En la visita turística a Brujas --en la Bélgica flamenca-- me sorprendió, a la vista de lo que allí estaba sucediendo, que los guías turísticos no se apartaran de su ruta; de sus repetidos y consabidos comentarios sobre la historia del sitio, aprendida a base de repetir lo mismo un día y otro; de su numantina resistencia al mal tiempo, clavados en el suelo protegidos con paraguas al aire libre, aunque al respetable nos cayeran chuzos de punta, hablando sin parar, señalando aquí y allá, sin tiempo a asimilar tanta información o desinformación porque del importante acontecimiento: nada de nada; posiblemente me había equivocado de excursión; y entonces viví aquella jornada desdoblándome en dos: el turista convencional que no quiere quedar descolgado de las personas que le acompañan, y el otro al que siempre le habían sobrepasado los acontecimientos; ese ser que, como comprobaba en aquel momento, continuaba desubicado en los eternos puntos de encuentro, como era ahora aquel; el que siempre había llegado tarde a las salidas y casi nunca a las llegadas, y que la realidad le mostraba una vez más que seguía siendo frecuente usuario de lentos trenes cuyos viajes a ninguna parte siempre le habían enseñado a ser sólo un espectador del tiempo, pero con una diferencia ahora: al menos podía percibir la existencia de esas nuevas realidades, las que descubrían aquellas otras miradas.
Habíamos programado el viaje casi con medio año de antelación. Era la primera vez que salía al extranjero --como antes siempre se decía-- y estaba expectante. Sabía, por lo que pude leer, que era aquel un territorio siempre disputado entre valones y flamencos; influencias de arraigados e históricos países que habían dejado su impronta en parte distinta de la población según se ubicara ésta al norte --habla neerlandesa--, o al sur --habla francesa--, en un país --Bélgica-- de muy reciente formación --siglo XIX-- que ya nació dividido en dos, por no hablar de otra minoría de habla germana. Pero ¡hete aquí la maravilla!, resulta que entre unos y otros, casi en su centro, existe Bruselas, tierra de todos y de nadie a la vez; crisol de culturas, actuando como adhesivo, como pegamento de toda la nación. Y allí me dirigí --junto con mi mujer y otros dos familiares-- en mi primera salida del territorio nacional. ¿Cómo era posible que a la edad de sesenta y tres años no hubiera viajado fuera de España? Tiene una explicación pero no viene al caso.
La capital de Europa nos recibió con cielo cubierto de un tono color ceniza, apagado, sin brillo, amenazante: Señoras y señores dentro de unos minutos aterrizaremos en el aeropuerto internacional Brussels National; llovizna débilmente y la temperatura es de quince grados, se oyó decir a la comandante de la aeronave de Iberia en la que viajábamos, mientras intentaba gobernar el avión entre las corrientes de aire durante el descenso: Es el tiempo usual de Bruselas aunque estemos en Agosto, le oí decir a uno de los pasajeros próximo a mi asiento. Y con la incómoda sensación de fuerte balanceo de alas buscando el equilibrio, enfilando ya la pista de aterrizaje, la aeronave tomó tierra entre los aplausos del pasaje.
El mismo color de cielo, aunque algo más luminoso gravitaba sobre nuestras cabezas, intentando no influyera negativamente sobre mi estado de ánimo, en Brujas --al noroeste del país en dirección hacia la costa del mar del Norte--, siguiendo a la guía turística española, de visita con mi gente y otros compatriotas en aquella ciudad el cuarto día de estancia en el país: Si vais a Bélgica no dejéis de ver Brujas, nos habían recomendado amigos y conocidos, aunque eran más vehementes las fotografías en la propaganda de los folletos de publicidad de la agencia de viajes, o en los de la información de sitios de interés por parte del hotel donde nos hospedamos en el centro de la capital, y en definitiva el de otros agentes que se prodigaron a nuestra información; sin que ahora ya pudiéramos sustraernos a la contratación de una excursión hasta lo que el librito editado sobre aquellos lugares que me había regalado mi hija Miriam denominaba, hablando de Brujas, ciudad medieval muy bien conservada, con calles sinuosas, canales pintorescos, y bellos edificios...; y de cuya historia, cultura, y gastronomía me había empapado los días anteriores a mi partida.
