martes, 21 de enero de 2014

LAS PARALELAS NO SIEMPRE SE CRUZAN EN EL INFINITO









Hay historias que discurren paralelas; conformadas cada una según su propia dinámica particular en razón del lado de las dos líneas donde se orillen pero que fluyen en el tiempo con cierta simetría que hace que se mantengan siempre a la misma distancia aunque sin tocarse... pero no siempre sucede así. Hay historias paralelas que se tocan antes de llegar al infinito.
Esta es una de ellas: un homenaje a María Jesús, Irene y Pili.











Hacía un mes que el otoño de mil novecientos noventa y uno había iniciado su andadura. La noticia corrió a primeras horas de la mañana como reguero de pólvora por todo el servicio de arquitectura en el que entonces trabajaba: María Jesús --funcionaria y antigua compañera de trabajo-- había sufrido un atentado al estallarle una bomba-lapa adosada a los bajos del coche en el que viajaba con su hija Irene, cuando circulaba hacia el colegio de la niña en el madrileño barrio de Aluche. Según decían las primeras noticias se encontraba muy malherida: ¿¡Y la niña!?, ¿¡y la niña!?... preguntábamos repetidamente al compañero que parecía conocer los datos de tan trágico suceso: Al parecer también está muy mal, respondió.

Los siguientes minutos permanecimos atentos a cuantos receptores de radio conseguimos conectarnos en donde la noticia del atentado terrorista era la primicia del día, interesándonos sobremanera por las consecuencias de tan brutal agresión: "Hoy a las nueve horas y cuarenta minutos los vecinos de la calle Camerana del barrio de Aluche de Madrid, se han despertado sobresaltados por una explosión... / ...en este suceso, que se está investigando por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, las dos ocupantes del vehículo, madre e hija, han resultado con lesiones muy graves; María Jesús González, la madre, con pérdida de una pierna y un brazo, y su pequeña de doce años Irene Villa con pérdida de ambas piernas y algunos dedos de una mano. Inmediatamente han concurrido al lugar los servicios sanitarios que han atendido a las heridas de urgencia, disponiendo su traslado inmediato al hospital. Seguiremos informando conforme nos vayan llegando los datos". El horror que se nos dibujó en los rostros quedó empequeñecido ante el espanto en la visión de las imágenes en el televisor de casa, e inmediatamente, fuera de control y en un gesto comprensible y espontáneo, pronuncias aquello: ¡¡¡Qué sanguinarios hijos de puta!!!

Dos heroínas: María Jesús e Irene, madre e hija compartiendo sonrisas y mucho amor; en pie, erguidas: la violencia más sanguinaria y cobarde no consiguió --ni nunca conseguirá-- doblarlas. Os admiramos

Conocí a María Jesús en el homenaje de despedida de un colega --amigo y compañero de ambos-- y bastó unas horas para comprobar su calidad humana. Yo había llegado al servicio de arquitectura cuando ella acababa de irse, pero ello no fue óbice para que en el corto transcurso de una festiva velada, en animada y agradable conversación --mientras dábamos cuenta de buena comida y vinos selectos-- añadirla a mi lista de buena gente; además con arterisco: * Ésta amiga es muy buena gente. Para nada pensábamos en los brindis de despedida que pocos años más tarde la vida le daría un doble zarpazo. Bueno, más que la vida, las garras de una bestia negra. Bestia que en aquella época viajaba por todo el territorio nacional, sin distingos, en un tren del terror que se había puesto en marcha hacía casi veinticinco años atrás y cuya salida, allá por los tiempos de la dictadura, habían jaleado muchos de los que ahora repartían credenciales de demócratas, sin saber como parar, a la vuelta de sus equivocadas arengas, al monstruo del hacha y la serpiente, cuyas siglas no hace falta mencionar porque todos sabemos, desgraciadamente, de qué banda criminal hablo y porque, de cualquier forma, ¿qué importa las siglas?; todos los terrorismos son iguales: máquinas gobernadas por ¿humanos? para asesinar humanos.

Otra bestia negra, más bien púrpura --¡Púrpura fulminante!-- viajaba solapadamente en el cuerpo de Pili asestándole un golpe mortal el día siguiente de iniciada la pasada primavera; un neumococo con los mismos procedimientos premeditados y alevosos de los otros asesinos estaba atacando despiadadamente su joven cuerpo; sólo tenía veintiséis años y los facultativos que la atendían le daban pocas esperanzas de que sobreviviera. El ataque era de los más cruentos que habían tratado a lo largo de sus vidas profesionales. Las consecuencias de tan cruel enfermedad, en caso de supervivencia, eran una incertidumbre. Así se lo hicieron saber a la familia, sobre todo a sus padres que no se separaban ni un segundo de su hija.

