sábado, 15 de noviembre de 2014
EL TÓTEM DE LA MANADA
Dice la vieja cartilla de lobatos:
El tótem es el símbolo que le da un sentido de pertenencia a la manada...
El tótem es único, un símbolo de identidad que acompaña a los lobatos en sus actividades...
El tótem es una representación viva del honor y tradiciones de la manada...
El tótem no debe faltar nunca en las reuniones de manada y en las ceremonias...
El tótem sirve para diferenciarse de las otras manadas...
... y lo que empezó siendo un juego fue derivando, para algunos, en doctrina y en cerrazón de pensamiento de grupo que les llevó a la intransigencia: necesidad de imponer su ideología a los demás... y ahora no sólo profesaban odio a lo diferente sino que exhibían con orgullo aquel rencor que incluso habían transmitido a las anteriores nobles mascotas --el lobo y el águila-- que de esta forma lucían ahora con fiereza en la tela de los estandartes.
Fulgencio de la Calle es Mía, era el guardián del tótem de su manada y lo exhibía muy orgulloso en un rincón del despacho que, como alto ejecutivo de inversiones en bolsa, ocupaba en un conocido y admirado edificio tecnológico a cuya privilegiada situación le había aupado el supremo Jefe Azul de la Manada en un gesto de agradecimiento por los serviles servicios prestados a la causa azul. Constantemente lo miraba intentando inspirarse en aquel emblema: la guía de todos los actos de su vida, su particular talismán en los momentos bajos. Lo contemplaba largamente extasiado de su poder; y allí resguardado en el rincón del despacho que ocupaba en una de las plantas nobles del acristalado rascacielos --cerca de su mesa para no dejar de percibir sus fascinantes buenas vibraciones-- se alzaba sobre delgado mástil el banderín de fondo azul con la figura de una cabeza de águila en mancha negra. Lo amaba, lo adoraba, hasta el punto de que en varias ocasione había proclamado su alabanza en clave lírica; versos que después adaptó a la letra de su himno: "El Gran Águila", cuya interpretación en convocatoria previamente anunciada, presidía el inicio de las habituales reuniones de toda la manada azul, sus seguidores: "El Gran Águila nos guía, somos los mejores; ya viene el águila, ya viene el águila, ya viene el águila, ya está aquí..."; el gran clamor se podía oír allende los confines de la gran manzana, el centro económico de la ciudad.
A Armando Guerra de Rojo, su antónimo, también alto ejecutivo aupado por el supremo Jefe Rojo de Manada en pago a rastreros servicios, no le gustaba ocupar el despacho inmediatamente inferior, por aquello de que le pisara, aunque sólo fuera simbólicamente, Fulgencio el jefe de la manada rival; su peor enemigo. Como jefe de la otra manada poseía también en su cubil el tótem de ésta: un banderín de fondo rojo con figura de cabeza lobo aullando al que en el dibujo se le había ausentado los matices de color del pelo del animal a favor de una amenazante silueta negra. Como no podía ser menos que su contrincante la manada roja también tenía su himno: "El Gran Lobo", cuya letra y música para gloria de la mesnada la había compuesto un "intelectual": reconocido cantautor cuyo glorioso nombre colgaba en cinta del banderín junto al de un furibundo secular y otra fauna del vademécum rojo: los anti... anti esto... anti lo otro...; y de la que se vanagloriaban su seguidores a la llamada de Armando para círculo de reunión, cantando voz en grito, y así acallar los cánticos de sus rivales: "El Gran Lobo nos alumbra, somos invencibles; ¡aúúúh!, ¡aúúúh!, ¡aúúúh!, el lobo aulla aquí...", al tiempo que los lobeznos --iniciados simpatizantes sin oficio en su primera reunión de manada-- hacían su juramento: ¡Obedeceremos ciegamente al Gran Lobo!, dando todos un pequeño salto hacia delante, quedando en cuclillas sobre las puntas de los pies, separando las rodillas, manteniendo la cabeza levantada, los brazos entre las piernas y apoyando la yema de los dedos índice y medio contra el suelo, con los dedos separados. En esta postura de sumisión animal repetían: ¡Obedeceremos ciegamente al Gran Lobo!, para luego saltar todos poniéndose de pié, levantando los puños cerrados de ambas manos a los lados de la cabeza, para desplegar, más tarde, los mismos dedos referidos, simulando las dos orejas del lobo. Al final el jefe de manada Armando saludaba a los nuevos lobatos y les felicitaba por su incorporación a la manada, al tiempo que les regalaba el libro de oro de caza: "El camino del lobo". A partir de entonces ya podrían ir de cacería: ¡¡Muerte al Gran Águila!!
