jueves, 19 de diciembre de 2013

SIGUE LA ESTELA DE LA ESTRELLA...












Hace muy poco releí aquel cuento que había escrito casi treinta años atrás y me he sorprendido a mi mismo por ese lenguaje tan simple, tan directo y tan infantil, y no queriendo renunciar a nada de lo que fue mi inicio autodidacta en el empeño de escribir, he querido recuperarlo como regalo para estas fiestas de Navidad; ¡qué mejor ocasión!
La situación está extraída de la realidad: aún recuerdo aquella paloma que un día nos visitó en el orfanato, quedándose a vivir con nosotros en la torre --entre amigos, adoptándonos mutuamente-- durante una larga temporada. Un día se marchó cuando ya era nuestra mejor amiga y no la volvimos a ver más; ¡qué pena!
En los días siguientes, recordándola, ansiábamos poder volar como ella y así evadirnos de aquel cerrado y opresivo recinto; sólo un sueño.

Dedicado a los niños que fuimos y a todos los que ahora son, en especial a mis nietos: Inés, Pablo y Daniel











- ... cuarenta y uno..., cuarenta y dos --Gafosito iba contando los escalones que conducían a la torre, mientras los subía tan deprisa como sus pequeñas piernas le permitían--... cuarenta y tres... y ...¡cuarenta y cuatro!

- ¡Uff, al fín!! --dijo una vez alcanzado el suelo de baldosín de color tostado.

Toc, toc, toc, toc..., como el galopar de un caballo desbocado, intentando salirse de su pecho parecía su corazoncito que se palpaba con una mano, mientras que con la otra se sujetaba las gafas, siempre a punto de caérsele.

Desde muy pequeño Gafosito usaba unas enormes gafas que apenas dejaban ver la cara y que cuando corría le bailaban en la nariz. Sus gafas era lo primero que se apreciaba de su cara, de tal suerte que los demás niños del "Hogar" le llamaban por aquel mote: Gafosito, lo que no sólo no le importaba, sino que, al contrario, le parecía divertido.

A simple vista nadie diría que era distinto a cualquier otro niño de la calle, pero mientras éstos vivían con sus padres, Gafosito ni siquiera tenía conciencia de haberlos conocido. Una desdichada enfermedad agravada por la penuria económica había acabado con sus vidas cuando él apenas apuntaba dos años de edad. Desde entonces vivía recogido con otros niños huérfanos en el "Hogar" --como le llamaban-- al cuidado de la hermana Isabel.

Gafosito fue creciendo entre el cariño de la hermana Isabel y el juego.

Pero hay una edad en la que el niño deja de serlo un poco porque a su alrededor se va desmoronando el mundo mágico que ha fabricado. Empieza a adentrarse en los preliminares de la pubertad y a hacerse preguntas; algunas sin respuesta. Para cuando Gafosito cumplió los siete años, no había duda que su mundo de ilusión había terminado. Hasta ese momento había sido un niño extrovertido, alegre y hasta divertido; pero a partir de entonces se recluyó en una coraza en su preocupación por saber donde estaban sus padres.

La hermana Isabel, que era como una madre para Gafosito, le explicó que sus padres vivían pero no en la tierra sino en otro lugar más maravilloso llamado: cielo. Gafosito insistió una y otra vez, ante la hermana Isabel, en querer saber de ese sitio, para algún día poder ver a sus padres.

Una de estas veces la hermana Isabel cansada de la insistencia de los ruegos de Gafosito le dijo.

- Hijo mío, el cielo está muy alto, tan alto que es imposible llegar a él.

Esa imposibilidad de ver y alcanzar el cielo es la que obsesionó a Gafosito con las alturas y, desde entonces, siempre que podía subía a la torre tan deprisa como sus pequeñas piernas le permitían y contando todos los escalones.

Uno de esos días, una vez alcanzada aquella altura, y como se aburriera, se acercó a uno de los huecos de la torre y se quedó mirando fijamente arriba, a lo que creía era posiblemente ese cielo del que le había hablado la hermana Isabel y se quedó escudriñando cada rincón del mismo, deseando que alguien le saludara o le hiciera una señal. El cielo aparecía más azul que nunca, contrastando con el ocre del ladrillo del ventanal, perdiéndose en la serranía del fondo aún con algo de nieve aunque se estaba acabando el verano, y de repente gritó a viva voz, dirigiendo su mirada hacia lo más alto.

- ¡Por favor!... ¿¡hay alguien ahííí!?