Pili es como de la familia. Amiga y compañera de Miriam --mi hija mediana-- en el conservatorio de música, había estado en casa algunas veces; siempre educada, atenta, cariñosa y muy agradecida: El gazpacho buenísimo y la pechuga de pollo rebozada insuperable; regalándome a mi ego unas notas de cierto orgullo a las que respondía devolviéndole una amplia sonrisa. Hay algo que me satisface tanto como cocinar con mucho cariño para mi familia y mis amigos: oír algunos elogios de los platos cocinados, como lo había hecho Pili; quedando emplazada en premio a su generosidad en el comentario a repetir el menú cuando quisiera. De momento su bestia particular no nos daba esa oportunidad... pero la habría; no nos conformábamos con lo que estábamos oyendo, con la noticia transmitida entre sollozos por Miriam que nos cayó como jarro de agua fría por la espalda, erizándonos el vello de la piel: ¡No puede ser!..., ¡habrá alguna solución!... ¡no hay que perder la esperanza! La misma que resurgió ocho días después con la buena nueva transmitida por nuestra hija: Pili está fuera de peligro, ahora le queda mucho tiempo en el hospital para recuperarse. Quedamos muy aliviados al tiempo que expectantes en el largo camino de la recuperación. ¡Cuán lejos estábamos todos de adivinar el calvario que le esperaba a esta chica!

Algunos días después no dábamos crédito a lo que Miriam nos decía --a lágrima viva, totalmente traumatizada, abrazándose a su madre y a mi-- mostrándonos un mensaje en su teléfono móvil, y el que refería el cariz de necrosamiento de las lesiones en extremidades superiores e inferiores de Pili, y, por tanto, la inevitable amputación de ambas piernas, una mano y parte de los dedos de la otra. En dos meses tuvo que afrontar varias intervenciones quirúrgicas, al final de cuyo proceso médico, estabilizado por fin el mal, se abría para Pili el otro proceso: el psicológico, el más complicado de superar una vez que la vida le devolvió a su lado, aunque esta vez con carencias irremplazables, pero no definitivas... quedaba la recia voluntad de Pili para hacer de su nueva vida sino la misma de antes lo más parecido a ella. En ese difícil empeño --en el que también nos hemos embarcado familiares y amigos-- estaba Pili cuando recibió en el hospital la visita de Irene Villa, por expreso deseo de su familia que había contactado con ella, al haberle sobrevenido las mismas o parecidas circunstancias después del atentado terrorista, y poderle aportar a Pili una gran inyección de moral.


Cartel de solidaridad con Pili --otra heroína-- presidiendo el vestíbulo de la Casa de la Cultura de Majadahonda en Madrid, donde se celebró un festival benéfico de música a su favor el pasado mes de septiembre, al que asistió la homenajeada a la que pudimos saludar y abrazar

A través de algunos compañeros del servicio de arquitectura tuve noticias puntuales de la evolución tanto de María Jesús como de Irene. Después especialmente de la hija, al ser muy conocida en los medios de comunicación, a cuya actividad profesional se dedica como periodista, columnista de prensa y tertuliana en debates en radio y televisión, siempre con mensajes muy positivos: "Mirar hacía atrás no es una opción... La única derrota es el desaliento... A mi me robaron las dos piernas, pero no la alegría de vivir... La vida es más fácil con una sonrisa... Sólo podemos florecer el día que aceptamos que somos lo que somos... El odio sólo hace daño a quién lo siente... Las tragedias no pueden cambiarse, pero sí los pensamientos y las actitudes para ser feliz... Si luchas, tienes esperanza y optimismo puedes conseguir lo que te propongas, porque los límites los marcas tú... Cuando uno descubre lo que de verdad importa, su vida cambia... Lo que de verdad importa no está en lo material ni en el exterior, sino dentro de cada uno de nosotros..."; y es que de tal palo tal astilla ya que fue su madre María Jesús la que inmediatamente después del atentado le impreso su carácter luchador al ponerla crudamente frente al espejo de lo que quisiera elegir ser el resto de sus días: Vivir amargada, sufriendo y maldiciendo a los terroristas, o mirar hacia delante con alegría y optimismo. Las dos eligieron la segunda opción. Dos ejemplos vivos de derrota de una adversidad cruel y terrorífica.

También a través de nuestra hija Miriam hemos seguido puntualmente la lenta y complicada evolución de Pili; extremadamente delicada en el momento de la visita de Irene, ya que atravesaba, quizás, los peores momentos de la enfermedad una vez superada la fase crítica: esos en los que se enfrentaba, a carne viva, con la ausencia de lo que hasta hacía poco había formado parte de ella misma.

