miércoles, 17 de diciembre de 2014

LA DENSIDAD DE LA NADA










16. 12. 2014
Hoy te nombramos y no nos respondes; ¡cómo empezamos ya a echarte de menos!
Ahora deambulamos desorientados por oscuro túnel hacia la luz, buscando una salida que nos cure esta desazón, esta amargura.
Gracias por existir, aún en la ausencia.
¡Gracias Paquita!

Yo no tuve conciencia real de la muerte de mis padres hasta que percibí con dolor, bastante tiempo después del óbito del último de ellos --mi padre ya viudo--, la vorágine del vacío interior. Desde aquella mañana de domingo en la que mi hermano Antonio, inesperadamente y asiéndome del brazo, me sacó con fuerza y determinación de la fila de chaveas en formación de dos hacia la iglesia para la misa de las ocho --irrenunciable obligación de santificar las fiestas aún en edad tierna de juegos--, abrazándome fuerte a continuación, como sólo recordaba lo hacía al principio mi madre y después mi padre --ahora ya no me iría a ver los primeros domingos de mes, ni los otros; ahora ya ninguno de los dos me abrazaría nunca más--; anduve arrastrando aquel abrazo durante el tiempo que fui creciendo en el desconcierto que me produjo la sombría premonición de muerte que capté en el profundo silencio que aquel día exhalaba la mirada vidriosa de mi hermano mayor, en su súbita huida después del abrazo, compungido, tapándose la cara con ambas manos para que no le viera llorar, alejándose hacia la portería del orfanato embutido torpemente en un traje de salir de calle. Traje prestado para un funeral.
La separación definitiva de los seres más queridos me fue calando lentamente en el ánimo: primero fue la congoja que anidó en mi pecho impidiéndome respirar por las noches en los desvelos del sueño, intentando entender el "otro lado"..., después aquella oquedad, aquel agujero..., y al final cuando definitivamente me cubrió entero el vacío, padecí en propias carnes la densidad de la nada











A Paquita, allí donde esté.

Declinaba el verano de dos mil catorce --once de septiembre, fiesta nacional en Cataluña--, cuando nos conocimos. Formabas parte de la extensa familia de primos que "de improviso" habíais surgido en nuestra vida al hilo de haber hallado, al fin, Teresa --mi mujer-- sus raíces biológicas. Buscando dimos con hermanos, sobrinos, con todos vosotros: los primos..., y, como sabes, casi con su madre Manolita: ¡no llegamos a tiempo por muy poco; apenas cuatro años! Habíamos perdido mucho tiempo, así que no lo pensamos más y aquel mismo verano decidimos ir a Calafell en Tarragona --lugar de promisión donde obtener el pan y la cebolla de subsistencia que se les negaba a "la familia" en su tierra-- a conoceros.

Ya la primera noche, recién llegados, nos sorprendió la hospitalidad que todos nos dispensasteis. Las muestras de cariño, de asistimiento en aquella primera visita eran apabullantes: en la misma puerta del hotel a la salida, junto con parte de la familia, allí estaba clavado el hombre --primo Garrido-- con el que has compartido gran parte de tu vida --en la foto muy orgulloso de tenerte por compañera--; solícito en todo momento en su afán por atendernos, poniéndose incondicionalmente a nuestra disposición para que nos sintiéramos a gusto, acompañados, arropados...; ¡y así lo vivimos! Después en la relajada y amena velada, sentados en una terraza de vuestro territorio de siempre --de las vías del tren a la playa-- cerca de vuestra casa, nos sentimos ya parte de vosotros; dándoles en reciprocidad también, la bienvenida en nuestras vidas a tus dos hijas: Carmen y Silvia, dos encantos de mujeres... afinando todos sensibilidades en las conversaciones que prosiguieron relatando historias, anécdotas... había muchas que contar: aquellas cuatro hermanas --Carmen, Felipa, Clara y Manolita-- que emigraron hasta aquel lugar y luego arraigaron allí con sus hijos, habían dejado un largo reguero de huellas de paso por la vida. Ese día faltabas tú. Ya nos contaron que te hallabas indispuesta por causa del tratamiento médico a esa inoportuna visita --cáncer-- que testaruda se había instalado sin tu permiso en el vestíbulo de entrada de tu vida, al acecho del menor descuido.

