jueves, 20 de febrero de 2014

NO FUE NADA FÁCIL... SER HIJO DE HIELO












En el principio fue el frío y cuando llegó a su vida le rodeó, le cercó y alevosamente le invadió, e inmediatamente sintió la hiriente sensación del frío penetrando punzante en sus carnes tiernas y desprotegidas y ya habitó de por siempre en aquel desangelado cuerpo... y en el mío... y en el de los otros niños.











No fue nada fácil... ser el fruto de una relación prohibida en aquella época de hambre y sotanas. La primera sensación que sintió Juan al nacer fue el frío que rezumaba el cuerpo de su madre, soltera, a la que saludó apenas con un leve gemido, entrecortado por el gélido ambiente de la sala de maternidad. Su madre, muerta en vida, ahogó el sollozo de su renuncia acurrucada bajo las ropas de la vieja cama de hospital. Juan nació en invierno y el frío que le había dado la bienvenida al mundo le marcaría de por vida, pues aquella helada no sólo congelaría la cosecha de cereales, vaciando de harina las tahonas y de pan las alacenas de las casas, sino que, lo más grave, desde el primer instante de su nacimiento había anidado firmemente en su cuerpo para quedarse definitivamente. De todos los fríos que padeció, el que nunca superó fue el del abandono.

Ciertamente fue muy difícil ser un niño frágil en una época de pobreza y disciplina. Juan no tuvo opción y lo internaron en la casa Cuna. A tan temprana edad sólo se reconocía en los rostros de los otros hijos de hielo, que, como él, mostraban evidentes secuelas por el asedio continuado de los males de niño pobre: extremada delgadez de pómulos que realzaba, sobre la pálida tez, unos grandes ojos tristes y una sonrisa dibujada en negro por los efectos de los prolongados tratamientos contra la mortalidad infantil. Algunos desfallecieron en la lucha y otros quedaron inválidos. Juan sobrevivió a pesar de las duras condiciones.

No fue nada fácil cuando creció... seguir escondiendo los llantos entre las paredes del nuevo pabellón. No tardó mucho tiempo en reconocer la pesadez de los muros que envolvían su existencia. Más que el ladrillo, le oprimía el desamor. Más que la piedra, le angustiaba la soledad. A los tres años Juan tuvo ya conciencia del desarraigo. En el cuaderno que le encontraron como única pertenencia había escrito de su infancia: ... cierro los ojos y evoco unos gruesos muros, ¿acaso importa el material que los conforman?; lo importante es la dimensión. No sabemos si los muros gruesos nos aprisionan más o si, por el contrario, nos acogen más cálidamente y nos protegen mejor de nuestros miedos. Estos muros míos en su afán por desalojar la materia me ofrecen espacios vacíos, muy vacíos, donde habita la soledad, el miedo, la intolerancia, el desamor, la ausencia... .

En verdad que fue ardua tarea capear los crudos inviernos cuando a la edad de siete años a Juan le rebrotó el frío de su nacimiento. Sentía pánico con el susurro del viento de la sierra golpeando balcones y ventanas, colándose a continuación por las defectuosas carpinterías de madera y expandiéndose a toda la habitación. El frío se adhería a todo: a las paredes, a los muebles, a las camas metálicas, a las sábanas con las que Juan arropaba su cuerpo en posición fetal, enroscándose sobre sí mismo para darse calor. El frío lo era todo. De noche lo sentía clavarse, como dardos, en la desnudez de sus carnes; de día en los sabañones que, como enormes puros habanos, habían colonizado los dedos de manos y pies. El picor era tan intenso como la escasez de remedios, de ahí que se aliviara con un ungüento que obtenía del fruto de las acacias que se prodigaban por el recinto. Como forzado superviviente aprendió a aprovechar los recursos que tenía a mano. En esa actitud forjó su carácter libre.