¡¡Muerte al Gran Lobo!!, se oía en el piso de arriba a los aguiluchos ya convertidos en águilas mientras saludaban al jefe de manada Fulgencio al que juraban fidelidad ciega, desplegando los brazos rectos--abiertas las manos al frente--, luego girándolos a los lados simulaban un poderoso planeamiento en el aire; después de que éste le diera la bienvenida al nido: Pronto iremos de caza y sorprenderemos al lobo en su guarida. La gran batalla se mascaba en el ambiente del edificio; es de lo único que se hablaba en los vestíbulos, en los ascensores, en los despachos... con cierto temor de la mayoría silenciosa: clase laboriosa del edificio a las que las dos manadas ignoraban salvo las ocasiones en las que su abnegada y profesional labor les sirviera de trampolín para seguir aupándose sus miembros a los puestos de poder y a los nombramientos directivos de aquella empresa multinacional, especialista en burbujas especulativas de inversión: un gran negocio de pingües beneficios para directivos y altos ejecutivos.
Pronto se tocó a rebato: Convocatoria del Consejo Asesor, en la que bajo la dirección del presidente de la empresa que representaba a los accionistas, dando la palabra a los representantes de los Grandes Señores Azul y Rojo y al más insignificante de la mayoría silenciosa --por aquello de guardar las formas-- se trazaban las directrices futuras de la empresa. En el aire de la convocatoria de la reunión se mascaba la presión de los Grandes Señores, que no olvidemos de una u otra forma con este o aquel matiz gobiernan --o mejor desgobiernan-- el mundo.
Fulgencio despegó de la base donde se clavaba el banderín azul con la cabeza del águila y lo alzó con orgullo delante de su manada reunida de urgencia en su despacho, como pendón que anunciara día de caza, y del que colgaran cintas y cintas de colores con los nombres de "ilustres bienhechores" de la manada entre los que descollaba un impostado obispo y otra tropa del vademécum azul, los pro... pro esto... pro lo otro..., peregrinando en procesión por pasillos y escaleras hasta la sala de juntas generales, mientras cantaban voz en grito su himno: "... ya viene el águila, ya está aquí...", organizándose un guirigai de cánticos, insultos e improperios cuando en el piso de abajo se encontraron con la otra manada que presidía Armando al que le temblaba el pulso de emoción alzando su banderín rojo con la figura del lobo el que agitaba en el aire al tiempo que sus seguidores voceaban su himno "... aúúúh, el lobo aulla aquí...". Así hicieron su entrada ambas mesnadas a la sala en donde les esperaba, ya aposentados al centro de la mesa, a un lado el presidente y los representantes de los accionistas y enfrente de estos la exigua mayoría silenciosa, dejando libres los extremos del alargado tablero: el fondo norte que ocuparon con notorio ruido Armando y su manada roja, y al otro lado, y con no menos revuelo Fulgencio y su manada azul en el fondo sur, sin darse tregua en la ofensas y calumnias, teniendo el presidente, repetidamente, que llamar al orden a ambos jefes.
