor; ninguna palabra, sólo interjecciones; ningún gesto que no fuera el cansancio de toda una jornada laboral; como si a los lados y detrás no hubiera nadie. Delante un deseo común: la necesidad de escapar a través de lo que parecía ser una única ventana al mundo, aunque fuera en negro más que en blanco. Una huida ficticia: ¿a qué mundo? Algunos --bastantes-- con las cabezas levantadas; casi sin parpadear. Aquello de ver la televisión era un buen ejercicio para no pensar, para abandonarse a las imágenes, comentarios y canciones, y así despreocuparse durante muchos minutos de los problemas acumulados durante el día; una prórroga en el hastío de la rutina diaria de una dictadura, dejándose llevar todos por la acariciante voz del locutor Raúl Matas en el largo magazín televisivo de la tarde-noche, dando paso a la no menos cálida, aunque más fresca y nueva de la cantautora Cecilia: "Mi querida España / esta España viva / esta España muerta...", sonando distinta después de la censura: "Mi querida España / esta España mía / esta España nuestra / De tu santa siesta / ahora te despiertan / versos de poetas / ¿Dónde están tus ojos / ¿dónde están tus manos? / ¿dónde tu cabeza?...".</span></div>
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<span style="font-size: small;"><br />
</span> <span style="font-size: small;">Quería seguir existiendo, aún cuando ya portaba una pesada carga, he hizo nido: ubicó para siempre sus largas jornadas de mísero retiro de una vida sólo y muy pobre en el solitario rincón, debajo mismo del televisor mirando de frente, por contra, a toda aquella gente que en grupo homogéneo imitaban las mismas miradas vacías en alto, y para los que, seguramente, siempre había sido invisible. Ahora era él el que les descubría a ellos, auténticos invisibles, escrutando desde su posición contraria sus reprimidas emociones, sus prolongados silencios, sobre los que sólo se oía el murmullo al otro lado del bar con el trajinar de los camareros, y, sobrevolando por encima de su cabeza, la melódica voz de Cecilia en la imposición de la censura: "Mi querida España / esta España mía / esta España nuestra..."; de lo que en realidad quería decir: "Mi querida España / esta España en dudas / esta España cierta / De las alas quietas / de las vendas negras / sobre carne abierta / ¿Quién pasó tu hambre? / ¿quién bebió tu sangre? / cuando estaba seca..."; y en las miradas desviadas aunque fueran sólo unos segundos, por contraposición, empezó a ser visible para los otros.</span></div>
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<span style="font-size: small;"><br />
</span> <span style="font-size: small;">Y para mí también que, a la misma hora, me unía con devoción al grupo de televidentes en los días de cambio; de final de etapa; del inicio de recientes proyectos cara a una rápida salida profesional: al principio de la década de los setenta me inicié en el oficio de opositor a la administración pública. Ahora al final del día, después de clase, transitaba por la ciudad en solitario sin más compañía que mis desgastados libros, hasta alcanzar la parada de tranvías frente al bar Humilladero, cerca del río Genil, a la entrada a Granada por su viejo puente de piedra. A esas horas también, después de una jornada de clases como aprendiz de pintor, Miguel Puentes un compañero de internado --fuimos varios los que, ante la devoción de Miguel Puentes por la creación pictórica, apostamos ante don Ángel, su maestro de estudios, por su ingreso en la Escuela de Arte y Oficios de Granada, a donde, concedida ya tal gracia, acudía por las tardes a clases de dibujo y pintura, y a cuyo término, a la noche, coincidíamos en el bar-- apurábamos en el entretenimiento de la televisión los últimos instantes del día en semilibertad vigilada, esperando la llegada del tranvía que nos retornaría al orfanato en Armilla, en un ir de viaje que en muchas ocasiones deseé, por entonces, que no acabara.</span></div>
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</span> <span style="font-size: small;">Su andar pausado, metálico, me reconfortaba, me hacía soñar en otro lugar más libre; en otro tiempo más amable; en un ilusionante futuro que se resistía en llegar; con sólo el consuelo, ahora, de un imaginario inédito recorrido sin fin; confundiendo tiempo y espacio en una misma cosa; conjugando el tiempo presente consciente de mis traumas y mis miedos --posiblemente los mismos que los de mi compañero de viaje--; sintiéndolos ambos. Me perturbaba el final del trayecto, el despertar del sueño en los alargados pabellones donde nos esperaban aquellos celadores y una cena muy fría. Había llegado al convencimiento de sentirme más acompañado en la soledad buscada que en la convivencia con mucha gente impuesta. Durante mucho tiempo deseé quedar varado en mitad de la vega, absorto en mis pensamientos; desvanecerme en mis numerosas cuitas. Otras veces suspiré perderme en un viaje hasta los confines del camino de hierro que nunca había visitado, y que siempre había imaginado como algo muy lejano; lo suficiente para olvidar los límites que cercaban mi existencia, reconfortándome durante el corto viaje en tales pensamientos. Sólo deseos que de principio empezaban a esfumarse en la realidad de aquel bar.</span></div>
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</span> <span style="font-size: small;">En los recesos del largo magazín recuerdo a un Miguel Puentes ilusionado, hablando sin parar de aquel esperanzado momento de su vida... feliz, mostrándome lo que hacía cada día. Tan enfrascados estábamos en las reflexiones artísticas que al principio no nos apercibíamos que desde hacía tiempo éramos observados por un extraño sujeto: un hombre ya algo mayor, extremadamente delgado hasta la consumación en sus continuas toses. Al cabo de un tiempo ya sentíamos como día a día nos miraba atentamente desde su refugio urbano: debajo del televisor que en alto dominaba el espacio del bar; solitario rincón desde el que veía pasar los hechos intrascendentes de la gente corriente; gente como él; como los camareros de mandiles blancos con lamparones; como los obreros de fiambrera de mimbre y tabaco negro; como los jóvenes estudiantes, desertores de la labranza y del campo...; como nosotros dos; y en el que refugiaba su vida pobre, trabajada hasta los últimos días. Sitio hecho lugar ya de muchas largas y tediosas tardes-noches de soledad ante un eterno café, ya frío... muy frío, demorando los sorbos en el tiempo; en un tiempo del que ya no se espera nada para uno mismo, simplemente poder reconocerte en la condición humana; poder observar y regocijarte con tus congéneres, y con suerte poder hablar con algunos de ellos.</span></div>
