viernes, 10 de enero de 2014

EL ÚLTIMO DALÍ: DESTINO FIGUERES










Los demás no se apercibían que aquella jornada en principio alegre y chispeante había mutado --a partir del momento en que alguien había anegado de zafiedad aquellos poderosos pechos, desbordantes de fertilidad y de vida-- a otra misteriosa de extrañas situaciones. Ahora los otros "sufridores" cuando lean la crónica de aquel día irán atando cabos, hilvanando sucesos, entendiendo que lo que les pasó no era normal, aunque ellos entonces así lo pensaran..., o tal vez el que esté confundido sea yo y aquella confabulación de otros seres contra nosotros sólo haya regido en mi mente. No es de extrañar mi posible desvarío..., esto puede suceder cuando se ha visitado hasta cuatro exposiciones seguidas de Dalí en un corto periodo de tiempo.












¡Mira!, es la "Veneno" --conocido transexual español, según la wikipedia--; es inconfundible ¡esas pedazo de tetas!, dijo un chico del numeroso público que empezábamos a llenar el patio de entrada al museo de Dalí de Figueres en Girona, mientras se regodeaba muy cerca de donde me hallaba, haciendo groseros gestos con las manos, simulándose unas desmesuradas protuberancias a nivel de los pechos: ¡No ves que tetas!... já, já, já...; se reía a carcajadas en complicidad con otro joven. No me lo podía creer: habían confundido a la bella reina Esther, emparentada con la diosa Ishtar --diosa del amor y la fertilidad-- con un simple mortal de exuberantes pechos cuya desproporción tenía que ver más con la cirugía que con la naturaleza... y ya se sabe: los dioses aborrecen todo lo que no se refiera a lo natural, por algo ellos mismos representan en forma subliminal sus elementos.

Y aquel principio de agravio a los dioses en su día, en la jornada de su adoración y en su propia morada --la que había erigido Dalí para su glorificación-- me produjo cierto recelo:¿Cómo acabará esto?, me preguntaba en el convencimiento de que al hallarnos tan cerca de donde se profirió la ofensa, y en una lamentable confusión, más temprano que tarde tendríamos algún contratiempo... o varios...; no hay perdón posible al desconocimiento de las deidades y parientes que gobiernan y rigen el universo y el mundo desde la noche de los tiempos; no hay clemencia a tamaño dislate: a la comparación de su fuerza y poder con los de cualquier mortal... peor aún, con los mortales de la farándula: ¡¡Con una vedette!!... bueno ahí hubiera quedado la cosa si la ofensa no hubiera sido más grave: se rebajaba a la bella reina de Persia, emparentada con la diosa a la humillante condición de actriz porno española --dice la Wikipedia de la "Veneno"--; eso era intolerable; la venganza sería una incertidumbre que planearía sobre nuestras cabezas todo aquel día a tenor de lo que la leyenda dice de la diosa Ishtar: "Que trataba cruelmente incluso a sus propios amantes".

Lo primero en que pensé --viendo el gesto a lo "Titanic" de la reina Esther, que se erigía triunfante con los brazos extendidos en actitud espiritual en el extremo de la berlina del cadillac de Dalí-- fue en nuestros propios vehículos: ¿Los coches!... ¡ah!, están a resguardo en un parquin de la localidad...¡Uuuufffff!, ¡qué alivio!...¡tranquilidad! (desde calafell habíamos viajado muy de mañana hasta aquella antigua y noble ciudad en dos vehículos; en uno la chavalería --Diana, Sergi, Alex y Miriam-- y en el otro la "chavalería con achaques": Rosi, Salva, Teresa y yo.