Creía que sería una visita más a una ciudad vieja donde sólo hablaran las piedras carcomidas por la humedad de los canales, pero para mi sorpresa no era una ciudad muerta sino viva; pude comprobar en un primer contacto que de la asimilación se había pasado a la contemporaneidad: toda la ciudad antigua era ahora una oportunidad de desafío y reflexión sobre el futuro y el potencial de estas ciudades --como era el caso-- que han conservado sus trazas y sus edificios como si se hubiesen congelado en el tiempo; sobre su urbanización ahora en el siglo veintiuno; su ciudadanía, lo que supone vivir y convivir en tan especial lugar; su economía; su energía; el espacio y su singular sonido..., esos valores que nos deben seguir concitando en estos tiempos. La ciudad entera se hallaba sumergida en un acontecimiento a todas luces muy importante para entenderla, para comprender desde la sensibilidad del colonizador que todos llevamos dentro y de la mano y obra de artistas y pensadores contemporáneos refutados que todavía se siguen preguntando: ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?... siguiendo la tradición desde los comienzos de la cultura humana --Antigüedad clásica-- en la que filósofos, poetas, artistas, científicos y políticos, hasta nuestros días han teorizado sobre la organización y la planificación de las ciudades y sus comunidades; un sugestivo evento:" La Triennale Brugge 2015" (Trienal de Arte Contemporáneo y Arquitectura de Brujas 2015), que nos desafiaba:
"Aventúrese a recorrer las calles y los
canales, deje que fluya su imaginación y
descubra la ciudad de Brujas como nunca
antes la había experimentado".
Fue en el patio ajardinado del Beaterio de Brujas, en el inicio de la visita turística ante la extraña visión de aquellas casitas de madera colgadas en los altos árboles que poblaban el centro del recogido ámbito cercado por las casas bajas que eran las viviendas de sus moradoras --mujeres que ante la incertidumbre de la vuelta de sus maridos de las Cruzadas, según relataba la guía turística, se recluían en comunidad para ayudarse mutuamente--, cuando empecé a intuir que allí estaba sucediendo algo; aquella visión futurista podía ser una oportunidad del salto de una ciudad protegida como Brujas a megaciudad, como rezaba en el cartel: "¿Qué ocurriría si los más de cinco millones de personas que visitan la ciudad se quedaran a vivir allí" Aquel escenario ficticio planteaba numerosas oportunidades y desafíos: "¿Puede soportar una pequeña ciudad la dinámica de una ciudad con millones de habitantes?"; en fín: "¿Puede una ciudad humanizada aportar algo a una nueva urbanidad?". Este último era el punto de partida de los artistas internacionales invitados, a lo largo de ese año 2015, a participar en el programa del evento, de sus nuevas obras que se exponían en un recorrido artístico por el centro de Brujas --según pude comprobar-- con las que querían mostrar el concepto de ciudad --en visiones, sueños e imágenes reales-- como un ser vivo, en crecimiento y evolución.
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Cabañas instaladas por el artista Tadashi Kawamata en el Beaterio. La instalación había sido construida en colaboración con la escuela de Artes de brujas
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Los alumnos de Arquitectura y Diseño locales habían diseñado cabañas en los árboles. Sus maquetas expuestas en la iglesia del Beaterio iban en consonancia con la propuesta del artista Tadashi Kawamata. La participación de la comunidad local suponía una parte importante de la obra e intención del artista
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Como algunos nos quedáramos mirando con sorpresa y curiosidad los refugios que chapoteaban de color ocre en el intenso follaje verde de los grandes ejemplares de árboles que les servían de soporte, intermedió la guía turística forzada por nuestro asombro: No piensen ustedes que esas casitas de madera eran los escondrijos donde las mujeres de la comunidad se retiraban a meditar o donde escondían a sus amantes. No, la explicación de ese montajes es... y contó de pasada, sin profundizar, estimando que no fuera de nuestro interés lo que yo ya intuía como gran acontecimiento para aquel lugar.