Desconozco la enorme cantidad de energía que se puede liberar cuando, venciendo todas las leyes geométricas existentes, dos rectas paralelas se desvían de su marcada y obligada trayectoria y se cruzan antes de llegar al infinito; aunque puedo presumirlo. También desconozco cómo fue el momento del encuentro de ambas víctimas, pues en el instante exacto del "cruce" Pili estaba inmersa en su peor etapa, con la incertidumbre todavía de las operaciones que planeaban inciertas sobre su ánimo y el de los facultativos que la trataban, y aunque el punto de inflexión en la aceptación de los hechos e inicio de la recuperación se haya producido, sin lugar a dudas, debido al enorme tesón y férrea voluntad de Pili con la asistencia constante de familiares y amigos --en donde se ha apoyado todo este tiempo--, pienso que fue importante aquella pequeña luz, aquel fugaz rayo de esperanza cuando, mirándose como un espejo en al persona que tenía enfrente, pudo verse recuperada, de pie, alegre, afrontando con toda normalidad el envite que le había lanzado la vida. Su propio caso pero por partida doble; madre e hija: desde el primer momento María Jesús e Irene han sido dos ejemplos de humanidad desbordada --perdonando a sus ejecutores-- y de superación de sus incapacidades físicas. En la actualidad con el auxilio de prótesis y después de mucho tiempo de rehabilitación afrontan con normalidad el día a día de sus vidas. Lo que deseamos para Pili.



El cuarteto de música "Casals", interpretando: Cuarteto en Do Mayor op.33 n.3 "el pájaro" de J. Haydin, en uno de los momentos del recital benéfico a favor de Pili. Una extraordinaria actuación que hizo levantarnos de nuestros asientos y que contribuirá, sin duda alguna, a que muy pronto se levante también Pili. ¡¡Mucha fuerza, campeona!! 

Gracias María Jesús, Irene y Pili por esa gran lección de supervivencia a través de la voluntad y el tesón. Gracias, una vez más, porque con vuestro abrazo a la vida habéis vencido a vuestra particular bestia maligna. Qué importa el color de la bestia si ya sabemos por vosotras que se puede derrotar.


FranciscoMolinaGómez

viernes, 10 de enero de 2014

EL ÚLTIMO DALÍ: DESTINO FIGUERES










Los demás no se apercibían que aquella jornada en principio alegre y chispeante había mutado --a partir del momento en que alguien había anegado de zafiedad aquellos poderosos pechos, desbordantes de fertilidad y de vida-- a otra misteriosa de extrañas situaciones. Ahora los otros "sufridores" cuando lean la crónica de aquel día irán atando cabos, hilvanando sucesos, entendiendo que lo que les pasó no era normal, aunque ellos entonces así lo pensaran..., o tal vez el que esté confundido sea yo y aquella confabulación de otros seres contra nosotros sólo haya regido en mi mente. No es de extrañar mi posible desvarío..., esto puede suceder cuando se ha visitado hasta cuatro exposiciones seguidas de Dalí en un corto periodo de tiempo.












¡Mira!, es la "Veneno" --conocido transexual español, según la wikipedia--; es inconfundible ¡esas pedazo de tetas!, dijo un chico del numeroso público que empezábamos a llenar el patio de entrada al museo de Dalí de Figueres en Girona, mientras se regodeaba muy cerca de donde me hallaba, haciendo groseros gestos con las manos, simulándose unas desmesuradas protuberancias a nivel de los pechos: ¡No ves que tetas!... já, já, já...; se reía a carcajadas en complicidad con otro joven. No me lo podía creer: habían confundido a la bella reina Esther, emparentada con la diosa Ishtar --diosa del amor y la fertilidad-- con un simple mortal de exuberantes pechos cuya desproporción tenía que ver más con la cirugía que con la naturaleza... y ya se sabe: los dioses aborrecen todo lo que no se refiera a lo natural, por algo ellos mismos representan en forma subliminal sus elementos.

Y aquel principio de agravio a los dioses en su día, en la jornada de su adoración y en su propia morada --la que había erigido Dalí para su glorificación-- me produjo cierto recelo:¿Cómo acabará esto?, me preguntaba en el convencimiento de que al hallarnos tan cerca de donde se profirió la ofensa, y en una lamentable confusión, más temprano que tarde tendríamos algún contratiempo... o varios...; no hay perdón posible al desconocimiento de las deidades y parientes que gobiernan y rigen el universo y el mundo desde la noche de los tiempos; no hay clemencia a tamaño dislate: a la comparación de su fuerza y poder con los de cualquier mortal... peor aún, con los mortales de la farándula: ¡¡Con una vedette!!... bueno ahí hubiera quedado la cosa si la ofensa no hubiera sido más grave: se rebajaba a la bella reina de Persia, emparentada con la diosa a la humillante condición de actriz porno española --dice la Wikipedia de la "Veneno"--; eso era intolerable; la venganza sería una incertidumbre que planearía sobre nuestras cabezas todo aquel día a tenor de lo que la leyenda dice de la diosa Ishtar: "Que trataba cruelmente incluso a sus propios amantes".