Casi toda la tropa, de izquierda a derecha: Teresa, Diana, Alex, Salvador, Sergi, Miriam y Rosi

Pero no, no hubo tregua ya que enseguida aparecieron los primeros signos, las primeras señales de que algún ser superior, desde arriba, pretendía aguarnos la fiesta, el que enseguida colmató de gentes el recinto para, apretujándonos unos contra otros, dejarnos sin aire; gentes de todas partes que nos impedían siquiera andar, movernos, trasladarnos de una estancia a otra...; adversidades que capeamos estrechándonos y desmaterializándonos cuando nos encontrábamos..., hubo momentos en el pasillo distribuidor de las salas de exposición en los que ya no andábamos, sólo nos deslizábamos...; habíamos salvado con éxito aquel primer desquite de la deidad a favor de su pariente real que seguía rigiendo inhiesta y majestuosa en el centro del Teatro-museo, a donde convergían las miradas de los maniquís dorados art-decó que ocupaban todos los huecos de la platea del patio, en actitudes cambiante brazos en alto como rindiéndole pleitesía.


La muchedumbre visitante, confusa, mira extrañada a un lado y otro intentando descifrar aquellos misterios

Aquello provocó, seguramente, cierta frustración en el ente superior, el que para compensar tamaño fracaso quiso rápidamente confundirnos a fin de, en el desconcierto, volvernos locos; para ello trastocó las pinturas de los cuadros de Dalí: lo que contemplábamos no era lo que parecía. La gente arremolinada alrededor de las obras se peleaban por adivinar las figuras que percibían visualmente: ¡Es Gala mirando al mar!...:¡No, es Abraham Lincoln!...: ¡Es Gala!...: ¡Es Lincoln!...: Señores sólo entornad los ojos y apreciareis la complejidad del genio de Dalí. Algunos más torpes, aún entreabriendo levemente las retinas de sus ojos no conseguían ver al torero alucinógeno: ¿Dónde está?, sólo veo un montón de Venus de Milo...: ¡Sí, allí!, entre la primera y la segunda Venus...: ¡No lo ves!; tiene una corbata verde...: Pues no, de todas formas le voy a hacer una foto --clik--...: Ya está, ¡ahora sí!, ahora lo puedo ver... y así unos y otros salimos airosos de tamaña prueba sin perder la cordura, poniendo a salvo nuestras mentes sin obviar la genialidad en las metáforas de las propias obsesiones paranoico-críticas que el autor había plasmado en las pinturas de sus cuadros.

Al no lograr su propósito de amedrentarnos la diosa babilónica se dio un tiempo de pausa para pensar la siguiente maldad; tiempo que nos permitió ver con calma el resto de la exposición, aunque hubo un momento de duda cuando instalado ya en el último piso mirando al patio vi moverse el remate de la escultura que se elevaba, en columna de grandes neumáticos apilados, por detrás de la reina Esther: el paraguas negro que coronaba en extraño final el monumento se desplegaba sólo, sin que nadie lo accionara. Quedé pensativo unos instantes intentando descifrar semejante señal, hasta que alguien que conocía la clave de aquello nos dijo la causa: Le echas dinero abajo en un recipiente y cuando se llena...: ¡Ah!, acabáramos, como no lo había pensado antes...: ¡Estamos en Cataluña!...; falsa alarma.

Pausa que duró el familiar y relajado almuerzo en un buen restaurante de la localidad donde brindamos por la familia unida, por la familia de siempre y la nueva, por cada uno de nosotros; la misma relajación que se extendió durante el paseo por el viejo y ancho bulevar de la ciudad que orillaban enormes plátanos a cuya protección nos cobijamos en prolongada conversación de sobremesa al aire libre, sentados en los bancos que marcaban el límite con la calzada, mientras hacíamos tiempo para visitar por la tarde la otra exposición: "Las joyas de Dalí", y aquí empezaron de nuevo mis prevenciones nada más penetrar en aquel cerrado y oscuro recinto. ¿Estábamos quizás, sin apercibirnos, penetrando voluntariamente en una trampa?; una deliciosa trampa que en su penumbra nos embelesaba con el brillo del oro; que nos entusiasmaba con el preciosismo de los lujosos detalles de las joyas resplandeciendo bajo la luz de los pequeños focos; y que nos embriagaba con la exuberancia de la originalidad artística del diseño y de la riqueza del platino, de los rubíes, de las esmeraldas, de los diamantes que se reflejaban en nuestras atónitas miradas como irisados arcos iris después de que su luz de colores traspasara los cristales de las vitrinas de seguridad; en fin encandilados por todos aquellos tesoros... hasta el punto que uno de nosotros --Alex-- quiso inmortalizar con su cámara una de las joyas. ¡¡¡Error fatal!!!: íbamos a dar con la fosforencia nuestra posición a los secuaces de la deidad. Y así fue.