Mensajes que de forma subliminal, sin advertirlo entonces, ya habían formado parte de mi vida. Entonces descubrí que todo aquello había estado siempre ahí, oculto: ¿Quién no ha soñado con hacerse un refugio, aunque fuera temporal, en un buen ejemplar de algún árbol?, o simplemente acomodarse por un tiempo, o quizás para siempre en unas acomodadas horcaduras de ramas de ese mismo ejemplar o parecido donde arraigar sin peligro de caer al vacío; yo sí... y así cierta noche de insomnio infantil, cuando el desánimo de niño encerrado me hacía aflorar lágrimas de libertad, escapé con la imaginación --único bien que no me podían quitar-- como deseado viaje astral fluyendo desde mi cama --una entre cien del alargado dormitorio del orfanato-- sin encontrar obstáculos, traspasando mi ectoplasma en su recorrido la sólida carpintería del balcón, hacia el patio sobrevolándolo a vista de pájaro, siguiendo la cuadratura de las tapias que lo cercaban, en un viaje de reconocimiento: los pequeños huertos adosados a ellas, el pilarito del que manaba agua constantemente, las letrinas, los jardines... hasta posarme en la parte más alta de un enorme ejemplar de morera que llegado el buen tiempo siempre lucía esplendoroso de hojas en el jardín del cuadrante de atrás, las que me servirían de camuflaje de lo que quería fuera, libre de los muros de los pabellones, a partir de aquel momento: mi refugio desde el que observar escondido los acontecimientos de mi vida que antes vivía desprotegido a ras de suelo, estando ahora a salvaguarda en la altura de mi privilegiada atalaya, deseando que allí transcurriera lo que quedaba de mi infancia, después la pubertad seguida de la adolescencia hasta dios sabe cuándo; emboscado en la altura, sin abandonar nunca esa distancia necesaria que me permitiría estar dentro y fuera de las cosas al mismo tiempo; lo que me llevó a vivir sólo de noche cuando mi flujo existencial y con él mi imaginación , se escapaba hacia hacia el gran árbol, al que llegado el otoño no se le caían ya las hojas, y que durante todo el año permanecía preñado de dulces moras blancas con las que me alimentaba. Visiones que duraron algún tiempo hasta que, seguramente, me bajaron violentamente de allí a tenor de lo que viví después.
Desde aquel momento perdí bastante interés en los redundantes comentarios sobre el anecdotario turístico de estilos de iglesias, edificios civiles, y sobre la vida de los personajes históricos vinculados a aquel territorio desde siglos atrás, en favor del rastro del evento contemporáneo quedando varias veces descolgado del grupo de atentos visitantes que solo miraban hacia donde le señalaban y solo oían lo que sus oídos querían escuchar: Estamos viendo la parte exterior del ábside de la iglesia de Nuestra Señora, gran iglesia medieval de estilo gótico que data principalmente del siglo trece al quince. Al fondo se eleva su torre que con sus ciento veintidós metros de altura es la estructura más alta de la ciudad y la segunda torre de ladrillo más alta del mundo...; luego la guía se enredó sobre la cantidad ingente de ladrillos empleados hasta coronar la torre con una aguja de más de cincuenta metros también de ladrillo ... y no sé cuántas cosas más hasta acabar retando al grupo de visitantes --ajenos al evento cultural que se mostraba a su alrededor-- sobre la edad de un puentecito que unía en aquel lugar las dos orillas de un tramo estrecho de un canal: ¿Qué antigüedad creéis que tiene este puente? Se dijeron varias épocas, todas antiguas, entre divagaciones del grupo, ante la constatación de sus acabados en piedra similar a otros puentes existentes en el entorno: Pues no ha acertado ninguno de ustedes; es de reciente construcción ya que como ciudad patrimonio de la humanidad... Oía de lejos toda aquella disertación --sin entender porqué se tiene que falsear la época presente-- pues me había quedado retrasado ante otro de los hitos del itinerario artístico que se exponía en la trasera de esta iglesia: una maqueta lineal a lo largo de algunos metros con una rara ciudad moldeada con arcilla blanca...; ¡qué extraño!..., bueno no tanto pues según la reseña de la información era aquella una reflexión sobre la ciudad en movimiento.