Lo primero en que pensé --viendo el gesto a lo "Titanic" de la reina Esther, que se erigía triunfante con los brazos extendidos en actitud espiritual en el extremo de la berlina del cadillac de Dalí-- fue en nuestros propios vehículos: ¿Los coches!... ¡ah!, están a resguardo en un parquin de la localidad...¡Uuuufffff!, ¡qué alivio!...¡tranquilidad! (desde calafell habíamos viajado muy de mañana hasta aquella antigua y noble ciudad en dos vehículos; en uno la chavalería --Diana, Sergi, Alex y Miriam-- y en el otro la "chavalería con achaques": Rosi, Salva, Teresa y yo.


Casi toda la tropa, de izquierda a derecha: Teresa, Diana, Alex, Salvador, Sergi, Miriam y Rosi

Pero no, no hubo tregua ya que enseguida aparecieron los primeros signos, las primeras señales de que algún ser superior, desde arriba, pretendía aguarnos la fiesta, el que enseguida colmató de gentes el recinto para, apretujándonos unos contra otros, dejarnos sin aire; gentes de todas partes que nos impedían siquiera andar, movernos, trasladarnos de una estancia a otra...; adversidades que capeamos estrechándonos y desmaterializándonos cuando nos encontrábamos..., hubo momentos en el pasillo distribuidor de las salas de exposición en los que ya no andábamos, sólo nos deslizábamos...; habíamos salvado con éxito aquel primer desquite de la deidad a favor de su pariente real que seguía rigiendo inhiesta y majestuosa en el centro del Teatro-museo, a donde convergían las miradas de los maniquís dorados art-decó que ocupaban todos los huecos de la platea del patio, en actitudes cambiante brazos en alto como rindiéndole pleitesía.


La muchedumbre visitante, confusa, mira extrañada a un lado y otro intentando descifrar aquellos misterios

Aquello provocó, seguramente, cierta frustración en el ente superior, el que para compensar tamaño fracaso quiso rápidamente confundirnos a fin de, en el desconcierto, volvernos locos; para ello trastocó las pinturas de los cuadros de Dalí: lo que contemplábamos no era lo que parecía. La gente arremolinada alrededor de las obras se peleaban por adivinar las figuras que percibían visualmente: ¡Es Gala mirando al mar!...:¡No, es Abraham Lincoln!...: ¡Es Gala!...: ¡Es Lincoln!...: Señores sólo entornad los ojos y apreciareis la complejidad del genio de Dalí. Algunos más torpes, aún entreabriendo levemente las retinas de sus ojos no conseguían ver al torero alucinógeno: ¿Dónde está?, sólo veo un montón de Venus de Milo...: ¡Sí, allí!, entre la primera y la segunda Venus...: ¡No lo ves!; tiene una corbata verde...: Pues no, de todas formas le voy a hacer una foto --clik--...: Ya está, ¡ahora sí!, ahora lo puedo ver... y así unos y otros salimos airosos de tamaña prueba sin perder la cordura, poniendo a salvo nuestras mentes sin obviar la genialidad en las metáforas de las propias obsesiones paranoico-críticas que el autor había plasmado en las pinturas de sus cuadros.

Al no lograr su propósito de amedrentarnos la diosa babilónica se dio un tiempo de pausa para pensar la siguiente maldad; tiempo que nos permitió ver con calma el resto de la exposición, aunque hubo un momento de duda cuando instalado ya en el último piso mirando al patio vi moverse el remate de la escultura que se elevaba, en columna de grandes neumáticos apilados, por detrás de la reina Esther: el paraguas negro que coronaba en extraño final el monumento se desplegaba sólo, sin que nadie lo accionara. Quedé pensativo unos instantes intentando descifrar semejante señal, hasta que alguien que conocía la clave de aquello nos dijo la causa: Le echas dinero abajo en un recipiente y cuando se llena...: ¡Ah!, acabáramos, como no lo había pensado antes...: ¡Estamos en Cataluña!...; falsa alarma.

