viernes, 8 de noviembre de 2013

LECCIÓN DE VIDA



Hay ocasiones tan extraordinariamente difíciles en la vida que uno no sabe como enfrentarlas. Una de ellas es el primer momento junto al amigo al que han diagnosticado un mal grave; no sabes que decir; no sabes como confortarlo... pero hay personas que te lo ponen fácil, aquellas que ante tu azoramiento por lo complicado de la situación, al contrario, son ellas las que te animan.







La mañana de final de verano había amanecido algo fresca con un cielo despejado que presagiaba un día de "encuentro" soleado y templado. El encuentro era doble: vernos, después de algunos años, con nuestros amigos Pepi y su marido Miguel, en nuestra querida Barcelona.

Habíamos partido, mi mujer Teresa y yo, en tren desde Calafell --Tarragona-- donde veraneábamos hacia la ciudad condal, bordeando la costa del Mediterráneo y aquel paisaje se nos hizo familiar, muy recordado cuando pasamos por Castelldefels --Barcelona-- donde habíamos vivido durante siete años. Concurrencias del destino: tan cerca de la nueva familia y sin embargo no nos conocíamos. ¡¡Qué rabia!!

Barcelona nos recibió con la animación de las grandes ciudades --muy parecida a la de Madrid, nuestra residencia actual-- reconociendo rápidamente en el característico bullicio de gente transitando por el paseo de Gracia el mismo ambiente que siempre ha animado este bello bulevar. Residentes y advenedizos nos cruzábamos en una ciudad abierta que ya, muy de mañana, nos daba la bienvenida. Los primeros en sus actividades cotidianas y los segundos arremolinados frente a las artísticas fachadas de los edificios modernistas, o saturando las numerosas terrazas que se prodigaban en los alrededores de la plaza de Cataluña. El punto de encuentro con Pepi no podía ser otro: la puerta del "Corte Inglés" orientada hacia la plaza.

Luego unos deliciosos cafés, sentados los tres en una de aquellas terrazas, eran testigos del relato de los últimos acontecimientos familiares que nos contábamos en un agradable y gozoso diálogo cruzado, mientras esperábamos a Miguel atareado en aquel momento en asuntos de vital importancia; en tratamientos farmacológicos en su lucha contra una inesperada y malsana visita: el cáncer que se le ha aposentado, sin ser invitado, en la sala de espera de su vida con perversa intención.


Por los aledaños del barrio Gótico de Barcelona: Teresa, Pepi, Paco y Miguel
 
En cuanto le vi, luego de fundirnos en un muy deseado abrazo y de comprobar en él una aparente buena forma física y, sobre todo, su alegre estado de ánimo --complaciéndose festivamente en el reencuentro-- sin haber perdido su buen humor catalano-cordobés, le di a la inesperada visita que aún habita en el vestíbulo de su existencia pocas probabilidades de éxito; después ninguna conforme transcurría la jornada de encuentro y Miguel iba desplegando en mi ánimo, mientras transitábamos hacia la parte vieja de la ciudad, todo un manual de lecciones de vida, viviendo intensamente el presente, el día a día con Pepi y sus hijos Miguelito y Sergio, y sus nietos, y las cosas cotidianas de las que se ha rodeado: su casa unifamiliar en Vilassar de Mar(lugar que ha elegido para su jubilación) donde ha invertido los ahorros de una vida; su pequeña barquita de la que me habló con ilusión --yo me he quedado con el "cante" y no renuncio, en un tiempo más pronto que tarde, en acompañerle a pescar--; la pasión de padre y abuelo que mostraba cuando nos hablaba de la felicidad de sus hijos y la de sus nietos a los que adora.