No me dio tiempo de avisar a Alex del peligro de aquella acción, así que cuando la luz del flash de la cámara iluminó como un fogonazo el oscuro ambiente de la habitación, quedamos aterrados por una voz de ultratumba: ¡¡¡¡¡¡Flash nóóóóó!!!!!! Nos miramos pávidos entre nosotros y a nuestro alrededor e inmediatamente, saliendo de la negrura, apareció el secuaz con aspecto de bárbaro --aunque iba vestido de guarda de seguridad--, gritando como un poseso: ¡¡¡¡¡¡Fotos nóóóóó!!!!!! Nos dispersamos como estrategia para despistar al "segurata". Yo me apercibí inmediatamente que no era tal, que su ropaje era un disfraz, que no nos dejaría en paz, y que desatendiendo sus supuestas funciones de custodia sólo nos vigilaría a nosotros... esperando cualquier oportunidad... cualquier sonido sospechoso, como el de la llamada al teléfono móvil de salvador, al que llamaba Sergi desde la calle: Dime Sergi..., echándosele inmediatamente encima aquel ser tenebroso --mezcla entre orco del "Señor de los Anillos" y matón de "Sekkuritas"-- con el ánimo alterado: ¡¡¡¡¡¡Móviles nóóóóó´!!!!!!, a un filo de la agresión que contuvo cuando comprobó que éramos un numeroso grupo, cambiando entonces de estrategia, persiguiéndonos escondido detrás de las vitrinas de la exposición; espiándonos y escuchando las conversaciones.


Portada del Teatro-museo Dalí de Figueres. A la izquierda descendiendo por un esquinazo del edificio, como penetrando en oscura y misteriosa cueva, descubrimos todo un universo de sensacioens y emociones donde la luminosidad de metales y piedras preciosas no tenía suficiente brillo comparada con las manos de su forjador en inigualables joyas. Dalí, orfebre universal

Más tarde pensó que era mejor cogernos desprevenidos parapetándose a la salida y así apresar al último para llevárselo consigo a su guarida. Astucia que no pudo llevar a cabo ya que advertido de su presencia en la puerta y dirigiéndome a él con el grupo a mi vera, le increpé sobre sus aviesos propósitos, a sabiendas que hace algún tiempo poseo unas pocas llamas del fuego de los dioses, paralizándolo el tiempo suficiente para robarle su tesoro: su número de identificación de placa, quedando al descubierto el ser denunciado a los gobernantes locales que aunque sólo son gestores, viven como dioses --casta tan poderosa en la Tierra como las otras deidades en el Olimpo--, y esperando que le corrigieran adecuadamente sus gestos de hampón, nos escabullimos a recoger nuestros coches.

Creía que con aquella reclamación y puesto a buen recaudo el energúmeno habían acabado nuestros pesares. ¡Qué incauto!, esto no ha terminado pensé, mientras nos íbamos quedando de piedra, cada vez más dura, conforme comprobábamos atónitos como puerta a puerta, todas las que daban acceso al parquin estaban cerradas, sin opción de aperturarlas desde el exterior: ¡no puede ser!, ¡habrá alguna abierta!...¡¡Ninguna!! Enseguida imaginé la siguiente adversidad y sus consecuencias: la de una penosa travesía a pie desde Figueres a Calafell --doscientos cinco kilómetros del ala--, ante la imposibilidad de utilizar nuestros vehículos, con el riesgo de desfallecer durante el camino. Estábamos resignados, observando nuestros coches estacionados a través del enrejado metálico del acceso, cuando la puerta del garaje empezó a abrirse lentamente saliendo del recinto un turismo a toda pastilla, y antes de que el portón metálico se cerrase de golpe nos escabullimos rápidamente al interior. De esta manera burlamos el descalabro y pudimos ponernos a salvo al fin: ¡¡¡Uuuufff!!!, todo ha terminado.