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</span> <span style="font-size: small;">Una noche se excusó de la intromisión en nuestra conversación, presentándose como el carbonero-pintor, e invitándonos a ambos a un café que gustosamente aceptamos. A partir de aquel día, y durante casi seis meses, inauguramos a diario una tertulia a tres de la exposición de los trabajos de aquel alumno obsesionado con ser pintor, de mi experiencia como artista autodidacta, y de la vivencia que --confesaba su práctica desde muy joven-- había sido realmente la devoción de aquel carbonero: pintor de cuadros; ajenos los tres, desde entonces, a la voz de Raúl Matas, el locutor del magazín de la tarde que se prolongaba hasta bien entrada la temprana noche de otoño-invierno; cara amable en el descrédito --aunque entonces no nos apercibiéramos-- de una televisión única, amañada; al fin y al cabo cómplice de la tergiversación de la letra de la canción da la cantautora: "Mi querida España / esta España mía / esta España nuestra...", que escondía la otra: "Mi querida España / esta España blanca / esta España negra / Pueblo de palabra / y de piel amarga / Dulce tu promesa / quiero ser tu tierra / quiero ser tu hierba / cuando yo me muera...". </span></div>
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</span> <span style="font-size: small;">Ajeno tal vez, nuestro contertuliano, a la voz del locutor, sin embargo no lo era a la trágica semblanza de país, escondida por la censura en la otra letra. Esa había sido, y seguía siendo, en la congoja de su relato: su particular encrucijada espacial y temporal. Como muchos otros vivió el horror de la sinrazón de un país, y las penurias a las que avocó aquel espanto, y quedó atrapado sin poder alzar el vuelo, con las "alas quietas" atenazadas por el miedo y la pobreza que le predestinó desde muy joven --según nos fue contando-- al penoso y esforzado acarreo y reparto de carbón por numerosas viviendas de la ciudad, echándose a sus espaldas los pesados sacos del negro combustible, por cuyo penoso trabajo sólo pudo malvivir, prolongándose su miseria toda una vida, incluso cuando, pasados muchos años, se hizo cargo de la carbonería (cuando ya el gas butano le había ganado la partida al carbón), cuyo rédito más logrado fueron las "vendas negras" como alquitrán que se le fueron adhiriendo, con el tiempo trajinando entre el carbón, en los pulmones, oprimiéndolos, y que ahora le obstruían los bronquios haciéndole insufrible la respiración; mal crónico del que sólo se defendía tosiendo compulsiva e intermitentemente, aliviándolo en la compañía buscada y deseada de dos "pobres diablos", delante de unos cafés que no se acababan nunca, intentando descifrar con los vidriosos ojos rojizos --"¿Dónde están tus ojos?"-- por efecto de su exposición continuada al polvillo negro, aquellos posos que dibujaban formas oscuras en el fondo de la taza; ensimismado unos segundos en la interpretación de alguna premonición que sólo el presentía.</span></div>
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</span> <span style="font-size: small;">Era en su "carne abierta" la respuesta: "¿Quién pasó tu hambre?, ¿quién bebió tu sangre?, cuando estabas seca"... y nos mostró sus manos acartonadas y callosas --"¿Dónde están tus manos?"-- en las que prodigaban las durezas colonizando toda la piel, lo que no impedía que a la vez fueran estilizadas y sensibles cuando con un pincel imaginario en una de ellas pintaba de colores el aire, en un ejercicio de maestro, entusiasmado con el ficticio pincel saturado de pintura ante un supuesto lienzo blanco desentrañando sombras, descubriéndonos la excelencia de los más nimios matices, refiriéndonos --con su hablar pausados por las toses-- la odisea de la progresión del cuadro como un viaje fascinante de la vida --aquella de la que solo le salvó el arte; su religión-- a lomos del magisterio inmensurable de la naturaleza que le descubrió --y por ende nos transmitió a los dos-- la mística del acto creativo al querer atrapar el tiempo eterno de aquella; así como que en su trance ocurrían "cosas", pues como apostillaba sobre el final de sus obras: entre dos colores caben infinitos colores; entre dos instantes devienen infinitos instantes; y entre dos sucesos se suceden infinitos sucesos. Creo que al final venía a decir que entre sus dos "yo" había infinitos vacíos. ¡Entonces?... semejante pasión, semejante entusiasmo; aquella efusión, aquel calor; ese ímpetu, esa fogosidad --"¿Dónde tu cabeza?-- desmentían que los hados de su existencia, que anduvieron escasos de serle propicios en los afectos y en la riqueza, le fueran desfavorables al procurarle esos únicos y privilegiados momentos en que el ser humano trasciende la sustancia: de animal racional a creador. En definitiva era en su exaltación y apasionamiento que mostraba pese a su enfermedad de los más sutiles detalles, en las infinitas mezclas de colores, con los que nos sorprendió un día hablando con entusiasmo de un paraje singular en el Albaicín que había pintado hacía ya bastante tiempo: el Balcón de los Pintores, inmensamente rico. </span></div>
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</span> <span style="font-size: small;">Y en la necesidad de contar aquella experiencia estética se humedecía intermitentemente los labios, como si el fuego de su interior los resecara... y se explayaba... y ahora hago legado de su relato: Subió al Albaicín a pintarlo durante todo un verano, comprobando de cerca el color que la luz variable a lo largo del día reflejaba distinto en aquellas añejas paredes; desgastadas por el tiempo y la humedad; degradados encalados que dejaban ver, a trozos, sus entrañas color ocre de los viejos ladrillos; conforme ascendía con sus bártulos de pintar arrastrando su melancolía, como catarsis de un nuevo ser que renaciera de sus miserias cada día, por el irregular y empinado empedrado del que sobresalían algunos poyetes para el descanso, la reflexión y el apunte a carboncillo del mundo que le rodeaba, visiblemente pasado de ruina pero milagrosamente en pie --creo que aludía a aquella obstinación de las casas aferrándose al terreno, al mismo desespero que experimentó siempre por sujetarse a la vida, a sobrevivir pese a lo vivido; a pesar de su melancolía--; prosiguiendo más tarde su ruta hasta llegar cada mañana al lugar donde la magia de un balcón no sólo impregnaba el paisaje sino también le envolvía su ánimo, siempre el mismo: casi sin respirar, maravillado sin atreverse a articular palabra, buscando la luz más favorable en la que aquella atalaya enseñoreara su realeza sobre el sitio. Después al cabo de varios días, una vez tuvo encajado el dibujo, esparció en la paleta un muestrario suficiente desde colores fríos a cálidos, que ordenó como degradado de acontecimientos que se producirían inevitablemente en la tela blanca, inmaculada, rompiendo ese primer temor atávico al vacío; y en un difícil ejercicio de extrapolación por descifrar sus códigos y sus claves, empezó por el fondo donde el cielo y el paisaje de tierra se difuminan en suaves colores planos... después los medios, donde empieza a trabajar la luz moldeando la materia... y por último los más cercanos de los detalles; siendo cada pincelada distinta de las otras; cada instante de recreación único; cada suceso irrepetible. Siempre estimé que en la revelación de sus secretos halló posiblemente el ungüento que curaba su herida y que generosamente nos lo regalaba.</span></div>