Aquello más que una civilizada reunión para estudiar y consensuar la viabilidad de las propuestas de mejora de los negocios de la empresa derivó en una sucesión de pateos, reprobaciones, golpes en la mesa... de los dos extremos antagónicos, forzando los unos imponer sus criterios a los otros, poniéndose de acuerdo ambos sólo en un punto: la deriva de aquel cenáculo en una cruenta batalla, la que comprobando inevitable las partes no implicadas abandonaron precipitadamente la sala de juntas donde ya sólo se oían los aterradores gritos de los cachorros de ambas manadas que subidos a la mesa gritaban: ¡¡¡Muerte al Gran Lobo!!!... ¡¡¡Muerte al Gran Águila!!!, mientras arremetían con violencia unos contra otros. Como no podía ser de otra manera Armando y Fulgencio se enfrentaron a golpes con los palos de los banderines, intentando cada uno apoderarse del tótem del otro, en una lucha feroz, sin cuartel, sacando de dentro todo el odio que se profesaban --por momentos era el Gran Águila el que despedazaba con sus poderosas garras y su enorme pico la cabeza del lobo... para en otros ser el Gran Lobo el que clavaba sus poderosos dientes en el cuello del Águila-- hasta caer ambos desfallecidos entre los estertores del dolor de las heridas.
Cuando cesaron los ruidos y calló el último grito y entraron en la sala de juntas las primeras asistencias que avacuaron a todos con heridas de consideración, el presidente comprobó con horror cual tenebroso es el odio que hasta se propaga a los objetos: de ambos banderines se habían escapado sus protagonistas, yaciendo el lobo al lado del cuerpo del águila en un gran charco de sangre --las fuerzas del mal también tienen poderes y pueden hacer que se produzcan tétricos sucesos sorprendentes--. Debido al gran revuelo mediático que los graves sucesos habían producido en la opinión pública, y para evitar que el escándalo salpicara más arriba, todos los componentes de las dos manadas fueron despedidos y sus emblemas quemados hasta desaparecer.
El tiempo que siguió a la feroz batalla, en el que la mayoría silenciosa sin adscripción a color específico alguno se hizo oír, fue un tiempo de paz, de prosperidad para la empresa, de consensos... en la esperanza y confianza de que se difuminaran para siempre aquellos dos colores en un degradado violeta hasta desaparecer, hasta no quedar testimonio de los que niegan el resto del espectro físico que produce la reflexión de la luz natural sobre los objetos... muchos colores... irisaciones de mezclas de colores entre ellos...; vanos deseos pues vinieron otra vez tiempos de radicales disensos, de lucha otra vez por apropiarse del pensamiento de los otros que disentían, de apoderarse con la fuerza, la mentira y el engaño de la voluntad ajena... y así las maliciosas y conspirativas fuerzas que concentraban los ilimitados poderes de los Grandes Señores Azul y Rojo consiguieron "restablecer el orden" en el edificio. Obligaron al presidente a que se nombraran nuevos jefes de manada que por supuesto entraron triunfantes al gran hall del rascacielos con sus jóvenes mesnadas, ante el estupor en las miradas de la mayoría silenciosa que les observaban temerosos su llegada, pues en los tótems que portaban de reconocidos colores y simbología de animales había un pequeño detalle que los diferenciaba de los anteriores: en lo alto de los estandartes, donde colgaban los banderines rojo y azul, con la figura del lobo aullando y del águila en acecho, respectivamente, lucían brillantes a la luz de los potentes focos del vestíbulo, y clavados al final de los mástiles: afilados estiletes de fino acero toledano.
¡¡¡Úúúúúúfffffff!!!, qué miedo.
FranciscoMolinaGómez
(A esos lobeznos y aguiluchos que por no haber vivido tanto se creen que el mundo es una agrupación de scout con divertidos símbolos: cuán peligrosas son muchas veces esas llamadas; esos gritos de "manada" y esos estandartes)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario