martes, 10 de diciembre de 2013

A PROPÓSITO DE ARQUITECTURA. II: LA CABAÑA PRIMITIVA













"(...)
Al principio plantaron horcones, y entrelazándolos con ramas levantaron paredes que cubrieron con barro, con terrones y céspedes secos, sobre los que colocaron maderos cruzados, cubriendo todo ello con cañas y ramas secas para resguardarse de la lluvia y del calor; pero para que semejantes techumbres pudieran resistir las lluvias invernales, las remataban en punta y las cubrían de barro para que, merced a los techos inclinados, resbalase el agua.
(...)
Pero como en el diario trabajo los hombres fueron haciendo sus manos más ágiles en la práctica de edificar y, perfeccionando y ejercitando su ingenio, unido a la habilidad, llegaron con la costumbre al conocimiento de las artes; y algunos, más aplicados y diligentes, se llamaron artífices de la edificación.
(...)
Después merced a continuas experiencias y a estudiadas observaciones, pasando de los juicios vagos e imprecisos hasta llegar al conocimiento de ciertas proporciones de la medida en los edificios, y dándose cuenta de que la Naturaleza le suministraba con manos espléndidas madera y toda clase de materiales de construcción, se sirvieron de ellos, los aumentaron con el cultivo, y de este modo acreecieron con el auxilio de las artes las comodidades de la vida humana.
(...)"
Del Libro II del "De Architectura de Vitrubio"










Del mito de la cueva al mito de la cabaña primitiva



Y del mito de la cueva --del que he escrito a raíz del fabuloso descubrimiento en mi jardín de una huella circular de piedras blancas-- al mito de la cabaña primitiva, como el "edificio primigenio" en el que se encontrarían ya resumidas las reglas naturales de la arquitectura. Esta idea que teorizaron modernamente los filósofos y pensadores de la Enciclopedia en el siglo dieciocho --postulados que abrazaron incondicionalmente los nuevos arquitectos de la Razón-- era ya reflexionada por Vitrubio --ingeniero militar romano-- en el siglo uno antes de Cristo. Pero no es mi propósito el hacer una sesuda exposición de la cuestión del inicio del arte de la arquitectura; ni imaginarlo siquiera, para esto ya existen otros blogs y webs especializadas; sobre todo teniendo en cuenta que para algunos autores contemporáneos la idea del edificio primigenio (aquella primera cabaña) no es original ni privativa de estos tratadistas y pensadores, sino que está presente de modo ancestral en la mayor parte de las culturas históricas, y como tal patrimonio éstas imágenes han pervivido siempre en la memoria colectiva en el discurrir del tiempo. Quizás también en la mía.

Las entradas del blog tienen, en una visión general, modesta pretensión en lo intelectual, con más énfasis, sin embargo, en transmitir emociones, y con ello --a través de la obra creativa del relato-- motivar, aunque fuere un poco, a la reflexión. Entiendo que los titulares con letra mayúscula están implícitos en leyendas con letra minúscula, lo que sucede es que están escondidos y como andamos algo despistados no somos capaces, a veces, de descubrirlos. Quiero decir que los grandes temas que nos asombran a los humanos están reflejados, muy a menudo, en las cosas ordinarias, en los sucesos cotidianos; muy cerca. En este caso en las propias experiencias personales a propósito de la imagen de esa cabaña primitiva. ¿Quién no ha deseado alguna vez construirse su cabaña? Afortunadamente yo conseguí materializar ese deseo. Creo que al igual que llevamos un eficaz colonizador dentro, también portamos con el inmenso bagaje recibido el de un efectivo constructor, aunque sólo sea en potencia.

Cuando firmé el contrato de compraventa del escarpado terreno que adquirí en la "Ciutat del Remei", de Santa Coloma del Cervelló en Barcerlona estaba haciendo un mal negocio; situación desfavorable de la que en aquel momento no me apercibí --para los asuntos del dinero soy poco espabilado; nunca me han interesado-- ni puse empeño en ello, pues lo realmente importante es que ya tenía un suelo rodeado de viejos y altos ejemplares de pinos, en una parcela de roca y tierra en pendiente, como privilegiado mirador en plena naturaleza de montaña, donde erigir ese sueño que todos llevamos dentro de hacernos nuestra primera casa: al principio esa cabaña de madera que desde siempre habíamos visualizado construir a los colonos vaqueros en las películas del viejo oeste americano.

