Portada de la escuela superior de arquitectura de Madrid; el final de la larga y accidentada travesía: mi particular Ítaca. |
Epílogo en clave singular de una despedida... la de toda una vida de alumno que empezó cuando aún no tenía uso de razón, hace muchos años en Granada allá por finales de la década de los años cincuenta del siglo pasado, y ha perdurado constante en el tiempo, caminando paso a paso, subiendo peldaño a peldaño: primaria... bachillerato elemental... bachillerato superior... oposiciones... otras oposiciones... curso profesional... arquitectura técnica... oposiciones restringidas... curso profesional... y ¡por fin!, el colofón: arquitectura superior, lo último; por lo que este desenlace era también un adiós a mi querida escuela de arquitectura de Madrid, donde pasé los años más fascinantes de mi formación humana e intelectual; pendiente de relato.
Hace ahora trece años y en la escuela técnica superior de arquitectura de Madrid se produjo un hecho para mí insólito hasta entonces: a mis cuarenta y ocho años de edad me daban de baja como alumno. ¡Qué barbaridad!
No me lo podía creer. ¿Cómo me hacían eso a mí?, después de tantos años ocupando en alegre camaradería las espaciosas aulas, compartiendo efusivos saludos en los alargados pasillos y entablando maratorianos debates arquitectónicos en los vastos vestíbulos entre las exposiciones de dibujos y de maquetas de edificios. ¡Era tan feliz!
No me resigné y fui a protestar a la delegación de Alumnos que estaba en el pabellón nuevo --junto a publicaciones--, recibiéndome su responsable, un joven al que al identificarme como alumno no daba crédito a tan larga y dilatada estancia en la escuela: ¿Lo tuyo acaso sea un claro caso de abducción?, me preguntó sin interesarle el asunto que me había llevado hasta la delegación: ¡No!, ¡no!, lo mío es vocacional --argumenté--. Esta prolongada estancia, como podrás comprender, me ha hecho ser un adicto al aula. Ahora no puedo dejarla y sin embargo me conminan, sin mi permiso, a dejar de ser alumno. ¡Tienes que hacer algo!, le supliqué. Me miró de arriba abajo sin dejar de sorprenderse: Yo no puedo hacer nada... compréndelo... la defensa de tu caso es muy difícil. Lo tendrás que hablar con el director de la escuela, me dijo con cierta desconfianza, dejando entrever que el mío era un caso perdido.
El despacho del director de la escuela sigue estando aún en el primer piso del pabellón antiguo, en la planta noble, al que se accede a través de unas ampulosas escaleras. Llamé a la puerta e ingresé en el despacho cuando una voz me dio la venia desde el interior: ¡Hombre!, don Paco Molina, yo le creí ya fuera de esta escuela --la primera en la frente, pensé--, ¿que le trae de bueno por aquí?, me preguntó el director, mientras me invitaba a sentarme: Señor director yo quiero seguir siendo alumno de esta escuela de por vida. Se lo solté de golpe y porrazo, sin preámbulos a fin de no perder tiempo: Pero criatura lleva usted demasiado tiempo con nosotros; ¡hooombre de Dios! no se da cuenta que esto sería un dato anómalo en las estadísticas de esta escuela, incluso diría yo un mal ejemplo para nuestros jóvenes alumnos; bueno ¡mírese!, por su edad pudiera hasta ser ya el director de la escuela, me lo dijo con ese aire paternalista que tienen todos los directores de escuela: ¿Hombre?... ¿tanto tiempo?... ¿tanto tiempo?..., no creo, balbuceé sin querer reconocerlo: Pero ¡alma cándida!, acaso usted no es consciente del paso del tiempo, no se acuerda de que cuando ingresó en estas aulas se dibujaba con tiralíneas y tinta china. Aquel dato me hizo reflexionar y pensar que quizás el señor director llevaba razón y había llegado, tal vez, el momento de la despedida: Además mírelo usted por su lado positivo --prosiguió el director--: le vamos a dar un título de arquitecto y una gran fiesta de graduación.
Aquellos reconocimientos acabaron por vencer mis reticencias y agradeciendo el docto consejo de tan ilustre persona me marché aquel día definitivamente de la escuela, pero no por la puerta de atrás que da a los aparcamientos; lo hice por la puerta principal que da a la sublimada explanada de acceso.
Bueno definitivamente... definitivamente..., no --pensé volviendo para atrás la cabeza y echando un último vistazo a la portada de entrada, cuando me marchaba, mientras mi mente confabulaba una intrigante idea--; aún podía seguir un tiempo más como alumno, sin que el director se pudiera oponer, cuando iniciara los estudios de doctorado: ¡Jé!, ¡jé!... ¡volveré!, me dije.
Portada de la academia Isidoriana en Granada --calle Arriola, 9-- donde cursé los años de bachillerato; inicio del viaje. |
Trece años después, en relax... me estoy desquitando de toda una existencia de aulas y clases. No sé si volveré pues he hallado otras aulas que están en todas partes sin necesitar de un edificio en concreto. La contemplación de lo que te rodea sin tener que hacer nada más, o haciendo otras cosas, es también bagaje de aprendizaje...; y esto, a estas alturas de la película de mi vida, me complace enormemente. Es como seguir siendo alumno eternamente. Todo tiene su tiempo. Lo importante es no haberlo perdido en aras a conseguir los sueños anhelados. Siempre lo pensé.
FranciscoMolinaGómez
(Dedicado a mi mujer Teresa y a mis hijos Elena, Miriam y Borja, a los que, imponderables de las circunstancias, les privé de muchos momentos familiares que ellos entendieron cariñosamente --¿es más importante la calidad que la cantidad?... pienso que todo es importante--. En la paz del sueño cumplido me afano por recuperar el tiempo con ellos.)
Hola, ¿cómo podría contactar?, ¿alguna dirección de email o teléfono? Gracias
ResponderEliminarHola, puedes contactar conmigo al email: fmolina@interior.es
EliminarUn abrazo