Por poco que aquella guía se hubiese informado del evento hubiera venido en conocimiento que meses atrás y durante algún tiempo los residentes de los distintos barrios habían trabajado en estrategias de su entorno; la ciudad como proyecto, como estrategia --cada una de las mesas representaba un lugar visitado por la caravana cultural dirigida por el artista Jonas Vansteenkisten---; la ciudad moldeable entre los dedos de sus habitantes --la arcilla simbolizaba la moldeabilidad de la ciudad, en cuánto los transeúntes podían darle forma con el agua que recibían--. En las mesas y durante bastantes días se dieron conversaciones, se expresaron deseos y se fomentaron debates, además de moldear las formas con el barro. Lo que estaba observando era el resultado de un proyecto artístico comunitario para pensar sobre la ciudad y su pasado, presente y futuro.
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La gran maqueta urbana, resultante de la unión de las maquetas parciales de cada barrio era una instalación que indagaba en la ciudad desde la perspectiva de sus habitantes
Aquel ejercicio expuesto, a mucha menor escala en el espacio y en el tiempo, no era muy distinto del de la propia ciudad de Brujas, moldeada por manos anónimas a lo largo de los siglos. Y viendo que de la arcilla esparcida, como masa informe, había surgido lo tangible: bordes, recintos, espacios, volúmenes y formas; atisbaba en ella indicios de creación: En el principio todo era oscuridad; después fue la luz. Así en poco tiempo había allí proyectada con cierto orden urbano de medidas y proporciones toda una pequeña ciudad. Aquello me recordaba mi propia obsesión.
Obsesión que, una vez apeado del árbol y ya en tierra de por vida, me persiguió durante muchos años; una persistente fijación que adquiriera de pequeñito cuando fabulaba construcciones amasando barro en aquel patio cerrado al mundo, del que por instantes no tenía otra consciencia que no fuera la realidad de la propia argamasa blanda de color ocre oscuro que, al apretarla, se me escurría por entre los dedos; fascinado por poder domeñar la mezcla, no comprendiendo porqué me castigaban cuando el exceso de barro se adhería de forma pertinaz en aquellas pobres ropas de niño huérfano; porqué reprendían aquellos impulsos irreprimibles. Quizás fueran merecidos por mi torpeza con el barro, por los oscuros churretes que ensuciando la camisa y el pantalón escurrían por la pierna sin que apenas me apercibiera, atareado en conseguir la forma deseada..., impaciente porque pasara la noche, en duermevela, para comprobar al día siguiente si se había materializado o no lo que mi mente fabulara..., comprobando a renglón seguido, visiblemente frustrado, la insatisfacción del que persigue algo que no entiende muy bien que es; absorto sólo en su creatividad; sin maestros; sin referentes; sólo la compulsión de seguir intentando moldear los visiones; los sueños; de perseguir una idea obsesiva: la de obtener la esencia de aquel barro.
Lo que más agradecí una vez inmerso sin remisión --de aquí para allá-- en la vorágine continuada de secuencias rápidas, sin apenas poder de asimilación, de los ambientes urbanos novedosos, así como de la excesiva acumulación de cifras, datos, fechas, personajes históricos... y qué sé yo cuántas cosas más de interés del lugar, en las que me habían sumergido, irremisiblemente desde que bajé del autobús, las explicaciones de la guía; las que, por lo que demostraba de pertinente y tenaz aquella, creía que no iban a acabar nunca, fue la prolongada pausa --varias horas-- por la que me --nos-- liberó al final de la visita, sobrepasado el mediodía, para deambular a nuestro libre albedrío por aquellos sugerentes lares, para disfrutar de las sorpresas del descubrimiento por uno mismo de las plazas, de las calles, del ambiente..., y sobre todo reponer fuerzas en un restaurante que orillaba una placeta donde varios pintores exponían sus obras al público transeúnte.