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<span style="font-size: small;"><br />
</span> <span style="font-size: small;">Otra vez ocurrió: la misma prevención de siempre... las mismas dudas. Y es que nosotros no éramos nosotros: nos habían moldeado al antojo de otros y ya éramos irremisiblemente seres con muchas carencias y complejos: retraídos, esquivos, tímidos...; frágiles, creyéndonos a merced de cualquier filibustero...; con muchos miedos que inevitablemente se acentuaron un día en la rareza de aquellas circunstancias.</span></div>
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</span> <span style="font-size: small;">La tarde-noche --último día de clases antes de las vacaciones de Semana Santa-- en la que Miguel Puentes no se presentó a la cita diaria, viví una extraña situación coincidiendo con la invitación del carbonero-pintor de mostrarme su obra pictórica que guardaba en la carbonería que, según nos había dicho, no distaba mucho del bar. Cruzamos algunas estrechas calles transversales a la Carrera de la Virgen hasta detenernos en un portón antiguo de madera, algo desvencijado, que cerraba un bajo con apenas algunos huecos al exterior, inservibles a aquellas horas de la noche: el local, una antigua carbonería, no tenía luz eléctrica. Yo iba delante cauteloso, mirando el suelo muy negro de un largo pasillo, que liberaban a los lados dos montones apilados de negro carbón, tanteando los pasos a la luz de una potente linterna que desde atrás me iluminaba, y que portaba mi anfitrión, al que sólo se le oía su pertinaz tos. Me sentía acojonado por situación tan oscura y extraña, y, a la vez, arrepentido de haber aceptado su ofrecimiento, fabulando en mi pánico un inesperado ataque por las espaldas e imaginando ya la escondida reseña necrológica en el apartadillo de algún periódico... y que duró hasta que unos instantes después el foco de la linterna iluminó el lienzo que se apoyaba en pedestal de obra, acentuando aquella altura en la envolvente de la oscuridad que un Balcón pareciera levitar realmente de entre la edificación; momentos en los que suspiré para adentro, y me relajé algo oyendo las explicaciones de su autor en la complacencia de la pintura... aunque no prestando atención del todo: apremiándole seguidamente a marchar de allí argumentando la urgencia de no perder el tranvía. No me entretuvo más y me acompañó amablemente, pisando ambos el potente chorro de luz de la linterna sobre el ennegrecido suelo, hasta la puerta; despidiéndonos en el momento que lancé un profundo suspiro. Él permaneció en el vano abierto viéndome marchar, como demorando introducirse dentro, insistiendo en su despedida con gestos de la mano hasta que lo perdí de vista. Ya no lo vi más.</span></div>
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</span> <span style="font-size: small;">A la vuelta de las cortas vacaciones de Semana Santa no le encontramos en su perpetuo rincón --¡qué extraño!--. Esperé los días siguientes, deseando verle aparecer para poder excusarme de mis prisas del último día, ansiando quedar con él, en el advenimiento del buen tiempo y con luz natural, para que me mostrara toda su obra creativa que guardaba en difíciles condiciones en la carbonería. Ver el rincón vacío me produjo cierta desazón que se fue convirtiendo en desconcierto en la persistente desaparición de los días sucesivos... ¿qué habrá pasado?, nos preguntábamos Miguel Puentes y yo... sin obtener respuesta cierta. Entonces me acordé de aquella última noche..., tal vez presintiendo su final próximo, quería compartir con alguien de confianza su más lograda experiencia plástica: la plasmación al óleo de un antiguo balcón que se asomaba al paisaje en difícil equilibrio sobre viejos muros encalados, y que era punto obligado para contemplación y trascripción al lienzo o al papel grueso de cualquier artista local que se preciara de la época, aunque no fueran aquellas las mejores condiciones para su disfrute...; no sé.</span></div>
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</span> <span style="font-size: small;">Ya no se presentó más a las citas, y en mi mente ha quedado grabado un rostro de ojos hundidos en la profundidad de sus órbitas, los que proyectaban en la vidriosa mirada un permanente poso de esperanza ; y el sonido de una voz ligeramente agrietada, velada por el carraspeo constante de algún mal pulmonar, por donde, seguramente, se le escapaba la vida; una vida que ciertamente sólo había redimido el arte... al que se aferraba... o más bien --en pasado-- se aferró hasta su final en el mismo lugar del que jamás había salido --"Quiero ser tu tierra, quiero ser tu yerba, cuando yo me muera"--. Nunca lo supe ciertamente.</span></div>
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<span style="font-size: small;"><br />
</span> <span style="font-size: small;">Entonces en su prolongada ausencia, los dos "pobres diablos" acusamos, aún más, nuestra ya crónica soledad.</span></div>
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<span style="font-size: small;">FranciscoMolinaGómez</span></div>
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<span style="font-size: small;">(Estoy en deuda con toda esa gente... que me enseñó a ser fuerte en la adversidad... que me transmitió esa filosofía de subsistencia que practico: en el río de la vida no hay que nadar contra corriente, es imprudente y te puedes ahogar; por el contrario hay que dejarse llevar por ella, acompañando su fluir hasta alcanzar algún remanso en sus márgenes. Gracias por todo carbonero-pintor, y disculpas por aquel momento de desconfianza pues nosotros no éramos nosotros...)</span></div>
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<span style="font-size: small;"> <em> </em></span></div>
</td></tr>
