martes, 26 de noviembre de 2013

DE VOCACIÓN: ETERNO ALUMNO











Portada de la escuela superior de arquitectura de Madrid; el final de la larga y accidentada travesía: mi particular Ítaca.



Epílogo en clave singular de una despedida... la de toda una vida de alumno que empezó cuando aún no tenía uso de razón, hace muchos años en Granada allá por finales de la década de los años cincuenta del siglo pasado, y ha perdurado constante en el tiempo, caminando paso a paso, subiendo peldaño a peldaño: primaria... bachillerato elemental... bachillerato superior... oposiciones... otras oposiciones... curso profesional... arquitectura técnica... oposiciones restringidas... curso profesional... y ¡por fin!, el colofón: arquitectura superior, lo último; por lo que este desenlace era también un adiós a mi querida escuela de arquitectura de Madrid, donde pasé los años más fascinantes de mi formación humana e intelectual; pendiente de relato.








Hace ahora trece años y en la escuela técnica superior de arquitectura de Madrid se produjo un hecho para mí insólito hasta entonces: a mis cuarenta y ocho años de edad me daban de baja como alumno. ¡Qué barbaridad!

No me lo podía creer. ¿Cómo me hacían eso a mí?, después de tantos años ocupando en alegre camaradería las espaciosas aulas, compartiendo efusivos saludos en los alargados pasillos y entablando maratorianos debates arquitectónicos en los vastos vestíbulos entre las exposiciones de dibujos y de maquetas de edificios. ¡Era tan feliz!

No me resigné y fui a protestar a la delegación de Alumnos que estaba en el pabellón nuevo --junto a publicaciones--, recibiéndome su responsable, un joven al que al identificarme como alumno no daba crédito a tan larga y dilatada estancia en la escuela: ¿Lo tuyo acaso sea un claro caso de abducción?, me preguntó sin interesarle el asunto que me había llevado hasta la delegación: ¡No!, ¡no!, lo mío es vocacional --argumenté--. Esta prolongada estancia, como podrás comprender, me ha hecho ser un adicto al aula. Ahora no puedo dejarla y sin embargo me conminan, sin mi permiso, a dejar de ser alumno. ¡Tienes que hacer algo!, le supliqué. Me miró de arriba abajo sin dejar de sorprenderse: Yo no puedo hacer nada... compréndelo... la defensa de tu caso es muy difícil. Lo tendrás que hablar con el director de la escuela, me dijo con cierta desconfianza, dejando entrever que el mío era un caso perdido.

El despacho del director de la escuela sigue estando aún en el primer piso del pabellón antiguo, en la planta noble, al que se accede a través de unas ampulosas escaleras. Llamé a la puerta e ingresé en el despacho cuando una voz me dio la venia desde el interior: ¡Hombre!, don Paco Molina, yo le creí ya fuera de esta escuela --la primera en la frente, pensé--, ¿que le trae de bueno por aquí?, me preguntó el director, mientras me invitaba a sentarme: Señor director yo quiero seguir siendo alumno de esta escuela de por vida. Se lo solté de golpe y porrazo, sin preámbulos a fin de no perder tiempo: Pero criatura lleva usted demasiado tiempo con nosotros; ¡hooombre de Dios! no se da cuenta que esto sería un dato anómalo en las estadísticas de esta escuela, incluso diría yo un mal ejemplo para nuestros jóvenes alumnos; bueno ¡mírese!, por su edad pudiera hasta ser ya el director de la escuela, me lo dijo con ese aire paternalista que tienen todos los directores de escuela: ¿Hombre?... ¿tanto tiempo?... ¿tanto tiempo?..., no creo, balbuceé sin querer reconocerlo: Pero ¡alma cándida!, acaso usted no es consciente del paso del tiempo, no se acuerda de que cuando ingresó en estas aulas se dibujaba con tiralíneas y tinta china. Aquel dato me hizo reflexionar y pensar que quizás el señor director llevaba razón y había llegado, tal vez, el momento de la despedida: Además mírelo usted por su lado positivo --prosiguió el director--: le vamos a dar un título de arquitecto y una gran fiesta de graduación.

Aquellos reconocimientos acabaron por vencer mis reticencias y agradeciendo el docto consejo de tan ilustre persona me marché aquel día definitivamente de la escuela, pero no por la puerta de atrás que da a los aparcamientos; lo hice por la puerta principal que da a la sublimada explanada de acceso.