Y en el calor humano de la prolongada sobremesa se nos pasó el tiempo de un plumazo, tanto que ya llegábamos tarde al punto de cita para coger el autobús de vuelta a Bruselas: ¡Vamos, que no cogemos el autobús! Contratiempo que no impidió pararme en la plaza Markt cuando transitábamos rápido al encuentro de los demás excursionistas. Mientras mis acompañantes seguían andando, preocupados por llegar a tiempo al punto de encuentro que nos habían señalado, yo me desvié de mi rumbo, con peligro de quedar descolgado, dirigiéndome al centro de la plaza en donde había descubierto uno más de los hitos del evento: una estructura octogonal con acabado al exterior en cristal de espejo. Artefacto en principio difícil de visualizar de lejos ya que quedaba ópticamente camuflado en aquel ámbito, al reflejar sus múltiples y distintas caras faceteadas de espejos la propia imagen de las fachadas y el cielo de la plaza, con ese efecto liviano que muestran lo que se ha dado en llamar modernamente: arquitecturas invisibles, negando lo masivo del objeto implantado, y que hubiera importunado la vista y el flujo de la plaza. Además era una construcción que incentivara la provocación en la curiosidad y la indiscreción: desde su interior se podía observar el trasiego de los transeúntes sin ser descubiertos por éstos. Un regalo a una experimentación urbana singular: la de los espacios que se pueden habitar dentro de un objeto que parece querer negar su propia existencia; algo muy sutil: aparentar que no se está; y la que disfruté por corto tiempo pues la cita con mis acompañantes apremiaba. ¡Qué rabia!
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Plaza Markt. Los transeúntes nos acercamos, inspeccionamos curiosos, y rodeamos asombrados el artefacto artístico. La curiosidad nos lleva a indagar de forma inconsciente sobre los límites del objeto que parecen difuminarse en el escenario urbano --¿dónde comienza y dónde termina la pieza artística?-- creando en nuestras retinas una incertidumbre entre la realidad y la ficción
Ese fue el siguiente paso. Intentar domeñar el barro para hacernos invisibles. Nuestro propósito cuando varios compañeros del orfanato conseguimos hacer una choza adosada a las tapias del patio --toda ella recubierta de barro-- donde camuflarnos escapando del castigo irracional a que siempre nos avocaba aquella disciplina exagerada, injusta y desproporcionada. Apretujados unos contra otros la tarde gris, chispeante de lluvia, en la que la inauguramos, seguramente nos andaban buscando. En el interior del rudo y angosto espacio podíamos observar sin ser vistos. Con el miedo a ser descubiertos sentíamos como propios el latido de los otros y confundíamos como nuestras las respiraciones de los compañeros, con un resoplar fuerte que se imponía sobre los escasos sonidos de fondo del interior del pabellón donde los internos habían formado en castigo, y de los que sobresalía intermitentemente los gritos amenazantes de la monja --sor Isaura-- a la que habíamos despojado de la "i" mayúscula de su nombre, y ahora era sor Saúra, con acento en la "u".
Aguzamos el oído... revuelos de algo... jaleos. Luego vimos saltar al Enterao por una ventana del piso primero, cayendo de pie, como un felino, al patio; escapando después a esconderse en los jardines del cuadrante de atrás. Hasta aquí todo normal si no fuera por la siguiente e inmediata secuencia que visualizaron nuestros asombrados ojos, sin creer lo que estaban viendo: con los hábitos abriéndose en el aire, cual efecto paracaídas, sor Isaura aterrizó sana y salva en el suelo del patio procedente de la misma ventana desde la que se arrojó el Enterao. Se quedó mirando a lo lejos en un breve tiempo --que a nosotros se nos hizo eterno-- aquella protuberancia de barro de la tapia, intentando en su inconsciente fotográfico del lugar procesar tal extrañeza a pesar de la llovizna; luego dio media vuelta y entró en el sótano por la pequeña puerta que daba al patio en busca del Enterao: ¡¡¡Uuuuffff, menos mal!!!, suspiramos todos aliviados. Pocos días después demolieron sin contemplación aquella posibilidad de escapar momentáneamente del oprobio, anulando la posibilidad de mimetizarnos por unos instantes con el terreno para no ser descubiertos. No recuerdo como acabó todo aquello para nosotros, los escondidos, pero me lo puedo imaginar. A toro pasado, después de tantos años, constato ahora que también yo he pasado de la asimilación del pasado a la contemporaneidad de un futuro en libertad.