No fue nada fácil... transgredir la marca. Juan fue el primero en saltar las altas tapias que circundaban el patio y que cercenaban su libertad. Detrás de él trece ilusiones sobrevolaron, también, por encima del muro de hormigón. De golpe el paisaje se abrió más allá de la pantalla de cal, proyectándose en infinitos huertos y casas de labranza hasta la ciudad que ascendía por la colina, y que coronaba en la histórica fortaleza roja. Se expandió el espacio, milagrosamente, hacia un nuevo horizonte casi inalcanzable: por primera vez Juan sintió la libertad. En unas hojas del arrugado cuaderno que se le encontró, lo refería: ... y los muros del pabellón se hicieron tapias en los patios y el fundamento se transformó en lo banal, y la piel se sustituyó por la alambrada. En esa extraña metamorfosis la materia pierde una dimensión a favor de la otra, y esta se hace alta, muy alta, infinitamente alta y en su afán por crecer establece un límite, una frontera donde se ahoga la libertad y marca el fin del mundo, de mi mundo entonces en aquel lugar y aquella época; y con el tiempo aprendimos a volar allí donde la tapia nos ofrecía la tercera dimensión y catorce almas escapamos; catorce ilusiones y una maleta llena de castañas profanamos
el borde una tarde de otoño. A través de los cristales de una ventana del primer piso, el guardián contó catorce...
.

Tampoco fue fácil sobrevivir al desvalimiento humano. Juan paseó sin destino por la ciudad su orfandad y sus sueños. No le venció el hambre sino otra vez su mal de cuna: le pudo más el frío de las noches otoñales. A Juan lo recogió la guardia civil desnutrido y aterido de frío en un banco del parque que orillaba el río que saludaba con rumor de agua la entrada a la ciudad por su puente viejo. El mismo por el que días después le trasladaban al reformatorio que encumbraba una colina con vistas a la fortaleza antigua. Tenía catorce años, y le estaban esperando. Juan padeció nuevos muros, nuevas tapias, nuevos vigilantes, nuevos castigos..., y las frías noches desnudo al raso del patio disciplinario. Fue primero aprendiz y luego maestro de "niño malo", como le llamaba la chiquillería del antiguo barrio, de estrechas y empinadas calles, que le acogieron con indiferencia y desprecio.

Juan se aplicó en la libertad de la creación literaria y tiempo después escribió en el cuaderno que siempre llevaba consigo, sobre aquellos días en los que le estalló la ira, como terapia contra la locura de la continuada represión en la que se hacía insufrible seguir sobreviviendo, con la piedra en la mano: ... piedras como las que usamos como terapia de nuestra ira una noche de verano, una calurosa noche de verano: "la noche de los cristales". La luna testigo, alumbraba en cuarto menguante a través de las ventanas nuestra desilusión de niños abandonados en el sótano por efecto de una barra de hierro que trababa la puerta y nos sentimos presos dentro de la prisión. Por entre los rincones se oyeron frases contra esa locura y las consignas corrieron de boca en boca como reguero de pólvora, y de repente se hizo la oscuridad total y un gran ruido de cristales rotos, unido a un griterío desenfrenado, se elevó en el aire caliente y vivimos el Apocalipsis; exultantes, triunfantes, y desafiantes gritamos hasta quedar roncos, hasta no dejar un cristal en las ventanas y aunque sabíamos que nuestra felicidad sería corta, aún hoy tiemblo de emoción al recordar la gloria de aquella noche... .

No fue nada fácil... afrontar la realidad del mundo exterior para el que Juan sólo había desarrollado imaginación y la capacidad de soñar. A los dieciocho años, cuando le echaron del reformatorio, era ya más libre que la mayoría de los habitantes de su ciudad; mientras el país aún sufría los estertores de la dictadura. Juan no se ató a lugar, ni a familia, ni a idea organizada alguna que pudiera coartarle su reconquistada libertad, y de la que le pudieran expulsar por disentir. Vagó por muchos lugares, sin más equipaje que su cuaderno de notas. Para Juan, arribar a la capital del país significó la huida del pasado y la más feroz de las soledades sumergido entre la marea anónima de transeúntes repoblando las aceras, calles y plazas.

La nueva ciudad era, también, un penetrante olor a fonda barata. En el tercero, derecha, del número nueve de la calle del centro todos los días sucedía un milagro: se sobrevivía a pesar de Ramona, la patrona manchega que regentaba, junto con su marido, la casa de huéspedes. Cuando su humanidad se compadeció de Juan por un módico precio, Ramona no le estaba haciendo caridad sino repartiendo sus miserias entre uno más de sus inquilinos. Los domingos para que olvidaran el hambre que habían acumulado durante toda la semana, les invitaba a todos a un vaso de vino de su tierra y que Juan bebía con calma, extasiándose en su deleite, pero con prevención de que no se le retirara antes de consumirlo.