Bueno definitivamente... definitivamente..., no --pensé volviendo para atrás la cabeza y echando un último vistazo a la portada de entrada, cuando me marchaba, mientras mi mente confabulaba una intrigante idea--; aún podía seguir un tiempo más como alumno, sin que el director se pudiera oponer, cuando iniciara los estudios de doctorado: ¡Jé!, ¡jé!... ¡volveré!, me dije.





Portada de la academia Isidoriana en Granada --calle Arriola, 9-- donde cursé los años de bachillerato; inicio del viaje.


Trece años después, en relax... me estoy desquitando de toda una existencia de aulas y clases. No sé si volveré pues he hallado otras aulas que están en todas partes sin necesitar de un edificio en concreto. La contemplación de lo que te rodea sin tener que hacer nada más, o haciendo otras cosas, es también bagaje de aprendizaje...; y esto, a estas alturas de la película de mi vida, me complace enormemente. Es como seguir siendo alumno eternamente. Todo tiene su tiempo. Lo importante es no haberlo perdido en aras a conseguir los sueños anhelados. Siempre lo pensé.

FranciscoMolinaGómez
(Dedicado a mi mujer Teresa y a mis hijos Elena, Miriam y Borja, a los que, imponderables de las circunstancias, les privé de muchos momentos familiares que ellos entendieron cariñosamente --¿es más importante la calidad que la cantidad?... pienso que todo es importante--. En la paz del sueño cumplido me afano por recuperar el tiempo con ellos.)

jueves, 14 de noviembre de 2013

LA ABSTRACCIÓN HECHA FORMA

















Las noticias de la existencia de un museo de arte abstracto en una ciudad tan antigua espoleó mi curiosidad, durante mucho tiempo, por conocer Cuenca y sobre todo su singular museo. La oportunidad de visitar la ciudad se forjó en el final del verano e inicio del otoño de dos mil once. 













Ya a la mitad de la década de los años sesenta del pasado siglo la habían intitulado la ciudad abstracta. La vista desde el Parador --dónde nos alojábamos mi mujer Teresa y yo-- de sus casas colgadas sobre la cumbre rocosa enfrente daba fe de ello; visión de cuadro cubista, de abigarrados y complicados volúmenes que se descomponían en multitud de planos superpuestos, materializados en variaciones de color por efecto de la luz, hasta conformar en la retina del ojo la tercera y esa cuarta dimensión de la que hablaban las vanguardias artísticas de principios del siglo veinte y cuya transposición al papel no me pude resistir. Dos o tres colores y una pequeña hoja de bloc eran suficientes.
Desde la explanada del Parador --antiguo convento de dominicos del siglo diecisiete-- se dominaba todo el perfil de la antigua ciudad vieja: sucesión de civilizaciones y periodos históricos, unos superpuestos sobre otros; materia ingrávida desafiando el equilibrio al borde del profundo barranco de rocosa piedra, desbordándose hacia el valle desde su punto más alto, donde destacaba tenebrosa la silueta del edificio de la Inquisición --más modernamente correccional--; sobrio, carcelario, de paredes muy gruesas y pequeños huecos, el que quedó materializado en el reflejo del cristal de la ventana de la habitación que ocupábamos en el Parador. Aquella imagen impresa en el vidrio al abrir la ventana de la celda, era seguramente la primera que percibían sus moradores dominicos: los propios inquisidores. La imagen era tan extrañamente atrayente cuando abrí la ventana que inmediatamente quise hacerla mía. Todo era como irreal, de alguna manera:sugestivamente abstracto; el paisaje de fondo de piedra redondeada de lo que había sido un profundo cauce de río, se fue transformando por la magia del lápiz de color en las fantásticas formas que el propio terreno sugería: figuras sensualmente voluptuosas, cuerpos amorfos maclados unos con otros.


Ahora las habitaciones del antiguo sombrío edificio acogían actividades culturales y su fachada se constituía en lienzo, sobre cuya piedra, la misma noche que llegamos a Cuenca, se hacían proyecciones de colores con luces de neón, las que acompañaba una ruidosa música electrónica --¡chun-da!, ¡chun-da!, ¡chun-da!...-- de fiesta joven. Habíamos llegado en plenos festejos de San Mateo, patrón de la ciudad.

De una ciudad --como pudimos comprobar cuando la visitamos atravesando un largo puente de hierro que salva el hondo cauce-- de la que se ha ausentado cualquier superficie horizontal, donde abunda lo inclinado o lo muy inclinado, en la que todo parece sin sujeción al suelo, en un equilibrio al límite de la masa edilicia en peligro de deslizarse, en cualquier momento, pendiente abajo. Y hacia abajo apresurados por la aceleración del peso de su propio cuerpo en rampa tan pronunciada --calle principal del casco antiguo-- iban los nativos, la tarde del patrón, acompañando al novillo atado por los cuernos, que se precipitaba con más brío por su gran peso desde la plaza de la catedral --cuya fachada aparecía plagada de chavalería, encaramados los chavales a sus cornisas e impostas a resguardo de la res-- hasta el fondo donde se hace visible el Júcar, después de atravesar las arcadas del ayuntamiento en sus bajos por donde se desmaterializaba el notable edificio que transversalmente cerraba la plaza; ¿hay algo más abstracto que un ayuntamiento que se traspasa por debajo, una y otra vez, obviándolo como si no existiera?... los archivos de mi mente sobre este tipo de edificios públicos se bloquearon intentando descifrar tamaña visión.

Después el novillo subía cuesta arriba, resoplando ruidosamente, acompañado por los paisanos; éstos sudando y vociferando, los que en el penoso recorrido se iban relevándose... para después hacer todos el camino contrario pendiente abajo... y más tarde cuesta arriba... sin solución final y sin que mi mujer ni yo encontráramos en aquel interminable ir y venir el punto de diversión... así que en un momento de aburrimiento, aprovechando la bajada de toda aquella caterva de emuladores de sanfermines hacia la zona más baja, traspasamos las rígidas tablas de las vallas de protección y sin perder de vista la dirección por la que había desaparecido el torito nos escabullimos, atravesando con mucha prevención las repetidas y numerosas vallas de madera que cerraban las calles más próximas al centro, hasta refugiarnos a salvo en el patio del Parador nuestro particular oasis al que envolvía un artístico claustro porticado con columnas acabadas en capiteles con cierta figuración manierista en donde apoyaban la sucesión de arcos de medio punto con despiece en piedra caliza, y en cuyo centro las relajantes notas del fluir del agua en la fuente daban tregua al cansancio de la jornada festiva, relajados en la agradable visión de la piedra que iba perdiendo su color oro conforme la luz del día iba desapareciendo. Luego al calor visual de unos velones y al más intenso y corporal, por la ingesta del alcohol, de unos combinados en copas anchas y mucho hielo oíamos a lo lejos, avanzada la noche, el vocerío de las gentes que se perdía en el tronar de los fuegos artificiales: ¡¡Viva San Mateo!! Tampoco me resistí en uno de aquellos momentos de relajación, que se prodigaron aquellos días, en atrapar esa luz de principios de otoño que por las tardes se aposentaba en el patio, cuando la sombra proyectada cubría la mitad del mismo.
La posibilidad de penetrar en la propia abstracción se nos ofreció los días después de la celebración del patrón, cuando el museo de arte abstracto abrió de nuevo sus puertas tras las fiestas. El propio contenedor --buena parte del interior de las casas colgadas-- es ya de por sí singular. No es un museo al uso organizado en largas galerías con una sucesión infinita de cuadros, no; aquí las obras individualizan el ámbito: los pequeños espacios que se suceden sin un itinerario prefijado, solo sujeto a la agradable sensación de la sorpresa de las pinturas y esculturas; de su descubrimiento en un recorrido de casa antigua, con sus recovecos, retorcidas escaleras, anchos muros que hacen de fondo neutro valorando extraordinariamente la obra creativa expuesta: la de la vanguardia del arte abstracto español; ¡casi nada!

Que envidia no haber estado allí, no haber pertenecido a ese grupo visionario haciendo a contracorriente la revolución artística del arte en este país, en los años cincuenta y sesenta, en lucha contra la adocenada oficialista cultura de un Régimen gris, anodino y zafio en lo creativo, que les denostaba; y un inmenso público, ignorante de su propia historia, que solo visualizaba el arte en clave figurativa, con los mismos códigos de muchos siglos atrás --como si nada hubiera ocurrido desde entonces--; error en el que también caí yo al principio, en un comprensible mecanismo automático de percepción mimética que se ha fijado en mi mente y el que cada vez con más ahínco intento ignorar; cuando contemplando la obra expuesta de pintura "Toledo" de Rafael Canogar intentaba en la explosión del gesto pictórico que simulaba un promontorio ver en él el conocido territorio de la capital manchega, sus torres, sus calles, la curva del río..., luego la reflexión que como penitencia me impuse ante tan truculenta debilidad y la lectura del prospecto con la sinopsis de la exposición me salvaron momentáneamente de la quema... ¡no es una ciudad real!, es una ciudad fabulada sólo en la mente del artista --una metáfora de vivencias personales-- en el que emplea medios puramente plásticos, en un énfasis gestual ligado al action painter americano que bien conocía su autor, pero con recursos locales en el empleo masivo en el cuadro de los colores blanco y negro con leve tono rojo aludiendo al dramatismo de una ciudad antigua invadida por varias civilizaciones. Aún me cuesta disociar ambas visiones.