Arrecié el paso, en primer tiempo de inicio de carrera, a fin de encontrarme con mis acompañantes, los que se habían alejado bastante; preguntando, como pude, a unos y otros viandantes que me indicaran en un plano básico de situación que les mostraba, la orientación de la denominada popularmente como plaza de las Bicicletas; lugar que se nos había señalado por la guía como punto de encuentro. Cuando hube alcanzado a Teresa, algo rezagada de los otros, muy cerca ya de la plaza buscada, al tiempo no pude dejar de interesarme por una sugestiva composición de madera y vidrio --ensamblaje de viejas ventanas en una clara apuesta de arte povera-- configurando al exterior una sugerente forma de arquitectura que partiendo de una ancha base se estilizaba conforme se alzaba apuntando al cielo, y que parecía dialogar con la arquitectura gótica que le servía de fondo --la catedral de san Salvador-- en referencia a la desmaterialización de la masa en favor de la luz que en el edificio antiguo inundaba el espacio interior de la iglesia a través de las amplias vidrieras y en el artefacto, visitable por dentro, colándose por entre los cristales. La interrelación de ambos en su proximidad me pareció una acertada sintaxis de relación entre los nuevos retos y el testimonio del pasado. Por fin llegamos al punto indicado, a tiempo de marchar a Bruselas. Entonces supe el porqué del nombre de la plaza. Este lo había tomado por las gentes del lugar de una extraña escultura de ciclistas, junto a otras, en el interior de una enorme fuente que las bañaban raramente, con diversos juegos de agua, en una apuesta artística inclasificable.
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Frente a la fachada de la catedral de san Salvador, se expone la obra del artista chino Song Dong. Esta escultura --hecha con ventanas de viviendas chinas demolidas que evocan a la vez historias y recuerdos del pasado, del presente y del futuro de la ciudad-- expresa, según la reseña artística, la tensión entre el irrefrenable crecimiento de la megalópolis y el tratamiento de legado de la naturaleza.
Brujas como laboratorio urbano, una ciudad que ha respetado el legado de su pasado, pero que apuesta en su reflexión por lo contemporáneo: adaptar aquel patrimonio a las nuevas vivencias y necesidades de sus habitantes; las del siglo veintiuno.
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Bruselas, la Grand Place. En el centro el autor del blog y Teresa; en los extremos Quiqui y Laura. A estos últimos daros las gracias por la exquisita atención que nos dispensasteis en Bruselas; tu ciudad --Quiqui-- de acogimiento desde temprana edad
FranciscoMolinaGómez
(En tan poco tiempo solo pude descubrir la punta del iceberg de aquel evento cultural urbano, a la luz de lo que después, espoleado por la curiosidad y la información, hube visualizado en Internet. De toda aquella vasta documentación que literalmente devoré, me llamó poderosamente la atención, por compartir su reflexión como arquitecto especialista en urbanismo, la obra del artista Romy Achituv que recreaba sobre las aguas de uno de los canales una tormenta artificial de agua como metáfora del bullicio que antaño --Edad Media-- imperara en estas vías húmedas de comunicación para la riqueza y el desarrollo entonces de Brujas, en contraposición a lo que hoy se han convertido: "Hoy los canales --arguye el artista-- son testigos silenciosos de aquel período de prosperidad económica y artística. En la actualidad transportan solamente una oleada interminable de turistas que se comen con los ojos el patrimonio cultural de la ciudad. A menudo parecen fascinados por el aspecto atemporal y congelado de Brujas. Pero encerrándose en su imagen histórica, la ciudad entorpece su desarrollo y su transformación natural". Sabia vuelta a la vieja constatación arqueológica de la superposición histórica de las civilizaciones)
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