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<br />pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-44431086312768464572016-11-02T03:51:00.000-07:002016-11-03T00:32:49.482-07:00DE LA MILI (I): LA LLEGADA<br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_K9PP8sdWzgI1QYi2X8LH49lgTk3Y37gqhrrfOO3_6ESfHfebBQZbjezEN9ytcs2cHrNX5UiqFHbAoNxJQQ08KOG6DHUwQDDp-Uu9AjaoxXZ9NTS82A7lMeufW2bMCK_WC1ypEkUqb7Q/s1600/campamento+camposoto.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="273" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_K9PP8sdWzgI1QYi2X8LH49lgTk3Y37gqhrrfOO3_6ESfHfebBQZbjezEN9ytcs2cHrNX5UiqFHbAoNxJQQ08KOG6DHUwQDDp-Uu9AjaoxXZ9NTS82A7lMeufW2bMCK_WC1ypEkUqb7Q/s400/campamento+camposoto.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Vista aérea de los edificios-pabellones del campamento militar de Campo Soto en San Fernando, provincia de Cádiz. Ha sido emocionante poder ubicarme de nuevo en formación frente al edificio de cubierta plana: Doce Compañía --de los tres el más próximo al bosque de eucaliptos que se orillaba con la marisma gaditana--. Un lujo a la vista de los degradados barracones de otras Compañías</td></tr>
</tbody></table>
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<em>En la tibia mañana del otoño de mil novecientos setenta y cuatro --domingo--, deambulaba por la zona de Legazpi en Madrid, sin más intención que la de ir descubriendo esta metrópolis a la que había llegado un mes antes, justo cuando se estremeció con el último atentado terrorista en la calle Correo --explosión que oí al hallarme muy cerca del lugar--, y que empezaba a mostrar, en el latir normal de sus habitantes, cierta preocupación por el incierto futuro de un Régimen que apuntaba el declive y una crisis económica que empezaba a minar los años del desarrollismo; imaginando que de golpe y porrazo me iba a topar con Agustín, un antiguo compañero de orfanato que andaba por allí; y aunque aquel suceso suponía una probabilidad remotísima seguía persistiendo en mi premonición, observando con atención la gente transeúnte, cuando en la acera de enfrente me pareció descubrirle, al principio dudando: Parece Agustín; y después, confirmando el reconocimiento crucé rápidamente la calle a fin de no perderle de vista. Efectivamente era él. Nos saludamos efusivamente, y yo le referí sorprendido hecho tan casual.</em></div>
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<em>Irremediablemente estábamos destinados a encontrarnos cíclicamente cada cierto tiempo. Para no dejar al azar los próximos encuentros le di la dirección de la pensión donde me hospedaba, a donde tres meses después acudió a despedirse para incorporarse al servicio militar.</em></div>
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<em>Bajamos a la calle e inmediatamente el intenso frío de enero nos invadió hasta adherirse en los abrigos y pertrechos que nos protegían de los rigores de la noche, durante el trayecto hasta alcanzar el suburbano en la glorieta de Bilbao, en uno de cuyos frentes ocupado por el café Comercial --de gran solera hasta hace poco tiempo en Madrid-- aún nos permitimos el lujo de hacer una parada para tomar un delicioso torrefacto, sentados amigablemente en uno de los antiguos veladores de mármol, servidos por añejos camareros de pajarita negra y delantal blanco; a pesar de horas tan intempestivas, donde en la conversación, entre otras cosas, me refirió su destino: Me ha tocado el campamento de Campo Soto; mañana marchó para allá.</em></div>
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<em>Se nos hacía muy tarde y le acompañé hasta el Metropolitano en cuya boca del túnel le despedí: ¡Suerte en la mili! </em></div>
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<em>El denso vaho de vapor blanco se mantuvo en cada respiración de mi aliento de vuelta a la pensión. La segunda mitad de la década de los setenta se había iniciado con un duro invierno y yo estaba sólo, desubicado, perdido en una inmensa ciudad a la que apenas había comenzado a conocer, pero que ya me fascinaba.</em></div>
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<em>Poco tiempo después emprendí el mismo viaje, con el mismo destino, acordándome de él. </em></div>
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Seis meses más tarde del encuentro, otra sensación de desubicación: la de una nueva etapa, en una ciudad conocida y con fondo de un estupendo día de principios de verano, me embargaba recorriendo en irreconocible pelotón, todavía vestidos de paisano pero ya regidos por las ordenanzas militares, de las que algunos artículos --los que nos afectaban directamente-- nos había leído en el patio del Ayuntamiento de Granada, y en alta voz, un joven teniente del ejército de tierra, que de riguroso uniforme, con todos sus aditamentos de guerra, comandaba ahora el conato de formación: jóvenes de la capital y de los pueblos de la provincia de distinta formación y procedencia social apurando los últimos momentos en semilibertad, contándonos --sin haber sido presentados-- chascarrillos que habíamos oído sobre la mili; oteando entre la heterogénea masa humana por si reconocíamos alguna cara conocida, deseando que así fuera; escondiendo en las bromas improvisadas los primeros miedos de la nueva situación: la incertidumbre del futuro más inmediato que se nos reflejaba en la cara, y que nos descubrían con sus irónicas sonrisas algunos transeúntes con los que nos cruzamos, petates al hombro, en el itinerario por el centro urbano desde la plaza del Carmen hasta la estación de trenes de Renfe en la avenida de Calvo Sotelo (hoy de la Constitución).</div>
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Después de una larga espera llegó nuestro tren del que bajaron varios policías militares. Fuimos ocupando los vagones que se habían habilitado al efecto para nuestro traslado hasta el Centro de Instrucción de reclutas número Dieciséis en Campo Soto --nuestros destinos se cruzaban de nuevo, querido Agustín--, previo listado de los nombres con los que aún nos reconocíamos; antes de ser un número, perteneciente a una compañía, encuadrada en un batallón; a cuya llamada del mando militar respondíamos torpemente, intentando vanamente que se oyera grave el ¡¡presente!!, y saliendo de la formación para incorporarnos a los vagones que eran diferentes del resto del convoy: aparatosos armatostes metálicos de un gris verdoso oscuro.</div>
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A partir de entonces todos nuestros actos estuvieron presididos por la misma formalidad, el siempre repetido e insoportable rito de alinearse con los demás antes de comenzar cualquier actividad durante los dieciséis meses que duró el servicio militar; sentimientos que algunos estaban próximos a experimentar por primera vez. Otros nos habíamos doctorado en esta materia en los internados --¡¡¡A cubrirse... firmes!!!--, en donde ya desde muy pequeños nos impusieron cierta disciplina parecida; ¿verdad amigo Agustín?</div>