Me alegré enormemente de que entre otras esculturas hubiera algunas de las primeras obras de Oteiza y Chillida en las que ya aparecía la obsesión de ambos en modelar el espacio interior alojado en la materia, rellenándola de vacío aún más denso que la propia masa... inigualables ejercicios de experimentación de lo tangible para entender la arquitectura a través de la plástica... ¡qué puedo decir de todas las obras expuestas?... un gozoso descubrimiento al estar frente a los originales que eran un manifiesto programático de un cambio en la concepción del arte en una complicada época, y el propósito de seguir indagando en ellas como primeros referentes de la abstracción en este país y en sus autores como avanzadilla quimérica, y el de repetir la visita al museo en cuanto pueda. ¡Por cierto!, muy recomendable para todos los que estéis interesados en la vanguardia del arte abstracto español.

Unos días después la vuelta a Madrid, no sin antes pasear tranquilamente y durante toda una mañana por una casi solitaria Ciudad Encantada de Cuenca. Piedra hecha paisaje abstracto, donde la naturaleza supera a la imaginación...¿o es al contrario?... no sé.






Cuenca en fiestas: ¡Cuidado!... ¡cuidado!... ¡cuidado!... ¡qué viene el toro!

FranciscoMolinaGómez

viernes, 8 de noviembre de 2013

LECCIÓN DE VIDA



Hay ocasiones tan extraordinariamente difíciles en la vida que uno no sabe como enfrentarlas. Una de ellas es el primer momento junto al amigo al que han diagnosticado un mal grave; no sabes que decir; no sabes como confortarlo... pero hay personas que te lo ponen fácil, aquellas que ante tu azoramiento por lo complicado de la situación, al contrario, son ellas las que te animan.







La mañana de final de verano había amanecido algo fresca con un cielo despejado que presagiaba un día de "encuentro" soleado y templado. El encuentro era doble: vernos, después de algunos años, con nuestros amigos Pepi y su marido Miguel, en nuestra querida Barcelona.

Habíamos partido, mi mujer Teresa y yo, en tren desde Calafell --Tarragona-- donde veraneábamos hacia la ciudad condal, bordeando la costa del Mediterráneo y aquel paisaje se nos hizo familiar, muy recordado cuando pasamos por Castelldefels --Barcelona-- donde habíamos vivido durante siete años. Concurrencias del destino: tan cerca de la nueva familia y sin embargo no nos conocíamos. ¡¡Qué rabia!!

Barcelona nos recibió con la animación de las grandes ciudades --muy parecida a la de Madrid, nuestra residencia actual-- reconociendo rápidamente en el característico bullicio de gente transitando por el paseo de Gracia el mismo ambiente que siempre ha animado este bello bulevar. Residentes y advenedizos nos cruzábamos en una ciudad abierta que ya, muy de mañana, nos daba la bienvenida. Los primeros en sus actividades cotidianas y los segundos arremolinados frente a las artísticas fachadas de los edificios modernistas, o saturando las numerosas terrazas que se prodigaban en los alrededores de la plaza de Cataluña. El punto de encuentro con Pepi no podía ser otro: la puerta del "Corte Inglés" orientada hacia la plaza.

Luego unos deliciosos cafés, sentados los tres en una de aquellas terrazas, eran testigos del relato de los últimos acontecimientos familiares que nos contábamos en un agradable y gozoso diálogo cruzado, mientras esperábamos a Miguel atareado en aquel momento en asuntos de vital importancia; en tratamientos farmacológicos en su lucha contra una inesperada y malsana visita: el cáncer que se le ha aposentado, sin ser invitado, en la sala de espera de su vida con perversa intención.