Malvivió entre la escasez del magro de la sopa de Ramona y la temporalidad de los trabajos donde le admitieron. El del matadero, trabajando bajo cero en las cámaras frigoríficas, le produjo más de una pulmonía que por poco acaban con su vida. Sanó el cuerpo y el alma en sus encuentros con la naturaleza en el gran parque urbano. Compartió los paseos con sus clases en un taller de escritura. De esta época son algunas reflexiones existenciales que pude leer a la mitad del cuaderno que, misteriosamente, acabó en mis manos: ... Voy a la vez recorriendo el paisaje y habitando la morada que traigo conmigo, y en esa dualidad de debato. Soy sol que inunda de luz y calor los caminos de mi travesía, amenazada a menudo por oscuros nubarrones que anuncian lluvia y que me empapan interiormente. Afuera me embriaga la luz con su ofrenda de colores vivos, que se van degradando por dentro en tonos grises y oscuros, por efecto de las sombras; estas sombras que me atormentan. En el umbral de mi alma conviven el amor con el desconsuelo, la alegría con la tristeza, la felicidad con la desesperanza..., la vida con la muerte. Soy libre en la cárcel que llevo a cuestas; pesados muros que me roban el horizonte que imagino abierto, convexo; mientras me consumo en el silencio de esta quietud, de esta concavidad. Y mientras tanto... andaré donde aguante / habitaré donde me cobijen; / sin embargo... / sigo donde me dejaron / y no sé de donde vengo .

No fue nada fácil... soportar las duchas de agua fría y la humedad de las paredes de la fonda de Ramona. Para Juan, aquella ciudad costera alejada de la capital fue una escala en su vuelta a su ciudad natal. Pudo comprobar que en su existencia cabía una grado más de hambre, de pobreza, de esperanza, de solidaridad y de libertad: "Otro sitió encontrarás que hará bueno el anterior", pensaba Juan mientras negociaba con la viuda ¡Mare de Déu!, cuya presencia igualaba en antigüedad y decadencia al degradado interior de la habitación que le ofrecía, un techo en aquel antiguo edificio del barrio Chino, aunque la techumbre, en cuestión, estuviera a punto de desplomarse sobre la desvencijada cama. Al igual que hiciera con Ramona, Juan adoptó a ¡Mare de Déu! --la llamaba así en exclamativo-- como sustitutivo de madre y aquella, apercibida de afecto por primera vez en su vida, solo le cobró en pago, por el alquiler del lecho, algunos cortos poemas que Juan le dedicaba.

El número diez de la estrecha calle, además de por sus inquilinos emigrantes, se caracterizaba por estar a un tiro de piedra del bulevar más popular y conocido. Aquel fue el espacio natural que acogió su deriva a la bohemía y las revueltas políticas de la época. A la siete de la tarde, todos los días, ardían sus aceras y el ambiente tronaba: ¡¡Amnistía!!, ¡¡libertad!!..., atrapando a Juan en la encrucijada de la "Transición". Su figura, un saco de huesos andantes, de la que colgaba una descuidada barba se hizo habitual entre los conocidos figurantes de aquel escenario urbano; sus amigos marginados: La María, una vieja prostituta que paseaba su patética vejez ahogada en alcohol; el Ocaña que exhibía su exagerada "pluma" a la hora en la que la "pasma" no vigilaba y así evitar la "gandula"; el Pistolero, que deambulaba de punta a punta del paseo retando en duelo de revólveres de plástico a cuántos viandantes se le cruzaban...; para todos hubo un momento, una sonrisa, una poesía.