Seguía sin enterarme que los dioses son muy persistentes en sus desagravios y enseguida ya en carretera éstos idearon un gran atasco, atiborrando de vehículos el vial a fin de que poniéndonos nerviosos, muy excitables e irritables con los demás conductores, tuviéramos un accidente... nada que hacer nos tomamos el contratiempo con mucha tranquilidad, en amigable conversación... hasta que al cabo de algunas horas avistamos al fondo: ¡Segur de Calafell!...; ahora sí que todo había terminado.

Pues no, no había terminado; aún quedaba la última sorpresa, la última oportunidad de que el ente superior hiciera mella en nuestras carnes, aprovechando el broche a la jornada antes de que nos retiráramos, unos a sus casas y otros al hotel a descansar: la cena-celebración en un restaurante chino como colofón a aquella rara excursión. Aquí si que no me podéis negar, querida familia, que la actitud del chino, el dueño del cotarro que daba enérgicas órdenes a todos los camareros chinos, el que se erigía en el guardián del "Nuevo Mundo", se comportaba de un modo extraño... bueno yo diría muy, muy, muy extraño, como de enajenado mental, dando gritos ininteligibles --entre chino, catalán y castellano-- cada vez que se acercaba a la alargada mesa, felicitando efusivamente a Diana... intentando despistar su perversa intención en la euforia del agradecimiento a la chica porque le llevara cada vez más gente a su local... para lo que se mostraba muy generoso en la cantidad, depositando sobre el tablero con manteles de papel: platos... y platos... y platos... de comida china --rollitos de primavera, cerdo al agridulce, delicias de pato laqueado, tallarines crujientes de pollo y verduras, dados de pollo con almendras...-- repletos hasta el borde como reconocimiento a la fidelidad...; claro que yo sabía que eso no era así, que el chino loco lo que pretendía con aquella actitud, la que espoleaba en el ánimo de los otros camareros chinos que no cesaban de poner viandas encima de la mesa, era la de que reventáramos de comida china hasta que nos saliera por las orejas el arroz tres delicias, el de bambú con setas, el imperial o el de vegetales chinos y langostinos... ¡una auténtica locura! de la que huimos hasta la terraza del restaurante que daba al mar, antes de que no pudiéramos reconocernos en nuestros propios cuerpos Salva, Sergi y yo, y así aprovechando la escapada quemar un poco de tabaco. A los que, pese a mis sospechas, no dije nada de los extraños sucesos de todo el día, sólo referir el extraño comportamiento de aquel chino que gesticulaba y chillaba sin cesar.

Cuando nos reintegramos en el comedor con el resto del grupo comprobamos cómo al no haber sufrido ningún comensal merma en sus carnes en un ejercicio de mesura de la gula --en la mesa seguían aún humeantes la mayoría de los platos, algunos sin empezar-- el chino loco, comprobando el fracaso en su intención de que nos hincháramos como una hidra, nos invitó, lanzándonos su estereotipada sonrisa de anfitrión oriental mostrándonos sus grandes dientes, a que probáramos un extraño licor que alguien advirtió se maceraba con lagarto muerto..., desistimos probarlo y así avitamos, seguramente, una intoxicación, aunque para no hacerle una descortesía a tan amable anfitrión aceptamos llevarnos a casa el dudoso obsequio. Yo no lo probé por si acaso; alguno al día siguiente sufrió de estertores en el vientre.