Por los aledaños del barrio Gótico de Barcelona: Teresa, Pepi, Paco y Miguel
 
En cuanto le vi, luego de fundirnos en un muy deseado abrazo y de comprobar en él una aparente buena forma física y, sobre todo, su alegre estado de ánimo --complaciéndose festivamente en el reencuentro-- sin haber perdido su buen humor catalano-cordobés, le di a la inesperada visita que aún habita en el vestíbulo de su existencia pocas probabilidades de éxito; después ninguna conforme transcurría la jornada de encuentro y Miguel iba desplegando en mi ánimo, mientras transitábamos hacia la parte vieja de la ciudad, todo un manual de lecciones de vida, viviendo intensamente el presente, el día a día con Pepi y sus hijos Miguelito y Sergio, y sus nietos, y las cosas cotidianas de las que se ha rodeado: su casa unifamiliar en Vilassar de Mar(lugar que ha elegido para su jubilación) donde ha invertido los ahorros de una vida; su pequeña barquita de la que me habló con ilusión --yo me he quedado con el "cante" y no renuncio, en un tiempo más pronto que tarde, en acompañerle a pescar--; la pasión de padre y abuelo que mostraba cuando nos hablaba de la felicidad de sus hijos y la de sus nietos a los que adora.

Bajamos por la calle Puerta del Ángel, de gratos recuerdos de un tal señor España, empleado de Jorba-Preciados (almacenes de ropa que destacaban en la calle),que nos atendía muy amablemente en lo que ya era una costumbre para una economía media-baja como la nuestra: equiparnos todo el invierno y pagar el resto del año. Un descubrimiento del que nos advirtió Pepi, entonces ya compañera de trabajo de Teresa; recuerdos que íbamos desgranando mientras nos perdíamos en la irregular trama de calles estrechas que rodeaban aquella calle principal. En el restaurante de una de ellas que publicitaba buena comida, alrededor de una de sus mesas, plantamos nuestros reales en el deseo de no perder ni un solo segundo de conversación. Teníamos muchas cosas que contarnos.

Referimos la primera vez que nos vimos todos juntos, cuando, aún en obras, nos recibieron en el garaje de lo que era entonces su ansiado proyecto de casita de campo en Viladecavalls, para la que le había dibujado los planos de distribución y diseñado un agradable espacio de barbacoa al exterior. Recuerdo su familia casi al completo, la madre de Pepi que se afanaba en prepararnos un delicioso arroz en la improvisada cocina y a cuyo alrededor revoloteaban, muy pequeños, Miguelito y Sergio, a los que se añadió en el juego nuestra hija Elena, de tres o cuatro añitos. El tiempo pasó tan deprisa que la noche nos sorprendió a la luz de la lumbre de una hoguera, haciendo costillas a la brasa para la cena, a la vera del camino. Un día por siempre inolvidable. También recuerdo cómo disfrutaban Miguelito y Sergio los fines de semana en la playa de Castelldefels, cuando en los veranos les invitábamos a todos a casa. Tenemos muchas ganas de verlos, de saber de ellos, de tener noticias de sus vidas todos estos años.

La jornada de encuentro, sin que decayera la conversación, derivó en paseo por las Ramblas. ¿Qué puedo decir del bulevar más conocido de Barcelona, si lo frecuenté casi diariamente durante largo tiempo? No me resistí y realizé algunas fotos para el recuerdo.

Segunda parada en una de las terrazas de la plaza Real. La aprecié mejorada, como más amplia, con una acertada proporción de dimensiones que no recordaba, en cuyo espacio cerrado bullía un ambiente de verano con gente muy distinta a la otrora "canalla" que por entonces deambulaban por sus soportales. Pero nosotros a lo nuestro: no dábamos tregua a los recuerdos y a las novedades surgidas desde la última vez que nos vimos en el puerto de Castelldefels, casi quince años atrás.

Demasiado tiempo sin vernos. Ya se sabe; la distancia; la crianza de los hijos; la realización de los proyectos pendientes, eternamente aplazados; los cambios de teléfono y de residencia... ¿trampas que nos pone la vida para alejarnos de las personas que queremos?... no creo... simplemente la inercia que adquirimos, sin apercibirnos apenas, en el vertiginoso giro de la rueda de la vida... A pesar de todo ello siempre les hemos llevado en el corazón. Nunca les hemos olvidado.

El último paseo por el barrio Gótico, comprobando su agradable y acertada peatonalización...Catedral, plaza de san Jaime, vestigios romanos del templo de Augusto..., hasta abocar otra vez al punto de partida --el paseo de Gracia-- en donde hicimos un alto en la artística fachada de la casa Batlló. Nunca me canso de verla. Siempre descubro en sus detalles cosas nuevas.