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La prueba del nueve de que habíamos perdido nuestra condición de civil; de negársenos la suerte de ser tratados como ciudadanos normales, a los que se les suponían unos derechos cuando viajaban, era evidente con la constatación de que los vehículos tenían más aforo que el permitido. Saturación de materia humana que ocupábamos --la mitad de pie y la otra mitad sentados-- aquellos vagones de tercera. Era una señal más de la dureza de la vida que nos esperaba; aún cuando, no queriendo ser consciente de ello, persistíamos en nuestras ruidosas conversaciones y exageradas risas en los corrillos de los chistosos; momentos álgidos de decibelios que intentaba apaciguar el teniente --se había quedado en el mismo vagón en el que viajaba yo-- que mostraba una jerarquizada distancia hacia nosotros sin querer empatizar con la futura tropa; revelando, en sus gestos de hartazgo, cierta ansiedad por acabar sin novedad, y cuanto antes, su misión de trasladar sana y salva aquella masa humana de la que era responsable hasta el final marcado en su ruta.</div>
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Pero aquel día fue muy largo pues transcurrió lento, lentísimo como la marcha del tren, que discurría por la línea férrea del interior de la región, dejando atrás las primeras estaciones de Loja y Antequera, en una mañana aún soportable pero que ya apuntaba un día caluroso, con destino hacia tierras sevillanas --aún lejanas-- en donde desviaríamos hasta San Fernando en Cádiz. Desde el asiento que en suerte me había correspondido --ajeno al ruidoso ambiente-- con el fondo del paisaje de la sierra antequerana, me complacía en reconfortantes pensamientos: el haber llegado a aquel crítico momento con los deberes hechos --a muchos les supuso una brusca ruptura, dejando temporalmente en el tintero objetivos de vida--: tenía un trabajo que retomaría a mi vuelta de la mili, y una novia que me estaba esperando en Salobreña (localidad de la costa granadina) en el todavía lejano permiso de la jura de bandera.</div>
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Absorto durante horas en aquel estado de ensoñación de venturado futuro, como si el niño y el adolescente --más bien prematuro adulto-- que llevaba dentro despertaran aliviados de una pesadilla; alegrándose ambos de que el pasado hubiera sido un mal sueño que se diluía en el vasto espacio del campo abierto, sin ser consciente del paso de las horas, ni del abrupto cambio del paisaje, pues seguí abandonándome al monótono traqueteo de las ruedas metálicas sobre las vías; perdida la mirada, ahora, en el desolador horizonte que se prodigaba de reseca retama en la que había mutado el verde panorama de las últimas estribaciones de la sierra malagueña.</div>
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El agudo chirriar del frenado de las ruedas, me hizo volver a la realidad menos halagüeña. El tren se había detenido. A los vaivenes acompañados de ruidos metálicos --como de golpes en el desenganche del vagón--, siguió una extraña quietud, y a ésta un profundo silencio sobre el que destacó la voz del teniente advirtiendo de que nadie bajara del tren. No dijo nada más, dejándonos en la incertidumbre de lo que debiera acontecer a partir de entonces, permaneciendo parados a merced de la hostilidad del lugar y de la climatología.</div>
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Las condiciones adversas del éxodo forzoso eran todo un despropósito propio de aquella dictadura militar que, si bien en los estertores de su final --o quizás por eso--, aún mantenía intacta, sin que los cambios fueran claramente perceptibles, todos los ritos, ceremonias, costumbres, y rutinas --prácticas siempre plagadas de abusos de autoridad-- que el mundo castrense había acumulado a lo largo de muchas generaciones de mozos, que desde el final de la guerra hasta aquellos días habían sido llamados a filas; y eran ahora obligado referente para los que nos incorporábamos en ese momento; en el ecuador de la década de los setenta. Eran las leyendas de la mili: ¿quién no había oído hablar de los traslados de reclutas hacinados como si fuese ganado?</div>
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La odisea de aquel viaje tuvo su punto culminante más disparatado en el preciso instante, apartados los vagones en un apeadero del camino de hierro que discurría por la seca estepa sevillana --con los rayos de sol asolando de calor un terreno que era ya una continua flama-- con los vagones desenganchados, dejándonos varados a nuestra suerte y desguarnecidos del inclemente astro que brillaba con un fuego, jamás visto, que hizo de las chapas de los coches detenidos auténticas planchas solares, reverberando el insoportable calor hacia el interior durante varias horas, las más implacables de aquel día de julio: las del mediodía y siguientes, con la radiación solar cayendo plomiza sobre el desierto páramo. Ello no fue óbice para que al poco tiempo, y por el lado en el que los vehículos proyectaban su ardiente sombra, aparecieran --como surgidos de la nada-- toda una legión de proveedores de víveres y bebidas; perfectamente organizados, dispuestos a vendernos todas las existencias, en dura pugna entre nosotros por acaparar el máximo de comestibles y de líquidos refrescantes, sobre todo agua, la que no sólo ingeríamos sino, también, derramamos sobre nuestras férvidas cabezas, escurriendo sobre los torsos desnudos (últimas voluntades de condenados que nos concedió el teniente en un rasgo de humanidad), aliviando el insoportable calor. Gracia que no pudo aplicarse a sí mismo, pues embutido en el rígido uniforme --con la gorra de plato en la mano como único desahogo-- era una fábrica de producir sudor que le brotaba por la frente y le rezumaba por el cuello. </div>
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Empezaba a declinar la tarde cuando nos engancharon de nuevo a la máquina, agradeciendo el golpe de aire --menos caliente-- que entraba en el vagón debido a la marcha. No recuerdo la llegada a la estación de San Fernando, ni el medio de transporte (autobús, camiones militares, o marchando a pie) que nos llevó hasta la garita de control y la puerta de entrada del centro de instrucción; único hueco que rompía la continuidad de la alta tapia que, a intervalos, pintaba de un blanco sucio en los puntos en los que los focos de luz la iluminaban en la noche. Estábamos en el límite de otro mundo, y que nos cambiaría la vida por un tiempo, próximos a ingresar. Otra vez, amigo Agustín --pensé--, repetíamos la historia.<br />
<br />