Bajamos por la calle Puerta del Ángel, de gratos recuerdos de un tal señor España, empleado de Jorba-Preciados (almacenes de ropa que destacaban en la calle),que nos atendía muy amablemente en lo que ya era una costumbre para una economía media-baja como la nuestra: equiparnos todo el invierno y pagar el resto del año. Un descubrimiento del que nos advirtió Pepi, entonces ya compañera de trabajo de Teresa; recuerdos que íbamos desgranando mientras nos perdíamos en la irregular trama de calles estrechas que rodeaban aquella calle principal. En el restaurante de una de ellas que publicitaba buena comida, alrededor de una de sus mesas, plantamos nuestros reales en el deseo de no perder ni un solo segundo de conversación. Teníamos muchas cosas que contarnos.

Referimos la primera vez que nos vimos todos juntos, cuando, aún en obras, nos recibieron en el garaje de lo que era entonces su ansiado proyecto de casita de campo en Viladecavalls, para la que le había dibujado los planos de distribución y diseñado un agradable espacio de barbacoa al exterior. Recuerdo su familia casi al completo, la madre de Pepi que se afanaba en prepararnos un delicioso arroz en la improvisada cocina y a cuyo alrededor revoloteaban, muy pequeños, Miguelito y Sergio, a los que se añadió en el juego nuestra hija Elena, de tres o cuatro añitos. El tiempo pasó tan deprisa que la noche nos sorprendió a la luz de la lumbre de una hoguera, haciendo costillas a la brasa para la cena, a la vera del camino. Un día por siempre inolvidable. También recuerdo cómo disfrutaban Miguelito y Sergio los fines de semana en la playa de Castelldefels, cuando en los veranos les invitábamos a todos a casa. Tenemos muchas ganas de verlos, de saber de ellos, de tener noticias de sus vidas todos estos años.

La jornada de encuentro, sin que decayera la conversación, derivó en paseo por las Ramblas. ¿Qué puedo decir del bulevar más conocido de Barcelona, si lo frecuenté casi diariamente durante largo tiempo? No me resistí y realizé algunas fotos para el recuerdo.

Segunda parada en una de las terrazas de la plaza Real. La aprecié mejorada, como más amplia, con una acertada proporción de dimensiones que no recordaba, en cuyo espacio cerrado bullía un ambiente de verano con gente muy distinta a la otrora "canalla" que por entonces deambulaban por sus soportales. Pero nosotros a lo nuestro: no dábamos tregua a los recuerdos y a las novedades surgidas desde la última vez que nos vimos en el puerto de Castelldefels, casi quince años atrás.

Demasiado tiempo sin vernos. Ya se sabe; la distancia; la crianza de los hijos; la realización de los proyectos pendientes, eternamente aplazados; los cambios de teléfono y de residencia... ¿trampas que nos pone la vida para alejarnos de las personas que queremos?... no creo... simplemente la inercia que adquirimos, sin apercibirnos apenas, en el vertiginoso giro de la rueda de la vida... A pesar de todo ello siempre les hemos llevado en el corazón. Nunca les hemos olvidado.

El último paseo por el barrio Gótico, comprobando su agradable y acertada peatonalización...Catedral, plaza de san Jaime, vestigios romanos del templo de Augusto..., hasta abocar otra vez al punto de partida --el paseo de Gracia-- en donde hicimos un alto en la artística fachada de la casa Batlló. Nunca me canso de verla. Siempre descubro en sus detalles cosas nuevas.

Hubiera estado todo lo que restaba de tarde-noche con ellos, contemplando las arquitecturas surgidas del genio de Gaudí que, afortunadamente, se prodigan en el lugar. Quisimos incluso poder acercarnos al edificio de la Pedrera ubicado cerca de donde nos hallábamos pero se hacía muy tarde y tocaba la despedida, pero esta vez no un: ¡Adiós!, sino un:¡Hasta luego!, porque ahora que nos hemos reencontrado, Pepi y Miguel, no os dejaremos marchar.

Ahora somos más; entre todos echaremos a patadas a la inoportuna visita que espera inútilmente en el zaguán de entrada su oportunidad, un descuido, una bajada de defensas. Incauta, Miguel tiene la moral muy alta y una familia y muchos amigos que le quieren.

Aunque no hace falta que te lo diga, querido amigo, no me resisto a gritar:¡¡¡Mucho ánimo, Miguel!!!




FranciscoMolinaGómez

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