Hubiera estado todo lo que restaba de tarde-noche con ellos, contemplando las arquitecturas surgidas del genio de Gaudí que, afortunadamente, se prodigan en el lugar. Quisimos incluso poder acercarnos al edificio de la Pedrera ubicado cerca de donde nos hallábamos pero se hacía muy tarde y tocaba la despedida, pero esta vez no un: ¡Adiós!, sino un:¡Hasta luego!, porque ahora que nos hemos reencontrado, Pepi y Miguel, no os dejaremos marchar.

Ahora somos más; entre todos echaremos a patadas a la inoportuna visita que espera inútilmente en el zaguán de entrada su oportunidad, un descuido, una bajada de defensas. Incauta, Miguel tiene la moral muy alta y una familia y muchos amigos que le quieren.

Aunque no hace falta que te lo diga, querido amigo, no me resisto a gritar:¡¡¡Mucho ánimo, Miguel!!!




FranciscoMolinaGómez

viernes, 1 de noviembre de 2013

UNA APURADA JORNADA FESTIVA







Uno de ellos no es Dalí, es Sergi. Y el otro..., ¿será Dalí?
(continuará)

La primera vez que te vi no se bien quién llevaba a quién: si la enorme maleta a ti o tú a ella. Venías de terminar de grabar un programa de televisión en Madrid y en el ínterim de tiempo entre el hotel y el piso de tus amigos en la capital. habíamos quedado a media mañana en la terraza del bar Habana Vieja en el paseo de Rosales. No me podía creer que por fín te iba a ver en persona --no es que mi sobrino Sergi se haga de rogar, es que es una persona importante con muchos compromisos--.
En el regocijo de unos bien servidos mojitos, el tiempo de conversación, hablando sobre lo divino y lo humano del arte, se me hizo tan corto que ansío volver a repetirlo otras veces. Ya las habrá, ¿verdad Sergi? Mientras tanto: ¡Por favor!, que no se desdibuje de tu cara esa cautivadora sonrisa que regalas con generosidad.
A los pocos dias trasnochaste en casa pues al día siguiente íbamos todos a visitar la exposición de pintura sobre Dalí en el museo Reina Sofía de la capital. Ni imaginar entonces la trepidante jornada.










¿Porqué mi mujer Teresa y yo hemos abjurado siempre de la bulla necesaria a fin de lograr la puntualidad aconsejable en el cumplimiento de una cita cualquiera?; mucho menos si esta es de ocio, como la festivo-museística del otro día... creo que en nosotros es una cuestión irresoluble... o quizás sólo aplazada ante la posibilidad de hacerla menos emocionante.

¿Porqué estar una hora parados, aburriéndonos, antes del inicio de un evento? No se puede desperdiciar los sesenta minutos anteriores a...; así como así. Anda que no puedo hacer cosas en ese lapso de tiempo: levantarme tranquilamente un sábado --10 de agosto-- y después de asearme, preparar un pródigo desayuno para cinco en el jardín de la entrada a la casa: ¡Ah!, que no se me olvide hacer zumo natural de naranja y café, y calentar la leche desnatada; ¡ojo! que el Sergi --nuestro sobrino-- es vegano y no toma leche; no es problema, aquí junto a los paquetes de cereales coloco los brits de leche de soja y asunto resuelto.

La noche en que Sergi había llegado a nuestra vida --es una larga historia que excede este corto relato-- habíamos trasnochado cómodamente sentados, contándonos cada uno episodios pasados de nuestra existencia, en el otro jardín en el que la luz de un potente foco ilumina cada noche la insistente mirada de una Venus de Milo, eternamente confinada en su rincón, vigilándonos; deseando, seguramente, dar una calada al tabaco de la pipa de agua que vanamente --aquello tiraba poco-- intentaban aspirar Sergi y Borja --nuestro hijo menor-- a los que ya desde primer momento les unía, aparte de la sisa que como primos compartían, y entre muchas otras cosas, haber nacido el mismo año. Yo me recreaba en la conversación deleitándome con un don Julián del número uno, cuyo olor del humo, importunaba, probablemente, a Miriam --nuestra hija mediana-- aunque amablemente no protestaba. No era para tanto, simplemente saboreaba un buen veguero en una ocasión extraordinaria. Creo que molestaban más los infames mojitos comercializados que mi mujer Teresa nos ofrecía: ¡Mujer!, dímelo antes y compramos un buen ron blanco.