No sé si tú, querido compañero, sentiste lo mismo que yo al franquear las puertas del mismo recinto a donde nos llevaron a los dos, pues en cuanto puse el pie en el campamento descubrí en aquel nuevo internamiento algo de similitud con el lejano día que me ingresaron en el orfanato; si bien aquí la conciencia de la reclusión era una reflexión matizada por las experiencias vividas, y el adulto en que me había convertido. Palpé en mi ánimo de novato el miedo y la resignación que había visto, durante muchos años, en las caras de los nuevos huérfanos que ingresaban en los pabellones, sometidos a las contingencias adversas de las bromas y escarnios de los internos más antiguos; como los que nos zaherían ahora los soldados veteranos destinados en el campamento desde que franqueamos la barrera de entrada: ¡¡Bichos!!..., sois la última mierda de este campamento..., ¡¡billejos!!!, os queda más mili que al palo de la bandera...<br />
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Inmediatamente sin esperar al día, bajo la luz amarillenta de los focos que iluminaba la escena en la noche, nos asignaron compañía. Rápidamente formé con la mía: la Doce..., y empezaron los primeros gritos hacia el grupo, las primeras órdenes a voces, los primeros empujones, las primeras descalificaciones colectivas e individuales: ¡¡A cubrirse!!..., ¡¡firmes!!..., todos a la vez ¡coño!..., es que estáis apollardados, ¡o que os pasa!..., tú, ¡tontoelculo! a ver si te enteras..., tú ¡pedazo manteca!, si tú el gordo, o espabilas o te vas a quedar aquí toda la vida. Más tarde, sin perder el orden de la formación por compañías, ingerimos la primera incomestible cena en el amplio comedor en donde rápidamente nos impregnamos del olor a rancho cuartelero del que sólo nos sacudimos cuando tres meses después abandonamos el establecimiento militar. Y algo después la misma visión de antaño en la primera noche en la compañía, otra vez la reconocible secuencia de literas-camas, ocupando el alargado dormitorio; unas muy juntas a las otras, sin intimidad --el pudor, el recato y la vergüenza era, según los que ahora regían nuestra vida, mojigatería de maricones, y había que aparcarlos fuera del campamento--, dejándonos caer literalmente sobre el colchón, aún sin sábanas; extenuados pero en duermevela pendientes de las novatadas de los veteranos, rindiendo al cansancio un sueño sobresaltado muy de madrugada con el primer toque de diana.<br />
<br />
Aún cuando me costaba aceptar que me habían encerrado allí en contra de mi voluntad, no por ello dejé de congraciarme desde el primer momento --¡qué remedio!-- con aquel entorno, con su ambiente militar, y con aquellos nuevos compañeros de viaje, que sin haberlo pedido --al igual que me sucediera en el orfanato--, se cruzaban ahora por mi vida.<br />
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FranciscoMolinaGómez<br />
<em>(continuará)</em><br />
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<br />pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1349780992121564691.post-26071914395895045942016-10-03T10:39:00.002-07:002016-10-12T23:35:56.290-07:00LO INVARIANTE DE LA UBICACIÓN<div align="justify">
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<em>Es curioso, cuando repaso álbumes de fotos antiguas, las de viejos compañeros de andanzas de orfanato, siempre reparo en las que he quedado inmortalizado en el tiempo junto a Agustín: un colega de infancia, compañero de fatigas (continuas privaciones y prolongados encierros). Y lo hago </em><em>porque me sorprende que en todas ocupamos el mismo lugar de posición --l</em><em>a nuestra distinta de la que percibe el observador-- en la instantánea fotográfica: yo a su izquierda y él a mi derecha. Y siendo así, siempre me he </em><em>preguntado si aquellos gestos obedecían a algún mecanismo automático del subconsciente, motivado, quizás, por la necesidad de ocupar cada uno su propio espacio en nuestro particular mundo como respuesta de relación con el otro. ¿Tenía algo que ver con las experiencias vitales compartidas, tan parecidas? ¿Cuál era la explicación a lo invariante de nuestra ubicación en cualquiera de los distintos momentos y lugares en donde se tomaban las fotos?</em></div>
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<em>Uno que no es un estudioso de la psicología del comportamiento humano sólo puede escarbar en los acontecimientos de su vida para intentar entender las causas y así dar explicación, seguramente, a las acciones de respuesta de las conductas. Estas de las que hablo ya pasadas. Las que ahora son sólo curiosidad de indagación --ni siquiera necesidad vital de comprenderlas--, o simplemente una excusa para hablar de aquel tiempo; de aquellos compañeros, ahora desperdigados por todo lugares; de Agustín; de mí; y porqué no: de los invariantes a los que se supeditó nuestra existencia.</em></div>
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Con once años<br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHNUN3wMWxXw1qSlWDjWKjonj3q21tTTiaC6IeYhzPm6nG8R7y67XqQo2N2JFrqmnQj4o6jHbT14Uw_g6lxt4hnv_It0pNkqn_aruIE_CPfyQMKFjj7_l4UPucJZg18dL-BI9-Z1j0BVg/s1600/calafell_9_13+1113.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHNUN3wMWxXw1qSlWDjWKjonj3q21tTTiaC6IeYhzPm6nG8R7y67XqQo2N2JFrqmnQj4o6jHbT14Uw_g6lxt4hnv_It0pNkqn_aruIE_CPfyQMKFjj7_l4UPucJZg18dL-BI9-Z1j0BVg/s400/calafell_9_13+1113.jpg" width="300" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">1963 / Almuñécar / Granada / De colonias / Mañana de sol, playa y mar en julio / Día de fotos: con Agustín --a la izquierda de la fotografía-- a la orilla de la playa san Cristóbal </td></tr>
</tbody></table>
<br />
¡Qué jóvenes éramos! y cómo de extraordinaria es la memoria: cuando contemplo el gesto apagado de mi cara recuerdo que aquel día estaba algo indispuesto, pero no había que perder la ocasión pues aquél fotógrafo gordo y algo bizco sólo pasaba una vez por nuestros dominios del chambao con su cámara preparada para hacernos fotos. También recuerdo que el balón que piso era el premio por haber quedado primero en el cuadro de honor, tras las pruebas de estudios finales de aquel curso en el orfanato, y no me despegaba de él ni para dormir: el balón iba siempre conmigo; me auxiliaba de flotador cuando me bañaba en el mar; comía con él a mi lado; dormía abrazado a él... comprensible... no teníamos más que un exiguo regalo en la noche de reyes de cada año. Con once años de edad ambos, aquella imagen era el inicio de una incipiente complicidad durante los siguientes años, pues dos meses después, junto con dos compañeros más de orfanato, iniciaríamos los cuatro estudios de bachillerato, disfrutando de una privilegiada situación con respecto a los demás internos: la de poder salir todas las mañanas de aquel opresivo lugar para asistir a clases en una academia de Granada; y lo que era más importante: poder relacionarnos, después de mucho tiempo encerrados entre tapias, con gente externa al ambiente en el que habíamos crecido los últimos siete años; un auténtico lujo.</div>
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<br />