Pausa que duró el familiar y relajado almuerzo en un buen restaurante de la localidad donde brindamos por la familia unida, por la familia de siempre y la nueva, por cada uno de nosotros; la misma relajación que se extendió durante el paseo por el viejo y ancho bulevar de la ciudad que orillaban enormes plátanos a cuya protección nos cobijamos en prolongada conversación de sobremesa al aire libre, sentados en los bancos que marcaban el límite con la calzada, mientras hacíamos tiempo para visitar por la tarde la otra exposición: "Las joyas de Dalí", y aquí empezaron de nuevo mis prevenciones nada más penetrar en aquel cerrado y oscuro recinto. ¿Estábamos quizás, sin apercibirnos, penetrando voluntariamente en una trampa?; una deliciosa trampa que en su penumbra nos embelesaba con el brillo del oro; que nos entusiasmaba con el preciosismo de los lujosos detalles de las joyas resplandeciendo bajo la luz de los pequeños focos; y que nos embriagaba con la exuberancia de la originalidad artística del diseño y de la riqueza del platino, de los rubíes, de las esmeraldas, de los diamantes que se reflejaban en nuestras atónitas miradas como irisados arcos iris después de que su luz de colores traspasara los cristales de las vitrinas de seguridad; en fin encandilados por todos aquellos tesoros... hasta el punto que uno de nosotros --Alex-- quiso inmortalizar con su cámara una de las joyas. ¡¡¡Error fatal!!!: íbamos a dar con la fosforencia nuestra posición a los secuaces de la deidad. Y así fue.

No me dio tiempo de avisar a Alex del peligro de aquella acción, así que cuando la luz del flash de la cámara iluminó como un fogonazo el oscuro ambiente de la habitación, quedamos aterrados por una voz de ultratumba: ¡¡¡¡¡¡Flash nóóóóó!!!!!! Nos miramos pávidos entre nosotros y a nuestro alrededor e inmediatamente, saliendo de la negrura, apareció el secuaz con aspecto de bárbaro --aunque iba vestido de guarda de seguridad--, gritando como un poseso: ¡¡¡¡¡¡Fotos nóóóóó!!!!!! Nos dispersamos como estrategia para despistar al "segurata". Yo me apercibí inmediatamente que no era tal, que su ropaje era un disfraz, que no nos dejaría en paz, y que desatendiendo sus supuestas funciones de custodia sólo nos vigilaría a nosotros... esperando cualquier oportunidad... cualquier sonido sospechoso, como el de la llamada al teléfono móvil de salvador, al que llamaba Sergi desde la calle: Dime Sergi..., echándosele inmediatamente encima aquel ser tenebroso --mezcla entre orco del "Señor de los Anillos" y matón de "Sekkuritas"-- con el ánimo alterado: ¡¡¡¡¡¡Móviles nóóóóó´!!!!!!, a un filo de la agresión que contuvo cuando comprobó que éramos un numeroso grupo, cambiando entonces de estrategia, persiguiéndonos escondido detrás de las vitrinas de la exposición; espiándonos y escuchando las conversaciones.


Portada del Teatro-museo Dalí de Figueres. A la izquierda descendiendo por un esquinazo del edificio, como penetrando en oscura y misteriosa cueva, descubrimos todo un universo de sensacioens y emociones donde la luminosidad de metales y piedras preciosas no tenía suficiente brillo comparada con las manos de su forjador en inigualables joyas. Dalí, orfebre universal

Más tarde pensó que era mejor cogernos desprevenidos parapetándose a la salida y así apresar al último para llevárselo consigo a su guarida. Astucia que no pudo llevar a cabo ya que advertido de su presencia en la puerta y dirigiéndome a él con el grupo a mi vera, le increpé sobre sus aviesos propósitos, a sabiendas que hace algún tiempo poseo unas pocas llamas del fuego de los dioses, paralizándolo el tiempo suficiente para robarle su tesoro: su número de identificación de placa, quedando al descubierto el ser denunciado a los gobernantes locales que aunque sólo son gestores, viven como dioses --casta tan poderosa en la Tierra como las otras deidades en el Olimpo--, y esperando que le corrigieran adecuadamente sus gestos de hampón, nos escabullimos a recoger nuestros coches.

Creía que con aquella reclamación y puesto a buen recaudo el energúmeno habían acabado nuestros pesares. ¡Qué incauto!, esto no ha terminado pensé, mientras nos íbamos quedando de piedra, cada vez más dura, conforme comprobábamos atónitos como puerta a puerta, todas las que daban acceso al parquin estaban cerradas, sin opción de aperturarlas desde el exterior: ¡no puede ser!, ¡habrá alguna abierta!...¡¡Ninguna!! Enseguida imaginé la siguiente adversidad y sus consecuencias: la de una penosa travesía a pie desde Figueres a Calafell --doscientos cinco kilómetros del ala--, ante la imposibilidad de utilizar nuestros vehículos, con el riesgo de desfallecer durante el camino. Estábamos resignados, observando nuestros coches estacionados a través del enrejado metálico del acceso, cuando la puerta del garaje empezó a abrirse lentamente saliendo del recinto un turismo a toda pastilla, y antes de que el portón metálico se cerrase de golpe nos escabullimos rápidamente al interior. De esta manera burlamos el descalabro y pudimos ponernos a salvo al fin: ¡¡¡Uuuufff!!!, todo ha terminado.

