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Uno de ellos no es Dalí, es Sergi. Y el otro..., ¿será Dalí?
(continuará) |
La primera vez que te vi no se bien quién llevaba a quién: si la enorme maleta a ti o tú a ella. Venías de terminar de grabar un programa de televisión en Madrid y en el ínterim de tiempo entre el hotel y el piso de tus amigos en la capital. habíamos quedado a media mañana en la terraza del bar Habana Vieja en el paseo de Rosales. No me podía creer que por fín te iba a ver en persona --no es que mi sobrino Sergi se haga de rogar, es que es una persona importante con muchos compromisos--.
En el regocijo de unos bien servidos mojitos, el tiempo de conversación, hablando sobre lo divino y lo humano del arte, se me hizo tan corto que ansío volver a repetirlo otras veces. Ya las habrá, ¿verdad Sergi? Mientras tanto: ¡Por favor!, que no se desdibuje de tu cara esa cautivadora sonrisa que regalas con generosidad.
A los pocos dias trasnochaste en casa pues al día siguiente íbamos todos a visitar la exposición de pintura sobre Dalí en el museo Reina Sofía de la capital. Ni imaginar entonces la trepidante jornada.
¿Porqué mi mujer Teresa y yo hemos abjurado siempre de la bulla necesaria a fin de lograr la puntualidad aconsejable en el cumplimiento de una cita cualquiera?; mucho menos si esta es de ocio, como la festivo-museística del otro día... creo que en nosotros es una cuestión irresoluble... o quizás sólo aplazada ante la posibilidad de hacerla menos emocionante.
¿Porqué estar una hora parados, aburriéndonos, antes del inicio de un evento? No se puede desperdiciar los sesenta minutos anteriores a...; así como así. Anda que no puedo hacer cosas en ese lapso de tiempo: levantarme tranquilamente un sábado --10 de agosto-- y después de asearme, preparar un pródigo desayuno para cinco en el jardín de la entrada a la casa: ¡Ah!, que no se me olvide hacer zumo natural de naranja y café, y calentar la leche desnatada; ¡ojo! que el Sergi --nuestro sobrino-- es vegano y no toma leche; no es problema, aquí junto a los paquetes de cereales coloco los brits de leche de soja y asunto resuelto.
La noche en que Sergi había llegado a nuestra vida --es una larga historia que excede este corto relato-- habíamos trasnochado cómodamente sentados, contándonos cada uno episodios pasados de nuestra existencia, en el otro jardín en el que la luz de un potente foco ilumina cada noche la insistente mirada de una Venus de Milo, eternamente confinada en su rincón, vigilándonos; deseando, seguramente, dar una calada al tabaco de la pipa de agua que vanamente --aquello tiraba poco-- intentaban aspirar Sergi y Borja --nuestro hijo menor-- a los que ya desde primer momento les unía, aparte de la sisa que como primos compartían, y entre muchas otras cosas, haber nacido el mismo año. Yo me recreaba en la conversación deleitándome con un don Julián del número uno, cuyo olor del humo, importunaba, probablemente, a Miriam --nuestra hija mediana-- aunque amablemente no protestaba. No era para tanto, simplemente saboreaba un buen veguero en una ocasión extraordinaria. Creo que molestaban más los infames mojitos comercializados que mi mujer Teresa nos ofrecía: ¡Mujer!, dímelo antes y compramos un buen ron blanco.
A la mañana Sergi dormía como un bendito, de tal suerte que me dio pena despertarle recordando que aquella noche, cuando llegó a casa, se encontraba algo pachucho con algunas décimas de fiebre: Voy a dejarle dormir un poco más... habida cuenta todavía quedan cuarenta y cinco minutos para la entrada al museo... vamos sobrados. Me coloqué los auriculares del mp3 y me relajé oyendo música mientras desayunaba; momento vital al que se incorporó mi mujer con la evidencia en la cara de no estar todavía en este mundo, al que tardó poco en volver; el tiempo del primer sorbo de café: Creo que vamos bien de hora, me dijo y aquella afirmación en ella me produjo más desasosiego que tranquilidad. Siempre que refiere esa frase llegamos tarde al sitio.