A la mañana Sergi dormía como un bendito, de tal suerte que me dio pena despertarle recordando que aquella noche, cuando llegó a casa, se encontraba algo pachucho con algunas décimas de fiebre: Voy a dejarle dormir un poco más... habida cuenta todavía quedan cuarenta y cinco minutos para la entrada al museo... vamos sobrados. Me coloqué los auriculares del mp3 y me relajé oyendo música mientras desayunaba; momento vital al que se incorporó mi mujer con la evidencia en la cara de no estar todavía en este mundo, al que tardó poco en volver; el tiempo del primer sorbo de café: Creo que vamos bien de hora, me dijo y aquella afirmación en ella me produjo más desasosiego que tranquilidad. Siempre que refiere esa frase llegamos tarde al sitio.

No sé porqué mecanismo el tiempo acelera su paso cuando menos lo deseas, así que tuve que despertar a Sergi a mi pesar: ¡Sergi!, ¡Sergi!, son las diez y media y tienes que desayunar y arreglar la maleta. Y nuestro sobrino se incorporó a la trepidante jornada con las mismas molestias en los ojos --conjuntivitis-- que ya traía la noche anterior: Ahora cuando termine de desayunar tengo que ponerme las gotas... ¡dónde están las gotas?... y cundió el pánico justo cuando sólo quedaban quince minutos para la entrada a la sesión del museo contratada: Bueno si no las encuentras vamos a una farmacia y las compramos...: No, no hace falta, tienen que estar en la habitación, es que soy un desastre con el orden --más que desorden, Sergi practica el mismo orden dinámico, marca de la casa, que también practicamos nosotros; le vendrá de familia--.

Al poco rato nuestro sobrino nos regalaba una amplia sonrisa exhibiendo el botecito de las gotas, momento en el que me entró el auténtico pánico ante la pachorra que mostraba, a cinco minutos del inicio del evento, nuestra hija Miriam que se incorporaba al desayuno. Si lo de mi mujer Teresa y mío es raro, lo de nuestra hija mediana raya lo patológico. Tiene la facilidad de ir estirando los cinco minutos finales de una hora hasta convertirlos en otros cincuenta y cinco minutos anteriores, engañándose a sí misma en el convencimiento de la elasticidad del tiempo. Resultado: sus amigos y amigas siempre la tienen que esperar un buen rato cuando vienen a recogerla a casa.

Ya en la capital, dejando a buen recaudo la maleta de Sergi en el coche y el vehículo a resguardo en un parking del centro urbano, nos lanzamos a la búsqueda de un taxi. Tuvimos suerte: el taxista era normal, de los que hablan poco; apenas dos frases, la de inicio: ¿Adónde vamos?...: Al museo Reina Sofía...; y la del final: Pues ya estamos... :¿Cuánto es?...

A pesar de haber llegado veinte minutos más tarde aún persistíamos en nuestra extraña percepción del tiempo, pues nos entretuvimos en obtener algunas instantáneas fotográficas de tan especial momento, justo enfrente del cartel desde el que un Dalí de ojos saltones y erizados y finos bigotes nos lanzaba su paranoica mirada, anunciando la exposición: 27 abril-2 septiembre 2013/ Dalí/ "Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas".

Por si no habíamos perdido ya bastante tiempo equivocamos la entrada al museo, al que se accedía rodeando toda la manzana hasta la plaza donde dos torres de vidrio en clave high tech nos daban la bienvenida. Y a partir de aquí la marabunta: la primera cola para pasar los objetos por el arco de detección, los primeros zigzagueos buscando los ascensores hasta en nivel 3, la segunda cola aguantando el calor que por efecto invernadero nos prodigaban los cristales de las torres que conforman las cajas de los montacargas y parada en el control de las salas, donde percibí, inmediatamente, un extraño cruce del flujo de entrada a la exposición con el de visitantes que estaban dentro. Motivo: la exposición no empezaba allí había que buscar la sala 1 que estaba al fondo doblando la esquina del patio del edificio de lo que fue antiguo hospital general de Madrid en el siglo dieciocho. Entre unas cosas y otras habíamos perdido casi una hora y eso no hubiera sido ningún problema si nuestro sobrino Sergi no tuviera billete de tren-Ave a Barcelona para las cuatro y media de la tarde. Apenas tuvimos dos horas para ver una exposición para la que, visionando todas las obras y documentales, se necesita una jornada completa de museo: de las diez de la mañana a las nueve de la noche, como mínimo.

Por ello cuando solo estábamos en el ecuador de la exposición empezamos, mi mujer y yo, a "tirar" de Sergi que como futuro gran historiador de arte se resistía a abandonar tan rápidamente las salas y malgastar aquella oportunidad de contemplar los originales de tan celebrado artista --"Figura en la ventana", "Persistencia de la memoria", "El rostro del gran masturbador", "El hombre invisible", "El espectro del sex-appeal", "El enigma sin fin"...--: Venga Sergi, solo tenemos tiempo para ir a comer algo aquí cerca y recoger la maleta..., si no pierdes el Ave.