Seguía sin enterarme que los dioses son muy persistentes en sus desagravios y enseguida ya en carretera éstos idearon un gran atasco, atiborrando de vehículos el vial a fin de que poniéndonos nerviosos, muy excitables e irritables con los demás conductores, tuviéramos un accidente... nada que hacer nos tomamos el contratiempo con mucha tranquilidad, en amigable conversación... hasta que al cabo de algunas horas avistamos al fondo: ¡Segur de Calafell!...; ahora sí que todo había terminado.

Pues no, no había terminado; aún quedaba la última sorpresa, la última oportunidad de que el ente superior hiciera mella en nuestras carnes, aprovechando el broche a la jornada antes de que nos retiráramos, unos a sus casas y otros al hotel a descansar: la cena-celebración en un restaurante chino como colofón a aquella rara excursión. Aquí si que no me podéis negar, querida familia, que la actitud del chino, el dueño del cotarro que daba enérgicas órdenes a todos los camareros chinos, el que se erigía en el guardián del "Nuevo Mundo", se comportaba de un modo extraño... bueno yo diría muy, muy, muy extraño, como de enajenado mental, dando gritos ininteligibles --entre chino, catalán y castellano-- cada vez que se acercaba a la alargada mesa, felicitando efusivamente a Diana... intentando despistar su perversa intención en la euforia del agradecimiento a la chica porque le llevara cada vez más gente a su local... para lo que se mostraba muy generoso en la cantidad, depositando sobre el tablero con manteles de papel: platos... y platos... y platos... de comida china --rollitos de primavera, cerdo al agridulce, delicias de pato laqueado, tallarines crujientes de pollo y verduras, dados de pollo con almendras...-- repletos hasta el borde como reconocimiento a la fidelidad...; claro que yo sabía que eso no era así, que el chino loco lo que pretendía con aquella actitud, la que espoleaba en el ánimo de los otros camareros chinos que no cesaban de poner viandas encima de la mesa, era la de que reventáramos de comida china hasta que nos saliera por las orejas el arroz tres delicias, el de bambú con setas, el imperial o el de vegetales chinos y langostinos... ¡una auténtica locura! de la que huimos hasta la terraza del restaurante que daba al mar, antes de que no pudiéramos reconocernos en nuestros propios cuerpos Salva, Sergi y yo, y así aprovechando la escapada quemar un poco de tabaco. A los que, pese a mis sospechas, no dije nada de los extraños sucesos de todo el día, sólo referir el extraño comportamiento de aquel chino que gesticulaba y chillaba sin cesar.

Cuando nos reintegramos en el comedor con el resto del grupo comprobamos cómo al no haber sufrido ningún comensal merma en sus carnes en un ejercicio de mesura de la gula --en la mesa seguían aún humeantes la mayoría de los platos, algunos sin empezar-- el chino loco, comprobando el fracaso en su intención de que nos hincháramos como una hidra, nos invitó, lanzándonos su estereotipada sonrisa de anfitrión oriental mostrándonos sus grandes dientes, a que probáramos un extraño licor que alguien advirtió se maceraba con lagarto muerto..., desistimos probarlo y así avitamos, seguramente, una intoxicación, aunque para no hacerle una descortesía a tan amable anfitrión aceptamos llevarnos a casa el dudoso obsequio. Yo no lo probé por si acaso; alguno al día siguiente sufrió de estertores en el vientre.

No me podía creer que ya estaba a salvo en el hotel. Me asomé a la ventana de la habitación y comprobé que afuera regía una calma tensa, aposentada en la templada noche de verano: miré hacia arriba y dije para mí: El último Dalí... ¡diántres!... una sucesión de guiños surrealistas; y al resguardo de aquellas paredes me dormí agotado por tanto acontecimiento... pero como la mente está siempre en constante ebullición... al poco rato de quedar dormido me vi vestido de guarda de seguridad ascendiendo, como si fuera una cucaña, por la larga columna de enormes neumáticos a la que se había encaramado, sin querer bajarse, sonriente, traviesa y divertida la bella reina Esther que jugueteaba conmigo en mi tarea de llamarle la atención y en mi obligación de hacerla bajar de allí para que ocupara su posición en el cadillac... sufriendo en mi peligrosa subida la actitud hostil de los maniquís dorados que no eran tales, sino chinos locos pintados de purpurina que me lanzaban desde los huecos de la platea platos y platos de comida china que yo esquivaba en mi afán por atrapar a la reina de los desbordantes pechos, de uno de los cuales, al apretarlo hacia mí, empezó a fluir un liquido viscoso, como silicona transparente, que me fue envolviendo cuando estaba a un paso de atraparla sin lograr llegar a ella porque aquella abundante viscosidad me impedía poder respirar al cubrirme ya también toda la cara... y con la angustia de que me ahogaba desperté sobresaltado, angustiado hasta comprobar que todo estaba en calma y la tenue luz de los primeros rayos de sol se esparcía por la habitación.