Para él siempre el frío y la soledad. Su estado de ánimo de aquellos días es un poema en una de las páginas del cuaderno que le encontraron, y que ahora recito con emoción: He recorrido de nuevo el bosque / que retiene nuestros secretos juegos de niños. / Secretos escritos en los troncos de los pinos / que hoy reverdecen de brillo / sobre fondo de un cielo gris. / Cielo, nubes, sólo reflexión de luz / sobre piel de nieve de este mes de invierno / que me estremece de frío. / Frío de viento. / Viento del Norte que siento en mi pelo / como cuchillos en peligrosos juegos. / Juegos que se hicieron nombres / heridos por Cupido. / Nombres que me enloquecieron en otro tiempo. / Tiempo de versos leídos / sobre el suelo verde cubierto de flores. / Flores de colores como el mundo conocido. / Y en ese mundo sobrevuelo los edificios, sólo; / y sólo comienzo de nuevo: sentir, querer...

Pero las continuas amanecidas sentado en las gradas de piedra de la bocana del puerto hicieron que la humedad del mar se le incrustara en los huesos hasta alcanzarle la médula, enfermando su precaria salud que empeoró por el ambiente de la desangelada habitación, a pesar de los cuidados de ¡Mare de Déu!. Cuando se recuperó de los escalofríos a Juan le recomendaron un clima seco, y retornó a su tierra, por la que vagabundeó reinventando la vida cada día. Al poco tiempo me reencontré con Juan, al que no veía desde los tiempos de amistad del orfanato, y al que inútilmente ofrecí mi casa: "Mi techo es el cielo", me dijo.

No fue nada fácil... identificar a Juan Expósito Rodríguez cuando lo encontraron de madrugada helado como el banco que ocupaba en la recóndita y céntrica placeta arbolada. En la soledad del espacio nevado Juan era ya, eternamente, parte del paisaje: se había fundido con la piedra de la fuente, las ramas de los plátanos, la madera de los bancos y la tierra del suelo.

Por encima el cielo encapotado brillaba con una extraña luz blanca de nieve..., y apenas quedaban unos días para que cumpliera treinta años.




FranciscoMolinaGómez
(Presentado a I Concurso de Relato Breve en febrero de 2008. No me premiaron entonces; aunque ahora sí: ¡qué mejor premio que poderlo publicar aquí en exclusiva para todos!)

lunes, 10 de febrero de 2014

L U G A R E S: I, II ...








Donde los filósofos sólo dejan desasosiego en la incertidumbre de sus preguntas sin respuesta, el poeta lo alivia escudriñando el alma.
¿Quién no ha padecido en algún momento de su vida esa enfermedad que no tiene cura?... esa locura de querer ser poeta...; a veces tengo brotes de esa dolencia.








I. PAUSA VITAL




Jugando a velarse
entre nubarrones,
el sol ha pintado
de gris el paisaje
y de frío el aire.

Tras los ventanales,
lluvia de invierno
agujerea el mar;
en el cristal impresos
reflejos de amistad.

Voz cadenciosa
en cada gota;
principio y fin:
vapor condensado
que retorna.

Por siempre mar,
eterno en la niñez
y también después;
por siempre inmutable:
faro al que regresas.

Resquicios de nubes,
claridad de vida;
el sol en su huida
primero brillante
luego se degrada
entre añil y lila.

A mi amigo José Botos, envidiándole la suerte de poseer un trozo de cielo

FranciscoMolinaGómez
(Desde el restaurante "Botos". Almuñécar. Granada. Enero 2010)









II. A CONTRALUZ



Cadencia de lluvia en la ventana,
remembranzas de otro tiempo
muy de mañana en la plaza
en el que el aire era silencio.

Cuatro sueños de madrugada
se pierden entre los puestos,
escudriñando tras el cristal
de las flores sus encantos.

Arrullos, revoloteo de palomas
posándose en cortos vuelos
de los gigantes en sus cabezas
con mensajes escatológicos.

Gigantes de recia piedra,
eternamente encorvados,
vuelan la pila llena de agua
arriba de los enlosados.

Lluvia vomitan de sus bocas
que surten todos a uno,
y yerguen sobre sus espaldas
de la mitología a Neptuno.

A Teresa: Gracias por ser compañera de viaje


FranciscoMolinaGómez
(Desde plaza de Bibarrambla. Granada. Enero 2010)



















sábado, 1 de febrero de 2014

LA CONJURA DE LOS POBRES












Allí donde surge algún rico, se conjuran varios pobres para derribarlo:

Invaden sin ningún pudor sus áreas de negocios.