No me podía creer que ya estaba a salvo en el hotel. Me asomé a la ventana de la habitación y comprobé que afuera regía una calma tensa, aposentada en la templada noche de verano: miré hacia arriba y dije para mí: El último Dalí... ¡diántres!... una sucesión de guiños surrealistas; y al resguardo de aquellas paredes me dormí agotado por tanto acontecimiento... pero como la mente está siempre en constante ebullición... al poco rato de quedar dormido me vi vestido de guarda de seguridad ascendiendo, como si fuera una cucaña, por la larga columna de enormes neumáticos a la que se había encaramado, sin querer bajarse, sonriente, traviesa y divertida la bella reina Esther que jugueteaba conmigo en mi tarea de llamarle la atención y en mi obligación de hacerla bajar de allí para que ocupara su posición en el cadillac... sufriendo en mi peligrosa subida la actitud hostil de los maniquís dorados que no eran tales, sino chinos locos pintados de purpurina que me lanzaban desde los huecos de la platea platos y platos de comida china que yo esquivaba en mi afán por atrapar a la reina de los desbordantes pechos, de uno de los cuales, al apretarlo hacia mí, empezó a fluir un liquido viscoso, como silicona transparente, que me fue envolviendo cuando estaba a un paso de atraparla sin lograr llegar a ella porque aquella abundante viscosidad me impedía poder respirar al cubrirme ya también toda la cara... y con la angustia de que me ahogaba desperté sobresaltado, angustiado hasta comprobar que todo estaba en calma y la tenue luz de los primeros rayos de sol se esparcía por la habitación.

Aunque me hice el propósito de no contar nada... no me he resistido.



Ninguno era Dalí..., eran Sergi y Paco, dos admiradores del genio
(final)


FranciscoMolinaGómez

4 comentarios:

  1. Lo primero que quiero decirte es QUE GUAPISIMO ESTÁS EN ESTA FOTO! Me hubiera gustado mucho estar ahí con todos vosotros porque esta gran familia que hemos encontrado es estupenda e ir contigo a cualquier museo es algo que nadie debería desperdiciar, porque tú nos haces ver las cosas de otra manera y se disfruta mucho.

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    1. ¡Hola! Tú si que eres bonita. Dias de arte en excursión con toda la familia quedan un montón.
      Me alegra que te emocione la obra creativa que encierran los museos; ese disfrute de lo sublime del ser humano... por mi parte intento que veáis más alla de una tela tintada de pintura: el tema tratado, su composición en el cuadro, la técnica empleada, el color, las texturas de la pintura... un mundo distinto por descubrir en cada obra que os va a emocionar con intensidad en la medida que lo percibáis con más riqueza de esa otra visión convencional y rutinaria con que, a menudo, se visualizan los cuadros en los museos.
      Muchos besos.

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  2. ¡Qué gran día! Primero de todo, he de darte la gracia por el cuaderno tan bonito que me hiciste relatando la historia de aquel día en el Museo Reina Sofia, lo conservo con mucha ilusión.

    Ojalá cada vez que alguien se embarcara en una aventura, paseo o visita a un museo tuviera a alguien a su lado como tú, que guarda para la posteridad un recuerdo explicado de la mejor manera posible; ironía, sarcasmo y relatado con tanto cariño.

    Nos lo pasamos en grande también en Figueres y espero que Dalí nos acompañe pronto en otra visita a Portlligat i Cadaqués, lugares que sumados con el aire de la tramuntana que corre por las tierras de Figueres junto a su devoción por Gala alimentaron el espirtú creativo de este gran surrealista.

    Un abrazo muy grande.

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    1. ¡Hola sobrino! Efectivamente ¡¡un día para recordar siempre!!
      Un día instructivo, entretenido, divertido... surrealista como no podía ser de otra manera visitando esa coordenada geográfica del mundo en donde nada es lo que parece, sino todo lo contrario... en donde aún sigue perenne el genio de Dalí.
      Estoy muy complacido que te hiciera ilusión el cuadernillo: un fancine libre de una "apurada jornada festiva" en principio, que completé con posteriores visitas al museo Reina Sofía al comprobar aquel día tu frustración de que, por falta de tiempo, no pudieras ver completa la exposición de Dalí.
      Este año 2014, a veinticinco de la muerte del artista qué mejor ocasión para visitar sus territorios más íntimos: Port Lligart y Púbol. Tenemos que organizar este verano la excursión a Cadaqués.
      Un beso grande.

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