No sé porqué mecanismo el tiempo acelera su paso cuando menos lo deseas, así que tuve que despertar a Sergi a mi pesar: ¡Sergi!, ¡Sergi!, son las diez y media y tienes que desayunar y arreglar la maleta. Y nuestro sobrino se incorporó a la trepidante jornada con las mismas molestias en los ojos --conjuntivitis-- que ya traía la noche anterior: Ahora cuando termine de desayunar tengo que ponerme las gotas... ¡dónde están las gotas?... y cundió el pánico justo cuando sólo quedaban quince minutos para la entrada a la sesión del museo contratada: Bueno si no las encuentras vamos a una farmacia y las compramos...: No, no hace falta, tienen que estar en la habitación, es que soy un desastre con el orden --más que desorden, Sergi practica el mismo orden dinámico, marca de la casa, que también practicamos nosotros; le vendrá de familia--.
Al poco rato nuestro sobrino nos regalaba una amplia sonrisa exhibiendo el botecito de las gotas, momento en el que me entró el auténtico pánico ante la pachorra que mostraba, a cinco minutos del inicio del evento, nuestra hija Miriam que se incorporaba al desayuno. Si lo de mi mujer Teresa y mío es raro, lo de nuestra hija mediana raya lo patológico. Tiene la facilidad de ir estirando los cinco minutos finales de una hora hasta convertirlos en otros cincuenta y cinco minutos anteriores, engañándose a sí misma en el convencimiento de la elasticidad del tiempo. Resultado: sus amigos y amigas siempre la tienen que esperar un buen rato cuando vienen a recogerla a casa.
Ya en la capital, dejando a buen recaudo la maleta de Sergi en el coche y el vehículo a resguardo en un parking del centro urbano, nos lanzamos a la búsqueda de un taxi. Tuvimos suerte: el taxista era normal, de los que hablan poco; apenas dos frases, la de inicio: ¿Adónde vamos?...: Al museo Reina Sofía...; y la del final: Pues ya estamos... :¿Cuánto es?...
A pesar de haber llegado veinte minutos más tarde aún persistíamos en nuestra extraña percepción del tiempo, pues nos entretuvimos en obtener algunas instantáneas fotográficas de tan especial momento, justo enfrente del cartel desde el que un Dalí de ojos saltones y erizados y finos bigotes nos lanzaba su paranoica mirada, anunciando la exposición: 27 abril-2 septiembre 2013/ Dalí/ "Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas".
Por si no habíamos perdido ya bastante tiempo equivocamos la entrada al museo, al que se accedía rodeando toda la manzana hasta la plaza donde dos torres de vidrio en clave high tech nos daban la bienvenida. Y a partir de aquí la marabunta: la primera cola para pasar los objetos por el arco de detección, los primeros zigzagueos buscando los ascensores hasta en nivel 3, la segunda cola aguantando el calor que por efecto invernadero nos prodigaban los cristales de las torres que conforman las cajas de los montacargas y parada en el control de las salas, donde percibí, inmediatamente, un extraño cruce del flujo de entrada a la exposición con el de visitantes que estaban dentro. Motivo: la exposición no empezaba allí había que buscar la sala 1 que estaba al fondo doblando la esquina del patio del edificio de lo que fue antiguo hospital general de Madrid en el siglo dieciocho. Entre unas cosas y otras habíamos perdido casi una hora y eso no hubiera sido ningún problema si nuestro sobrino Sergi no tuviera billete de tren-Ave a Barcelona para las cuatro y media de la tarde. Apenas tuvimos dos horas para ver una exposición para la que, visionando todas las obras y documentales, se necesita una jornada completa de museo: de las diez de la mañana a las nueve de la noche, como mínimo.
Por ello cuando solo estábamos en el ecuador de la exposición empezamos, mi mujer y yo, a "tirar" de Sergi que como futuro gran historiador de arte se resistía a abandonar tan rápidamente las salas y malgastar aquella oportunidad de contemplar los originales de tan celebrado artista --"Figura en la ventana", "Persistencia de la memoria", "El rostro del gran masturbador", "El hombre invisible", "El espectro del sex-appeal", "El enigma sin fin"...--: Venga Sergi, solo tenemos tiempo para ir a comer algo aquí cerca y recoger la maleta..., si no pierdes el Ave.