En una de las secuencias cinematográficas: sólo una futura ilusión cuando el joven aventurero protagonista, abrazando tiernamente a su lozana esposa, señalaba un altozano del terreno virgen conquistado, fabulando ambos una vida de hogar con hijos correteando por los alrededores de la casa, cuya silueta con recia chimenea de piedra dominaría toda la pradera: "Te haré la casa más bonita que jamás hayas podido imaginar", y ella sonreía mirándole amorosamente a los ojos. Durante el transcurso de la proyección, ignorando un poco la trama del film, me entusiasmaba con las escenas de los duros pero ilusionantes trabajos del montaje de las escuadrías de madera para las estructuras y el de los tableros para los cerramientos...; escaleras, suelos, cubiertas y porches se sucedían en una vorágine constructiva que me impedía visualizar los detalles. Al final en otra secuencia ambos sonreían abrazados alzando la vista hacia la casa ya terminada con el humo del hogar expandiéndose por todo el valle. Una de mis fantasías a realizar cuando pudiera. Casi una obsesión.

Si no lo mismo algo parecido le dije a Teresa, el amor de mi vida, enseñándole unos dibujos. Yo tenía veinticuatro años --ella veinte-- y hacía poco que nos habíamos conocido. Teresa había viajado desde Jaén a Barcelona para estar juntos unos días y la llevé al terreno: "Primero construiré una cabaña allí, en lo alto...", en el sitio justo donde luego nos sentamos para contemplar el hondo paisaje mediterráneo que desde aquella altura se nos abría inmenso, inabarcable, saturado de pinares donde la decreciente luz solar de aquella tarde de principios de verano ponía pinceladas de verde cambiante en razón a la orientación de los pronunciados faldones vegetales: de suaves sombras de verdes azulados en los fondos y de brillantes verdes amarillos en las cimas: ¡qué delicioso cuadro impresionista!; para oír en el silencio del lugar la misma quietud de fondo de valle que nos envolvía, sólo el gorjeo de los pájaros y los suaves y dulces sonidos de los arrumacos que nos prodigábamos nosotros, aprovechando las ventajas a nuestro favor de todo aquel inmenso canto de la naturaleza: "Tendrá dos habitaciones, una más grande con chimenea y otra más pequeña; las dos con salida a un porche". La siguiente vez que llevé a Teresa a la parcela a finales del otoño siguiente ya la criatura mostraba su esqueleto y parte de su piel de tal suerte que ya podía asomarme a través de lo que sería una de las ventanas... gesto que quedó inmortalizado en la película de mi pequeña "Agfamatic", en un instante captado por el ojo de ella; hubo muchas más fotos, sin más intención que la de recordar aquellos momentos tiempo después, cuando ojeáramos los álbumes fotográficos.

Hoy constituyen, sin lugar a dudas, un testimonio muy estimable que habla de un tiempo en el que sólo tenía dos ideas, dos fijaciones por este orden: la chica que amaba y la cabaña que deseaba para ambos... y en este último empeño me pasaba las horas de todo el tiempo libre de que disponía... como improvisado moderno fundador clavé las picas de madera delimitando el espacio ilusionante, sobre un suelo ya allanado de tierra sobre rocas. Aquella mañana después de marcar las trazas de nuestra futura cabaña me quedé contemplando un buen rato el paisaje, y ya relajado regalé el siguiente pensamiento a Teresa que se hallaba muy lejos.
Sólo un empecinado fundador puede valorar lo extraordinario de acto tan simbólico. ¿Y ahora qué?, entonces no tenía los suficientes conocimientos de construcción. Casi todo era intuición. Aún quedaba muy lejos mi sueño de arquitecto, el que dormía aplazado pero seguro, esperando oportunidad. No había planos, sólo imágenes que estaban ahí, desde Dios sabe cuándo... tampoco especificaciones de materiales... no hacía falta: sería de madera como todas las cabañas.

Los meses siguientes me divertí como nunca lo había hecho en mi vida, evocando las escenas centrales de aquellas películas con el joven protagonista en plena turbulencia de los trabajos de construcción, imitándole en su soledad de colono y en los pasos lógicos que él mismo había dado: hincar primero los recios postes de la estructura que configuraría la osamenta del habitáculo, después mucho trabajo manual de sierra para proporcionarle a la recién nacida una piel de tableros de madera que fue atrapando dentro el aire conforme iba clavando todas las tablas, el que quedó definitivamente atrapado cuando estructura y cerramiento quedaron rematados por una cubierta inclinada. ¡¡¡Qué estampa!!!, desde abajo. ¡Ah! en uno de los lados menores del espacio más amplio, lucía vertical una chimenea de piedra del lugar, justo a tiempo para probarla recién iniciado el invierno: los dos acurrucados frente al fuego oyendo absortos el chisporroteo al arder la resina de los troncos de pino; ensimismados con los movimientos de agitación de las llamas jugando con el aire que le circundaba, iluminando el ambiente de color fuego, fuego pasión como la que nos embargaba a nosotros dos, mientras con mucho amor le dábamos salida a los sentimientos normales de final de adolescencia. Afuera las gotas de lluvia cayendo sobre el terreno ponían música en una inagotable sinfonía de sonidos. Todavía evocamos aquellos tiempos como los más intensamente vividos pese a estar uno muy separado del otro. No importaba, en cuanto podíamos reunirnos marchábamos a nuestro singular refugio: sólo nosotros. ¡Qué remembranzas más gratas las de aquellos días!