Claro que tal privilegio no era gratuito: a los cuatro nos avalaba el esfuerzo de haber alcanzado los primeros puestos en el cuadro de honor de estudios en el final del curso de aquel año de mil novecientos sesenta y tres. Durante este nuevo tiempo Agustín y yo mantuvimos una afinidad compartida, que identificaba una forma de tratarnos, de relacionarnos; una forma de ser, de sentirnos algo más que compañeros; de superar la adversidad de la soledad que compartíamos y que nos era más común que al resto del grupo de cuatro --los otros dos tenían madre; nosotros no--, y que generó en ambos una cierta actitud de lealtad, estando a mi lado cuando en cierta ocasión, e incomprensiblemente, los otros dos me hicieron el apartheid, y yo al suyo en especial en aquellos momentos bajos, cuando no pudo superar el paso al examen de la reválida de cuarto curso; últimos días antes de separarnos:</div>
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<br />
Recuerdo que los últimos días del grupo, aunque encadenado al duro banco de la gran prueba que se avecinaba, Agustín y yo nos concedimos algunas licencias para la despedida, próximo ya el solsticio de verano. Aquel final de viaje, haciendo balance de sentimientos, nos sorprendió a los dos en la undécima vuelta a la manzana de la academia, dándonos tiempo para aliviar el caudal de recuerdos que anidaban en tal profusión que hicieron corto el camino. Tomamos pista suficiente para dejar rodar las vivencias enfilando por última vez la calle san Juan de Dios hacia arriba en largo paseo hasta el Triunfo; charlando de nuestras cosas, apurando en el recorrido hasta los acreditados jardines aquellos polos de peseta, que eran simples trozos de hielo con algo de jarabe y colorante, sin apenas sabor y que se volatizaban con el calor, impregnando de líquido viscoso los dedos de la mano, casi sin posibilidad de paladearlos. A la verborrea siguió la pausa para la reflexión en un banco de madera a la sombra de un sauce llorón, observando a la gente. A menudo los silencios son más elocuentes que las palabras.</div>
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Con quince años<br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjV4gGyaXxYvJGLRJ07uZK6c7hyDHXX2ZW-mlSkgV6NkBf5TO8akYYMTOmEK-cigPGjk2LHYgSgfvQTGhJzb57AAxWi1PgBxpYiZkwPy0_5KMZ3fZOpPEtSsTMgpLAD5MmncvXP1_nA1oE/s1600/calafell_9_13+1114.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjV4gGyaXxYvJGLRJ07uZK6c7hyDHXX2ZW-mlSkgV6NkBf5TO8akYYMTOmEK-cigPGjk2LHYgSgfvQTGhJzb57AAxWi1PgBxpYiZkwPy0_5KMZ3fZOpPEtSsTMgpLAD5MmncvXP1_nA1oE/s400/calafell_9_13+1114.jpg" width="300" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">1967 / Güejar Sierra / Granada / Excursión estudiantil al hotel del Duque en las estribaciones de sierra Nevada / Día soleado de julio / Foto: con Agustín --a la izquierda de la fotografía-- en el paraje de ensueño que rodeaba al hotel</td></tr>
</tbody></table>
<br />
¡Qué majos estamos! Habíamos crecido y de repente nos sentíamos raros: algo estaba mutando en nuestro interior. Cambios que ya no podíamos soslayar en la extrañeza de nuestras voces --nos habían cambiado los registros vocales sin que lo hubiéramos pedido y ahora conversábamos en tonos más graves-- y en el nuevo aspecto varonil alejado del otro aniñado; más musculado, aunque con alguna diferencia entre nosotros dos: en la fotografía aparezco distendido en un cuerpo que quiere salir con prisas de la pubertad, mientras Agustín parece parapetarse en ella, con cara aún de niño, algo rígido; al tiempo que la luz del sol, filtrándose por entre el follaje del bosque, ilumina, acariciante, los jóvenes afectos y descubre a ambos la proximidad del otro, que es más que un compañero.</div>
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Recuerdo que habíamos salido muy temprano desde la parada del tranvía de la sierra que se ubicaba al final del paseo de la Bomba --un bulevar verde con cierto regusto romántico al estilo de los parques públicos de principios del siglo veinte, que bordea al río Genil a su paso por Granada-- teniendo como guía a Pedro Ramírez, un seminarista que era niño del orfanato. La verdad es que el atrevido trazado de la vía, por lo accidentado del terreno, con barrancos, túneles, y tajos a la vista, asustaba bastante; sensación contrarrestada por el sosiego y la paz que emanaba del serrano paisaje. A duras penas el artefacto de hierro y madera, pintado de amarillo, conseguía alcanzar su cota más alta: las poblaciones que se repartían en la falda de sierra Nevada hasta la última estación en el Charcón.</div>
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<br />
El resto del camino hasta el hotel del Duque (conocido refugio de excursionistas), entonces vacío y cerrado, lo realizamos --con Pedro íbamos ocho estudiantes del orfanato-- practicando el senderismo. Siempre en ascensión nuestras poderosas jóvenes piernas fueron dejando atrás todo un denso follaje natural donde la maleza y masa arbórea nos iba descubriendo caminos, senderos y arroyuelos en una constante sucesión de sorpresas, hasta llegar a la explanada del refugio donde un manantial --la fuente Agrilla-- presidía aquel marco incomparable de belleza natural, que hizo despertar nuestros aún adormecidos sentidos. Aquella excursión alegre de inicio, sosegada y lúdica después, tuvo en su final el sabor desabrido de lo que era la sensación de una larga separación en el tiempo: Agustín ya no iba a seguir con nosotros. Su futuro era una incógnita: ¿Qué pensaba hacer con su vida?, o mejor dicho: ¿Qué pensaban los regidores de aquel sitio dejarle hacer? habida cuenta de nuestra imposibilidad de poder decidir sobre los acontecimientos que nos sucedían dentro de aquel rígido contexto:</div>
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<br />
Sin duda alguna amputaron tus ilusiones, obligándote a cambiar las viejas aulas de nuestra querida academia Isidoriana y las cerradas estancias del orfanato por los amplios corredores de no sé qué seminario religioso en Andújar (tierras del Santo Rostro); y como ser inteligente saliste airoso del trance sin producir recelos en los que esperaban tu cabeza servida en bandeja --y por extensión las nuestras--, objetando del mundo de los hombres; agarrándote a la tabla de salvación del servicio a Dios y edulcorando los oídos de las monjas, en especial los de la bravía superiora sor Fernanda, paradigma con hábito del Régimen, felicitándote en la elección del sacerdocio que les era más próximo: el de la orden de los padres Paúles.</div>
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<br />
Nunca te imaginé de sacerdote. Lo de la pobreza y la obediencia podía pasar --eran parte central de nuestra existencia--, pero lo de la castidad... no colaba. En realidad de lo que se trataba era de seguir estudiando aunque perdieras algo más de libertad, escondida en las maletas junto a los enseres personales que llevaste a otro lugar y, como no podía ser de otra manera, a otro internado --fuiste doblemente recluido--. La única salida: aceptar el papel de seminarista en la nueva función. Aquello si que fue inteligencia.</div>