Se apoderan impunemente de sus huecos que los cubren con sus inmundicias, sus basuras, sus mugres, sus porquerías... sus cartones... sus famélicos animales afeando con sus sucios hocicos los ventanales de pulidas lunas de cristal de sucursales donde el creador de riqueza amasa relucientes tesoros.

Se recuestan de manera impúdica sobre sus escalones de piedra natural de granito, manchándolas con sus orines y excreciones y las de sus apestosos animales de compañía.

Y por si todo esto fuera poco, además les hacen, sin ningún recato ni decoro, competencia desleal en la captación del dinero de los que pasan por su puerta; sin gastos de publicidad; sin financiar locales, personal, consejos asesores, interventores, comisiones de favores...; injusta situación que padece el probo filántropo de préstamos a desheredados diariamente, sin que la turba maloliente siquiera se inmute.

Pero esto no iba a quedar así..., menudo era don Saqueo de Botines i Botines.











Nicasio, el pobre del hueco catorce, tuvo la mala fortuna de ocupar sin que nadie se lo advirtiera el único vano libre de la calle a fin de pasar la noche a cubierto. Vano que ninguno de su ralea quería a sabiendas de como se las gastaba don Saqueo de Botines i Botines, el dueño de todo el edificio; próspero hombre de negocios y destacado banquero muy valorado por los de su clase, esa casta que dedica todo su tiempo a confiscar no sólo las haciendas de los demás, sino incluso sus vidas --de qué sino los "honestos" trabajadores de los patrimonios ajenos, después de una dilatada vida profesional, pudieran retirarse con una jubilación multimillonaria como corresponde a su estatus social--...; y es que hay que entenderlo: el palacete en la zona más lujosa de la ciudad; la villa de tropecientas hectáreas en las afueras, con coto privado de caza; el yate de un montón de metros de eslora esperando sus ociosos días de verano en el atraque más caro del club marítimo; el pago de una legión de jurídicos para poder poner a salvo la mayor parte de su abultado patrimonio, a resguardo de la hacienda pública... todo esto...:¡¡¡Hóóóómbre, cuesta una fortuna!!!por lo que su frase más obsesiva: "¡No hay que renunciar ni a un solo céntimo de euro!" era su lema, su norte que le guiaba por el intrincado y sufrido mundo de los negocios.

Con esta idea de apropiarse de todo lo que cupiera en la cartera de cualquier persona --sin distinción de liquidez de bolsillo-- que se le cruzara no tardó mucho en montar en cólera en cuanto recibió directamente, en su oficina central, el teletipo con la noticia: un pobre había osado aposentarse durante toda la noche pasada en el hueco de los bajos de su edificio, el de la calle más céntrica y de más renombre de la ciudad, en donde, a modo de cama, había dispuesto una gran caja de cartón que impedía la visión de su oficina bancaria, la que era el orgullo de la profesión respecto de las otras sucursales crediticias (la competencia en la misma calle); habiendo sido retenido el pobre por la mañana contra su voluntad de marcharse para encontrar otro refugio urbano como futuro alojamiento. Era de todo punto intolerable: "¡¡¡Marciáááál!!!, llamaba a gritos a su subdirector general adjunto de relaciones públicas. Grito que se oyó hasta en las Antípodas. Y Marcial que desde hora muy temprana de la mañana ya esperaba marcialmente tras la puerta la tanda de gritos e improperios con los que don Saqueo le obsequiaba cada día, entró precipitadamente sin desprenderse de su infecto servilismo, inclinando medio cuerpo hasta ver con detalle el grosor de las juntas de la madera del suelo: "Buenos días tenga señor director... Qué desea señor director...", se ofrecía quedando doblado por la mitad: "¡¡Habéis dejado que un pobre invada gratuitamente mi propiedad!!... ¡¡ineptos!!... ¡¡ahora no me querrá pagar!!... pues quiera o no tendré que cobrarle el alquiler de esta noche... marcha para allá, llévate a un escribano y soluciona el problema, sino rodará tu cabeza...¡¡¡Quiero mi dinero!!!"