Lo más socorrido que encontramos a un tiro de piedra del museo, teniendo en cuenta las necesidades culinarias --vegetariano-veganas-- de nuestro sobrino, fue un restaurante chino justo al cruzar la calle Ronda de Atocha. Aunque intentamos pedir rápido, incluso Miriam --todo un milagro de decisión vertiginosa que agradecimos-- de entre todo el personal del restaurante dimos con el estereotipo clonado de camarera china programada para repetir y repetir lo mismo: Menú hoy sólo plimela página...: Menu hoy sólo plimela página...: Menú hoy sólo plimela página...; ante nuestra insistencia de poder elegir otros menús de la carta, no tanto por ser más baratos sino por adaptarse más a las necesidades de comida de nuestro sobrino; instamos, suplicamos, incluso Sergi pensó en una reclamación... nada que hacer: era irreductible, persistente, tenaz, perseverante, constante, firme, terca, resistente, incansable: Menú hoy sólo plimela página...; al final claudicamos teniendo en cuenta que no podíamos perder más tiempo en disquisiciones de comida china. Comimos con la misma rapidez de los pavos, obviando postres y cafés.
Cuando subimos al taxi que paramos en la misma puerta del restaurante chino comprobamos que nos había tocado otro estereotipo que abunda por la ciudad de Madrid: el taxista pesado, pero no pesado un poquito... no, no... ¡pesado!¡pesado!... y enseguida, nada más acomodarnos en el vehículo, inició el relato de las Crónicas completas de las batallas del gremio de taxistas contra el "perverso" ayuntamiento de Madrid, lo que le obligaba a ir despacito al objeto de que le diera tiempo de endosarnos todos los episodios, sin parar de hablar. Yo lo sufría más que ninguno pues iba a su lado en el asiento de delante: Jefe, usted no puede hacerse una idea desde dónde viene esta lucha... y antes de que se remontara a la época del primer sapiens-taxista le mandé una carga de profundidad en su amor propio: Métale usted al coche que va muy despacio y tenemos que recoger una maleta en la calle Evaristo San Miguel y después marchar a coger el Ave a Barcelona de las cuatro y media: Habérmelo dicho usted antes, entre otros galardones tengo el de taxista más veloz...; ahora mientras circulaba por la calle Bailén a toda pastilla glosaba en su persona toda una retahíla de virtudes de volante que yo celebraba en el convencimiento de que llegar a tiempo al tren conllevaba un esfuerzo disimulado de simpatía hacia el conductor: Bueno, menudo soy yo de rápido; os va a sobrar media hora.
Efectivamente ese era el tiempo que quedaba para el inicio de la partida del tren cuando aquel espécimen sin dejar de hablar paraba el coche enfrente de la puerta principal de la estación de Atocha: Bueno, nos quedan aún treinta minutos... si quieres echar un pitillo, aquí se puede, le dije a mi sobrino: Es que no tengo papel de fumar, se lamentaba Sergi en la necesidad del último cigarrillo antes de subir al Ave. A los pocos segundos mi mujer Teresa le ofrecía a su sobrino un cigarrillo de los comercializados que le había pedido a una señora muy emperifollada que fumaba muy próxima a donde nos encontrábamos: Si se lo pides tú, seguro que no te lo da, le dijo la tía al sobrino. Y es que Sergi luce unos primorosos tatuajes en su pecho y brazos y un reluciente pirsin en la nariz. Nos encanta su personalidad.
Ya en la puerta de embarque después de los efusivos besos de despedida casi le empujábamos al interior, no fuera que después de toda una apurada jornada festiva, aquella terminara con nuestro sobrino en tierra. Aunque, en verdad, hubiéramos deseado tenerle con nosotros un día más: ¡Adiós! y llama cuando llegues. Besos a Diana y tus padres y uno muy grande para ti.
Un mes después, cuando nos reencontramos, te regalé una libretita en la que estaba recogida toda la reseña de la exposición de Dalí --la que vi hasta en dos ocasiones más--, dibujos a mano incluidos, y en la que que ya pudiste leer --como primicia-- esta misma narración. Ojala que ese pequeño empeño te resulte útil.
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Gracias por incluirme entre las personas que quieres |
FranciscoMolinaGómez