Lo más socorrido que encontramos a un tiro de piedra del museo, teniendo en cuenta las necesidades culinarias --vegetariano-veganas-- de nuestro sobrino, fue un restaurante chino justo al cruzar la calle Ronda de Atocha. Aunque intentamos pedir rápido, incluso Miriam --todo un milagro de decisión vertiginosa que agradecimos-- de entre todo el personal del restaurante dimos con el estereotipo clonado de camarera china programada para repetir y repetir lo mismo: Menú hoy sólo plimela página...: Menu hoy sólo plimela página...: Menú hoy sólo plimela página...; ante nuestra insistencia de poder elegir otros menús de la carta, no tanto por ser más baratos sino por adaptarse más a las necesidades de comida de nuestro sobrino; instamos, suplicamos, incluso Sergi pensó en una reclamación... nada que hacer: era irreductible, persistente, tenaz, perseverante, constante, firme, terca, resistente, incansable: Menú hoy sólo plimela página...; al final claudicamos teniendo en cuenta que no podíamos perder más tiempo en disquisiciones de comida china. Comimos con la misma rapidez de los pavos, obviando postres y cafés.

Cuando subimos al taxi que paramos en la misma puerta del restaurante chino comprobamos que nos había tocado otro estereotipo que abunda por la ciudad de Madrid: el taxista pesado, pero no pesado un poquito... no, no... ¡pesado!¡pesado!... y enseguida, nada más acomodarnos en el vehículo, inició el relato de las Crónicas completas de las batallas del gremio de taxistas contra el "perverso" ayuntamiento de Madrid, lo que le obligaba a ir despacito al objeto de que le diera tiempo de endosarnos todos los episodios, sin parar de hablar. Yo lo sufría más que ninguno pues iba a su lado en el asiento de delante: Jefe, usted no puede hacerse una idea desde dónde viene esta lucha... y antes de que se remontara a la época del primer sapiens-taxista le mandé una carga de profundidad en su amor propio: Métale usted al coche que va muy despacio y tenemos que recoger una maleta en la calle Evaristo San Miguel y después marchar a coger el Ave a Barcelona de las cuatro y media: Habérmelo dicho usted antes, entre otros galardones tengo el de taxista más veloz...; ahora mientras circulaba por la calle Bailén a toda pastilla glosaba en su persona toda una retahíla de virtudes de volante que yo celebraba en el convencimiento de que llegar a tiempo al tren conllevaba un esfuerzo disimulado de simpatía hacia el conductor: Bueno, menudo soy yo de rápido; os va a sobrar media hora.

Efectivamente ese era el tiempo que quedaba para el inicio de la partida del tren cuando aquel espécimen sin dejar de hablar paraba el coche enfrente de la puerta principal de la estación de Atocha: Bueno, nos quedan aún treinta minutos... si quieres echar un pitillo, aquí se puede, le dije a mi sobrino: Es que no tengo papel de fumar, se lamentaba Sergi en la necesidad del último cigarrillo antes de subir al Ave. A los pocos segundos mi mujer Teresa le ofrecía a su sobrino un cigarrillo de los comercializados que le había pedido a una señora muy emperifollada que fumaba muy próxima a donde nos encontrábamos: Si se lo pides tú, seguro que no te lo da, le dijo la tía al sobrino. Y es que Sergi luce unos primorosos tatuajes en su pecho y brazos y un reluciente pirsin en la nariz. Nos encanta su personalidad.

Ya en la puerta de embarque después de los efusivos besos de despedida casi le empujábamos al interior, no fuera que después de toda una apurada jornada festiva, aquella terminara con nuestro sobrino en tierra. Aunque, en verdad, hubiéramos deseado tenerle con nosotros un día más: ¡Adiós! y llama cuando llegues. Besos a Diana y tus padres y uno muy grande para ti.


Un mes después, cuando nos reencontramos, te regalé una libretita en la que estaba recogida toda la reseña de la exposición de Dalí --la que vi hasta en dos ocasiones más--, dibujos a mano incluidos, y en la que que ya pudiste leer --como primicia-- esta misma narración. Ojala que ese pequeño empeño te resulte útil.



Gracias por incluirme entre las personas que quieres

FranciscoMolinaGómez