Mientras Marcial marchaba urgentemente al lugar de los hechos, don Saqueo llamó por teléfono inmediatamente a su amigo el director del diario local más refutado antes de que los ejemplares del día fueran impresos con el resultado de la publicación del siguiente titular en sitio preferente del periódico: Ciudadano de bien es agredido en su derecho a la propiedad por un pobre. Titular que fue degenerando en otros diarios menores hasta: Un pobre se introduce con violencia en la vivienda de un ciudadano de bien, amordaza a éste y a su esposa y después de desvalijar la casa huye con el hijo de ambos como rehén pidiendo un rescate millonario. La noticia la dieron a primeras horas del día todos los telediarios de las cadenas de televisión, incluso en algunas ya se habían organizado debates entre contertulios conocidos --siempre invitaban a los mismos-- sobre la indefensión del ciudadano común frente a esta plaga de impresentables, de tal suerte que cuando Marcial llegó hasta el hueco donde aún tenían retenido al pobre había ya un corrillo de gente que había acudido al revuelo de las cámaras que grababan a un reportero, micrófono en mano dirigiéndose al pobre: "¿Es verdad que tiene escondido en una caja de cartón y en un lugar que no quiere revelar, al hijo de don Saqueo de Botines?... ¿Cuánto dinero ha pedido de rescate?... ¿Tiene que ver este secuestro con alguna reivindicación política de la plataforma: Pobres al poder?"... Nicasio, perplejo, sin entender nada, seguía sentado en el escalón de granito del hueco, retenido contra su voluntad, con la mirada perdida y azorado por aquella expectación, prodigando generosas caricias a su perrita Canija que le miraba fijamente a sus ojos agradecida.

Rápidamente Marcial tomó el mando de la situación, midiendo el vano con un aparato de medición por rayo láser; última novedad en el mercado que daba la medida exacta del volumen hasta en milímetros cúbicos, mientras el escribano --además letrado-- iba redactando el documento que daría respaldo legal a aquel acto: Largo por ancho y por alto es igual a tanto, aplicando la tarifa de zona de oro --la más cara de la ciudad-- y teniendo en cuenta los daños producidos a los componentes materiales del hueco, limpieza de la suciedad, y los perjuicios por ocultamiento mediante elementos opacos de la oficina bancaria a primeras horas de la mañana, la de más afluencia de público; todo ello arroja un saldo a favor del banco de tropecientos mil euros que se les reclaman a don Nicasio Sin Herencia, al que se le incautará su recaudación de pobre el tiempo necesario para satisfacer la deuda; tiempo durante el cual el referido pierde su condición de libre, a disposición de la entidad financiera, la que se reserva, incluso, sus derechos de imagen. Idea ésta última que no se le pasó inadvertida a Marcial de la Venia Reverencias, a la vista de la expectación que en los medios de comunicación había despertado aquel insólito caso. Entrevistas en los medios televisivos que no tardaron en producirse, habida cuenta de los favores que muchos de sus dirigentes le debían al afamado banquero... hasta aquella última.

Nicasio no entendía porqué el grupo de personas que se presentaron como asesores de imagen del banco le tuvieron retenido en uno de los despachos de la entidad tres días sin comer --el perfil de hambre que dibujaba su cara era muy sugerente en la pantalla--, ni tampoco entendía porqué le arrebataban sus andrajosas ropas, obligándole a vestir otras aún más harapientas --tan importante como su famélica cara era la compasión que sus pobres ropajes causarían en la impresión de los telespectadores, cara a exigir más caché en sus emolumentos de invitado que se apropiaría el banco--, previo a su aparición en el programa: ¿Hasta cuándo aguantaremos?, cabecera en pregunta del espacio televisivo que era un alegato a la indefensión del ciudadano común; de la gente de orden frente a la delincuencia de bajos fondos, y que aludía a la que produce los "voluntarios" marginados económicos... pero contra todo pronóstico aquel presentador, trastocando el guión escrito de antemano, valiente, jugándose su puesto de trabajo o, mas bien, promoviéndose por su cuenta, empezó a incomodar con sus preguntas al representante legal de Nicasio --uno de los jefes de negocios de don Saqueo-- que siempre le acompañaba a los platós a fin de negociar e incautarse de la recaudación y de paso de los lotes de comida entregados en el estudio de grabación por los apiadados televidentes; todo en pago a la copiosa deuda contraída: "Se considera usted una víctima del poder real del capital..., vamos de la banca..., bueno más concretamente de don Saqueo de Botines...". El público prorrumpió en aplausos que irritaron visiblemente al acompañante de Nicasio: "Mi representado no está autorizado a contestar esa pregunta; lo tiene firmado aquí" (en ese momento el joven ejecutivo, impecablemente vestido con traje azul marino, camisa celeste y corbata del mismo color en donde brillaba prendido un alfiler de oro con el emblema del banco le entregó, manifiestamente enfadado, al presentador kamikaze un documento con la impresión digital de Nicasio en el pie. Huella impresa que lo era más por la suciedad que por la tinta).