Los días pasaron entre mañanas de sol y playa y tardes de encuentros con los que ya erais parte de nosotros, intentando que nos incluyerais entre las personas que queríais. Todavía no te conocíamos, pendientes de la gran celebración: ¡la comida de primos!al final de las vacaciones.

Tan importante evento de encuentro de familia había que celebrarlo antes de que nos marcháramos, como siempre lo habíais hecho: congregados alrededor de una mesa en los acontecimientos familiares importantes(bodas, bautizos, comuniones...), como si para los pobres no pudiera haber otros días de fiesta...; ¡era igual!,es lo que había e intentabais apurar --a tenor de las fotos, videos y reportajes que nos habéis mostrado-- hasta el último sorbo de aquellas especiales ocasiones, con la alegría desbordando las penas cotidianas que por momentos las aparcabais, como sí no existieran, en eso que ya era costumbre de vivir sólo el día a día: Hoy estamos en lo que estamos...: ¿Mañana?...: ¡Mañana será otro día!...; al igual que lo hacían aquellos cuatro caracteres difíciles de hermanas --templados, al parecer por la mayor Carmen, tu madre política-- dejando a un lado, por un día, las cuitas de sus diferencias: cuando se trataba de ir unidas las matriarcas de los clanes de los primos reunidos allí, lo hacían a muerte, como viejas mosqueteras. Y como tantas otras veces, también aquel día sentamos las ilusionadas expectativas y los buenos ánimos alrededor de una bien surtida mesa --que sí, Paquita; que ya sé que hubo alguna que otra pequeña queja, pero eso pasa hasta en las mejores familias y aquella no lo era menos-- ¡Y lo pasamos en grande!, todos pendientes de la gran protagonista, a la que arropasteis como una más de vosotros: mi mujer Teresa. ¡Al fin te conocimos! Y aunque nos hemos visto y tratado también este verano, te he de confesar que aquel primer encuentro fue suficiente para descubrir y disfrutar tu calidad humana... y lo digo no por hacerte un cumplido, sino en aras a la verdad.

Ahora liberada de las cadenas de las miserias de aquí, sólo te queda un plus: la incertidumbre en las preguntas de tus deudos y seres queridos: ¿Porqué a mi mujer?...: ¿Porqué a mi madre?...: ¡Quién decide?...: ¿Porqué leyes se rige?...: ¿Cuáles son las razones?...; desazón que les aliviarás desde ese lugar seguro donde ya estás... al igual que les ayudarás a sobrellevar durante ese tiempo de congoja y confusión el peso hiriente de la densidad de la nada... eso que aparece cuando el alma se resquebraja...; no se sabe narrar...; sólo se siente.

¡Hasta la próxima!, seguiremos en contacto.




FranciscoMolinaGómez
(... queridos Francisco, Carmen y Silvia, permitidme el cumplimiento del deseo de enviarle esta misiva a ese ser tan querido por todos, especialmente por vosotros... estoy seguro que cuando se pase el dolor del duelo comprobaréis que Paquita no se ha ido... como escribí hace ahora un año--a propósito del recuerdo de mis padres--: Sólo son invisibles los olvidados y Paquita está viva en nosotros. ¡¡¡Mucho ánimo!!!)












2 comentarios:

  1. mientras recordemos a nuestros seres queridos siempre estaran con nosotros el dolor pasa y el recuerdo queda en nuestro corazon

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  2. Preciosas y muy emotivas palabras que agradecemos con toda el alma..
    Gracias primos.

    Dicen que morimos dos veces; la primera cuando dejamos de respirar, y la otra, un poco más adelante, cuando alguien pronuncia tu nombre por última vez. Nosotros nunca dejaremos de nombrarla, de sentirla, porque somos ella y está en cada gesto, cada palabra que nos caracteriza.
    Seguirá viva siempre en nosotros, porque sólo las personas buenas dejan huella.

    Hemos tenido la gran suerte de tenerla cerca, de sentirla, de cuidarla, de quererla, y eso nos llena el corazón y hace que la pena sea, si acaso es posible, más liviana.
    Se ha ido en paz, tranquila y rodeada en todo momento de quienes más la querían.

    Primos, muchísimas gracias por estas sentidas palabras..

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