Aunque me hice el propósito de no contar nada... no me he resistido.



Ninguno era Dalí..., eran Sergi y Paco, dos admiradores del genio
(final)


FranciscoMolinaGómez

miércoles, 1 de enero de 2014

CONFESIONES AUSENTES I














Reflexionaba lo escrito en la carta a modo de conversación, y me pareció fragmentaria, inconclusa; creía haberlo dicho todo y sin embargo... no sé...; le daba vueltas y vueltas a las confidencias y no acababan de convencerme: las concebía algo vacías... hasta que vi en su fondo no escrito el poso de la confesión ausente... la afloré y entonces sí: desnudé el alma.
Hoy, cuando comienza un nuevo año --dos mil catorce--, después de toda una vida de ausencias y de silencios, deseo fervorosamente confesarme con ellos... con mis padres. ¡Qué buena ocasión!

A mis padres..., donde estén.
(... de fondo se oye música que me hace levitar, que me hace llegar hasta ellos: "Melodía Desencadenada", encadenándose una y otra vez sin final...)











Amados padres:

No sé como comenzar esta primera conversación... pues... os confieso mi absoluta torpeza para romper el denso vacío que la ausencia y el silencio han ido laboriosamente tejiendo --segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora, día a día, año tras año (y ya van... ni me acuerdo)-- como espesa neblina entre nosotros hasta convertirnos, sin que lo deseáramos, en "desconocidos". Y es que hay frases que teniendo una razón biológica, en algunos casos son hirientes: "El tiempo todo lo cura". Todo es cuestión de tiempo, al parecer. ¿Hay acaso otro remedio para las heridas del alma?

Os confieso también mi absoluta nulidad de entender porqué el olvido, dicen, es cuestión de alejamiento del recuerdo. Y en su imposibilidad; ya que el sentimiento que anida en el recuerdo ha ido conmigo de por vida, no alejándose jamás de mi lado, me he atormentado todos estos años por la ausencia de parte de mí. Tal vez debiera de existir un mecanismo que cercenara de raíz los recuerdos, las caras, las sonrisas, las manos, las caricias..., y así transitar el resto de los días sin sufrimientos, sin recuerdos... pero esto sería aún más cruel.

Afortunadamente, ni el tiempo, ni la ausencia, ni el silencio, ni el vacío, ni la neblina espesa que impide vernos ha roto el vínculo que nos une, pues no existe fuerza cósmica que pueda hacerlo; no existe ímpetu tan poderoso que pueda desligarnos; vais siempre en mi corazón y ya se sabe: "Sólo mata el olvido".

Ahora ya no tengo excusa para el silencio ya que la distancia mental que nos une tiene el mismo recorrido en las dos direcciones, aunque yo, en los empeños de las tareas de la vida, me haya despistado muy a menudo perdido en esa longitud de onda. Eso no quiere decir que el cariño haya sido menos. Probablemente tenga que calificar con una mala nota a mi mano derecha, a mi pluma, a mi memoria por no haber escrito antes esta primera carta. También, seguramente, hayan obtenido baja calificación los labios que no han lanzado besos allí donde estáis.

Os puedo confesar mi absoluta desolación de crío por la obligada separación, como la del cachorro al que apartan de la madre, y en mi rabia y desesperación os imaginé siempre como eternos peregrinos en un largo viaje a algún lugar desconocido, al que partisteis a temprana edad y ligeros de equipaje desde la trastienda de vuestra vida, por la puerta de atrás del pobre: la de la eterna resignación, sin ruidos, sin aspavientos, sin propiedades, con el inmenso dolor, supuse, de los últimos segundos de consciencia porque os forzaran a abandonar el único tesoro que poseíais: vuestros tres hijos... intenté imaginar el momento en el que el alma se rompe pero no he logrado adivinarlo nunca, pese a la inmensa tarea que me impuse de escarbar en infinidad de libros. Sólo lo pude comparar con ese mismo intenso dolor de cuando perdisteis una hija, que sólo pudisteis aliviar con mi nacimiento; y es que el goce de ser padres conlleva inherente ese doble sufrimiento para el que el diccionario no tiene entrada; no hay palabras que lo pueda definir, sólo un espacio en blanco: existe pero no hay concepto que lo englobe; sólo se percibe, por desgracia.