El presentador aprovechando sus minutos de gloria, subiéndose arriba en su ánimo al saberse visionado por millones de telespectadores, promocionándose en sus expectativas futuras de estrella televisiva, le mostraba con cierta euforia en el lenguaje al pobre Nicasio el documento al tiempo que le preguntaba: "¿Validaste con tu huella voluntariamente este documento o te forzaron a ello?" Nicasio con la mirada perdida en el papel sólo farfullaba: "Si yo sólo pretendía pasar la noche..., pasar la noche un poco recostado..., sin más intención; bueno con la única intención de que la Canija, mi perrita, no pasara frío" disculpándose en su explicación, casi pidiendo perdón: "¡¡Sí, pero a costa de la propiedad de los ciudadanos honrados!!", le gritaba el joven impecablemente vestido al presentador, increpando a su vez al público que cada vez se orillaban más claramente hacia el lado del pobre, el que sólo seguía farfullando lo mismo: " Si yo sólo pretendía pasar la noche... sin más intención..."

Aquel programa emitido en la franja horaria de más audiencia, disparó a su favor las estadísticas de visionado de programas televisivos, de tal suerte que catapultó al Olimpo de los showman a Armando Verdugo de Rico, el presentador kamikaze, al que se disputaron varias cadenas televisivas cuando fue despedido, con cajas destempladas, de su canal de televisión, el que le había visto nacer y crecer como conductor de realitys. No tuvo tanta suerte el joven ejecutivo Perfecto Ladrón de la Casa, ya que aún impecablemente vestido, aunque sin el alfiler de oro en la corbata, fue despedido sin contemplaciones por su jefe y desterrado de por vida de la banca. Se acabaron las apariciones televisivas: don Saqueo no iba a poner en tela de juicio su honorabilidad por el oportunismo de presentadores ambiciosos.

Así que haciendo don Saqueo liquidación de la deuda, y como ésta, a pesar de la fortuna conseguida por el banco en las distintas cadenas de televisión por donde peregrinó Nicasio, presentara aún incomprensiblemente balance positivo a favor del banco, éste fue forzado de por vida --los intereses impagados acumulados iban aumentando exponencialmente elevando el importe de euros a devolver a una cifra astronómica que crecía y crecía-- a entregar al banco su recaudación de pobre que pudiera conseguir mendigando por la ciudad. Ya se aseguró don Saqueo que el pobre Nicasio no le estafara y le escondiera a su incautación alguna cantidad, aunque fuera insignificante, de céntimos de euro: para ello destinó al seguimiento del pobre, día y noche, a un jefe de sección de recaudación del banco; siempre apostado junto al menesteroso Nicasio, extremadamente vigilante: nada más oír el sonido metálico del golpe de la moneda sobre el fondo de la lata se apropiaba inmediatamente de ella, reseñándola como haber para el banco. Eso sí, todo legal como constaba en el documento con la marca digital de Nicasio Sin Herencia el pie del papel, y que estaba a disposición de cualquier ciudadano que lo requiriera en su caritativa acción de dar la voluntad.



¿Entonces?...; ¿lo del principio?...; sí, lo de la conjura de los pobres... no, no encaja...; no creo que sea así...; más bien yo diría todo lo contrario: Allí donde surgen muchos pobres es que previamente se ha conjurado un rico para, después de desvalijarlos, desahuciarlos de por vida.


FranciscoMolinaGómez