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Con diecinueve años<br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCU3XaTaSykk2IxvQw2_QsmVCNg6l7p2Nbjzko6QlXbdndlzJp59g0FS4T3FYHTKZMgKLL1XbpsO4bgYhpxqoiMJhjT7oQy43sGZ5IDmz-nMGF9f_ZbEzHsNuPrzZ1OcpnbE6rcpfBXAY/s1600/calafell_9_13+1115.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCU3XaTaSykk2IxvQw2_QsmVCNg6l7p2Nbjzko6QlXbdndlzJp59g0FS4T3FYHTKZMgKLL1XbpsO4bgYhpxqoiMJhjT7oQy43sGZ5IDmz-nMGF9f_ZbEzHsNuPrzZ1OcpnbE6rcpfBXAY/s400/calafell_9_13+1115.jpg" width="300" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">1971 / Armilla-Los Ogíjares / Granada / En el cuadrante de atrás del orfanato / Tarde templada de junio / Foto: con Agustín --a la izquierda de la fotografía-- sobre fondo de moreras que fueron testigos permanentes de aquel tiempo</td></tr>
</tbody></table>
¡Qué dos mozos! Pero: ¿Qué quedaba de los dos chicos del grupo inicial? Ahora dos jóvenes adolescentes en los que aún había en sus gestos retazos del crío que habíamos sido y del que nos hicieron renunciar muy pronto: apenas fuimos niños y la adolescencia volaba. Fue tan rápida que en muy poco tiempo habíamos adquirido una prematura madurez. Tuvimos que enfrentar constantemente no sólo la penosa incertidumbre de nuestro futuro más inmediato, sino también abanderar como referentes, por formación intelectual y por mayoría de edad, al frente de los demás internos cierto grado de rebeldía --un sentimiento mezcla de rabia, responsabilidad, y dignidad, del que teníamos muy escaso y peligroso margen de maniobra--; y así recuerdo mis particulares guerras con aquellos taimados celadores; algunos de ellos de un elevado grado de perversidad como el apodado el Rana; del que alguna vez referiré en una entrada al blog. Estas batallas hicieron planear sobre mi cabeza, y en repetidas ocasiones, la expulsión del orfanato, la que acabó siendo una realidad al año siguiente. Me fui una tarde de junio de mil novecientos setenta y dos, por la puerta de atrás con lo puesto y con escasas pertenencias: por fortuna en mi precipitada expulsión pude salvar in extremis algunas fotos entre las que se hallaba ésta, posiblemente la última entonces de Agustín y yo juntos en aquel recinto que tanto nos marcó. No hubo oportunidad para la despedida: ¡Adiós amigo!</div>
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Con más de sesenta años</div>
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<br />
Escudriño con detalle las fotos. Inicialmente indago en el fondo de los fondos y compruebo, sin que me sorprenda, que lo invariante del mundo que nos rodeaba --los paisajes-- tenía que ver con las carencias y miserias de un país que había vivido la peor de las pesadillas --guerra civil--, y que habiendo transitado por una larga y penosa posguerra aún sufría los estertores de ésta en forma de privaciones, las que padecimos especialmente los integrantes de aquel orfanato, acostumbrándonos en las infinitas penurias a estrujar los recursos disponibles, y acomodándonos a la "inmutabilidad de la materia": Todo lo que se ve es lo que hay, y sólo cambia de sitio. Cualquier elemento no originario era rechazado y desaparecía con el tiempo; sólo permanecía lo inmutable: tierra, aire, agua, y nosotros. principio que regía las leyes de los objetos que nos eran próximos: la materia no se crea, ni se destruye, ni se transforma; se desplaza.</div>
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Así aquella arena de la playa o las piedras y la tierra del patio que tocábamos, con la que jugábamos, era siempre la misma aunque en distinto sitio. Cuando por la desmesurada magnitud algo no podía trasladarse, permanecía inalterable en el tiempo. Siempre estaba ahí, sin cambiar, igual que el primer día que lo habíamos visualizado: la montaña que al fondo de la playa dibuja su silueta virgen, o las tapias y los árboles que en el cuadrante de atrás enseñorean su eternidad. Todo era invariante. Nada cambiaba. Todo permanecía estable en el tiempo. Todo era cíclico... previsible... hasta llegar a admitir el insoportable tedio de lo que no varía como parte inevitable de nuestra existencia.</div>
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Continuo escudriñando, y observo con pena en primer plano lo invariante en nosotros --frágil materia humana-- a la vez que compruebo que esta constatación de la imposibilidad --por voluntad de los que nos regían-- de que anidaran los afectos en cuerpos tan necesitados no es nueva; la descubrí hace ya mucho tiempo. Aquel retorcido pensamiento, ligado al sexto mandamiento, de juzgar como degenerada conducta --por no decir pecado-- el que simplemente nos abrazáramos lo practicaron en nosotros, y hasta la extenuación, amenazantes con la vejación y expulsión, aquellas gentes con hábitos y sotanas; también otros. Incluso cualquier corta proximidad era sospechosa. Ya desde el primer momento en las formaciones de las filas, siendo aún muy pequeños, cuando nos obligaban a cubrirnos con el de delante, en realidad nos estaban marcando la distancia entre nosotros: exactamente lo que medía el brazo extendido hasta el hombro del compañero.</div>
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Formaciones de filas que se prodigaban: mañana, tarde y noche. Y a fuerza de medirnos continuamente con los otros, la distancia pasó de física a mental... y reprimimos indefinidamente los sentimientos y las emociones, transitando el resto de años en soledad, con el único apego de sobrevivir individualmente: solos, confundidos, renunciando al sentimiento de alivio que da sentir cuerpo con cuerpo... y ya ni siquiera nos atrevíamos a echarle la mano al hombro del que por haber compartido lugar y vivencias lo considerabas algo más que un compañero... gesto de apego que nos hubiera gustado practicar pero que estaba ausente también en las fotos... aunque en mi caso lo insinuara por mi ubicación en la fotografía: siempre me ha gustado medir el cariño en la corta distancia de mi mano derecha apoyada en el hombro de la persona que aprecio. Tal vez sea esta la explicación a lo invariante de mi ubicación en todas las fotos con Agustín. Quizás yo en aquella necesidad vital de posición le marcara, inconscientemente, su sitio.</div>
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FranciscoMolinaGómez</div>
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(Me sorprende a estas alturas de la vida que una vez lejos de allí no hayamos desterrado todavía aquella odiosa distancia... pero nunca es tarde)</div>
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pacomolinaespectador0http://www.blogger.com/profile/07113677405799927043noreply@blogger.com2