Desde abajo un grupo de tres niños que jugaban en el patio, advertidos por el grito, le increparon.

- ¡Gafosito... estás chiflado --le decía a grito pelado el mayor del grupo.

- ¿Pero que hará ése siempre subido a la torre? --preguntaba el más pequeño.

- ¡Estás como una cabra! --le gritó el tercero, disponiendo las manos como un altavoz.

Gafosito se tapó los oídos, y como el grupo de niños fue aumentando y éstos persistían en su ánimo, vociferando cada vez más fuerte, se volvió hacia el otro lado de la torre.

Desde esa posición nada se oía, ningún ruido le molestaba; todo permanecía aparentemente inmóvil: la sierra al fondo; la campiña más cercana; y entre medias la ciudad.

Aquella paz: la tranquilidad que se respiraba a raudales, el olor de la mies que se esparcía por el campo y que ascendía hasta la misma torre, provocaban en Gafosito un sentimiento de confianza inspirado en la naturaleza, más fuerte que el que le inspiraban las personas. Todo era como un presagio de que algo iba a ocurrir; algo bueno, no sabía qué, pero lo presentía --en la forma en que un niño puede presentir un suceso--, o más bien lo deseaba --con la fuerza que un niño desea una cosa--, y con ese esperanzado presentimiento se entusiasmaba observando la alta sierra, con su cambio de color conforme el sol la iba recorriendo, y se decía para sí.

- Algún día cuando sea mayor escalaré esas montañas y desde lo más alto llegaré al cielo y veré a mis padres y ... --no acabando la reflexión de aquel agradable propósito pues en ese instante, sobresaltado por un ruidoso aleteo, se distrajo de sus montañas, de su cielo y del feliz encuentro con sus padres.

Asustado Gafosito miró hacia atrás, hacia donde había escuchado el ruido, comprobando que una paloma se había introducido, con gran alboroto, por el ventanal abierto de la torre que daba al patio.

No había visto nunca tan de cerca una paloma, por ello, con el animal enfrente mirándole fijamente, no se reponía aún del susto.

Lentamente sin dejar de darle la cara al ave se deslizó por la pared hasta el rincón donde guardaba una espada de madera y esperó en el mismo, esgrimiendo ésta en actitud amenazante, a que aquella atacara.

La única acción de la paloma fue hurgarse con el pico, repetidamente, el denso plumaje, cayendo un resto de plumón blanco al suelo. Después permaneció quieta y majestuosa. A la vista de ello Gafosito soltó la espada y se acercó lentamente al animal. Cuando estaba tan cerca que casi podía tocarle, el ave alzó un corto vuelo para posarse en el alféizar de ladrillo del ventanal por donde había entrado. Gafosito creyó que la había espantado y que, irremediablemente, iba a emprender vuelo.

Pensó que no debía acercarse hasta donde estaba; luego empezó a requerir sus atención haciendo extraños sonidos con la boca, como si la estuviera besando.

- ¡Muá!, ¡muá!, ¡muá!... --repetía disponiendo los labios a modo de pequeño hocico.

La paloma después de observarle un rato, bajó hasta el suelo de baldosín emitiendo graves sonidos, mientras su vientre se contraía y dilataba, muy cerca ya de donde estaba Gafosito. Éste se agachó y, como quiera que no apreciara desconfianza en el ave, le pasó su mano por el rechoncho cuerpo comprobando la suavidad de su plumaje entre blanco y moteado ceniza, recogido todo él en una redondeada cola.

Entonces la paloma empezó a bajar y subir repetidamente la cabeza en un además de picotear el suelo; lo que le produjo gran risa.

-¡Já!, ¡já!, ¡já!..., ¿pero que te pasa?..., ¿es que quieres hacer un agujero en el suelo?..., ¡ah!, ya sé, lo que tienes es hambre ¿verdad?

En un rincón de la torre había almacenados varios sacos de granos de maíz y de pipas de girasol que se guardaban como semilla. Gafosito no dudándolo un segundo, abrió uno de los sacos e introduciendo sus pequeñas manos cogió un puñado de maíz que puso delante de su pico. La paloma, no estando quizás acostumbrada a tanto festín, se quedó por un momento olisqueando el grano que seguidamente fue engullendo con gran fruición.

- ¡Anda que no tienes hambre! --le hablaba Gafosito a la paloma, como si fuera una persona.

- Oye..., si quieres puedes quedarte y ser mi amiga. Porque, la verdad, ahora tengo muy pocos amigos. Los otros niños creen que estoy loco porque me gusta subir sólo hasta aquí, en vez de jugar con ellos --le seguía hablando Gafosito, sin dejar de acariciarla.

- Oye... sabes..., no siempre estoy sólo aquí; tengo un montón de otros amigos que me visitan..., mira todos esos gorriones --le decía señalando a los pájaros que revoloteaban desde las ramas de las moreras hasta el tejado--..., yo creo que me conocen y me saludan. ¡Sabes?, algunas veces se meten aquí en la torre pero ninguno se queda, cuando voy a acercarme se espantan.

- También sé donde hay un nido de golondrinas --Gafosito se levantó y se dirigió a uno de los abiertos ventanales señalando un nido de barro que había debajo del alero del tejado--..., ahora no están. Son dos, pero no sé si son mis amigas porque siempre están ahí arriba y nunca bajan a verme.

A Gafosito se le hizo de noche jugando y hablando con su ya amiga la paloma. Entusiasmado por la visita, no se había apercibido que los días eran más cortos. Posiblemente fuera aquel el día más btreve de su vida.

- ¡Andááá, la hermana Isabel! --exclamó echándose las manos a la cabeza.

Acomodó a la paloma en un rincón y rogándole que no se marchara y se precipitó escaleras abajo, más deprisa que lo que sus pequeñas piernas le permitían.

Se podría decir que la hermana Isabel era todo bondad envuelta en hábito religioso. A Gafosito, y desde muy pequeño, le había intrigado aquella forma tan rara de vestir, y sobre todo le hacía mucha gracia aquel gorro tan raro, con dos alas, como si en cualquier momento pudiera echar a volar. También le divertía mucho cuando entre los densos ropajes hacía aparecer: rosarios, crucifijos, tijeras, silbatos..., como si de un prestidigitador se tratara.

Pero cuando encontró a la hermana Isabel, ésta vez, no le pareció tan divertida y menos aún después de castigarle sin subir a la torre por haber llegado tarde a la cena, amenazándole con cerrar la puerta con llave.

Cuando Gafosito se fue a la cama esa noche estaba muy disgustado y preocupado por su reciente amiga la paloma. Como no podía conciliar el sueño se fue hasta la cama de su amigo Sabiote, algo mayor que él, y le despertó. Quería que le contara cosas sobre las palomas que tenía su padre en la casa del pueblo, de las que le había referido alguna que otra vez.

Su amigo Sabiote con signos evidentes de sueño y no saliendo de su perplejidad se negó, dándose media vuelta en la cama e intentando dormirse de nuevo. Gafositó insistió.

- ¡Anda!, cuéntame aunque sea un poco, ¡por favor!... sólo lo de los mensajes, ¡anda!

Su amigo, algo más despierto y sabiendo de la terquedad de Gafosito, le contó que su padre había sido un gran aficionado a las palomas; dándole, a continuación, detalles de cómo amaestró a una de ellas, la más grande y fuerte, como paloma mensajera.

Como Gafosito mostrara mucho interés por el relato de su amigo, éste acabó por despertarse del todo y, entusiasmándose en sus recuerdos, prosiguió el relato, iluminándosele la cara.

- Mi padre me dejaba la paloma mensajera a veces, para que yo practicara; llevándomela hasta el palomar que tenía en la terraza de su casa un amigo mío que vivía en el pueblo de al lado... ¡no te creerás!... pero aprendió el camino de vuelta a mi casa... y el de la casa de mi amigo. Un día la solté con un mensaje para mi amigo enrollado en una de sus patas y ... --Gafosito no le dejó continuar, deseoso de que le contara lo que realmente quería saber sobre todo lo demás.

- Sí, ¿pero como hacías lo de los mensajes? --le apremió muy interesado.

- Bueno, lo escribes en un papel que no sea muy grande, lo atas con un hilo a una de las patas de la paloma, procurando no apretarle para no hacerle daño y la sueltas desde un sitio alto... --entusiasmado Gafosito no le dejó terminar.

- Por ejemplo desde la torre del Hogar, ¿no te parece? --le instaba Gafosito a quién se le notaba muy feliz.

Los pasos de la hermana Isabel que se oyeron al final del pasillo hizo que Gafosito se fuera rápidamente a su cama. Aquella noche se durmió pensando que es lo que había que decir a unos padres con los que nunca había hablado.

Al día siguiente después del desayuno contó los cuarenta y cinco escalones hasta alcanzar el suelo de baldosín de color tostado. No hizo falta casi ni empujar la puerta.

- Gracias, hermana Isabel --fue lo primero que dijo cerrándola de nuevo.

Los incipientes y madrugadores rayos de sol acariciaban a la paloma que arrojaba sobre el suelo una alargada sombra, la que se movía continuamente, al mismo ritmo que ésta picoteaba los restos del festín del día anterior. Gafosito después de saludarla, dándole los buenos días, sacó del bolsillo del pantalón un trozo de pan de hogaza de su desayuno y partiéndolo en diminutos trozos los dio a comer a su amiga. Quería que estuviera muy fuerte para llevar el mensaje a sus padres hasta el cielo.

Aquel día la paloma efectuó un corto vuelo hasta el tejado de una granja vecina, ante la expectación de Gafosito, quién la había lanzado desde uno de los huecos abiertos para que se familiarizara con el entorno y comprobar, de modo propio, si después volvía a la torre, tal como le había dicho su amigo Sabiote.

La paloma volvió, ante el regocijo de Gafosito, con el mismo alboroto de la primera vez. A partir de entonces efectuó muchos vuelos, posándose siempre en los tejados de los caseríos próximos al "Hogar"; volviendo siempre a la torre.

Pronto empezó el nuevo curso y Gafosito aprovechaba las salidas de clase para visitar a su cada vez más amiga. Se entretenía observando como la paloma iba de un lugar a otro con ese andar tan gracioso, como si estuviera dando saltitos; lo que le divertía un montón imitándola. Éste le contaba muchas cosas de la escuela.

- ¡Oye!... ¿sabes que estoy aprendiendo mucha geografía?... he leído en mi libro que el pico más alto del mundo es el Everest, que tiene nada más ni nada menos que..., bueno ahora no me acuerdo..., pero más de ocho mil metros. Eso es mucho ¿verdad?..., ¿cuánto tiempo se tardará en subir al Everest?, ¡eh! --le decía Gafosito a la paloma, haciendo una ademán de subir por una cuerda muy tensa.

Todos los días conforme transcurría el otoño Gafosito le hablaba al tiempo que jugaba con su amiga. Como ya hacía frío le había fabricado a ésta un pequeño habitáculo con una caja de cartón que rellenó de hojas secas de morera. Durante todo este tiempo la hermana Isabel no volvió a amenazarle con castigo alguno, ya que siempre bajaba antes que anocheciera.

Conforme se acercaba el invierno la torre de ladrillo del "Hogar" se convertía en un lugar muy solitario y gélido. Desde sus ventanales en arcos, abiertos a la intemperie, ahora Gafosito visualizaba un paisaje gris, alfombrado con las hojas caídas de los árboles por efecto de los vientos --los mismos que cruzaban rápido los desprotegidos huecos de la torre-- que dejaban al descubierto, en las copas de los árboles, los nidos vacíos de los pájaros. Hacía muchos días que éstos habían emigrado a lugares más cálidos para pasar el invierno. Golondrinas, vencejos y otras aves más grandes se habían marchado, como hacían todos los años, en un largo vuelo estimulado por el acortamiento de los días, y guiándose sólo por el sol y las estrellas.

Gafosito se puso muy triste por la partida de todos sus amigos y sólo la presencia de la paloma le devolvía la alegría.

- ¿Anda!, si ya estamos en Navidad y aún no he escrito el mensaje para mis padres --dijo un día Gafosito, acurrucado entre los sacos de maíz y pipas de girasol, que había dispuesto a modo de refugio, dirigiéndose a su amiga.

Los días sucesivos hasta la Navidad Gafosito se aplicó en escribir en un pequeño papel sobre su pupitre ese mensaje para el que nunca tenía las palabras adecuadas.

El día de Navidad amaneció nublado, si bien el cielo no amenazaba lluvia. Acurrucado en su rincón de la torre, junto a su amiga, recordaba otras navidades y su mente evocó días de intensa soledad en el corazón, pero, a su vez de esperanza; días de montañas plateadas y de frío viento de sierra colándose por entre las rendijas de los balcones; días de lluvia con las gotas de agua jugando a componer sorprendentes dibujos en los cristales de las ventanas..., mientras escribía algo.

Sin darse cuenta había escrito en un papel: "Papá y mamá, siempre me he acordado de vosotros y os he echado mucho de menos. Me gustaría veros para daros un fuerte abrazo y muchos besos. Os quiero".

Lo leyó una y otra vez y le gustó. Sólo del corazón de un niño podía haber salido mensaje tan maravilloso. Mientras le ataba el mensaje a una de las patas, la paloma permaneció quieta, sin inmutarse, con la mirada brillante fija en la suya presagiando la partida. Después de acariciarla repetidamente y de arreglarle el plumaje Gafosito se colocó enfrente del ventanal por donde entrara hacía ya unos meses y aupándola hacia el cielo la soltó.

- ¡Por favor!, tienes que llegar hasta mis padres..., ¡sube!..., ¡sube hasta el cielo! --le rogaba Gafosito, mientras le resbalaban por sus mejillas dos gruesos lagrimones.

El incipiente llanto se convirtió en un mar de sollozos. Gafosito no sólo estaba llorando el adiós a su amiga, sino también y por primera vez la falta de sus padres que ahora la sentía más que nunca. La paloma no se posó en ningún tejado próximo, sino que voló... y voló... y voló..., hasta hacerse un punto en la lejanía, donde desapareció. Gafosito se dio cuenta en ese momento que no había puesto nombre a su amiga.

El estado de tristeza y esperanza que siempre le embargaba cuando llegaba la Navidad lo tenía más acusado esa noche --Nochebuena-- No queriendo conciliar el sueño se quedó observando el cielo encapotado a través de los cristales del balcón que quedaba junto a su cama. Estaba seguro que sus padres le harían una señal; pero a pesar del esfuerzo por mantenerse despierto se quedó profundamente dormido, presa de agotamiento y soñó con ella, con su amiga la paloma, la que ahora, cuando entró de vuelta a la torre donde la esperaba, tenía otro papel con un mensaje enrollado en la misma pata donde dejó el suyo. Lo desenrolló con ansiedad y se le dibujó una gran sonrisa en el rostro cuando lo leyó: "Sigue la estela de la estrella y hallarás la auténtica Navidad". Después en el sueño dejó marchar para siempre a su amiga.

Despertó casi al alba, iluminada su cara por una extraña luz que penetraba por el balcón; la que se fijó provenía de una estela luminosa como polvo de estrellas, y que siguió con la mirada haciendo caso a su mente que le decía y repetía: ¡Síguela!... ¡síguela!... hasta su origen: un enorme lucero que tintineaba, muy perceptible, haciendo señales luminosas, destacando los guiños muy brillantes sobre la negrura de fondo. Era sin duda la señal esperada. La alegría que experimentó Gafosito en ese momento, sería la mayor de su vida.

Gafosito volvió a ser otra vez el niño extrovertido que era antes. Dejó de subir a la torre y se le podía ver todos los días jugando con los demás niños en el patio. En las noches estrelladas mirando al cielo, decía.

- Papá y mamá, os quiero.

Gafosito ya no tenía obsesión por las alturas, ni quería ser alpinista. Ahora cuando alguien le preguntaba qué quería ser de mayor, respondía que deseaba ser cartero y agregaba ... para llevar mensajes de cariño a los padres que estén muy lejos.



A mis tres debilidades --mis nietos: Daniel (el más pequeño), Inés y Pablo--: Que esa alegría que me regaláis siempre, sea una constante en vuestras vidas. ¿Que si os quiero?: Os quiero hasta el infinito... y más..., como me decís vosotros a mí

FranciscoMolinaGómez
(cuento presentado a concurso en noviembre de mil novecientos ochenta y cinco; aún estoy esperando noticias de su fallo ???)

4 comentarios:

  1. bonito cuento de abuelo paco una excelente persona

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    1. ¡Hola Rosi! Cuando era pequeño nadie me contaba cuentos; sólo los fabulaba en mi imaginación... y así poderlos escribir ahora...; espero hayas sentido la niña que fuiste. Deseo que hago extensivo a todos los mayores que lo lean.
      Un beso grande.

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  2. Hola papi! me ha gustado mucho tu cuento pero también me ha dado mucha pena porque creo que muchas de las cosas que escribes en él son sentimientos propios.En cuanto pueda se lo voy a contar a los peques. Te queremos. Sigue con el blog ME ENCANTA

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  3. ¡Hola hija!: En los cuentos podemos hacer volar la imaginación y así poder cumplir aquellos sueños que la cruda realidad se empeña en negarnos. Por eso éste no es un relato triste, sino, al contrario, un alegato a la esperanza, la que desde muy niño siempre mantuve viva.
    Recuerda siempre que sólo se mira hacia atrás cuando sea necesario para seguir avanzando.
    Un beso muy fuerte.

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