Era asombroso, había escenificado sin proponérmelo, miles de años después, el paso de la cueva a la cabaña; el que relata el abate Marc-Antoine Laugier en su "Essai sur l´Áchitecture": "... El hombre mal cubierto al abrigo de sus hojas --de los árboles--, no sabe como defenderse de una humedad incómoda que le penetra por todas parte. Aparece una caverna y se introduce en ella, encontrándose a resguardo. Pero nuevas desazones le disgustan también en este refugio. Se encuentra en tinieblas y respira un aire malsano y se decide, por ello, a suplir con su industria la falta de atención a las negligencias de la naturaleza. El hombre quiere hacerse un alojamiento que le cubra sin sepultarlo. Algunas ramas caídas en el bosque son los materiales propios para su designio. Escoge cuatro de las más fuertes y las alza perpendicularmente disponiéndolas en un cuadrado. Encima coloca otras cuatro de través, y sobre éstas coloca otras inclinadas que se unen en punta por los lados. Este especie de tejado está cubierto de hojas lo bastante apretadas entre sí como para que el sol ni la lluvia puedan penetrar a través de él; y he ahí al hombre ya alojado. Es cierto que el frío y el calor le harán sentir su incomodidad en esta casa abierta por todas partes, pero entonces llenará los espacios comprendidos entre los pilares y se encontrará guarnecido..."

Igual que la cabaña de que hablara el abate Laugier, la nuestra también había quedado solidariamente implantada en el paisaje natural, del color de los troncos de los árboles que la rodeaban, discreta sin destacar sobremanera sobre el fondo de roca y vegetación pero dejando su impronta en el terreno, marcando lugar como centro de atención donde gravitaban nuestros ociosos fines de semana. Casados ya Teresa y yo, fue lugar de repetido peregrinaje a los ansiados momentos felices, en innumerables viajes que nos llevaban siempre al mismo sitio de la montaña...; hasta aquel último.


Teresa que ya estaba embarazada de nuestra hija Elena,
posa con la cabaña al fondo casi perdida en el paisaje

Había que proveerse de leña para que el fuego del hogar
no se apagara y en ello me empleo con fuerza


Más que un viaje de ida, era un viaje de vuelta, intentando retener por siempre, primero en la retina y luego en la memoria los últimos momentos. Las imágenes de los lugares que atravesábamos, aquel final de primavera, desde Castelldefels, donde vivíamos, hasta pasado el pueblo de Sant Vicent dels Horts en donde acababa el asfalto de la carretera dando paso a un camino de tierra y grava por el que se subía a la montaña para llegar hasta "la cabaña" --como la llamábamos-- eran las mismas de siempre, pero los ánimos eran muy distintos a los de otras veces; y no sólo durante el viaje, sino durante las horas de aquella jornada en la propia parcela: presentíamos que eran el viaje y la estancia de la despedida. Así ha sido; no hemos vuelto más pues, además de cambiar nuestra residencia a Madrid, todavía entonces diez años después de adquirir el terreno persistían los problemas de legalización urbanística del monte, antiguos predios donde había implantada una ermita consagrada a la Virgen del Remei. La especulación y la falta de escrúpulos de gente abyecta acabó con el sueño. Pero que importaba el mal negocio, ni el dinero: temas triviales... lo realmente importante, vital para mí, era que no solo había cumplido mi fantasía deseada sino que, además, habíamos disfrutado durante casi un decenio de su amparo; pero no sólo nosotros tres --fruto de aquel amor había nacido nuestra hija Elena-- sino también de otras personas allegadas, convirtiéndose la cabaña en el punto de encuentro de gozosas jornadas de campo, compartiendo con familiares y amigos: vivencias, risas y complicidades mientras degustábamos un delicioso arroz hecho allí mismo en el hogar de la chimenea. Las recordaremos toda la vida.

Hoy, treinta y cinco años después, la pregunta obligada: ¿Qué habrá sido de nuestra cabaña?... ojala le haya servido de refugio a alguien.


FranciscoMolinaGómez

2 comentarios:

  1. Jolín...que recuerdos al ver estas fotos.Me he sentido muy feliz al veros y estais guapísimos! todavia me acuerdo de las veces que fuimos. me encantaba la cabaña y jugar allí. un bsote de tu hija Elena.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola mi niña! Me alegra enormemente que te acuerdes con alegría de aquellos días en que los tres --Miriam recién nacida, ya no le dió tiempo-- disfrutábamos de aquellos parajes naturales... pendientes, tu madre y yo, de que no rodaras como una pelota por la pronunciada pendiente del terreno... en fin muy gratos recuerdos que, ahora con el blog, tenemos la oportunidad de evocarlos. Un beso grande.

      Eliminar