Pero os tengo que decir que ese mismo o parecido dolor que he ido sintiendo conforme iba creciendo es recíproco. Es un dolor que por mi corta edad cuando os ausentasteis estaba larvado, solapado, pendiente de aflorar en cualquier momento, en cuanto tuve uso de la razón del corazón; instante de vivencia en el orfanato que os puedo relatar porque lo he escrito no hace mucho tiempo:...importunándome la vigilia del sueño descubrí un alba que se abría tenue, de nubes grises después de una noche de tormenta con lluvia. Miré por encima de la cama hacia el balcón, enfrente, a través de los cristales tintados de oscuros nimbos allá en lo alto del vasto espacio, y descubrí con estupor una inquietante oquedad, un inmenso agujero negro a la vez que, acordándome de vosotros sentí como un puñal que se me clavara, y por primera vez, el dolor de vuestra ausencia en forma de fría y húmeda concavidad que se acercaba, que penetraba en la habitación sin advertirlo apenas, como penetra lo invisible; un punzante frío que se colaba entre los resquicios de la madera del balcón y que se expandía ocupando todo el dormitorio; invadiendo cada rincón; cada molécula del aire al que desplazaba; cercando mi cama en su proximidad esperando su oportunidad con alevosa intención, como la del traidor que se esconde en una esquina, urgiendo sorprenderme, atacarme a traición en aquellas horas bajas; las horas del duermevela en las que se atenúan los sentidos y se baja la guardia exponiéndolos a los peligros; apoderándose entonces de mi una gélida congoja penetrando por todos los poros de mi piel. Cuando finalmente me alcanzó de pleno aquel vacío comrpobé en propias carnes la densidad de la nada. Percibí con amargura que el vacío estaba lleno. Entonces sentí por primera vez, queridos padres, el vértigo de vuestra ausencia y lloré en silencio amargamente...

Con sorpresa he comprobado en ocasiones que algunas personas se van por estar en el lugar y en el momento que no les corresponde; vosotros lo hicisteis por vivir, seguramente, en el tiempo equivocado --¡otra vez el tiempo!-- y eso me ha indignado siempre... ¿porqué a vosotros?... ¿porqué a nosotros?... no hay razón lógica para entenderlo... quizás destino... quizás azar de una prolongada y mísera posguerra de la que sólo fuisteis sufridores con penosas enfermedades que acabaron con vuestras vidas, y, por reciprocidad, con parte de las nuestras, y que zanjó brutalmente vuestras existencias que fundaban su maravilloso sentido en la supervivencia de nosotros tres --vuestros queridísimos hijos-- quitándoos vosotros el pan y los fármacos para que hoy yo os pueda hablar de la fascinante experiencia de la vida más allá de los treinta-y-muchos y los cuarenta-y-pocos años.

Os confieso eternamente agradecido por empeñaros en que superando las adversidades pudiéramos los tres pasar al "otro lado" justo a tiempo de la penicilina; lado al que vosotros con las fuerzas mermadas no pudisteis saltar: una perniciosa deshidratación sin medicinas ni médicos, servidumbre de la pobreza de aquella época, dobló tu entereza de madre; temprana y triste ausencia que contribuyó a minar la otra entereza, la de padre, que remató una asesino ataque cerebral fulminante, que no dejó siquiera opción a la despedida, sin ni siquiera la gracia del reo de expresar la última voluntad: despedirte, aunque fuera sólo con el pensamiento, de lo que más querías... de lo único que tenías, de la mayor riqueza que poseías y que generosamente, como buen padre y para bien nuestro compartías con otros: a ninguno de los tres nos dejaste desamparado.

No he sabido, lo confieso amargamente, hablar de vosotros a mis hijos Elena, Miriam y Borja --vuestro tres maravillosos nietos-- ni a mi mujer Teresa, quizás porque los recuerdos son pocos y muy lejanos, pero eso no es excusa ya que se puede hablar simplemente desde el corazón, sin necesidad de que concurran las escasas y difuminadas vivencias. Perdonad, pues la soledad del alma de todos estos años me ha hecho ser muy torpe en estas lides, pero dicen que: "Una imagen vale más que mil palabras" y en este caso así lo creo pues el amor y la bondad que traspiráis desde el único retrato vuestro que poseo ha sido mi empeño, desde el primer día, de que presidiendo un lugar preferente en el salón de casa --vuestra casa-- lo percibieran mis seres queridos; vuestros seres queridos.

Esto sólo acaba de comenzar. No debe preocuparos la espesa neblina que intenta confundirnos. Únicamente no son visibles los olvidados, y vosotros estáis vivos en nosotros. Gracias por tanto sacrificio.




Cuando se te rompió el alma, madre, las nuestras se resintieron agrietándose... después el dolor de las fisuras afloraron en silencio pues las palabras no eran necesarias: las miradas hablaban por nosotros. Ese penoso momento quedó reflejado en el papel --De mayor a menor los tres hermanos: Antonio, Carmencita y yo en los jardines del paseo del Salón en Granada hacia 1955


Vuestro hijo FranciscoMolinaGómez
(A todos los padres e hijos del mundo --estéis donde estéis--: Os deseo un venturoso año dos mil catorce)